viernes, enero 16, 2009

EL 13 AL REVES ES EL 31

 

Desde que lo pusieron en lista de espera para un trasplante de hígado, su vida no había cambiado mucho.Durante los primeros meses, no se movía de casa (mucha television),pero luego sus viajes eran de dos horas  desde el punto de partida,por si lo llamaban.Paso un año sin noticias del hospital.El trece de Diciembre tuvo que desplazarse a unos 100 Km,siendo que en el coche se juntaron tres de los cuatro teléfonos móviles que había dejado en el hospital para localizarlo,lo llamaron  con un posible donante pero ninguno de los teléfonos tenia cobertura.Donde les toco comer le entraron unas ganas locas de comerse un rabo de toro que tenían en el menú.Solucionaron lo que tenían que hacer y de regreso a casa,al entrar en zona de cobertura, leyó el mensaje de la unidad de trasplantes,se puso en contacto con ellos y le dijeron que al no poder localizarlo habían procedido con el siguiente de la lista,que no se preocupara y que esto no tendria ningún efecto en el orden de la próxima llamada.Que mala suerte-no era para ti-era lo que decían sus familiares.El ,lo que pensaba ,era que el rabo de toro  y el partido que iban a jugar el Barcelona  contra el Real Madrid habían bloqueado las líneas de teléfono.Con todas las limitaciones,el no se encontraba muy mal.El día 13 del mes siguiente,lo volvieron a llamar,y pensó que esta vez era la definitiva.Pero no,el órgano del donante no estaba en condiciones y le enviaron de nuevo a casa diciéndole que estuviera atento.Este ultimo día trece ,era trece y martes,menos mal que no es nada supersticioso.La cosa se quedo en eso y estaba bastante tranquila hasta que un día en uno de sus paseos habituales se le puso un hombre de edad mediana delante de el ,en la misma dirección, caminando(iba bien vestido y no parecía un gil)de repente empezó a cantar la canción de la legión,esa de, soy el novio de la muerte.En un trayecto de unos cien metros no dejaba de cantarla,al principio le caía simpático,pero de repente le vino  a la mente lo del trasplante y lo del numero trece y la canción le parecía una agresión.Tuvo que cambiar de acera.El numero 13,13 y martes ,la muerte,el no quería eso, quería lo contrario,lo mas contrario que encontró fué el numero 31.

ITALO CALVINO   SI UNA NOCHE DE INVIERNO     pag.31

Jueves por la noche. Los médicos me han dado permiso para un uso moderado de bebidas alcohólicas. Para festejar la noticia, a la puesta del sol he entrado en la posada «La Estrella de Suecia», a tomar una taza de ron caliente. En torno al mostrador había pescadores, aduaneros, mozos de cordel. Sobre todas las voces dominaba la de un anciano con uniforme de guardia de la cárcel, que disparataba ebriamente en un mar de chácharas: —Y todos los miércoles la damisela perfumada me da un billete de cien coronas para que la deje sola con el detenido. Y el jueves las cien coronas se han ido ya en cerveza. Y cuando ha terminado la hora de la visita la damisela sale con el tufo de la prisión en su traje elegante; y el detenido vuelve a la celda con el perfume de la damisela en sus ropas de presidiario. Y yo me quedo con el olor a cerveza. La vida no es más que un intercambio de olores.

—La vida y también la muerte, puedes jurarlo —terció otro borracho, cuya profesión era, como me enteré en seguida, sepulturero. —Yo con el olor a cerveza trato de quitarme de encima el olor a muerto. Y sólo el olor a muerto te quitará de encima el olor a cerveza, como a todos los bebedores a quienes me toca cavarles la fosa.

He tomado este diálogo como una advertencia a estar en guardia: el mundo se va deshaciendo e intenta arrastrarme en su disolución

MIGUEL ANGEL ASTURIA   EL PAPA VERDE  pag.31

Y si te casas con el Papa Verde, yunque con brazos de mono, ni eso podrás, ni dar olor de yerbabuena.

—No me casaré con él...

—¿Y el traje de novia?

—Lo vestiré para casarme con otro...

—Con el río Motagua no hay quien se case...

—¡Yo me casaré!

—Esperarás la gran luna, la luna del maíz...

—Esperaré la gran luna...

—Te llevaré en mi barca...

—¿Qué seña me das, Chipo Chipó?

—Un sartalito de perlas, de nueve perlas, las nueve perlas de Chipo-po-po-po-po-po-po-pol.

Al cuartel instalado planicie adentro en una casa vieja asomó el sargento y la patrulla que operaba por las pro­piedades de doña Flora viuda de Palma, con el hombre que les pareció sospechoso por llevar la cara tiznada, ca­racoles en las orejas, y una tortuga en la cabeza en lugar de sombrero.

—Que se lave la cara y se quite esas babosadas, para que yo lo pueda interrogar —dijo el capitán palúdico has­ta los zapatos que le quedaban flojos, pues con el palu­dismo se achiquitan y enflaquecen hasta los pies. Era el jefe del destacamento.

Y al volver el preso con la cara limpia, los caracoles y la tortuga en la mano, el capitán preguntó:

—¿Qué parte trae, sargento?

—Andar vestido de jicaque

ISABEL ALLENDE   INES DEL ALMA MIA      pag.31

No me
equivoqué. Si hubiese estado dormida, tal vez Romero habría
conseguido su propósito, pero, para su desgracia, yo lo
aguardaba con una daga morisca, pequeña y afilada como una
aguja, que había comprado en Cádiz. La única luz en el
interior de la choza provenía del reflejo de las brasas que
morían en la fogata donde habían asado la danta. Un hueco sin
puerta nos separaba del exterior, y mis ojos se habían
acostumbrado a la penumbra. Romero entró a gatas, husmeando,
como un perro, y se acercó a la hamaca donde yo debía estar
tendida con Constanza. Alcanzó a estirar la mano para separar
el mosquitero, pero se le heló el gesto al sentir la
punta de mi daga en el cuello, detrás de la oreja.
—Veo que no aprendes, bribón —le dije sin levantar la voz,
para no hacer escándalo.

PAUL AUSTER Mr VERTIGO   pag.31

Muy despacio, noté que mi cuerpo se elevaba del suelo. El movimiento era tan natural, tan exquisito en su suavidad, que hasta que no abrí los ojos no comprendí que mis miembros sólo tocaban el aire. No estaba muy lejos del suelo –no más de tres o cuatro centímetros–, pero me hallaba allí sin esfuerzo, suspendido como la luna en el cielo nocturno, inmóvil y flotando, consciente sólo del aire que entraba y salía de mis pulmones. No sabría decir cuánto tiempo permanecí así, pero en un momento dado, con la misma lentitud y suavidad que antes, volví a tocar el suelo. Para entonces me había quedado vacío de todo y mis ojos ya estaban cerrados. Sin un solo pensamiento sobre lo que acababa de suceder, caí en un profundo sueño sin sueños, hundiéndome como una piedra hasta el fondo del mundo.

Me despertó el sonido de voces y el arrastrar de zapatos contra el suelo de madera desnuda. Cuando abrí los ojos me encontré mirando directamente la negrura de la pernera izquierda del pantalón del maestro Yehudi.

JESUS FERRERO LAS 13 ROSAS   pag.31

-¿Eres de las juventudes?
-No, pero tengo amigas que colaboraban con Socorro Rojo.
-¿Y por eso te han traído?
-Sí.
-¿Estás ciega?
-Casi. ¿Viene Luisa con nosotras? -preguntó Elena.
Luisa, que iba tras ellas y que parecía muda, tocó su mano y Elena pareció tranquilizarse. Pero enseguida dijo:
-¿Dónde estamos?
-En la cárcel -dijo Ana.
Muchas manos las tocaban, que a Elena le parecían las manos de la desolación. ¿Manos que manchaban e
impregnaban con el polvo de la muerte? ¿Manos que desprendían ceniza? ¿Cómo iba a ser aquello la cárcel? Aquel
túnel que no acababa nunca, y que cuanto más se estrechaba más cuerpos parecía contener, no podía ser la cárcel.
¿Querían volverla loca?
-¿Qué te ocurre? -le preguntó Ana.
-No quiero que me toquen. Están muertas.
-Te engañas... -dijo Ana con paciencia-. Están más vivas que nosotras.

EIJI YOSHIKAWA   TAIKO    pag.31

Entonces vistieron al novio con un kimono ceremonial y le
dieron un abanico.
La luna brillaba claramente en el cielo nocturno de principios
de otoño, y en los portales ardían las antorchas. Encabezaba
la comitiva un caballo sin jinete y dos lanceros. Les seguían
tres portadores de antorchas y luego el novio, con sandalias
nuevas.
No había una espléndida dote con objetos como cofres taraceados,
biombos o piezas chinas, pero sí un arcón que contenía
una armadura y un guardarropa. Para ser un samurái de
aquella época al mando de treinta soldados de infantería, no
tenía nada de que avergonzarse. Por el contrario, Tokichiro
probablemente sentía cierto orgullo secreto, pues si bien era
cierto que ninguna de las personas que le habían ayudado
aquella noche y que ahora le acompañaban eran parientes
suyos, tampoco las había empleado para que le sirvieran y
acompañaran. Habían acudido jubilosamente a la boda como
si estuvieran personalmente involucradas.
En los portales de todas las residencias de arqueros del barrio
ardían luces brillantes, y todas las puertas estaban abiertas.
Aquí y allá habían encendido fogatas, y había gente provista de
farolillos de papel que aguardaba en la vivienda de la novia la
llegada del novio. Cogiendo a sus niños de la mano, las mujeres
saludaban agitando el brazo, y en sus rostros, abrillantados por
las luces y las fogatas, se reflejaba la alegría.
En aquel momento llegaron corriendo unos chiquillos desde
el cruce.
—¡Ya viene! ¡Ya viene!
—¡Ya viene el novio

WILLIAM GOLDING   EL SEÑOR DE LAS MOSCAS    pag.31

¡Ya está!
Jack había gritado tan fuerte que Ralph dio un salto.
- ¿Qué? ¿Dónde? ¿Es un barco?
Pero Jack señalaba hacia los altos desfiladeros que descendían desde la montaña a la
parte más llana de la isla.
- ¡Claro! Ahí se deben esconder... tiene que ser eso; cuando e! sol calienta
demasiado...
Ralph observó asombrado aquel excitado rostro.
-...suben muy alto. Hacia arriba y a la sombra, descansando cuando hace calor, como
las vacas en casa...
- ¡Creí que habías visto un barco!
- Podríamos acercarnos a uno sin que lo notase..., con las caras pintadas para que no
nos viesen..., quizá rodearles y luego...
La indignación acabó con la paciencia de Ralph.
- ¡Te estaba hablando del humo! ¿Es que no quieres que nos rescaten? ¡No sabes más
que hablar de cerdos, cerdos y cerdos!

J. KENNEDY TOOLE    LA CONJURA DE LOS NECIOS    pag.31

 

Saltando vigorosamente de costado, Ignatius percibió que ascendía por su garganta un eructo, pero cuando abrió esperanzado la boca, sólo emitió un leve soplido. Aun así, los saltos tuvieron ciertos efectos fisiológicos. Ignatius acarició la modesta erección que apuntaba en las sábanas, la atrapó con la mano y se quedó quieto intentando decidir qué hacer. En esta posición, con el camisón rojo de franela alrededor del pecho y el vientre inmenso hundiéndose en el colchón, pensó con cierta tristeza que, tras dieciocho años con aquella afición, ésta se había convertido en sólo un acto físico mecánico y repetitivo, desprovisto de los vuelos de la imaginación y de la fantasía que había sido capaz de conjurar en otros tiempos. En una ocasión, consiguió convertirlo casi en una forma artística, practicando su afición con la habilidad y el fervor de un artista y un filósofo, un erudito y un caballero. Aún había ocultos por la habitación varios accesorios que utilizara en otros tiempos: un guante de goma, un trozo de tela de un paraguas de seda, un tarro de Noxema. El guardarlos de nuevo una vez concluido todo, había empezado ya a resultar demasiado deprimente.

Ignatius manipuló y se concentró. Al final, apareció una visión, la imagen familiar de un gran perro pastor escocés al que tenía gran cariño y que había sido suyo cuando estudiaba en el liceo. «¡Buf!» Ignatius casi oyó a Rex ladrar de nuevo. «¡Buf! ¡Buf! ¡Aaggr!» Rex parecía tan vivo. Se le cayó una oreja. Ignatius jadeó. La aparición saltó una valla y cazó un palo que alguien lanzó en medio de L colcha de Ignatius. Cuando la piel blanca y tostada se aproximó más, los ojos desorbitados de Ignatius bizquearon y se cerraron y se desplomó lánguidamente entre sus cuatro almohadas, deseando que hubiera algún pañuelo de papel en la habitación.

YUKIO MISHIMA  EL PABELLON DE ORO   pag.31

Por primera vez yo podía constatar este trabajo de la muerte
que consiste en metamorfosear un espíritu en materia; tenía la impresión, ahora, de penetrar
mejor las razones por las cuales aquellas flores de mayo, el sol, mi mesa de trabajo, la
escuela, el lápiz, en fin, todos los objetos materiales, me marcaban tanto con su frialdad, me
parecían existir tan lejos de mí.

Y mucho más.