viernes, marzo 23, 2012

UNA SOMBRA EN LA CARRETERA

         

VLADIMIR NABOKOV-LOLITA  188

La luna estaba amarilla sobre el cantor de pañuelo al cuello, y su
dedo estaba sobre la cuerda desafinada y su pie sobre un tronco de pino. Y yo
había rodeado inocentemente con mi brazo los hombros de Lo y había
aproximado mi mandíbula a su sien, cuando dos harpías detrás de nosotros
empezaron a murmurar las cosas más extrañas. Ignoro si entendí bien, pero lo
que creí entender me hizo retirar mi mano acariciadora y, desde luego, el resto
de la película fue ininteligible para mí.

Otro sobresalto que recuerdo está relacionado con un pueblecito que
atravesamos una noche, durante el viaje de regreso.

Corría velozmente a través de la ciudad dormida, siguiendo mi ritmo de la carretera,
cuando dos patrulleros enfocaron mi automóvil con sus buscahuellas y me
ordenaron que me apeara. Chisté a Lo, que seguía automáticamente sus
imprecaciones. Los hombres nos escrutaron a los dos con malévola curiosidad.
Lolita, de súbito toda hoyuelos, les sonrió dulcemente como nunca sonreía a mi
orquídea masculinidad. Pues en cierto sentido, Lo temía la ley aún más que yo y
cuando los amables oficiales nos perdonaron y subimos al automóvil servilmente,
sus párpados se cerraron y fluctuaron, en un remedo de absoluta postración.

Debo hacer aquí una curiosa confesión. El lector reirá, pero debo decir que
en verdad nunca pude saber con exactitud cuál era mi situación legal. Y aún no
la conozco. Oh, me he enterado de algunos pormenores. Alabama prohibe que el
tutor cambie el domicilio del menor sin orden del tribunal; Minnesota, ante la que
me quito el sombrero, prescribe que cuando un pariente se hace cargo de la
custodia permanente de cualquier menor de catorce años, la autoridad de un
tribunal es improcedente. Pregunta: ¿el padrastro de una encantadora niña
sollozante –un padrastro con sólo un mes de parentesco, un viudo neurótico de
años maduros y medios moderados pero independientes, con los parapetos de
Europa, un divorcio y unos cuantos manicomios en su haber– puede considerarse
un verdadero pariente y, así, un tutor natural? De lo contrario, ¿debía, podía yo,
razonablemente, atreverme a notificar a algún departamento de Bienestar
Público y elevar una petición (pero cómo se eleva una petición) para que un
agente del tribunal investigara al manso y evasivo Humbert y a la peligrosa
Dolores Haze? Los muchos libros sobre matrimonio, violación, adopciones, etc.,
que consulté culpablemente en las bibliotecas públicas de ciudades grandes y
pequeñas nada me dijeron, aparte de insinuarme oscuramente que el Estado es
el tutor máximo de todos los menores.

Pilvin y Zapel, si recuerdo bien sus
nombres, en un impresionante volumen sobre el aspecto legal del matrimonio,
ignoran completamente a los padrastros con niñas huérfanas en sus manos y
rodillas.

JOYCE-ULISES  188

El gran San Bernardo decía en su famosa
plegaria a María, el poder intercesorio de la piadosísima Virgen que nunca en todos los tiempos se
había sabido que quien imploraba su protección poderosa fuera jamás abandonado por ella.
Los mellizos jugaban ahora de nuevo muy alegremente porque las complicaciones de la niñez son tan pasajeras
como los chaparrones de verano. Cissy Caffrey jugaba con el bebé Boardman hasta que éste balbució
de regocijo, palmoteando al aire. Pío exclamaba ella detrás de la capota del carrito y Edy preguntaba
dónde se había ido Cissy y entonces Cissy asomó de repente la cabeza y exclamó ¡tras! y, vamos ¡hay que
ver lo que se divertía el chavalín! Y entonces le pedía que dijera papá.
-Di papá, nene. Di pa pa pa pa pa pa pa.
Y el bebé haciendo lo imposible por decirlo porque era muy inteligente para once meses todo el mundo
lo decía y grande para su edad y un dechado de salud, la cosa más linda que se pueda uno echar a los ojos,
y desde luego que llegaría a ser algo grande, decían.
-Ajo ya ya ajo.
Cissy le limpió la boquita con el babero y quiso hacer que se sentara derecho y que dijera pa pa pa pero
cuando le desató la correa exclamó, san Antonio bendito, estaba empapado y había que darle la vuelta a la
media manta que tenía debajo. Desde luego que su majestad el bebé estuvo muy protestón mientras se realizaban
las labores de aseo y se lo hizo saber a todo el mundo:
Jabaa baaaajabaaa baaaa.
Y dos lagrimones enormes adorables corriéronle por las mejillas. No había manera de apaciguarlo con
no, nene, mi niño, no y decirle arre, arre borriquito y dónde estaba el chacachá pero Ciss, siempre atenta, le
puso en la boca la tetilla del biberón y el pequeño granujilla rápidamente se tranquilizó.
Gerty hubiera dado algo porque se llevaran de una vez de allí al niño berreón a casa que la estaba poniendo
enferma, no era hora de estar en la calle, y a los mocosillos de los mellizos. Y contempló el mar lejano.
Era como las pinturas que aquel hombre solía hacer en la acera con todas sus tizas de colores y qué
pena dejarlas además allí para que se borraran del todo, la noche y las nubes que llegaban y el faro de Bailey
en Howth y oír una música como ésa y el perfume del incienso que quemaban en la iglesia como una
especie de ráfaga.

Y al mirar su corazón se puso que se le salía por la boca. Sí, era a ella a quien miraba, y
había intención en su mirada. Sus ojos la quemaban como si quisieran sondearla en toda su extensión, leer
hasta en su alma

 

Francisco Umbral
Nada en el domingo  188

Instalado el motorista borracho en la Unidad
de Vigilancia Intensiva, enchufado de cables y tubos por todos los orificios del cuerpo, más los
agujeros que le hacen nuevos, viviendo la vida científica y computarizada de los muertos con los

que la medicina se prolonga más allá de sí misma, Hans se va a telefonear a un pasillo.
—¿Cherezade? Soy Hans. Cuando llegue don Boleslao, un señor de unos cincuenta, con poco
pelo y gafas, que ha estado ahí conmigo esta tarde, que lo envíen aquí a la Paz, a la uvi. Eso es, sí, a
la uvi, no, tranquilo, Gaetano, no pasa nada. Un choque de domingo, ya sabes.

jueves, marzo 22, 2012

UN MAL DIA PARA EL AGUA

 

             

VLADIMIR NABOKOV-OBRAS COMPLETAS 272

El cochero Stepan, un anciano taciturno que iba vestido con un chaleco sin mangas
de terciopelo negro sobre una camisa rusa de color carmesí, llevaba la barba teñida
y mostraba un cuello muy moreno marcado por finas arrugas. A Peter le daba
vergüenza no hablar con él, sentado como estaba a su lado; y consecuentemente
fijaba su mirada en el varal central o en las huellas, mientras trataba de encontrar
una pregunta inteligente o una observación acertada. De tanto en tanto, uno de los
caballos hacía amago de levantar la cola, en cuya base tensa aparecía un bulbo de
carne hinchado, que se apretaba hasta dejar salir un globo pardo, luego otro, y más
tarde un tercero, tras lo cual los pliegues negros de la piel se volvían a cerrar y la
cola volvía a su sitio.

LA SOMBRA DE LA LUNA-M.M.KAYE  272

No era el cuerpo de una cabra blanca lo que yacía  sobre la piedra plana,ensangrentada y ennegrecida,al pie del brasero llameante,sino el cuerpo desnudo de un niño.Alex tuvo la fugaz visión de unos cabellos rubios y de una boca abierta en el ultimo grito de terror sobre el corte escarlata del cuello rajado.El niño no tendría más de tres o cuatro años y su cuerpecito aparecía sorprendentemente blanco sobre la oscura piedra y la roja sangre.

Roberto Bolaño

Los detectives salvajes  272

Según Hugh, él pensó que la intención del vigilante era zambullirse en el río. Pero lo más probable, dijo Hugh, era que se zambullera en una piedra, que en esa parte abundaban, o que tropezara contra el tronco caído de un árbol, o que terminara incrustado en algunos matorrales. Cuando llegaron abajo encontraron al vigilante sentado en la hierba, esperándolos. Y aquí viene lo más extraño, dijo Hugh, al acercarme por detrás él se dio la vuelta a gran velocidad y en menos de un segundo yo estaba en el suelo, el vigilante encima de mí y sus manos me apretaban la garganta. Según Hugh, todo fue tan rápido que ni tiempo tuvo para sentir miedo, pero lo cierto es que el vigilante lo estaba estrangulando y los dos españoles se habían alejado y no podían verlo ni escucharlo y además a él, con las manos del vigilante alrededor del cuello (unas manos tan diferentes a las que entonces teníamos Hugh y yo, llenas de cortes) no le salía ni un solo sonido de la garganta, no era capaz ni siquiera de gritar socorro, se había quedado mudo.

 

 

 

Leonie Swann
LAS OVEJAS DE
GLENNKILL            272

Después hurgó con el tenedor en
la ensalada y pinchó un minúsculo tomate entero: las ovejas se
quedaron asombradas; nunca habían visto un tomate tan pequeño.
Hasta los esmirriados tomates del huerto de George (nunca se le
había dado especialmente bien cultivar tomates) eran enormes en
comparación con aquellos minitomates. Pero olía como uno
grande. Y desapareció con una rapidez alarmante entre los
inmaculados dientes de la mujer de rojo.
Ahora que Beth había arrancado a hablar no había quien la
parara.
—No es un asesinato práctico, ¿comprende? No es de esos
que se ven por televisión, los que son por dinero o poder. He estado
pensando mucho en ello, y lo presiento. ¿Sabe?, yo reparto estos
cuadernillos, unos textos magníficos sobre la buena nueva, y
cuando una lleva haciéndolo lo bastante, adquiere un olfato especial
para los hombres. Puede que ellos se rían de mí, pero yo tengo
ese olfato.
La voz de Beth, que ya no sonaba como la voz de Beth,
temblaba. La mano de la mujer, que en ese momento se llevaba a
la boca dos tomatitos con el tenedor, no temblaba.
—Podría contarle cosas... Le diré que en este asesinato están

mezcladas las almas. La culpa. Quienquiera que lo haya cometido
sabía distinguir entre el bien y el mal, pero no tuvo el valor de
hacer el bien. Es horrible que alguien no tenga el valor de hacer el
bien, tan horrible que una quisiera coger un cuchillo y acabar con
la propia debilidad. Con un cuchillo, sí... Pero la debilidad sigue
ahí, y llega un momento en que uno no ve otra posibilidad que
aniquilar la fortaleza. Aniquilar aquello que no se puede alcanzar:
ése es el peor pecado del hombre. Dios me asista.

 

 

 

miércoles, marzo 21, 2012

LA REINA DE LAS HORMIGAS

      

VLADIMIR NABOKOV-LOLITA  233

Nuestra cabaña estaba en la
cima arbolada de una colina, y desde nuestra ventana podía verse el camino que
serpeaba hacia abajo y después corría entre dos filas de castaños derecho como
la raya del pelo, hacia la bonita ciudad, singularmente nítida y como de juguete a
la distancia en esa mañana pura. Podía distinguir a una niña-elfo sobre una
bicicleta-insecto, y un perro, quizá demasiado grande en proporción, tan
preciosos como peregrinos con sus mulas que ascienden por pálidos caminos de
cera en los cuadros antiguos, con personajes minúsculos rojos y colinas azules.
Tengo el gusto europeo de valerme de mis propios pies cuando es posible
prescindir del automóvil, y caminé despaciosamente, topándome durante mi
marcha con la ciclista –una niña fea y rechoncha con trenzas, seguida de un
inmenso San Bernardo con órbitas como pensamientos–. En Kasbeam, un
peluquero decrépito me cortó el pelo de manera harto mediocre. Parloteaba
acerca de un hijo suyo jugador de béisbol, y a cada estallido me escupía en el
cuello; de cuando en cuando se limpiaba los anteojos en mi delantal o
interrumpía sus trémulos tijeretazos para exhibir recortes doblados de diarios
amarillentos. Yo estaba tan distraído que me sobresalté al comprender, mientras
él me enseñaba una fotografía sobre un caballete, en medio de las viejas
lociones grisáceas, que el joven jugador de béisbol había muerto treinta años
antes.

La niña que había visto en mi trayecto hacia la ciudad, estaba ahora
cargada de ropa lavada y ayudaba a un hombre deforme de cabeza grave y
rasgos groseros que me recordó el personaje de «Bertoldo» en la comedia
italiana. Cuando llegué estaban limpiando las cabañas, agradablemente
espaciadas entre la profusa vegetación. Era mediodía, y casi todas, con un último
estallido de sus puertas persianas, se habían librado de sus ocupantes. Una
pareja de ancianos momificados en un último modelo salía de uno de los garajes
contiguos. En otro asomaba, como por una vaina, una carrocería roja; y cerca de
nuestra cabaña, un joven fuerte y apuesto, de pelo negro y ojos azules, subía
una heladera fuerte y portátil a su camioneta rural. Por algún motivo me dirigió
una tímida sonrisa cuando pasé. Al frente, sobre la hierba, en la sombra
ramificada de los árboles profusos, el San Bernardo vigilaba la bicicleta de su
ama y no muy lejos una mujer joven, entregada a la vida de familia, había
sentado a una criatura extasiada en el columpio y la mecía suavemente,
mientras un celoso niño de dos o tres años incomodaba cuanto podía,
procurando empujar o atraer la tabla del columpio hasta que al fin consiguió que
lo golpeara y empezó a aullar, tendido de espaldas en la hierba, mientras su
madre seguía sonriendo amablemente a ninguno de sus dos hijos. Recuerdo esas
minucias con tanta claridad quizá porque había de revisar mis impresiones de
cabo a rabo unos minutos después

PHILIP ROTH-EL ANIMAL MORIBUNDO  170 págs.  170*2=340-233=107

Con la música de teclado tienes la sensación de reproducir lo que los compositores hicieron y por ello, hasta cierto punto, estás dentro de su mente. No en la parte más misteriosa, que es donde se origina la música, pero aun así, no te limitas a absorber pasivamente una experiencia estética. A tu propia y torpe manera, la estás produciendo, y así es como intentaba olvidar la pérdida de Consuelo. Tocaba las sonatas de Mozart. Tocaba la música para piano de Bach. La tocaba, estaba familiarizado con ella, lo cual es distinto a tocarla bien.Tocaba piezas isabelinas de Byrd y compositores por el estilo. Tocaba a Purcell. Tocaba a Scarlatti. Tengo todas las sonatas de Scarlatti, las quinientas cincuenta en su totalidad. No diré que las tocaba todas, pero sí muchas de ellas. La música para piano de Haydn. Ahora me la conozco al dedillo. Schumann. Schubert. Y esto, como te he dicho, lo hacía aun cuando había tenido muy poco adiestramiento. Pero fue un periodo espantoso, inútil, en el cual o bien estudiaba a Beethoven y penetraba en su mente o permanecía en mi propia mente y reproducía todas las escenas con Consuelo que podía recordar... Y lo peor de todo era que reproducía la temeridad que cometí al no asistir a su fiesta de graduación. Pero, mira, jamás habría imaginado que fuese tan normal y corriente. ¿Una chica que se quita el tampón delante de mí y luego, porque no he ido a su fiesta de graduación, rompe conmigo?

 

Sura 7. Al-Aaraf (La Facultad de Discernimiento)  233

(11) Y, ciertamente, os hemos creado y luego os dimos forma;9 y luego dijimos a los
ángeles: “¡ Postraos ante Adán!” --y se postraron [todos] excepto Iblis, que no fue de los
que se postraron.10
(12) [Y Dios] dijo: “¿Qué te impidió postrarte cuando te lo ordené?”
[Iblis) respondió: “Yo soy mejor que él: a mí me creaste de fuego, mientras que a él lo
creaste de barro.”
(13) [Dios] dijo: “¡Desciende de este [estado] --que no es propio que te muestres arrogante
aquí! ¡ Sal, pues: en verdad, estarás entre los humillados!”
(14) [Iblis] dijo: “Concédeme una prórroga hasta el Día en que sean todos resucitados.”
(15) [Y Dios] respondió: “En verdad, serás de aquellos a quienes ha sido concedida una
prórroga.”
(16) [Y entonces Iblis] dijo: “Ya que me has frustrado,11 ciertamente he de acecharles en
Tu camino recto, (17) y ciertamente he de atacarles abiertamente y en formas que no sospechan,
12 por su derecha y por su izquierda: y verás que la mayoría no son agradecidos.”

HARUKI MURAKAMI-1Q84    233

Aomame miró hacia arriba echando el cuello hacia atrás. Mientras sus ojos
contemplaban el cielo, sus sentidos deambulaban por recuerdos remotos. El tiempo
que había pasado con Tamaki, las cosas de las que habían hablado. Y cuando se
habían tocado mutuamente... Pero, entre tanto, se dio cuenta de que el cielo nocturno
que estaba viendo se diferenciaba en algo del cielo nocturno habitual. Tenía algo
distinto al cielo de siempre. Había algo extraño, tenue pero difícil de negar.
Transcurrió un buen rato hasta que encontró dónde residía la diferencia. Y,
además, una vez encontrada, le costó bastante aceptar la realidad. Sus sentidos eran
incapaces de ratificar lo que su visión captaba.
Dos lunas flotaban en el cielo. Una luna pequeña y otra grande. Ambas se
alineaban en el cielo. La grande era a la que estaba acostumbrada. Próxima al
plenilunio, amarilla. Pero a su lado había otra luna diferente. Una luna de forma
desconocida. Un tanto deforme y ligeramente verdosa, como si estuviera cubierta de
musgo. Eso era lo que su visión captaba.
Aomame entornó los ojos y contempló fijamente las dos lunas. Luego cerró los
ojos, dejó pasar un tiempo, respiró hondo y volvió a abrirlos. Esperaba que todo
volviera a la normalidad y sólo hubiera una luna. Pero la situación era
completamente diferente. No era un efecto óptico, ni se le había nublado la vista. Dos
lunas flotaban en el cielo, bien alineadas, sin lugar a dudas o a errores de visión. Una
luna amarilla y otra verde

 

JAMES JOYCE-ULISES  233

Una de su hermandad me rastreó
chillando a la vida. Creación de la nada. ¿Qué
lleva ella en la valija? Un aborto a remolque de
su cordón umbilical, acondicionado en lana
rojiza. Los cordones de todos se encadenan hacia

el pasado, cable de hebras retorcidas de toda
carne. De ahí los monjes místicos. ¿Queréis ser
como dioses? Contemplad vuestro omphalos.
Hola. Kinch aquí. Comuníquenme con Kenville.
Alef alfa: cero, cero, uno.

domingo, marzo 18, 2012

ESE INSTANTE DIVINO,TAN DIFICIL DE EXPLICAR Y DE COMPARTIR

imagesCAGM3PCM manantial

 

POR LA MAÑANA-443

VLADIMIR NABOKOV

El pasajero

Silenciosamente,
ocultándose tras su propia sombra, Vasiliy Ivanovich fue circundando la ribera del
lago hasta llegar a una especie de fonda. Le saludó un perro, todavía cachorro; se le
subió al estómago, con las mandíbulas abiertas como si se riera con la cola dando
golpes fervientes contra el suelo. Vasiliy Ivanovich acompañó al perro hasta la casa,
una edificación de dos pisos de distintos colores, con una ventana que hacía guiños
bajo unas pestañas convexas de azulejos; y allí encontró al propietario, un anciano
alto que parecía vagamente un veterano ruso de la guerra que hablaba tan mal el
alemán, con un deje tan suave que Vasiliy Ivanovich se puso a hablar en su lengua,
pero el hombre lo entendía como en sueños y siguió hablando en el lenguaje de su
entorno, de su familia.
Arriba había una habitación para viajeros. «Sabe usted, la yoy a alquilar para el
resto de mi vida», dicen que dijo Vasiliy Ivanovich tan pronto como entró en la
misma. La habitación en sí no tenía nada de extraordinario

Al contrario, era un
cuarto de lo más común, con un suelo rojo, margaritas pintadas en las paredes
blancas, y un pequeño espejo medio lleno con la infusión amarilla del reflejo de
unas flores, pero por la ventana se veía con toda nitidez el lago con su nube y su
castillo, en una inmóvil y perfecta conjunción de felicidad. Sin pensar, sin
considerar, limitándose a entregarse a una atracción cuya única verdad consistía en

su propia fuerza, una fuerza que nunca había experimentado con anterioridad,
Vasiliy Ivanovich en un radiante segundo, se dio cuenta de que en aquella pequeña
habitación con aquella vista, maravillosa hasta derramar lágrimas, la vida sería por
fin lo que siempre había imaginado que fuera. Cómo sería exactamente, qué tendría
lugar allí, eso evidentemente no lo sabía, pero todo a su alrededor era ayuda,
promesa, y consolación... de forma que no había la más mínima duda de que él tenía
que vivir allí. En un segundo pensó cómo lo arreglaría todo para no tener que volver
de nuevo a Berlín, cómo traer hasta allí las escasas posesiones que tenía —libros, el
traje azul, su fotografía. ¡Qué sencillo estaba resultando todo! Como agente
comercial de mi empresa ganaba suficiente para la vida modesta de un refugiado
ruso.
—Amigos míos —exclamó, después de bajar corriendo al prado junto a la ribera—,
amigos míos, adiós. Me quedaré para siempre en esa casa de ahí. Ya no seguiremos
viaje juntos. No iré más lejos. No voy a ningún lado. ¡Adiós!

POR LA TARDE 627

BORGES

EL ALEPH

Vaciló y con esa voz llana, impersonal, a que solemos
recurrir para confiar algo muy íntimo, dijo que para terminar
el poema le era indispensable la casa, pues en un ángulo
del sótano había un Aleph. Aclaró que un Aleph es uno de los
puntos del espacio que contiene todos los puntos.
—Está en el sótano del comedor —explicó, aligerada su dicción
por la angustia—. Es mío, es mío: yo lo descubrí en la niñez,
antes de la edad escolar. La escalera del sótano es empinada,
mis tíos me tenían prohibido el descenso, pero alguien dijo
que había un mundo en el sótano. Se refería, lo supe después,
a un baúl, pero yo entendí que había un mundo. Bajé secretamente,
rodé por la escalera vedada, caí. Al abrir los ojos, vi
el Aleph.
—¿El Aleph? —repetí.
—Si, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares
del orbe, vistos desde todos los ángulos. A nadie revelé mi descubrimiento,
pero volví. ¡El niño no podía comprender que le
fuera deparado ese privilegio para que el hombre burilara el

el
poema! No me despojarán Zunino y Zungri, no y mil veces no.
Código en mano, el doctor Zunni probará que es inajenable mi
Aleph.
Traté de razonar.
—Pero, ¿no es muy oscuro el sótano?
—La verdad no penetra en un entendimiento rebelde. Si todos
los lugares de la tierra están en el Aleph, ahí estarán todas las
luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de luz.
—Iré a verlo inmediatamente.