domingo, julio 21, 2013

QUE NO FALTE DE COMER.

 

  

Robert Graves
La Diosa Blanca

La planta tiene forma de cruz céltica; se entra por una puerta formada por un
dolmen en la base de un túnel. El túnel es un pasadizo estrecho;de unos sesenta pies de
longitud por el cual hay que arrastrarse a gatas. Conduce a una pequeña cámara circular
con una bóveda con retallos en forma de colmena de veinte pies de altura y tres
concavidades que forman los brazos de la cruz. Cuando se descubrió esta cueva en 1699
contenía tres grandes pilones vacíos de piedra en forma de barco y ,con rayas talladas en
los lados; dos esqueletos completos que yacían junto a un altar central; astas de ciervo,
huesos y nada más. Monedas de oro romanas del siglo IV a. de C., torques de oro y
restos de armas de hierro fueron descubiertos más tarde en el yacimiento del fuerte, no de la cueva. La fortaleza fue saqueada por los daneses, pero nada hay que pruebe que
ellos, u otros invasores anteriores, se llevaran de la cámara otros objetos funerarios. Las
losas de la entrada y del interior están decoradas con dibujos en espiral y hay un rayo
bifurcado tallado en un dintel. Puesto que los antiguos poetas dicen que cada fortaleza
en forma de túmulo era presidida por una hechicera, y puesto que, como se verá, los
Sidhe eran poetas tan hábiles que hasta los druidas se veían obligados a apelar a ellos
para obtener los hechizos que necesitaban, parece probable que la Caer Sidi original,
donde se hallaba la Caldera de la Inspiración, era un túmulo del tipo del de New
Grange. Pues esos túmulos eran fortalezas por arriba y tumbas por abajo. El hada
irlandesa «Banshee» es una Bean-Sidhe («Mujer de la Colina»); como sacerdotisa de los
grandes muertos se lamenta en profética anticipación siempre que alguien de sangre real
está a punto de morir. De un episodio del romance irlandés Fionn's Boyhood se deduce
que las entradas de esas cuevas sepulcrales quedaban abiertas en Samhain, la víspera del
Día de los Difuntos, que era celebrado también como fiesta de los difuntos en la Grecia
antigua, para permitir que las ánimas de los héroes salieran a tomar el aire; y que los
interiores eran iluminados hasta la aurora del día siguiente.En el lado este del túmulo, diametralmente frente a la entrada, se descubrió en
1901 una piedra con tres soles grabados, dos de ellos con los rayos encerrados en un
círculo como en una prisión, y el otro libre. Soore ellos hay otro sol mucho más tosco y
no encerrado, y sobre éste, entalladas a lo largo de una linea recta, las letras Oghámicas
B e I, que, como se explicará en seguida, son la primera y la última del antiguo alfabeto
irlandés, dedicadas respectivamente al Principio y a la Muerte. El caso es bastante claro:
los reyes sagrados de la Irlanda de la Edad del Bronce, que eran reyes solares de un tipo
muy primitivo a juzgar por las prohibiciones a que estaban sometidos y por el supuesto
efecto de su comportamiento en las cosechas y en la caza, eran enterrados bajo esos
túmulos, pero sus almas iban a «Caer Sidi», el castillo de Ariadna, a saber la Corona
Borealis. Por consiguiente, el irlandés pagano podía llamar a New Grange «Castillo en
espiral», y, girando el dedo índice como explicación, podía decir: «Nuestro rey ha ido al
Castillo en espiral», o sea: «ha muerto». Una rueda giratoria ante la puerta de un castillo
es común en las leyendas goidélicas. Según Keating, la fortaleza mágica de la hechicera
Blanaid en la isla de Man estaba protegida por una de esas ruedas y nadie podía entrar
hasta que se quedaba inmóvil. Frente a la entrada de New Grange hay una ancha losa
con espirales talladas, la cual forma parte del cerco de piedra. Las espirales son dobles:
seguid las líneas con el dedo de afuera a dentro y cuando lleguéis al centro encontraréis
el comienzo de otra espiral enrollada en dirección inversa que os sacará del laberinto.
Por consiguiente, el esquema simboliza la muerte y el renacimiento; aunque, según el
poema de Gwion titulado Preiddeu Annwn, «solamente siete han vuelto de Caer Sidi».

 

 

       

Miguel de Cervantes
DON QUIJOTE DE LA MANCHA

—La verdad sea —respondió Sancho—, que yo no he leído ninguna historia
jamás, porque ni sé leer ni escribir; mas lo que osaré apostar es que más
atrevido amo que vuestra merced yo no le he servido en todos los días de mi
vida, y quiera Dios que estos atrevimientos no se paguen donde tengo dicho.
Lo que le ruego a vuestra merced es que se cure, que le va mucha sangre de
esa oreja; que aquí traigo hilas y un poco de ungüento blanco en las alforjas.
—Todo eso fuera bien escusado —respondió don Quijote— si a mí se me
acordara de hacer una redoma del bálsamo de Fierabrás; que con sola una gota
se ahorraran tiempo y medicinas.
—¿Qué redoma y qué bálsamo es ese? —dijo Sancho Panza.
—Es un bálsamo —respondió don Quijote— de quien tengo la receta en
la memoria, con el cual no hay que tener temor a la muerte ni hay pensar morir
de ferida alguna. Y así, cuando yo le haga y te le dé, no tienes más que hacer
sino que, cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del
cuerpo, como muchas veces suele acontecer, bonitamente la parte del cuerpo
que hubiere caído en el suelo, y con mucha sotileza, antes que la sangre se
yele, la pondrás sobre la otra mitad que quedare en la silla, advirtiendo de
encajallo igualmente y al justo. Luego me darás a beber solos dos tragos del
bálsamo que he dicho y verasme quedar más sano que una manzana —Si eso hay —dijo Panza—, yo renuncio desde aquí el gobierno de la prometida
ínsula, y no quiero otra cosa en pago de mis muchos y buenos servicios,
sino que vuestra merced me dé la receta de ese estremado licor; que para mí
tengo que valdrá la onza, adondequiera, más de a dos reales, y no he menester
yo más para pasar esta vida honrada y descansadamente. Pero es de saber
ahora si tiene mucha costa el hacelle.
—Con menos de tres reales se pueden hacer tres azumbres —respondió
don Quijote
.

VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos

Beneficencia
Yo había heredado el estudio de un fotógrafo. Un lienzo de tintes violáceos seguía
todavía allí junto a la pared; mostraba una balaustrada y una urna blanquecina
contra el fondo de un jardín de contornos imprecisos. Y era una silla de mimbre la
que me acogía a mí aquella noche, como si yo también me encontrara en el umbral
de aquellas profundidades de acuarela, era yo el que pasé allí hora tras hora
pensando en ti, hasta que llegó la mañana. Unas cabezas de estuco revocado
empezaron a surgir gradualmente destacándose en la oscuridad, flotando por entre
la neblina de polvo. Una de ellas (casi tu retrato) estaba envuelta en un trapo
húmedo. Yo atravesé aquella cámara nebulosa —algo se rompió y crujió bajo mis
pies— y con el extremo de una larga barra, fui enganchando y corriendo hasta abrir
las negras cortinas que colgaban como jirones de algún estandarte roto a lo largo
del cristal inclinado. Cuando hube dejado que la mañana entrara —una mañana
desdichada y aviesa—, empecé a reírme sin saber por qué; quizá era simplemente
porque me había pasado la noche entera sentado en un sillón de mimbre, rodeado
de basura y de trozos de yeso de París, entre polvo de plastilina congelada,
pensando en ti.
Cada vez que se mencionaba tu nombre en mi presencia experimentaba el mismo
sentimiento: un golpe negro, perfumado, enérgico: ése era el movimiento de tus
brazos cuando te colocabas el velo. Hacía mucho tiempo que yo te amaba; por qué,
no lo sé. Teniendo en cuenta tus ardides engañosos y tus tretas salvajes, sabiendo
como sé que te pierdes y transiges en una ociosa melancolía.
Casualmente, no hace mucho encontré una caja de cerillas vacía en tu mesilla.
Sobre la misma había un menudo túmulo funerario de cenizas y la colilla de un
cigarrillo dorado —una colilla tosca, masculina. Te pedí una explicación. Te reíste
incómoda. A continuación te echaste a llorar y yo, perdonándolo todo, te abracé las
rodillas y apreté mis pestañas húmedas contra tu seda negra y suave.