sábado, septiembre 08, 2012

LA MEDIA LEGUA

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Torotumbo Miguel Ángel Asturias  23

Ni los rumiantes ecos del retumbo frente a volcanes de crestería azafranada, ni el chasquido de la honda del huracán, señor del ímpetu, con las venas de fuera como todos los cazadores de águilas, ni el consentirse de las rocas, preñadas durante la tempestad, al partir piedras de rayo, ni el gemir de los ríos al salirse de cauce, oleo­sos, matricidas, nada comparable al grito de una peque­ña porción de hueso y carne con piel humana frente al Diablo colgado de la nuca, de la enorme nuca, orejón, mofletudo, lustroso, los ojos encartuchados y saltándo­le de la boca del túnel dos dientes ferroviarios, blancos dientes de los ferrocarriles de la luna. Natividad Quin­túche, criatura de siete años, morenita, pelo negro en trenzas de mujer, cerró los ojos al tiempo de gritar, perdida al fondo de un caserón y amenazada por el Diablo.

Mientras su tata Sabino Quintuche y su padrino Mel­chor Natayá, cerraban el trato interminable del alquiler de los disfraces, arreos, máscaras, armas y adornos necesarios en los convites, bailes y ceremonias de la «Fies­ta de Morenos», con un vejantón escurridizo, color de leche seca, vestido de negro ya vinagre, injertado con un salto de párpado, tic nervioso que involuntariamente le vestía y desnudaba el ojo zurdo, la pequeña Nativi­dad Quintuche, sobandito los pies descalzos en los la­drillos, se deslizó a lo largo de una galería, ancho corre­dor cubierto del lado del patio, curioseando las flores de papel de plata, las hojas de trapo almidonado, las alas de hojalata de los ángeles, las palomas de cera y algodón, los candelabros, atriles, palmas de mártires, arcas, candeleros, santos envueltos en sábanas, ovejas de madera, vírgenes de nagüillas, todo oloroso a hume­dad e incienso, sin saber que en terminando aquel ama­go de cielo, se encontraría al Diablo.

Verlo, querer echar atrás, apenas resistía la atracción del inmenso muñeco que colgaba del techo, y gritar, todo uno sintió ella, pero no fue así, gritó cuando ya no estaban su padre ni su padrino y nadie le respondió... ni el Diablo, ni las máscaras de moros con bigotes de fue­go, ni los mascarones de castellanos de ojos celestes y lingotes de oro rizado en barbas y melenas, ni las escul­turas de ángeles adoradores de pinzadas risas en las rin­coneras de los labios, ni las efigies de soldados romanos con la crueldad del alma en el cartón, ni las máscaras naranjas de los brujos, ni las acuosas penumbras rocia­das por llamitas de fósforos con mirada animal, tanta araña escondían, polvo y oscuridad irrespirables, remo­vidas a golpe seco por las aletas de su nariz que abría y cerraba al faltarle el aliento, estrangulársele el grito y quedar convulsa, asfixiada, los ojos de par en par abier­tos, tanteando fondo en el hueco del silencio en que sentía más cerca de su piel, los ojos de las máscaras, fijos, fríos, condenados a cristal perpetuo, las manos fo­fas, enguantadas en dedos de trapo rosa, de los Gigan­tes del Corpus, los menos rodeados de pelos por todos lados, las brujas uñudas con arrugas de tabaco tostado y, ya para agarrarla, fantasmas surgidos de vestimentas anegadas en sal negra, sal viuda del mar muerto como la sal con agua que le bajaba por la carita. Gritó, gritó más fuerte, más desesperadamente, aislarse, cegarse, ensor­decerse, no sentir cerca los dientes, los ojos, las garras que la rodeaban, alejarse con sus chillidos, bien que si­guiera clavada en el suelo frente al Diablo, gafa, oreán­dose sus primeras aguas menores y ya otras inundándo­la, cada vez más áfona, más sorda, más ciega, pero sin dejar de gritar. Mientras tuviera alientos y su padre y su padrino pudieran llegar en su auxilio, aquel borbotón de sus pulmones la salvaba de caer en manos de mons­truos y enmascarados y de que la engullera, al quedar callada, el Diablo colgado frente a ella

James Joyce
Ulises                            23

Volviéndose, pasó la vista por la orilla al sur, los pies hundiéndose de nuevo lentamente en nuevos hoyos.
La fría estancia abovedada de la torre espera. Por entre las saeteras los haces de luz se mueven por
siempre, lentamente por siempre mientras los pies se me hunden, arrastrándose hacia el anochecer por el
suelo esférico. Oscurecer azul, caída de la noche, noche de azul profundo. En la oscuridad de la bóveda esperan,
sus sillas ladeadas, mi maleta obelisco, junto a una mesa de platos abandonados. ¿Quién la quita? Él
tiene la llave. No dormiré allí cuando llegue la noche. Puerta cerrada de una torre en silencio, que entierra
sus cuerpos ciegos, el sahibpantera y su perro de muestra. Llama: nadie contesta. Sacó los pies de la succión
y se volvió por la mole de cantos. Toma todo, guarda todo. Mi alma camina conmigo, forma de formas.
Así pues en las vigilias de la medianoche de luna recorro el sendero sobre las rocas, en plateado oscuro,
escuchando la incitadora pleamar de Elsinore.
La pleamar me sigue. La veo subir desde aquí. Regresa entonces por el camino de Poolbeg hasta la playa
allí. Trepó por los juncos y algas anguiformes y se sentó sobre un poyete de roca, apoyando la vara de fresno
en una hendidura.

El cadáver hinchado de un perro yacía recostado en el fuco. Ante él la regala de una barca hundida en la
arena. Un coche ensablé llamaba Louis Veuillot a la prosa de Gautier. Estas arenas pesadas son lenguaje
que la marea y el viento han encenagado aquí. Y estos, los montones de piedra de constructores muertos, un
conejar de comadrejas. Esconde oro ahí. Inténtalo.

Lolita
Vladimir Nabokov             23

Mi pijama blanco tiene
dibujos lilas en la espalda. Parezco una de esas infladas arañas pálidas que se
ven en los jardines viejos. Sentadas en medio de una tela luminosa y sacudiendo
levemente tal o cual hebra. Mi red está tendida sobre la casa toda, mientras
aguzo el oído desde mi silla, como un brujo astuto. ¿Estará Lo en su cuarto? Tiro
suavemente del hilo de seda. No está. Oigo el staccato del cilindro de papel
higiénico que gira; y mi filamento no ha registrado pisadas desde el cuarto de
baño hasta su cuarto. ¿Seguirá cepillándose los dientes? (El único acto sanitario
que Lo cumple con verdadero celo). No. La puerta del cuarto de baño acaba de
abrirse, de modo que habrá que buscar en alguna otra parte de la casa la
hermosa presa de tibios colores. Tendamos una hebra por la escalera. Así
compruebo que no está en la cocina, abriendo la heladera o chillando a su
detestada mamá (la cual ha de gozar en su tercera conversación telefónica de la
mañana, arrulladora, amortiguadamente alegre). Bueno, busquemos a tientas y
esperemos. Me deslizo con el pensamiento hasta el saloncito y encuentro callada
la radio (y mamá sigue hablando suavemente con la señora Chatfield o la señora
Hamilton, sonriendo, ahuecando la mano libre sobre el teléfono, negando
implícitamente que niegue esos divertidos rumores, susurrando con la intimidad
que nunca tiene esa mujer resuelta cuando habla cara a cara). ¡De modo que mi
nínfula no está en ninguna parte de la casa! ¡Se ha ido! Lo que imaginé como
una onda prismática resulta apenas una telaraña gris

La condición humana- André Malraux  23

Se sumergía en sí mismo, como en aquella callejuela,
cada vez más oscura, donde hasta los aisladores del telégrafo no brillaban ya sobre el cielo. Volvía a
experimentar angustia y se acordó de los discos. «Se oye la voz de los demás con los oídos; la de
uno mismo, con la garganta.»
Sí. La vida de uno también se oye con la garganta. ¿Y la de los demás?... En primer término, allí
había soledad; soledad inmutable, tras la multitud mortal, como la gran noche primitiva detrás de
aquella noche densa y pesada, bajo la cual acechaba la ciudad desierta, llena de desesperación y de
odio. «Pero yo, para mí, por la garganta, ¿qué soy?

SALMAN
RUSHDIE
LOS VERSOS
SATÁNICOS              23

Mr. Saladin
Chamcha había construido aquella cara con esmero —le costó varios años dejarla a su gusto—
y durante muchos años más la había considerado, sencillamente, suya, y realmente había
olvidado cuál era su aspecto anterior. Además, se había hecho una voz a juego con la cara, una
voz cuyas lánguidas, casi indolentes vocales, contrastaban de un modo desconcertante con la
abrupta concisión de las consonantes. La combinación de cara y voz era vigorosa; pero, durante
su reciente visita a su ciudad natal, la primera en quince años (el mismo período, debo hacer
observar, del estrellato cinematográfico de Gibreel Farishta), se habían producido extraños y
preocupantes fenómenos. Lamentablemente, su voz (la primera que le falló) y, con
posterioridad, su misma cara, habían empezado a defraudarle.

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JAMES JOYCE-ULISES    898

Pero hay que tener una buena
memoria.
—¿Qué aire es ése? —preguntó Leopoldo
Bloom.
—Todo está perdido ahora.
Richie frunció sus labios. El incipiente
sortilegio de una dulce nota baja lo murmuraba

todo. Tordo, Malvis, su dulce soplo de pájaro,
buenos dientes de que él está orgulloso, gimió
con dolorida pena. Está perdido. Rico sonido.
Ahora dos notas en una. El mirlo que escuché en

el valle de espinos. Tomando mis motivos se
apareaba y los devolvía. A lo sumo también
nuevo llamado en el todo perdido en el todo.
¡Qué dulce la respuesta! ¿Cómo se hace eso?
Todo perdido ahora. Plañidero silbo. Cae, se
rinde, perdido.
Bloom inclinó leopoldina oreja,
acomodando un fleco de la carpetita bajo el
florero. Orden. Si me acuerdo. Hermoso aire.
Fue hacia él dormida. Inocencia bajo la luna.
Retenerla todavía. Valientes, ignoran su peligro.
Llamarlo por su nombre. Tocar el agua. Salto
saltarín.

DON QUIJOTE DE LA MANCHA   898

 

  No hubieron andado veinte pasos, cuando, detrás de un peñasco,
vieron sentado al pie de un fresno a un mozo vestido como labrador, al
cual, por tener inclinado el rostro, a causa de que se lavaba los pies en el arroyo
que por allí corría, no se le pudieron ver por entonces; y ellos llegaron con
tanto silencio que dél no fueron sentidos, ni él estaba a otra cosa atento que a
lavarse los pies, que eran tales, que no parecían sino dos pedazos de blanco
cristal que entre las otras piedras del arroyo se habían nacido. Suspendioles la

terrones, ni a andar tras el arado y los bueyes, como mostraba el hábito de su
dueño.
Y así, viendo que no habían sido sentidos, el cura, que iba delante, hizo
señas a los otros dos que se agazapasen o escondiesen detrás de unos pedazos
de peña que allí había; y así lo hicieron todos, mirando con atención lo que
el mozo hacía, el cual traía puesto un capotillo pardo de dos haldas, muy ceñido
al cuerpo con una toalla blanca. Traía ansimesmo unos calzones y polainas
de paño pardo, y en la cabeza una montera parda. Tenía las polainas levantadas
hasta la mitad de la pierna, que, sin duda alguna, de blanco alabastro parecía.
Acabóse de lavar los hermosos pies, y luego, con un paño de tocar, que
sacó debajo de la montera, se los limpió; y, al querer quitársele, alzó el rostro,
y tuvieron lugar los que mirándole estaban de ver una hermosura incomparable,
tal, que Cardenio dijo al cura con voz baja:
—Esta, ya que no es Luscinda, no es persona humana, sino divina.

 

JORGE LUIS BORGES
OBRAS COMPLETAS     707           898-707=191

JUAN, I, 14
Refieren las historias orientales
La de aquel rey del tiempo, que sujeto
A tedio y esplendor, sale en secreto
Y solo, a recorrer los arrabales
Y a perderse en. la turba de las gentes
De rudas manos y de oscuros nombres;
Hoy, como aquel Emir de los Creyentes,
Harún, Dios quiere andar entre los hombres
Y nace de una madre, como nacen
Los linajes que en polvo se deshacen,
Y le será entregado el orbe entero, •
Aire, agua, pan, mañanas, piedra y lirio,
Pero después la sangre del martirio,
El escarnio, los clavos y el madero

 

        

viernes, septiembre 07, 2012

DOS LAGRIMAS EN EL TELEVISOR

      

VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos   350

Entre las olas amarillo-azuladas, lejos de la costa, el rostro de David surgía del agua
en espasmos breves y su boca abierta era como un agujero negro. Emitía un grito
farfullado y desaparecía. También una mano aparecía durante un momento para
desvanecerse a continuación. Ivanov se quitó la chaqueta. «Ya voy», gritó. «Ya voy.
¡Aguanta!» Chapoteó en el agua, perdió pie, sus pantalones fríos como el hielo se le
pegaban a las pantorrillas. Le pareció que la cabeza de David acababa de emerger
del agua momentáneamente. Pero luego le embistió una ola, llevándose consigo el
sombrero de Ivanov, cegándole; quería quitarse las gafas, pero su agitación, el frío,
la debilidad entumecedora, le impidieron hacerlo. Se dio cuenta de que al retirarse
una ola le había arrastrado un buen trecho alejándole de la orilla. Empezó a nadar
tratando de avistar a David. Se sentía encerrado en un saco estrecho y
dolorosamente frío; tenía el corazón insoportablemente cansado. De repente, algo
muy rápido atravesó todo su ser, un relámpago de dedos sobre el teclado del piano
—y precisamente eso era lo que había estado tratando de recordar toda la mañana.
Salió del agua a la arena. La arena, el mar y el aire tenían un tinte extraño, apagado,
opaco, y todo estaba absolutamente tranquilo. Vagamente pensó que debía de
haber llegado el crepúsculo y que David había perecido hacía mucho tiempo, y
experimentó en su ser lo que sabía de esta vida terrena, el intenso calor de las
lágrimas.

 

 

                  

 

James Joyce
Ulises                     350

Mi legítima esposa que hace
siete años que no la veo, navegando de un lugar para otro.
Mr. Bloom podía fácilmente figurarse su advenimiento a esa escena, el regreso al hogar del hombre de mar
a su choza a la vera del camino tras hacerle el corte de mangas a la reina de los mares, una noche lluviosa
sin luna. Cruzando el mundo tras el rastro de una esposa. Más de una historia había sobre ese particular, el
tema de Alice Ben Bolt, Enoch Arden y Rip van Winkle y se acuerda alguien por aquí de Caoc O'Leary,
una pieza favorita y diflcil de declamar dicho sea de paso del pobre John Casey y un fragmento de poesía
perfecta a su manera. Nunca sobre la esposa fugada que vuelve, por muy devota que fuera del ausente. ¡La
cara en la ventana! Juzguen cuán asombrado se quedaría cuando por fin llegara a la meta y cayera en la
cuenta de la horrible verdad en lo tocante a su media naranja, destrozada por su cariño. No me esperabas
pero he venido a quedarme y empezar de nuevo. Ahí sentada, mujer sin hombre, al amor de la lumbre de
siempre. Me cree muerto, mecido en la cuna de las profundidades. Y ahí sentado el tío Chubb o Tomkin,
según se trate, el tabernero del Crown and Anchor, en mangas de camisa, comiéndose un filete de lomo con
cebolla. No queda silla para el padre. ¡Bruu! ¡El viento! A su flamante recién llegado lo tiene sobre las rodillas,
hijo postmortem. ¡Galopín, galopante, mi alegre galope rompe el viento, galopín, galopante! Resígnate
ante lo inevitable. Sonríe y aguanta.

 

                   blanca

GRAVES, ROBERT LA DIOSA BLANCA   206   350-206=144

Podemos considerar mellizas a las letras D y T: «Los niños lirios blancos todos
vestidos de verde» de la canción medieval Green Rushes. La D es el roble que gobierna
la parte creciente del año, la sagrada encina druídica, la encina dé La Rama Dorada. La
T es el roble que gobierna la parte menguante, el roble sangriento: así, un robledal en las
cercanías de la Asopos corintia estaba consagrado a las Furias. Dann, o Tann, el
equivalente de Tinne, es una palabra céltica que significa árbol sagrado. En Galia y
Britania significaba «roble», en la Germania céltica significaba «abeto»; en Cornualles

el compuesto glas-tann («árbol verde sagrado») significaba «encina», y el verbo inglés
to tan (curtir) proviene del uso de su corteza en la curtiembre. Sin embargo, en la Italia
antigua era el acebo y no la encina el que utilizaban los agricultores en las Saturnales
del solsticio de invierno. Tannos era el nombre del dios del Trueno galo y Tina el del
dios del Trueno armado con un rayo triple que los etruscos tomaron de las tribus
goidélicas, entre las que se establecieron.
La identificación del pacífico Jesús con el acebo o la encina debe ser lamentada
como poéticamente absurda, excepto en cuanto declaró qué había venido a traer, no la
paz, sino la espada. El tanista fue originalmente el ejecutor de su mellizo; era el rey del
roble, no el rey del acebo, que fue crucificado en una cruz en forma de T. Luciano, en su
Juicio en el tribunal de las vocales (alrededor de 160 d. de C.) es explícito:
Los hombres lloran y lamentan su suerte, y maldicen a Cadmo
con muchas imprecaciones por haber introducido la Tau en la familia de
las letras; dicen que fue su cuerpo el que los tiranos tomaron como
modelo, su forma la que imitan cuando instalan las estructuras en las
que los hombres son crucificados. Llaman al detestable artefacto
stauros, que deriva de ella su vil nombre. Ahora bien, pesando sobre ella
todos esos delitos, ¿no merece la muerte, más aún, muchas muertes? Por
mi parte no conozco ninguna tan mala como la que aporta su propia
forma, esa forma que dio al patíbulo que los hombres llaman stauros por
ella.

Y en un Evangelio de Tomás gnóstico, compuesto más o menos en la misma
época, se repite el mismo tema en una disputa entre Jesús y su maestro de escuela
acerca de la letra T. El maestro golpea a Jesús en la cabeza y profetiza la crucifixión. En
la época de Jesús la letra hebrea Tav, la última del alfabeto, tenía la misma forma que la
griega Tau.

 

 

LA BOLA DEL MUNDO

      

 

JAMES JOYCE
ULISES                          738

 

Buck Mulligan caminaba diestramente,
gorjeando:
Siempre que escucho en algún
lugar
Palabras que alguien dice al pasar
Mis pensamientos rápidos son
Para F. Curdy Eme Athinson;
Personaje de pata de madera
Vistiendo escocesa pollera,
Cuya sed jamás termina
Magee de barba mezquina
Que, miedoso de casarse,
ha optado por masturbarse

Sigue la burla. Conócete a ti mismo.
Detenido debajo de mí, un guaso me
observa. Yo me detengo.

Máscara fúnebre —gimió Buck
Mulligan—. Synge ha dejado de usar negro para
ser como la naturaleza. Solamente los cuervos,
los curas y el carbón inglés son negros.
Una risa bailaba sobre sus labios.

 

    

Roberto Bolaño
2666                                     738

El taxita salió y miró durante un rato en la dirección indicada
por Kessler. Ése debe ser el Parque Industrial General Sepúlveda,
dijo. Empezó a anochecer. Hacía tiempo que Kessler
no veía un atardecer tan hermoso. Los colores se arremolinaban
en el ocaso y aquello le recordó un atardecer que había visto
hacía muchos años en Kansas. No era exactamente igual, pero
en lo que respecta a los colores era lo mismo. Él estaba allí, recordó,
en la carretera, con el sheriff y un compañero del FBI, y
el coche se detuvo un momento, tal vez porque uno de los tres
tenía que bajarse a orinar, y entonces lo vio. Colores vivos en el
oeste, colores como mariposas gigantescas danzando mientras
la noche avanzaba como un cojo por el este. Vámonos, jefe,
dijo el taxista, no abusemos de la suerte.
¿Y tú qué pruebas tienes, Klaus, para afirmar que los Uribe
son los asesinos en serie?, dijo la periodista de El Independiente

de Phoenix. En la cárcel todo se sabe, dijo Haas. Algunos periodistas
hicieron gestos afirmativos con la cabeza. La periodista
de Phoenix dijo que eso era imposible. Sólo es una leyenda,
Klaus. Una leyenda inventada por los reclusos. Un sustituto falaz
de la libertad. En la cárcel uno sabe lo poco que llega a la
cárcel, sólo eso. Haas la miró con rabia. He querido decir, dijo,
que en la cárcel se sabe todo lo que pasa en los márgenes de la
ley. Eso no es verdad, Klaus, dijo la periodista. Es cierto, dijo
Haas. No, no lo es, dijo la periodista. Eso es una leyenda urbana,
un invento de las películas. A la abogada le rechinaron los
dientes. Chuy Pimentel la fotografió: el pelo negro, teñido, cubriéndole
el rostro, el contorno de la nariz levemente aguileña,
los párpados silueteados con lápiz. Si de ella hubiera dependido
todos los que la rodeaban, las sombras en los márgenes de la
foto, habrían desaparecido en el acto, y también la habitación
aquella, y la cárcel, con carceleros y encarcelados, los muros centenarios
del penal de Santa Teresa, y de todo no hubiera quedado
sino un cráter, y en el cráter sólo hubiera habido silencio y la
presencia vaga de ella y de Haas, aherrojados en la sima.

 

 

JACQUES BOREL-LA ADORACION   738

No podía detenerme hasta el punto que la caja quedo vacía.Había robado unos mil doscientos francos .De pronto me sentía aterrado.No se trataba de remordimientos,pensaba que cuando volvieran los Lohénec descubrirían el robo,que tal vez mi madre lo descubriría antes que ellos y que todas las sospechas recaerían sobre mí.Entonces se me ocurrió una idea descabellada.Pensé que si la casa era destruida por un incendio todos pensarían que los billetes habían ardido con el resto y mi robo nunca seria descubierto.Al momento,decidí prender fuego a la casa de los Lohénec.Fuí a la cocina y cogí  una caja de cerillas;la dejé,abierta,sobre una bandeja del armario en la que vacie el frasco de bencina que usaba mi tío para llenar el encendedor,le prendí fuego y cerré la puerta del armario.Luego subí a mi habitación y llene dos maletas de libros y algunas prendas de vestir,para salvarlas del incendio.

(¿Aparto también algunas cosas de mama?-me pregunté.

jueves, septiembre 06, 2012

MENTIROSO

                              

 

ROBERT MERLE-WEEK-END EN ZUYDCOOTE     415

La sangre ,al secarse en sus manos,se volvía negra y viscosa.Oyó ruido en la escalera y comprendió que Jeanne enjugaba las huellas de sangre de los peldaños.Cuando ella volvió,se lavaron las manos en la misma jofaina para ahorrar agua y luego uno después de otro se lavaron la cara.Tras unos instantes ,prosiguió.¿Le molesta que le llame  Julian?-No

¿Quiere comer algo?Le preparare alguna cosa.Estaré lista enseguida.No tengo hambre¿No quiere beber nada ?¿No tiene sed?-No-Mintió Maillat.

       

 

LA AUDIENCIA DE LOS CONFINES

Miguel Ángel Asturias                                         415

NABORI.- Sabido es, mi señor, mi gran señor, que cuando nos visitas es siempre en son de guerra. Noso­tros esperábamos al que con una piedra de río había dado cita a una de nuestras vírgenes sagradas. De ser tú, mi señor, mi gran señor, no llegas callando como el hombre del vestido blanco, sino con banderas desplega­das y tambores... ¡Alto, habría dicho yo a mis fleche­ros, con este caballero tenemos un pacto, y estarías ile­so!

GOBERNADOR.- Ahora, márchate, márchate... si te capturan no podré salvarte de la hoguera. NABORI.- Antes quiero saber dónde está Musén Ca.

GOBERNADOR.- ¿Dónde...? ;Sabes, sabemos, aca­so, a dónde van los ajusticiados...?

NABORI.- ¿Ajusticiados?

GOBERNADOR.- Así lo exigió la justicia que ahora está más hambrienta que nunca, igual que perra flaca criando jueces.

NABORI.- Era inocente...

GOBERNADOR.- Inocente o culpable, a los jueces les da lo mismo. A cada crimen su responsable. NABORI.- ¿Y el pacto que tenías conmigo? ¿Y el rescate en onzas de oro?

 

JAMES JOYCE
ULISES                      415

Tú eres Pedro. "Que reviente de
costado como una oveja empachada" —dice
"Dedalus. Lleva una barriga como la de un
cachorro envenenado. Ese hombre encuentra las
expresiones más divertidas. ¡Hum!: reventar de
costado.
Non intres in judicium cum servo tuo,
Domine.
Se sienten más importantes cuando les
echan encima rezos en latín. Misa de réquiem.
Llorones enlutados. Papel de carta con el borde
negro. El nombre de uno figurando en el registro
de la iglesia. Frío este lugar. Hay que andar
bien alimentado para estar toda la mañana
sentado allí en la penumbra golpeándose los

talones esperando el próximo por favor. Ojos de
sapo también. ¿Qué es lo que lo hace hinchar
así? A Maruja la hace hinchar el repollo. Puede
ser el aire del lugar. Parece lleno de gas nocivo.
Debe de haber una cantidad infernal de gas
malo por todo el lugar. Los carniceros por

ejemplo: llegan a parecer bifes crudos. ¿Quién
me lo decía? Mervyn Brown. En las criptas de
San Werburgh hermoso órgano de hace ciento
cincuenta años, tienen que hacer un agu-jero en
los ataúdes de tiempo en tiempo para que salga
el gas malo y lo queman. Afuera se precipita:
azul. Una bocanada de ese gas y estás listo.
Me está doliendo la rótula. ¡Ay! Ahora
está mejor.

 

VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos       415

Tengo otro plan preparado, en reserva,
y creo que es un buen plan. Y mientras tanto será mejor que me vaya.
Y yo seguía sin decir nada, mirándole con profunda tristeza, mis labios ocultos por
el volante de mi chai negro. Se quedó un momento de pie junto a la ventana, por
cuyo cristal subía una mosca apresurada, subía, se daba la vuelta, se golpeaba
contra el cristal y volvía a subir para luego volverse a caer. Después él rozó con los

dedos el dorso de los libros de mi biblioteca. Como la mayoría de la gente que lee
poco, mostraba un afecto secreto por los diccionarios y ahora sacó un voluminoso
volumen rosa en cuya portada estaban dibujadas una cabeza de dragón y una joven
de rizos pelirrojos.

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miércoles, septiembre 05, 2012

MI CASAAAAAAAAA.

   

VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos             691-675=16

Petya pedía la
pena de muerte. Yo pensaba que merecía la muerte, pero propuse conmutar la
pena por la de prisión perpetua. Petya lo meditó y accedió. Yo añadí que, aunque
ciertamente había cometido una serie de crímenes, no teníamos medio de
probarlos; que su profesión en sí misma constituía un crimen; que nuestro deber se
limitaba a asegurar que de ahora en adelante fuera inofensivo, nada más. Y ahora
escucha el resto.
Tenemos un baño al final del pasillo. Un cuarto pequeño y oscuro, muy oscuro, con
una bañera de hierro esmaltado. El agua se pone en huelga con cierta frecuencia.
De vez en cuando aparece una cucaracha. El cuarto es tan oscuro porque la ventana
es muy estrecha y está colocada justo debajo del techo, y además, precisamente
enfrente de la ventana, a unos tres pies más o menos, hay un sólido muro de ladrillo.
Y fue precisamente en aquel agujero donde decidimos meter al prisionero. Fue idea
de Petya, sí, sí, de Petya, hay que dar al César lo que es del César. En primer lugar,
como es natural, había que preparar la celda. Empezamos arrastrando al prisionero
hasta el pasillo para tenerlo vigilado mientras trabajábamos. Y, en ese momento, mi

mujer, que acababa de cerrar la tienda porque ya era de noche y se dirigía a la
cocina, nos vio. Se quedó estupefacta, indignada incluso, pero luego entendió
nuestras razones. Buena chica. Petya empezó por desmembrar una mesa muy sólida
que teníamos en la cocina, le rompió las patas y la tabla resultante la clavó en la
ventana del baño, tapando el vano por completo. Luego desatornilló los grifos,
quitó el calentador cilíndrico de agua, y colocó un colchón en el suelo del baño. Ni
que decir tiene que al día siguiente añadimos toda suerte de mejoras: cambiamos la
cerradura, instalamos un cerrojo de seguridad, reforzamos la tabla de la madera con
metal, y todo ello, desde luego, sin hacer demasiado ruido. Como sabes, no tenemos
vecinos, pero, con todo, era menester actuar con prudencia. El resultado fue una
auténtica celda de cárcel, y allí metimos al tipo de la policía política. Desatamos la
cuerda, le quitamos la toalla, le advertimos de que si empezaba a gritar, volveríamos
a atarle y a amordazarle, y por mucho tiempo; y entonces, satisfechos de que
hubiera entendido para quién era el colchón que estaba colocado en la bañera,
cerramos la puerta con llave, y, por turnos, hicimos guardia toda la noche.
Ese momento marcó el principio de una nueva vida para nosotros. Yo ya no era
simplemente Martin Martinich, sino Martin Martinich, director de prisiones. Al
principio, el preso estaba tan extrañado de lo que había ocurrido que su
comportamiento era sumiso. Pronto, sin embargo, volvió a su estado normal, y
cuando le llevábamos la comida, se entregaba a un huracán de palabras soeces. No
puedo repetir las obscenidades de ese hombre; me limitaré a decir que puso a mi
pobre difunta madre en las más increíbles situaciones.

Es verdad que, al principio, Petya sugirió que le diéramos cucarachas secas,
pero, por mucho que buscamos, ese pez soviético era inexistente en Berlín. Nos
vimos obligados a servirle comida burguesa. A las ocho en punto de la mañana
Petya y yo entramos y dejamos junto a su bañera un plato de sopa caliente con
carne y una hogaza de pan gris. Al mismo tiempo retiramos el orinal, un aparato de

lo más inteligente que adquirimos sólo para él. A las tres recibe una taza de té, a las
siete más sopa. El sistema alimenticio está copiado del que utilizan en las mejores
cárceles europeas.

   

JAMES JOYCE
ULISES                                691

El vago de Synge te está buscando —
dijo— para asesinarte. Oyó decir que orinaste
sobre la puerta de su vestíbulo en Glasthule.
Anda en gran forma para asesinarte.
—¡Yo! —exclamó Esteban—. Ésa fue tu
contribución a la literatura.

Buck Mulligan se echó hacia atrás
alegremente, riéndose contra el oscuro techo
fisgoneador.
—¡Asesinarte! —rió.
Desagradable cara de gárgola que
guerreó contra mí sobre nuestro lío de picadillo
de luces en rue Saint-André-des Arts. En
palabras de palabras para palabras, palabras.
Oisin con Patricio. El fauno que encontró en los
bosques de Clamart blandiendo una botella de
vino. C'est vendredi saint! Bandido irlandés.
Vagando encontró a su imagen. Yo la mía.
Encontré a un loco en la floresta.

—Señor Lyster —dijo un empleado desde
la puerta entreabierta.
en la que todo el mundo puede
encontrar la suya.

DON QUIJOTE DE LA MANCHA            691

los encantadores que persiguen a don Quijote el bueno han querido
perseguirme a mí con don Quijote el malo. Pero no sé qué me diga; que osaré
yo jurar que le dejo metido en la casa del Nuncio en Toledo para que le curen,
y agora remanece aquí otro don Quijote, aunque bien diferente del mío.
—Yo —dijo don Quijote— no sé si soy bueno, pero sé decir que no soy el
malo, para prueba de lo cual quiero que sepa vuesa merced, mi señor don Álvaro
Tarfe, que en todos los días de mi vida no he estado en Zaragoza; antes, por
haberme dicho que ese don Quijote fantástico se había hallado en las justas
desa ciudad, no quise yo entrar en ella, por sacar a las barbas del mundo su
mentira, y así, me pasé de claro a Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de
los estranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los
ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades y, en sitio y en belleza,
única. Y, aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho

gusto sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella, sólo por haberla visto.
Finalmente, señor don Álvaro Tarfe, yo soy don Quijote de la Mancha, el mismo
que dice la fama y no ese desventurado que ha querido usurpar mi nombre y
honrarse con mis pensamientos. A vuesa merced suplico, por lo que debe a ser
caballero, sea servido de hacer una declaración ante el alcalde deste lugar de
que vuesa merced no me ha visto en todos los días de su vida hasta agora, y
de que yo no soy el don Quijote impreso en la Segunda parte, ni este Sancho
Panza mi escudero es aquel que vuesa merced conoció

 

martes, septiembre 04, 2012

VIENTO CON ALMA

 Captura   2012-09-04 19.40.50        e

 

GRAVES, ROBERT LA DIOSA BLANCA   206*4=824-632=192

 

«Anfictión», el fundador de la Liga Anfictiónica, o Liga de Vecinos. Magnesia era
miembro de esta antigua federación de doce tribus -Atenas era la más poderosa-, los
representantes de las cuales se reunían todos los otoños en Anteles, cerca del paso de las
Termópilas, y todas las primaveras en Delfos. «Anfictión» era hijo de Deucalión («vino
dulce»), cuya madre era Pasifae, la diosa Luna cretense, y de Pirra («la roja»), el Noé y
la esposa de Noé griegos. Fue «el primer hombre que mezcló el vino con el agua». De
manera característica se casó con la heredera del Atica, Crané -ya mencionada como un
aspecto de la Diosa Blanca-, expulsó a su predecesor y erigió altares a Dioniso Fálico y
las Ninfas. Sabemos que Anfictión no era su verdadero nombre, pues la Liga se fundó
realmente en honor de la diosa de la Cebada, Deméter, o Danae, en su carácter de
Presidenta de los Vecinos («Amphictyonis») y a ella se hacía el sacrificio en las
reuniones del otoño: pero era una costumbre habitual en la Grecia clásica, lo mismo que
en la Britania y la Irlanda clásicas, negar a las mujeres el mérito de haber inventado o
iniciado algo importante. Por consiguiente, «Anfictión» era él varón que reemplazaba a
Anfictionis, así como «Don rey de Dublin y Lochlin» lo era de la diosa irlandesa Danu;
y como, según creo, el gigante Samothes, por el que-Britania recibió su primer nombre
de «Samothea», era el de la Diosa Blanca, Samothea, pues a Samothea le atribuyen los
primitivos historiadores británicos, citando al babilonio Beroso, la invención de las
letras, la astronomía y otras ciencias atribuidas habitualmente a la Diosa Blanca. Y
como Anfictión «unió» a los diversos Estados y era un viñador, podemos llamarlo
«Feneo» o «Dioniso».

El más antiguo relato griego de la creación de la vid que se ha conservado es el
que hace Pausanias (X, 38). Dice que en la época de Oresteo, hijo de Deucalión, una
perra blanca parió una estaca que él plantó y se convirtió en una vid. La perra blanca es
obviamente de nuevo la Diosa Triple: Anfictionis. Ocho de las tribus de la Liga
Anfictiónica eran pelasgas y, según Estrabón, Calímaco y el escoliasta del Orestes de
Eurípides, fue reglamentada originalmente por Acrisio, el abuelo de Perseo

 2012-09-04 19.43.09  

 

JAMES JOYCE
ULISES 632

En Duke's Fane un terrier famélico se
atragantó con una nauseabunda mascada
nudosa sobre las piedras de guijarros y la lamió
con renovado deleite. Empalagado. Habiendo
digerido completamente la sustancia se
devuelve y muchas gracias. Primero dulce,
después lleno de gustos. El señor Bloom hizo un
prudente rodeo. Rumiantes. Su segundo plato.
Mueven su maxilar superior. Me gustaría saber
si Tomás Rochford hará algo con ese invento
suyo. Perder tiempo explicándolo a la boca de
Flynn. Gente flaca boca grande. Tendría que

haber un salón o un lugar donde los inventores
pudieran ir a inventar gratis. Es lógico que así
se produciría una verdadera peste de
maniáticos.
Canturreó, prolongado con un eco grave
la nota final de cada compás.
Don Giovanni, a cenar teco
M'invitasti
Me siento mejor. Borgoña. Buen
reconstituyente. ¿Quién fue el primero en
destilar? Algún tío de mal humor. Coraje de
borracho

 

MKJ 

VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos             632

Luego había
cogido la pluma de Mary Valevsky y había añadido: «Cette examain est finie ainsi
que ma vie. Adieu, jeunes filles! Por favor, monsieur le professeur, contacte ma
soeur y dígale que la Muerte no es mejor que un suspenso, pero sí infinitamente
mejor que la Vida sin D.».
No perdí el tiempo y llamé inmediatamente a Cynthia, que me dijo que ya era
tarde, que llevaba siendo tarde desde las ocho de la mañana, y me pidió que le
llevara la nota, y cuando lo hice, sonrió a través de sus lágrimas con orgullosa
admiración ante la caprichosa utilización («¡Tan típica suya!») de un examen de
literatura francesa. En dos segundos preparó dos whiskys con agua y hielo, sin dejar
el cuaderno de Sybil —ahora ya salpicado de soda y de lágrimas—, y siguió
estudiando aquel mensaje de muerte, ante lo cual yo me vi impelido a señalarle los
errores gramaticales y a explicarle por qué «jeunes filies» había que traducirlo por
chicas en las universidades americanas no fuera a ser que las inocentes estudiantes
empezaran a jugar con los distintos significados y llegaran al de puta o quizá peor.
Estas trivialidades de mal gusto complacieron mucho a Cynthia y la ayudaron a
erigirse por encima de la pesada superficie de su dolor. Y luego, sin dejar de apretar
en su mano aquel cuaderno ya flaccido como si fuera una especie de pasaporte que
diera entrada a un Elíseo fortuito (donde las puntas de los lapiceros no se rompieran
y una joven belleza soñadora de cutis perfecto se enroscara un rizo del pelo en un
dedo asimismo ensoñador, mientras meditaba en un examen celeste), Cynthia me
llevó arriba, a un pequeño dormitorio helado, sólo para enseñarme, como si yo fuera
la policía o un compasivo vecino irlandés, dos botes vacíos de pastillas y la cama
deshecha en la que un cuerpo tierno, accesorio, que D. debía haber conocido hasta
en sus más mínimos detalles de terciopelo, había sido ya eliminado.

 

    

JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS  632

Descubrió en una biblioteca de Santos un manuscrito
suyo que versaba sobre el espejo que atribuye el Oriente
a Iskandar Zu al-Karnayn, o Alejandro Bicorne de Macedonia.
En su cristal se reflejaba el universo entero. Burton menciona
otros artificios congéneres —la séptuple copa de Kai Josrú, el
espejo que Tárik Benzeyad encontró en una torre (1001 Noches,
272), el espejo que Luciano de Samosata pudo examinar en la
luna (Historia Verdadera, I, 26), la lanza especular que el primer
libro del Satyricon de Capella atribuye a Júpiter, el espejo universal
de Merlin, "redondo y hueco y semejante a un mundo de
vidrio" (The Faerie Queene, III, 2, 19)— y añade estas curiosas
palabras: "Pero los anteriores (además del defecto de no existir)
son meros instrumentos de óptica. Los fieles que concurren a la
mezquita de Amr, en el Cairo, saben muy bien que el universo
está en el interior de una de las columnas de piedra que rodean

el patio central. . . Nadie, claro está, puede verlo, pero quienes
acercan el oído a la superficie, declaran percibir, al poco tiempo,
su atareado rumor. .. La mezquita data del siglo vn; las columnas
proceden de otros templos de religiones anteislámicas, pues
como ha escrito Abenjaldún: En las repúblicas fundadas por
nómadas, es indispensable el concurso de forasteros para todo
lo que sea, albañileria".
¿Existe ese Aleph en lo íntimo de una piedra? ¿Lo he visto
cuando vi todas las cosas y lo he olvidado? Nuestra mente es
porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo,
bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz.