viernes, junio 29, 2012

LA MANO DEL VIENTO

  

 

 

                

  BORGES  205                                                            

Acumular espacio no es lo contrario de acumular
tiempo: es uno de los modos de realizar esa para nosotros única
operación. Los ingleses que por impulsión ocasional o genial del
escribiente Clive o de Warren Hastings conquistaron la India,
no acumularon solamente espacio, sino tiempo: es decir, experiencias,
experiencias de noches, días, descampados, montes, ciudades,
astucias, heroísmos, traiciones, dolores, destinos, muertes, pestes,
fieras, felicidades, ritos, cosmogonías, dialectos, dioses, veneraciones.
Vuelvo a la consideración metafísica. El espacio es un incidente
en el tiempo y no una forma universal de intuición, como impuso
Kant. Hay enteras provincias del Ser que no lo requieren;
las de la olfacción y audición. Spencer, en su punitivo examen de
los razonamientos de los metafísicos (Principios de psicología,
parte séptima, capítulo cuarto), ha razonado bien esa independencia
y la fortifica así, a los muchos renglones, con esta reducción
a lo absurdo: Quien pensare que el olor y el sonido tienen

por forma de intuición el espacio, fácilmente se convencerá de su
error con sólo buscar el costado izquierdo o derecho de un sonido
o con tratar de imaginarse u\n olor al revés.
Schopenhauer, con extravagancia menor y mayor pasión, había
declarado ya esa verdad. La música, escribe, es una tan inmediata
objetividad de la voluntad, como el universo (obra citada,
volumen primero, libro tercero, capítulo 52), Es postular que la
música no precisa del mundo.
Quiero complementar esas dos imaginaciones ilustres con una
mía, que es derivación y facilitación de ellas. Imaginemos que
el entero género humano sólo se abasteciera de realidades mediante
la audición y el olfato. Imaginemos anuladas así las percepciones
oculares, táctiles y gustativas y el espacio que éstas definen.
Imaginemos también —crecimiento lógico— una más afinada
percepción de lo que registran los sentidos restantes. La humanidad
—tan afantasmada a nuestro parecer por esta catástrofe seguiría
urdiendo su historia. La humanidad se olvidaría de que
hubo espacio. La vida, dentro de su no gravosa ceguera y su incorporeidad,
sería tan apasionada y precisa como la nuestra. De
esa humanidad hipotética (no menos abundosa de voluntades, de
ternuras, de imprevisiones) no diré, que entraría en la cascara
de nuez proverbial: afirmo que estaría fuera y ausente de todo
espacio

 

JOYCE-ULISES  205

Feo y fútil: cuello magro y cabello
enmarañado, y una mancha de tinta: la baba de
un caracol. Sin embargo alguna criatura lo
había amado, llevándolo en brazos y en el
corazón. Si no hubiera sido por ella, la raza del
mundo lo había aplastado con el pie: un caracol
sin huesos aplastado. Ella había amado la débil
sangre aguachenta de este niño, extraída de la
suya. ¿Era eso real, pues? ¿Lo único cierto de la
vida? El cuerpo postrado de su madre montó a
horcajadas el ardiente Columbanus en santo
celo. Ella no fue más:el esqueleto tembloroso de
una rama quemada por el fuego, un aroma de
palo de rosa y de cenizas húmedas. Lo había
salvado de ser pisoteado y desapareció,
habiendo sido apenas. Una pobre alma que
ascendió al cielo: y en el matorral, bajo las
estrellas parpadeantes, un zorro, rojo vaho de

rapiña en su piel, con claros ojos inclementes,
escarbaba la tierra, levantaba la tierra,
escuchaba, escarbaba y escarbaba.

VLADIMIR NABOKOV -205

Tenía una voz
como de gitana, una voz que te embrujaba... felicidad, una noche de verano, una
guitarra... aquella noche cantó sentada en un cojín en medio del suelo, y al cantar
achinaba los ojos... Acababa de declarársele... sí, la felicidad, una noche de verano,
una mariposa nocturna estrellándose contra el cielo. «Te entrego mi alma, te quiero
con pasión infinita...» «¡Qué horror! ¡Qué horror!», se repetía mientras caminaba
por la calle. La noche estaba templada, con un enjambre de estrellas. No sabía qué
camino tomar, le era indiferente. Probablemente ya había salido del baño y había
visto la nota. Anton Petrovich hizo una mueca de dolor al acordarse del guante. Un
guante recién estrenado flotando en una palangana llena. La visión de aquel objeto
maldito le llevó a emitir un grito que asustó a un transeúnte.