viernes, diciembre 17, 2010

APRENDIENDO A TOCAR LA TROMPETA

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¿Dónde demonios está el ascensor? —le preguntó.
— Está usted despedido —le informaba, gravemente, el hombre aquel. ¡Lo están todos!
¡Los he echado a todos! No quiero tener una chusma indecente de este calibre trabajando en
mi empresa. —Señalaba hacia Cora. ¡Y tú también quedas despedida!
Tras de lo cual tomó una trompeta de juguete de su bolsillo, la hizo sonar
solemnemente, y se dio media vuelta para irse.
— Quizá es que no haya ningún elevador — manifestó Cora — Puede que nos
encontremos atrapados aquí, como esos personajes de Agatha Christie, los de Diez negritos...
Un negro se le plantó delante, rezongando:
— ¿De qué hablas? Diez... ¿qué?
MARC BEHM—LADONCELLA DE HIELO

He aquí, hoy por hoy, todo lo que ambiciono: ser un comparsa en la inmensa comedia de la
Humanidad y concluido mi papel de hacer bulto, meterme entre bastidores sin que me silben ni me
aplaudan, sin que nadie se aperciba siquiera de mi salida.
No obstante esta profunda indiferencia, se me resiste el pensar que podrían meterme preso en un
ataúd formado con las cuatro tablas de un cajón de azúcar, en uno de los huecos de la estantería de
una Sacramental para esperar allí la trompeta del Juicio, como empapelado, detrás de una lápida
con una redondilla elogiando mis virtudes domésticas e indicando precisamente el día y la hora de
mi nacimiento y de mi muerte.
Esta profunda e instintiva preocupación ha sobrevivido, no sin asombro por mi parte, a casi todas
las que he ido abandonando en el curso de mi vida: pero, al paso que voy, probablemente mañana
no existirá tampoco, y entonces me será tan igual que me coloquen debajo de una pirámide egipcia
como que me aten una cuerda a los pies y me echen a un barranco como a un perro.
Ello es que cada día me voy convenciendo más de que de lo que vale, de lo que es algo, no ha de
quedar ni un átomo aquí.
GUSTAVO ADOLFO BECQUER

Tomo el micrófono de la casa.
—Hermana Schuler, estoy usando el televisor. Dígale a Absalón que espere.
Se sentó ante el visor privado. Movió las manos diestramente.
—Deme con el doctor Ryan, del Instituto de Niños Anómalos de Wyoming. Le habla
Joel Locke.
Mientras esperaba tendió la mano para sacar un viejo volumen encuadernado en tela de
un anaquel de libros curiosos y antiguos. Leyó:.
Mas Absalón envió espías a todas las tribus de Israel, y les advirtió: «Cuando oigáis el
sonido de la trompeta, entonces diréis: Absalón reina en Hebrón...»
—¿Hermano Locke? —preguntó el televisor.
En la pantalla apareció el rostro de un hombre de cabellos blancos y facciones
agradables. Locke guardó el libro y levantó la mano para saludar.
—Doctor Ryan, lamento seguir importunándole.

ISAAC ASIMOV-ORBITA DE ALUCINACION

–Naturalmente, no lo niego –dijo Edwards–. Pero, ¿y el precedente que se
establece con ello? Un robot en la Casa Blanca, por una razón muy válida hoy,
puede dar paso a un robot en la Casa Blanca por una razón muy mala dentro de
veinte años, y después a que otros robots ocupen la Casa Blanca sin motivo
alguno, por simple rutina. ¿No comprende la importancia que puede tener acallar
un posible toque de trompeta anunciando el fin de la humanidad en el momento en
que suena su primera nota vacilante?

ISAAC ASIMOV-EL INCIDENTE DEL TRICENTENARIO

«Meter todo en la novela»
He mencionado ya la frase de Virginia Woolf: «Hay que meter todo en la novela.» En
Rayuela, da lugar eso a una serie de técnicas concretas: son frecuentísimas, por ejemplo,
las enumeraciones caóticas, como en la poesía contemporánea. Todo está en movimiento;
todo se relaciona, se suma, se contradice, se incorpora... La hermosura del jazz, por
ejemplo, es evocada así por un personaje, liberado de la lógica por la borrachera: «Lionel
Hampton balanceaba Save it pretty mamma, se soltaba y caía rodando entre vidrios, giraba
en la punta de un pie, constelaciones instantáneas, cinco estrellas, tres estrellas, diez
estrellas, las iba apagando con la punta del escarpín, se hamacaba con una sombrilla
japonesa girando vertiginosamente en la mano, y toda la orquesta entró en la caída final,
una trompeta bronca, la tierra, vuelta abajo, volatinero al suelo, Jinibus, se acabó».

ANDRES AMOROS-INTRODUCCION A RAYUELA

Muchos de los nuestros vienen heridos; muchísimos han caído
muertos... ¡Pero de los que vuelven, ni uno solo ha dejado de verter
sangre africana! Todas las espadas están rojas de sangre: éstas melladas,
aquéllas rotas. ¡Oh, sí! La refriega había sido horrible. Yo recuerdo
haber contemplado algo semejante en cuadros que representaban el Paso del
Gránico, Maratón, Los Campos catalánicos o Queronea... Nada faltaba ayer
para completar mi ilusión. La lucha con arma blanca; los caballos
encabritados sobre los muertos; los grupos de miembros palpitantes; los
cascos de los coraceros; los clásicos trajes de los moros; la faz horrible
de los negros; la forma antigua de las espadas y lanzas; las banderas; la
trompeta vibrante de nuestra caballería tocando a degüello...; todo, todo
era artístico, monumental, clásico, como Yugurta luchando contra Roma,
como Julio César en las Galias, como Aníbal en la Lombardía, como Napoleón
en las Pirámides... Fue un momento no más; fue un rápido episodio..., pero
tan terrible y épico como las historias pasadas, como el fabuloso poema,
como el increíble bajo relieve

PEDRO ANTONIO DE ALARCON-DIARIO DE UN TESTIGO DE LA GUERRA DE AFRICA

¡Y ahora - gritó Max desde el centro del escenario - ha llegado el momento
que todos ustedes han estado esperando!
Alzó los brazos. A sus espaldas, la orquesta acometió unos sintoacordes
vibrantes y una percusión frenética. Max había discutido con los músicos sobre
esto, pero ellos adujeron que estaba en su contrato y que lo harían, su agente
tendría que evitarlo.
- ¡Los cielos empiezan a bullir! - gritó -. ¡La naturaleza se desmorona en el
aullante vacío! Dentro de veinte segundos el Universo llegará a su fin! ¡Miren
cómo la luz del infinito estalla sobre nuestras cabezas!
La horrenda furia de la destrucción se desataba en torno a ellos; y en aquel
preciso momento una trompeta sonó suavemente desde la distancia infinita.
Los ojos de Max giraron para lanzar una mirada colérica a la orquesta. Ningún
músico tocaba trompeta alguna. De pronto, un remolino de humo surgió del
escenario, a su lado. A la primera se unieron más trompetas. Max había
representado aquel espectáculo más de quinientas veces, y nunca había
ocurrido nada parecido. Se apartó alarmado del remolino de humo, donde poco
a poco se iba materializando una figura; la figura de un anciano con barba,
vestido con una túnica y envuelto en luz. En sus ojos había estrellas, y sobre su
frente una corona de oro.
- ¿Qué es esto? - musitó Max con los ojos desencajados-.Al fondo del restaurante, el grupo de rostros impenetrables de la Iglesia del
Segundo Advenimiento del Gran Profeta Zarquon se pusieron de pie, gritando y
cantando en éxtasis.

ADAM DOUGLAS-EL RESTAURANTE DEL FIN DEL MUNDO

recibía a todas por igual, pensaba en todas como si fueran una sola mientras
escuchaba medio dormido en la hamaca las razones siempre iguales del
embajador Streimberg que le había regalado una trompeta acústica igual a la
del perro de la voz del amo con un dispositivo eléctrico de amplificación para
que él pudiera oír una vez más la pretensión insistente de llevarse nuestras
aguas territoriales a buena cuenta de los servicios de la deuda externa y él
repetía lo mismo de siempre que ni de vainas mi querido Stevenson, todo
menos el mar, desconectaba el audífono eléctrico para no seguir oyendo aquel
vozarrón de criatura metálica que parecía voltear el disco para explicarle otra
vez lo que tanto me habían explicado mis propios expertos sin recovecos de
diccionario que estamos en los puros cueros mi general, habíamos agotado
nuestros últimos recursos, desangrados por la necesidad-

GABRIEL GARCIA MARQUEZ-EL OTOÑO DEL PATRIARCA

—He callado demasiado tiempo —manifestó en tono que debió haber llegado
hasta el pozo—. Ahora debo hacer mi declaración. ¡Pobre de esta ciudad infiel!
¡Calamidad! ¡Ay de nosotros! ¡Ay de los habitantes de la Tierra, que no oyen la
voz de la trompeta!...
—¡Calle!—dije poniéndome en pie, temeroso de que nos oyeran los
marcianos—. ¡Por amor de Dios!...
—¡No!—exclamó el cura a voz en grito, parándose también y levantando los
brazos—. ¡Hablaré! La palabra del Señor sale por mi boca.

H.G.WELLS-LAGUERRA DE LOS MUNDOS

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