jueves, noviembre 01, 2012

HALLOWEEN

 

 

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VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos                 129

El dragón

Vivía recluido en una cueva profunda, lóbrega, en el mismo corazón de una
montaña rocosa, alimentándose tan sólo de murciélagos, ratas y mantillo. Es verdad
que, ocasionalmente, algún cazador de estalactitas o algún viajero curioso llegaba
merodeando hasta la cueva, y su visita acababa resultando un verdadero festín.
Entre sus recuerdos más placenteros se contaba el de un bandolero que trataba de
escapar a la justicia y el de dos perros que alguien había soltado en la cueva con el
fin de asegurarse de que existía un pasadizo que llegaba hasta el otro lado de la
montaña. La naturaleza en torno a aquel lugar era salvaje, las rocas estaban
salpicadas de nieve porosa y unas cascadas batían el aire con su rugido helado. El
había sido incubado hacía unos mil años y, quizás porque su llegada a la vida se
produjo de forma bastante inesperada —el inmenso huevo se rompió gracias al
impacto de un relámpago en una noche de tormenta—, el dragón resultó ser más
bien cobarde y no demasiado inteligente. Además, la muerte de su madre le había
afectado mucho... Durante mucho tiempo su madre había sido el terror de los
pueblos vecinos, había escupido fuego por su boca, provocando el enfado del rey
que consecuentemente ordenó que su guarida estuviera constantemente vigilada
por caballeros, los cuales eran destrozados y devorados por ella como si fueran
nueces. Pero en una ocasión se tragó a un corpulento jefe real, y después se tumbó
a echar la siesta sobre una roca al sol, y el gran Ganon en persona llegó al galope
con su armadura de hierro, en un corcel negro cubierto de malla de plata. La pobre,
soñolienta, trató de retirarse, su grupa verde y oro llameando como fuego al viento,
pero el caballero cargó contra ella y consiguió atravesar el suave pecho blanco con
su lanza. Ella se derrumbó y rápidamente el corpulento caballero surgió de la herida
rosa, con el corazón enorme y todavía humeante bajo el brazo.
El joven dragón contempló todo esto escondido detrás de una roca y, desde
entonces, no podía pensar en los caballeros sin ponerse a temblar. Se retiró a las
profundidades de la cueva, de la que nunca salió. Y así pasaron diez siglos, el
equivalente a veinte años para un dragón
.

Miguel de Cervantes
DON QUIJOTE DE LA MANCHA   129

Sancho amigo, has de saber que yo nací por querer del cielo en esta
nuestra edad de hierro para resucitar en ella la de oro, o la dorada, como suele
llamarse. Yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las grandes
hazañas, los valerosos hechos. Yo soy, digo otra vez, quien ha de resucitar los
de la Tabla Redonda, los Doce de Francia y los Nueve de la Fama, y el que ha
de poner en olvido los Platires, los Tablantes, Olivantes y Tirantes, los Febos y
Belianises, con toda la caterva de los famosos caballeros andantes del pasado
tiempo, haciendo en este en que me hallo tales grandezas, estrañezas y fechos
de armas, que escurezcan las más claras que ellos ficieron. Bien notas, escudero
fiel y legal, las tinieblas desta noche, su estraño silencio, el sordo y confuso
estruendo destos árboles, el temeroso ruido de aquella agua en cuya busca
venimos, que parece que se despeña y derrumba desde los altos montes de la
luna, y aquel incesable golpear que nos hiere y lastima los oídos, las cuales
cosas todas juntas, y cada una por sí, son bastantes a infundir miedo, temor y
espanto en el pecho del mesmo Marte, cuanto más en aquel que no está acostumbrado
a semejantes acontecimientos y aventuras. Pues todo esto que yo te
pinto son incentivos y despertadores de mi ánimo, que ya hace que el corazón
me reviente en el pecho con el deseo que tiene de acometer esta aventura, por
más dificultosa que se muestra
.

EL CRIMEN DE UN ACADÉMICO
ANATOLE FRANCE                        129

Una magnífica y clara luz, la luz de un hermoso día, derrama sus ondas incorruptibles en aquel sórdido lugar, ilumina y sonríe a tan ruin personaje. Fuera, extiende su esplendor sobre todas las miserias de un barrio populoso.
¡Cuán dulce es esa claridad que deslumbra mis ojos hace mucho tiempo, y de la que ya pronto no disfrutaré! Con las manos cruzadas a la espalda, pensativo, prolongo mi paseo junto a las murallas, y sin darme cuenta me hallo al fin en los barrios extremos adornados con míseros jardinillos. A la orilla de un camino polvoriento descubro una planta cuya flor, magnífica y triste a la vez, parece formada para asociarse a los duelos más nobles y más puros. Es una ancolia. Nuestros padres la llamaban guante de Nuestra Señora. Sólo una Virgen que se apareciese a los niños reducida al tamaño de una muñeca, podría meter sus preciosos dedos en las estrechas cápsulas de aquella flor.
Un abejorro se introduce brutalmente en la flor; su hocico no puede llegar al néctar, y el goloso se esfuerza en vano. Al fin renuncia y se retira embadurnado de polen. Prosigue su marcha con pesado vuelo, pero escasean las flores en ese barrio renegrido por el hollín de las fábricas. Vuelve a la ancolia, y aquella vez consigue penetrar en la corola y chupa el néctar por la abertura. Yo jamás hubiera imaginado que un abejorro tuviese tanta inte-ligencia. Es admirable. Los insectos y las flores me sorprenden, y a medida que los observo me producen un asombro mayor

ROBERT GRAVES
LOS MITOS GRIEGOS  129

El supuesto rapto de Ganímedes por el águila lo explica un ánfora ceretana
de figuras negras: un águila que se lanza sobre los muslos de un rey recién
entronizado llamado Zeus simboliza el poder divino que se le confiere —su
ka u otro yo—, así como un halcón solar descendía sobre los Faraones en
su coronación. Sin embargo, la tradición de la juventud de Ganimedes indica
que el rey que aparece en la imagen era el sustituto regio, o interrex, que
gobernaba un solo día, como Faetonte (véase 42.2), Zagreo (véase 30.1),
Crisipo (véase 105.2) y los demás. Puede decirse, por lo tanto, que el águila
de Zeus no sólo le hizo rey, sino que además lo transportó al Olimpo.
2. La ascensión de un rey al cielo montado en un águila, o en la forma de
un águila, es una fantasía religiosa muy difundida. Aristófanes la caricaturiza
en La paz (1 y ss.) haciendo subir a su protagonista montado en un escarabajo.

 

                       

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