sábado, enero 05, 2013

TORO DE NUBE

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Miguel de Cervantes
DON QUIJOTE DE LA MANCHA 738- 707=31

Tomases y otros doctores de la Iglesia, guardando en esto un decoro tan ingenioso
que en un renglón han pintado un enamorado distraído y en otro hacen
un sermoncico cristiano que es un contento y un regalo oírle o leerle! De todo
esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qué acotar en el margen ni qué
anotar en el fin ni menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al principio,
como hacen todos, por las letras del A B C, comenzando en Aristóteles y acabando
en Xenofonte y en Zoilo o Zeuxis, aunque fue maldiciente el uno y pintor
el otro. También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos
de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o
poetas celebérrimos. Aunque si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo
sé que me los darían, y tales que no les igualasen los de aquellos que tienen
más nombre en nuestra España. En fin, señor y amigo mío —proseguí—, yo
determino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la
Mancha hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan,
porque yo me hallo incapaz de remediarlas por mi insuficiencia y pocas
letras, y porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme buscando
autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. De aquí nace la suspensión
y elevamiento, amigo, en que me hallastes, bastante causa para ponerme en
ella la que de mi habéis oído.

      

Edgar Allan Poe
Obras en español   738- 542=196

Usted se da cuenta de la gran barrera en el camino de un escritor
norteamericano. Es leído, si lo es, prefiriéndolo al ingenio combinado y establecido del
mundo. Digo establecido, porque con la literatura sucede como con la ley o el imperio, un
nombre establecido es como un bien poseído, o un trono adquirido. Además, se podría
suponer que los libros, como sus autores, mejoran con los viajes, para nosotros, haber
atravesado el mar es una distinción muy grande. Nuestros anticuarios prefieren la distancia
al tiempo; hasta nuestros petimetres miran desde la encuadernación hasta las páginas
preliminares, donde los místicos caracteres que dicen Londres, París o Ginebra son
precisamente otras tantas cartas de recomendación.

 

PAUL AUSTER-TRILOGIA DE NEW YORK   180 *5=900-738=162

Hablé con los Dedmon, hablé con los editores de libros de arte para los que
trabajó Fanshawe, hablé con la mujer que se llamaba Anne (resultó que había sido su
novia), hablé con el productor de cine.
-Trabajos esporádicos -me dijo en un inglés con acento ruso-, eso es lo que
hacía. Traducciones, sinopsis de guiones, un poco de negro literario para mi mujer. Era
un chico listo, pero demasiado rígido. Muy literario, no sé si me entiende. Yo quise
darle una oportunidad de trabajar como actor, incluso le ofrecí darle clases de esgrima y
de equitación para una película que íbamos a hacer. Me gustaba su físico, pensé que
podríamos sacar partido de él. Pero no le interesó. Tengo otros huevos que freír, me dijo. Algo así. Da igual. La película produjo millones y ¿qué me importa a mí que el
chico no quisiera ser actor?
Allí había algo que valía la pena investigar, pero mientras estaba sentado con
aquel hombre en su monumental piso de la Avenue Henri Martin, esperando cada frase
de su historia entre llamadas telefónicas, de repente comprendí que no necesitaba oír
nada más. Había una sola pregunta importante, y aquel hombre no podía contestarla. Si
me quedaba y le escuchaba, me daría más detalles, más irrelevancias, otro montón de
notas inútiles. Llevaba demasiado tiempo fingiendo que iba a escribir un libro y poco a
poco había olvidado mi propósito. Basta, me dije, repitiendo conscientemente las
palabras de Sophie, basta de esto, y entonces me levanté y me fui.

JAMES JOYCE
ULISES                     738

El libro más hermoso que ha salido de
mi país en mis tiempos. Uno piensa en Homero.
Se detuvo al pie de la escalera.
—He concebido un drama para las
máscaras —dijo solemnemente.

El vestíbulo de columnas moriscas,
sombras entrelazadas. Terminada la danza
morisca de los nueve hombres con bonetes de
índices.
Con una voz dulcemente modulante Buck
Mulligan leyó su tablilla:
Todo hombre su propia espos o
Una luna de miel en la mano
(una inmoralidad nacional en tres
orgasmos) por
Huevoso Mulligan

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Roberto Bolaño
2666                     738

Él estaba allí, recordó,
en la carretera, con el sheriff y un compañero del FBI, y
el coche se detuvo un momento, tal vez porque uno de los tres
tenía que bajarse a orinar, y entonces lo vio. Colores vivos en el
oeste, colores como mariposas gigantescas danzando mientras
la noche avanzaba como un cojo por el este. Vámonos, jefe,
dijo el taxista, no abusemos de la suerte.
¿Y tú qué pruebas tienes, Klaus, para afirmar que los Uribe
son los asesinos en serie?, dijo la periodista de El Independiente de Phoenix. En la cárcel todo se sabe, dijo Haas. Algunos periodistas
hicieron gestos afirmativos con la cabeza. La periodista
de Phoenix dijo que eso era imposible. Sólo es una leyenda,
Klaus. Una leyenda inventada por los reclusos. Un sustituto falaz
de la libertad. En la cárcel uno sabe lo poco que llega a la
cárcel, sólo eso. Haas la miró con rabia. He querido decir, dijo,
que en la cárcel se sabe todo lo que pasa en los márgenes de la
ley. Eso no es verdad, Klaus, dijo la periodista. Es cierto, dijo
Haas. No, no lo es, dijo la periodista. Eso es una leyenda urbana,
un invento de las películas.

   

 

VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos     738-605=133

En el vagón restaurante que había quedado atrás bajo la bóveda de una estación
donde debería aguardar a la mañana para volver a ponerse en camino en dirección
a Francia, los camareros limpiaban y recogían los manteles. Luzhin terminó y se
quedó en la puerta abierta a la entrada del vagón. La estación estaba oscura y
desierta. En la distancia lucía una lámpara como si fuera una estrella húmeda que
atravesara una nube gris de humo. El torrente de raíles brillaba todavía levemente.
Seguía sin entender por qué el rostro de aquella anciana del bocadillo le había
trastornado tan profundamente. Todo lo demás estaba claro, sólo aquel punto
concreto permanecía oscuro.
Max, el pelirrojo de nariz afilada, salió a la puerta. Se puso a barrer el suelo. Se dio
cuenta de que había un brillo de oro en una esquina. Se agachó. Era un anillo. Lo
escondió en el bolsillo de su chaleco y miró furtivamente para asegurarse de que
nadie lo había visto. La espalda de Luzhin seguía inmóvil en la misma puerta. Max
sacó el anillo con cuidado; a la débil luz distinguió una palabra y unos números
grabados en el interior. Debe de ser chino, pensó. En realidad la inscripción decía:
«1-VIII-1915, ALEKSEY». Se volvió a meter el anillo en el bolsillo.

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Dan Brown El código Da Vinci  738-413=315

—Para terminar —dijo Langdon acercándose a la pizarra—, volvamos a
los símbolos. —Dibujó las cinco líneas secantes que formaban una estrella
de cinco puntas—. Este símbolo es una de las imágenes más importantes
que veréis durante este curso. Formalmente conocido como «pentagrama», o pentáculo, como lo llamaban los antiguos, muchas culturas lo consideran
tanto un símbolo divino como mágico. ¿Alguien sabría decirme por qué?
Stettner, el alumno de matemáticas, levantó la mano.
—Porque al dibujar un pentagrama, las líneas se dividen
automáticamente en segmentos que remiten a la Divina Proporción.
Langdon movió la cabeza hacia delante en señal de aprobación.
—Muy bien. Pues sí, la razón de todos los segmentos de un pentáculo
equivale a Phi, por lo que el símbolo se convierte en la máxima expresión de
la Divina Proporción. Por ello, la estrella de cinco puntas ha sido siempre el
símbolo de la belleza y la perfección asociada a la Diosa y a la divinidad
femenina.
Las alumnas sonrieron, complacidas.

 

 

 

 

viernes, enero 04, 2013

LA CENA ESTA SERVIDA O DE TOLEDO A NEWYORK

 

   leonardolaultimacena  2013-01-04 18.48.28           

 

Roberto Bolaño
2666       125

Los zapatos de la enfermera eran
blancos. Los zapatos de Pelletier y Espinoza eran negros. Los
zapatos de Morini eran marrones. Los zapatos de Johns eran
blancos y estaban hechos para correr grandes distancias, ya fuera
en el pavimento de las calles de una ciudad como a campo través. Eso fue lo último que vio Pelletier, el color de los zapatos
y su forma y su quietud, antes de que la noche los sumergiera
en la nada fría de los Alpes.
–Le diré por qué lo hice –dijo Johns, y por primera vez su
cuerpo abandonó la rigidez y el porte erguido, marcial, y se inclinó
y se acercó a Morini y le dijo algo al oído.

GAO XINGJIAN
LA MONTAÑA DEL ALMA 125

Urgido por las ganas de orinar, me levanto y, a la luz del farol que llevo en la mano, me pongo
de nuevo los zapatos. Retiro la tabla que bloquea la puerta hecha con palos. La puerta cruje
violentamente al abrirse, empujada por el viento. El farol no ilumina más que un círculo a mis pies
en la negra cortina de la noche. Doy dos pasos y me desabrocho el pantalón, cuando veo de repente,
al levantar la cabeza, una sombra de diez metros de alto alzarse delante de mí. Lanzo un grito y a
punto estoy de tirar el farol. La sombra inmensa se mueve al mismo ritmo que yo. Imagino que se trata de «la sombra del demonio» mencionada en la Monografía de la montaña Fanjing. Agito mi
farol, la sombra se mueve también. Es en realidad mi sombra proyectada en la noche.
El campesino que me sirve de guía ha salido al oír ruido, hacha en mano. No me he recuperado
aún del todo y no puedo articular palabra. Entre murmullos, agito el farol para indicárselo. También
él pega un grito y se apodera del farol. Dos sombras inmensas se perfilan entonces contra la cortina
negra de la noche y danzan al ritmo de nuestros gritos. ¡Qué estupefacción sentirse aterrado por uno
mismo, y con más razón por la propia sombra! Igual que dos niños, orinamos danzando para hacer
saltar la demoníaca sombra. Y también para calmarnos, para reconfortar nuestros conturbados
espíritus

 

JAMES JOYCE
ULISES 125

El perro gruñó corriendo
hacia ellos, se irguió hacia ellos y los manoteó,
dejándose caer sobre sus cuatro patas,
enderezándose de nuevo con mudas caricias
ásperas. Ternura ignorada los siguió hacia la
arena seca, un andrajo de lengua de lobo
jadeando roja de sus quijadas. Su cuerpo
manchado amblaba delante de ellos, saltando
luego con galope de ternero. El cadáver se
hallaba en su camino. Se detuvo, olfateó,
anduvo a su alrededor, a hurtadillas, un
hermano, husmeando más cerca dio otra vuelta
alrededor, olfateando rápidamente como
conocedor todo el pellejo revolcado del perro
muerto. Cráneo de perro, olfateo de perro, ojos sobre el suelo, se mueve hacia un gran objetivo.
¡Ah, pobre cuerpo de perro! Aquí yace el cuerpo
del pobre cuerpo de perro.

La vida y la muerte me
están desgastando                MO YAN

mi padre me contó algunas historias
relacionadas con la rueda de la transmigración. Me habló de un hombre que
soñaba que su padre fallecido le decía:
—Hijo, voy a regresar reencarnado en un buey. Mañana volveré a
nacer.
Al día siguiente, tal y como había prometido, la vaca de la familia
parió un ternero. Pues bien, el hombre se ocupó especialmente de cuidar a
ese joven macho, que un día sería un buey, su «padre». No le colocó un
anillo en la nariz ni le puso un ronzal.
—Vamos, Padre —le decía cuando salían al campo.
Después de un duro día de trabajo, solía decirle: —Es
hora de descansar, Padre.
Y entonces el buey descansaba. En ese punto del relato, mi padre se
detuvo, para disgusto mío. ¿Qué había pasado? Después de dudar unos
instantes, dijo:
—No estoy seguro de que deba contar a un niño este tipo de cosas, pero
seguiré adelante. Aquel buey tuvo un «encuentro consigo mismo» —más
tarde, me enteré de que un «encuentro consigo mismo» significaba una
masturbación—, que fue presenciado por la señora de la casa. «Padre», dijo,
«¿cómo puedes hacer una cosa así? Deberías avergonzarte». El buey se giró
y embistió con su cabeza contra la pared, muriendo al instante. Ah... Mi
padre lanzó un largo suspiro.Un aluvión de invitados solicita la
participación en la comuna
La agricultura independiente consume
a un defensor distinguido

Edgar Allan Poe
Obras en español      125

Entonces… ¿cree por fin? – inquirió -. ¿Cree por fin en la bosibilidad de lo
extraño?
Asentí nuevamente con la cabeza.
- ¿Y cree en mí, el Ángel de lo Singular?
Asentí otra vez.
- ¿Y reconoce que usted es un borracho berdido y un estúbido?
Una vez más dije que sí.
- Bues, pien, bonga la mano terecha en el polsillo izquierdo te los bantalones, en
señal de su entera sumisión al Ángel de lo Singular.
Por razones obvias me era absolutamente imposible cumplir su pedido. En primer
lugar, tenía el brazo izquierdo fracturado por la caída de la escala y, si soltaba la mano derecha de la soga, no podría sostenerme un solo instante con la otra. En segundo término,
no disponía de pantalones hasta encontrara al cuervo. Me vi, pues, precisado, con gran
sentimiento, a sacudir negativamente la cabeza, queriendo indicar con ello al ángel que en
aquel instante me era imposible acceder a su muy razonable demanda. Pero, apenas había
terminado de moverla, cuando…
- ¡Fáyase al tiablo, entonces! – rugió el Ángel de lo Singular.
Y al pronunciar dichas palabras dio una cuchillada a la soga que me sostenía, y
como esto ocurría precisamente sobre mi casa (la cual, en el curso de mis peregrinaciones,
había sido hábilmente reconstruida), terminé cayendo de cabeza en la ancha chimenea y
aterricé en el hogar del comedor.
Al recobrar los sentidos – pues la caída me había aturdido terriblemente -
descubrí que eran las cuatro de la mañana. Estaba tendido allí donde había caído del globo.
Tenía la cabeza metida en las cenizas del extinguido fuego, mientras mis pies reposaban en
las ruinas de una mesita volcada, entre los restos de una variada comida, junto con los
cuales había un periódico, algunos vasos y botellas rotos y un jarro vacío de Kirschenwasser
de Schiedam. Tal fue la venganza del Ángel de lo Singular.

    2013-01-02 11.59.21

Robert Graves
La Diosa Blanca             125

El Dioniso de la Vid tampoco tenía padre en un tiempo. Su nacimiento parece
haber sido el de un Dioniso anterior, el dios Hongo, pues los griegos creían que los
hongos y las setas eran engendrados por el rayo, y no nacían de una semilla como las
otras plantas. Cuando los tiranos de Atenas, Corinto y Sición legalizaron el culto de
Dioniso en sus ciudades, limitaron las orgías, según parece, reemplazando el vino por
setas; así el mito del Dioniso de la Seta se unió al del Dioniso de la Vid, que ahora
figuraba como hijo de la tebana Semele y de Zeus, Señor del Rayo. Pero Semele era
hermana de Agave, que arrancó la cabeza de su hijo Penteo en un arrebato dionisíaco.
Para el culto Gwion tanto el Dioniso de la Vid como el del Cereal eran
reconociblemente Cristo, Hijo de Alpha, es decir hijo de la letra A:
El trigo abundante en grano.
y el vino que fluye rojo
hacen el cuerpo puro de Cristo,
el hijo de Alpha.
Según el talmúdico Targum Yerushalmi sobre Génesis, ll, 7, Jehová tomó polvo
del centro de la tierra y de todas partes de la tierra y lo mezcló con las aguas de todos
los mares para crear a Adán. El ángel Miguel recogió el polvo. Como los rabinos judíos
preferían alterar en vez de destruir las tradiciones antiguas que parecían perjudicar a su
nuevo culto del Jehová trascendente, tal vez postularon una fábula original en la que
Michal (no Miguel) de Hebrón, la diosa de la que David tomó su título de rey por medio
del casamiento con su sacerdotisa, fue la creadora de Adán. David se casó con Michal
en Hebrón, y a Hebrón se le puede llamar el centro de la tierra, por su posición cerca de
la unión de dos mares y los tres antiguos continentes. Esta identificación de Michal con
Miguel parecería forzada si no fuera porque el nombre de Miguel aparece solamente en
los escritos!posueriores al exilio y, por consiguiente, no forma parte de la antigua
tradición judía, y porque en Un discurso sobre María de Cirilo de Jerusalén, publicado
por Budge en sus Miscellaneous Coptic Texts, aparece este pasaje:

En el Evangelio para los Hebreos (un evangelio perdido de los
ebionitas, supuestamente el original del de San Mateo) se dice que
cuando Cristo quiso venir a la Tierra para vivir entre los hombres, el
Buen Padre llamó a una potestad poderosa del Cielo llamada Miguel y
puso a Cristo a su cargo. Y la potestad descendió a la Tierra y se llamó
María, y Cristo estuvo en su seno siete meses, después de los cuales ella
lo dio a luz...

John Kennedy Toole

La conjura
de los necios           125

¡Magnífico! El coro puede empezar ya a cantar.

La dama afecta a los espirituales sopló una flauta y los integrantes del coro comenzaron a cantar vigorosamente: «Oh, Jesús, camina a mi lado/Así siempre, siempre estaré satisfecho».—Es una canción muy conmovedora, realmente —comentó Ignatius. Luego gritó—: ¡Adelante!

La formación obedeció tan de prisa, que, antes de que Ignatius pudiera añadir nada más, ya había salido la enseña de la fábrica y subía las escaleras hacia la oficina.—¡Alto! —gritó Ignatius—. Alguien tiene que ayudarme a bajar de la mesa.

Oh, Jesús, sé mi amigo

Hasta el fin, hasta el fin, sí.

Coge mi mano

Y seré dichoso

Sabiendo que Tú caminas

Oyendo mi voz.

No me quejo

Aunque llueva

Cuando estoy con Jesús.

—¡Alto! —gritó Ignatius frenéticamente, viendo cómo la última fila del batallón cruzaba la puerta—. ¡Volved inmediatamente aquí!Pero la puerta se cerró. Ignatius se agachó y se colocó a cuatro patas y fue gateando hasta el borde de la mesa. Luego, giróse y, tras maniobrar largo rato con sus extremidades, logró sentarse al borde. Comprobado que sus pies se columpiaban a sólo unos centímetros del suelo, decidió arriesgarse al salto. Al apartarse de la mesa y aterrizar en el suelo, deslizósele la cámara del hombro, y golpeó el cemento con un estruendo quebrado v sordo. Destripada, derramáronse por el suelo sus fílmicas entrañas. Recogióla Ignatius y accionó el pulsador destinado a ponerla en marcha, pero nada pasó.Tú, Jesús, me pagas la fianza Cuando me meten en la cárcel. Oh, sí, Tú me das siempre Una razón para vivir.—¿Pero qué cantan esos dementes? —preguntó Ignatius a la vacía fábrica, mientras iba embutiendo metros y metros de película en el bolso.

Tú nunca me haces daño,

Tú nunca, nunca, nunca me abandonas.

Yo nunca peco

Y gano siempre

Ahora que tengo a Jesús.

Ignatius, con una estela de película desenrollada, se lanzó hacia la puerta y entró en la oficina. Las dos mujeres desplegaban estólidas la parte posterior de la manchada sábana ante el señor González, que estaba confundidísimo. Los miembros del coro, con los ojos cerrados, cantaban compulsivos, perdidos en su mundo melódico. Ignatius atravesó el batallón que remoloneaba benigno en los márgenes de la escena, hacia el escritorio del jefe administrativo.La señorita Trixie le vio y preguntó:

—¿Qué pasa, Gloria? ¿Qué hace aquí la gente de la fábrica?

—Corra ahora que puede, señorita Trixie —dijo Ignatius muy serio.

Oh, Jesús, Tú me das paz,

Tú alejas a la policía.

No puedo oírte, Gloria —-gritó la señorita Trixie, agarrándole del brazo—. ¿Esto es una comedia de negros?

—¡Vaya a colgar sus carnes flácidas en el retrete! —gritó brutal Ignatius.

 

2012-12-03 13.15.01  2012-12-03 13.08.02 

 

 

 

DORADA ALA ESPALDA

 

 

         

GAO XINGJIAN
LA MONTAÑA DEL ALMA             123

¿Hablar otra vez del fuego? ¿Ese niño rojo con el culo al aire?
Lo que tú quieras.
Tú dices entonces que ese genio del fuego, Zhurong, el niño rojo, era el dios de esta gran
montaña. Al pie del monte Hurí, el templo del genio del fuego fue dejado en estado de abandono,
los hombres habían olvidado hacer sacrificios allí, utilizaban el aguardiente y la carne para su uso
personal. El dios olvidado por todos montó en cólera y cuando tu bisabuelo...
¿Por qué no continúas?
La noche de su muerte, mientras todo el mundo estaba profundamente dormido, una luz
resplandeciente inundó la oscura montaña. Cuando el viento lanzó unas ráfagas de olor a quemado,
las gentes comenzaron a ahogarse en pleno sueño y se levantaron a todo correr. A la vista del fuego,
se quedaron desconcertados. Por la mañana, la humareda lo había invadido todo, era ya demasiado
tarde para partir. Los animales salvajes, presa del pánico, huían delante del fuego; los tigres, los
leopardos, los jabalíes, los lobos se refugiaban en confuso desorden en el torrente. Únicamente sus
aguas impetuosas impedían al fuego progresar. La multitud concentrada en la orilla para contemplar
el incendio vio de repente volar una gran ave roja de nueve cabezas. Echando fuego, con su larga
cola dorada desplegada, lanzando un grito semejante a los vagidos de un recién nacido, desapareció
en los cielos. Unos árboles seculares gigantescos eran propulsados al aire cual plumas, luego
volvían a caer en la hoguera emitiendo grandes crujidos...En sueños, veo el acantilado abrirse detrás de mí crujiendo, entre las piedras se recorta el cielo
gris perla, bajo el cielo, una callejuela, desierta y tranquila, a un lado la puerta de un templo, sé que
por ella se entra al gran templo, no está nunca abierta, en la entrada hay tendida una cuerda de
nailon donde hay puestas a secar unas ropas de niño, reconozco este lugar, he venido ya antes aquí,
es el templo de los Dos Reyes del distrito de Guan, me paseo por el dique que separa las aguas del
río que espumea bajo mis pies, en la orilla opuesta las ruinas de otro templo desacralizado, he
querido entrar en él, pero no he encontrado la puerta, tan sólo he visto las serpientes marinas
reptando por los negros y curvos aleros que sobrepasan con creces los muros del patio, agarrándome
a un cable avanzo un poco, en la margen blanca del río un hombre está pescando, quiero ir hacia él,
el agua sube, no puedo sino retroceder, las aguas me rodean por todas partes, yo, en medio, vuelvo
otra vez a ser un niño, yo, en este instante, de pie delante de esta entrada, me veo a mí mismo de
niño, llevo unos zapatos de tela, no puedo avanzar ni retroceder, sobre el empeine de mis zapatos
hay unos botones de tela

                  

PAUL AUSTER
La trilogía
de Nueva York   123

Tampoco quiero exagerar. Aunque Fanshawe y yo acabamos teniendo algunas
diferencias, lo que más recuerdo de nuestra infancia es la pasión de nuestra amistad.
Éramos vecinos y nuestros jardines sin valla divisoria se unían en una ininterrumpida
extensión de césped, grava y tierra, como si perteneciéramos a la misma casa. Nuestras
madres eran intimas amigas, nuestros padres jugaban juntos al tenis, ninguno de los dos
tenía ningún hermano: condiciones ideales por lo tanto, sin nada que se interpusiera
entre nosotros. Nacimos con menos de una semana de diferencia, y cuando éramos
bebés estábamos siempre juntos en el jardín, explorando la hierba a cuatro patas,
arrancando las flores, poniéndonos de pie y dando nuestros primeros pasos el mismo
día. (Hay fotografías que documentan esto.) Más tarde aprendimos juntos a jugar al
béisbol y al fútbol en el jardín trasero. Construimos nuestros fuertes, jugamos nuestros
juegos, inventamos nuestros mundos en aquel jardín, y luego vinieron los paseos por la
ciudad, las largas tardes en bicicleta, las interminables conversaciones.

 

   

Lolita
Vladimir Nabokov           123

Nuestra cabaña estaba en la
cima arbolada de una colina, y desde nuestra ventana podía verse el camino que
serpeaba hacia abajo y después corría entre dos filas de castaños derecho como
la raya del pelo, hacia la bonita ciudad, singularmente nítida y como de juguete a
la distancia en esa mañana pura. Podía distinguir a una niña-elfo sobre una
bicicleta-insecto, y un perro, quizá demasiado grande en proporción, tan
preciosos como peregrinos con sus mulas que ascienden por pálidos caminos de
cera en los cuadros antiguos, con personajes minúsculos rojos y colinas azules.
Tengo el gusto europeo de valerme de mis propios pies cuando es posible
prescindir del automóvil, y caminé despaciosamente, topándome durante mi
marcha con la ciclista –una niña fea y rechoncha con trenzas, seguida de un
inmenso San Bernardo con órbitas como pensamientos–. En Kasbeam, un
peluquero decrépito me cortó el pelo de manera harto mediocre. Parloteaba
acerca de un hijo suyo jugador de béisbol, y a cada estallido me escupía en el
cuello; de cuando en cuando se limpiaba los anteojos en mi delantal o
interrumpía sus trémulos tijeretazos para exhibir recortes doblados de diarios
amarillentos. Yo estaba tan distraído que me sobresalté al comprender, mientras
él me enseñaba una fotografía sobre un caballete, en medio de las viejas
lociones grisáceas, que el joven jugador de béisbol había muerto treinta años
antes
.

 

Miguel de Cervantes
DON QUIJOTE DE LA MANCHA            123

 

dame acá la
mano y atiéntame con el dedo, y mira bien cuántos dientes y muelas me faltan
deste lado derecho de la quijada alta, que allí siento el dolor.
Metió Sancho los dedos y, estándole tentando, le dijo:
—¿Cuántas muelas solía vuestra merced tener en esta parte?
—Cuatro —respondió don Quijote—, fuera de la cordal, todas enteras y
muy sanas.—Mire vuestra merced bien lo que dice, señor —respondió Sancho.
—Digo cuatro, si no eran cinco —respondió don Quijote—, porque en
toda mi vida me han sacado diente ni muela de la boca, ni se me ha caído, ni
comido de neguijón ni de reuma alguna.
—Pues en esta parte de abajo —dijo Sancho—, no tiene vuestra merced
más de dos muelas y media, y, en la de arriba, ni media ni ninguna, que toda
está rasa como la palma de la mano.
—¡Sin ventura yo! —dijo don Quijote, oyendo las tristes nuevas que su
escudero le daba—, qué más quisiera que me hubieran derribado un brazo,
como no fuera el de la espada; porque te hago saber, Sancho, que la boca sin
muelas es como molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un diente
que un diamante. Mas a todo esto estamos sujetos los que profesamos la
estrecha orden de la caballería. Sube, amigo, y guía, que yo te seguiré al paso
que quisieres.