DONDE TENGO EL MICROFONO
James Joyce Ulises 569pags. 658-569=89
Alababa la excelencia de la leche,mientras la vertía.Acurrucada junto a una paciente vaca,al romper el dia,en el fértil campo,bruja sentada en su seta venenosa,con sus arrugados dedos rápidos en las ubres chorreantes.Mugian en torno a ella,la conocían;ganado sedoso de rocio.Seda de las vacas y pobre vieja.Una anciana errante,baja forma de un ser inmortal,sirviendo al que la conquistó y alegremente la traicionó;la concubina común de ellos,mensajera de la secreta mañana.Está muy bien,señora-dijo Buck Mulligan, sirviendo leche en las tazas.
JACQUES BOREL LA ADORACION pag.658
Entró la camarera y me pregunto si quería el desayuno.Le respondí que no,que quería a mi madre, que no estaba.La camarera se encogió de hombros y supongo que me hizo alguna observación desagradable.En aquel momento, entró mi madre,y le dijo a la mujer que me trajera una taza de chocolate y unos croissants calientes.
JAROSLAV SEIFERT TODA LA BELLEZA DEL MUNDO 263pags. 263*2=526 658-526=132pag.
Durante la guerra desaparecieron de las tiendas la cerveza y el vino. Lo que vendían no se podía beber. Naturalmente, desapareció también el alcohol casero. Durante la Primera Guerra Mundial la gente preparaba en casa cerveza negra. Era horrible. En la segunda guerra se fabricaba aguardiente. Mucha gente fabricaba sus propios instrumentos. Bidlo también consiguió un ingenioso aparato de cobre y cristal. En la olla de cobre se quemaba todo: fruta estropeada con azúcar, melaza sucia, miel, viejas mermeladas. Los tubos de cristal con vapores de alcohol se enfriaban en un lavadero con agua fría. Por eso el aguardiente fabricado en casa se llamaba «lavadera».
Después de la primera quemada goteaba una especie de líquido sucio que se tenía que volver a quemar. Los bebedores más exquisitos lo quemaban incluso dos veces, sabiendo que no habría más que la mitad de aguardiente.
Bidlo tenía su aparato en casa de sus amigos en la misma calle donde residía Halas. Vivía con su madre en un pequeño piso con balcones interiores y pronto lo supo todo el edificio. La fabricación de aguardiente estaba entonces rigurosamente prohibida. Preparando bebidas, Bidlo llegó a una cierta perfección. El gasto era soportable. No obstante, cuando llevaba las botellas a casa de Halas, Bunka se enfadaba de verdad. Si la bebida no era todo lo sabrosa que podría ser, su efecto, en cambio, era muy fuerte. Como castigo, Bidlo pintó a Bunka vestida sólo con medias bebiendo el producto del dibujante en una jarra.
Lástima, las palabras de Halas se cumplieron. Antes del final de la guerra, cuando ya no cabía duda ninguna de su resultado, Bidlo contaba en el restaurante U Procházkü, en lo que hoy se llama plaza Mírové, lo que pasaría con Hitler al acabar la guerra. Uno de los presentes era espía y a mediados de enero se llevaron a Bidlo a la Gestapo. Ya no volvió y nunca más le hemos vuelto a ver.
ORHAN PAMUK EL LIBRO NEGRO pags.255*2=510 658-510=148pag.
Mucho después de que oscureciera, Galip encontró en una caja en la que Celâl había guardado todo tipo de baratijas de la época en que publicó una columna sobre los cuentos policíacos de Las mil y una noches («Ali el despierto», «El ladrón inteligente», etcétera) un mapa de El Cairo y la Guía de la Ciudad publicada por el ayuntamiento de Estambul en 1934-1935, y como esperaba, había marcado los cuentos de Las mil y una noches en el mapa de El Cairo con flechas dibujadas con un bolígrafo verde. En los mapas de algunas páginas de la Guía de la Ciudad vio también flechas dibujadas, aunque no fuera con el mismo bolígrafo, sí con el mismo verde. Mientras seguía las flechas verdes en los confusos mapas le pareció ver el de sus propias caminatas por la ciudad desde hacía una semana. Para convencerse de que no era más que un espejismo se recordó que la flecha verde pasaba por edificios de oficinas en los que no había puesto el pie, por mezquitas en las que no había entrado y por cuestas por las que no había subido y, no obstante, sí había pasado por edificios próximos, había ido a mezquitas cercanas y había subido por cuestas que llevaban a la misma colina. ¡Así pues, todo Estambul, se viera como se viese en los mapas, hervía de viajeros que habían emprendido el mismo viaje!
Colocó los mapas de Damasco, El Cairo y Estambul uno al lado del otro, tal y como había previsto Celâl en una crónica que había escrito hacía años inspirándose en Edgar Allan Poe. Para poder hacerlo necesitó arrancar las páginas encuadernadas de la Guía de la Ciudad del ayuntamiento con una hoja de afeitar que tomó del baño y que Celâl había pasado por su barba, como probaban los pelos que había en ella. Después de colocar lado a lado los mapas, en un primer momento no supo qué hacer con aquellos fragmentos de dibujos y signos cuyos tamaños, además, no coincidían. Después, como hacía con Rüya en su infancia cuando querían copiar algo de una revista, los apretó uno sobre otro contra el cristal de la puerta de la sala de estar y los contempló a la luz de una lámpara que los enfocaba por detrás. Luego los extendió para laminarlos sobre la misma mesa en que la madre de Celâl había extendido en tiempos sus patrones e intentó verlos como piezas de un rompecabezas que tuviera que completar. Lo unico que pudo ver en los mapas, colocados unos sobre otros, fue la arrugada y totalmente casual cara envejecida de un anciano.
ORHAN PAMUK ME LLAMO ROJO pags.276*2=552 658-552=106
—¿Y con qué te vas a ganar la vida? —me preguntó—. ¿Podrás cuidar de mis huérfanos?
Le hablé de mi experiencia de más de doce años al servicio del Estado y como secretario, de las múltiples lecciones que había aprendido de las batallas y de los cadáveres que había visto y de mi brillante futuro, y la abracé.
—Qué bien estábamos abrazados hace un instante —dijo—. Y ahora todo ha perdido su magia del principio.
La abracé con más fuerza para demostrarle lo sincero que era y le pregunté por qué me había devuelto con Ester la ilustración que le había dibujado hacía ya doce años después de conservarla durante tanto tiempo. En sus ojos pude leer la sorpresa que le causaba mi aturdimiento y el cariño por mí que se elevaba en su corazón y nos besamos. Esta vez no me encontré apresado por una sensualidad mareante sino que a ambos nos sacudía el aleteo, parecido al de un águila, de un poderoso amor que nos penetraba el corazón, el pecho, el vientre, por todas partes. ¿No es hacer el amor la mejor manera de sofocar la pasión amorosa?
Mientras cogía con mis manos sus enormes pechos, Seküre me empujó de una forma más decidida y más dulce. No era lo bastante maduro como para conseguir llevar adelante un matrimonio con una mujer a la que hubiera mancillado antes de casarme si quería que tuviera visos de futuro. Además, era lo bastante inconsciente como para olvidar la forma que tiene el Diablo de entrometerse en las cosas que se hacen a toda prisa y lo suficientemente inexperto como para ignorar la paciencia y los sufrimientos que requiere desde el comienzo un matrimonio feliz. Se deshizo de mi abrazo, se alejó de mí, se bajó el velo de lino y se dirigió hacia la puerta. Por la puerta abierta vi la nieve que caía en las calles prematuramente oscurecidas y, olvidándome de todo lo que habíamos susurrado allí —quizá para no turbar al espíritu del Judío Ahorcado—, le grité:
—¿Y qué vamos a hacer ahora?
—No lo sé —me respondió de acuerdo a las reglas del ajedrez del amor, y mi amada se alejó en silencio dejando atrás las huellas de sus pasos sobre la nieve, que con tanta rapidez había cubierto el viejo jardín.
CARMEN MARTIN GAITE CAPERUCITA EN MANHATAN pags208*3=624 658-624=34pag.
Rod no tenía el menor complejo de superdotado. Le estorbaba todo lo que tuviera que ver con la letra impresa, y a Sara nunca se le ocurrió compartir con él el lenguaje de las farfanías, que ya al cabo de los cuatro primeros años de su vida contaba con expresiones tan inolvidables como «amelva», «tarindo», «maldor» y «miranfú». Eran de las que habían sobrevivido.
Porque unas veces las farfanías se quedaban bailando por dentro de la cabeza, como un canturreo sin sentido.
Y ésas se evaporaban en seguida, como el humo de un cigarrillo. Pero otras permanecían tan grabadas en la memoria que no se podían borrar. Y llegaban a significar
35
algo que se iba adivinando con el tiempo. Por ejemplo, «miranfú» quería decir «va a pasar algo diferente» o «me voy a llevar una sorpresa».
OCTAVIO PAZ OBRAS COMPLETAS VOL.1 236*2=472 658-472=168pag.
¿Fin del arte y de la poesía? No, fin de la «era moderna» y con ella de la idea de «arte moderno». La crítica del objeto prepara la resurrección de la obra de arte, no como una cosa que se posee, sino como una presencia que se contempla. La obra no es un fin en sí ni tiene existencia propia: la obra es un puente, una mediación. La crítica del sujeto tampoco equivale a la destrucción del poeta o del artista, sino de la noción burguesa de autor Para los románticos, la voz del poeta era la de todos; para nosotros es rigurosamente la de nadie. Todos y nadie son equivalentes y están a igual distancia del autor y de su yo. El poeta no es «un pequeño dios», como quería Huidobro. El poeta desaparece detrás de su voz, una voz que es suya porque es la voz del lenguaje, la voz de nadie y la de todos. Cualquiera que sea el nombre que demos a esa voz —inspiración, inconsciente, azar, accidente, revelación—, es siempre la voz de la otredad.
JOHN KENNEDY TOOLE LA CONJURA DE LOS NECIOS pags327*2=654 658-654=4pag.
—Bueno, aún está a tiempo.
—Sí, sí, claro —dijo con indiferencia la señora Reilly—. ¿Quiere ponerme también media docena de bizcochos borrachos? Ignatius se pone insoportable cuando se acaban las pastas.
—Así que a su chico le gustan las pastas, ¿eh?
—Oh-Señor, este codo me está matando —contestó la señora Reilly.
En el centro del grupo que se había formado delante de los grandes almacenes, se balanceaba violenta la gorra de cazador, un verde destello en el círculo de gente.
—Hablaré con el alcalde —gritaba Ignatius.
—Deje en paz al muchacho —dijo una voz entre la multitud.
—Vaya a detener a esas chicas que se desnudan de la Calle Bourbon —añadió un viejo—. El es un buen chico. Está esperando a su mamá.
—Gracias —dijo, desdeñoso, Ignatius—. Espero que todos ustedes den testimonio de este ultraje.
—Vamos, acompáñeme —le dijo el policía con menguante seguridad. A su alrededor había ya casi una multitud y no se veía ni a un guardia de tráfico—. Vamos a la comisaría.
—Así que un buen muchacho no puede ya ni esperar a su mamá a la puerta de un comercio —era de nuevo el viejo—. Convénzanse, la ciudad nunca fue así. Esto es el comunismo.
— ¿Está llamándome usted comunista? —preguntó el policía al viejo, mientras procuraba evitar los latigazos de la cuerda del laúd—. Le llevaré también a usted. Así mirará más a quien anda llamando comunista.
—A mí no puede usted detenerme —gritó el viejo—. Pertenezco al Club Edad Dorada, patrocinado por el Departamento Recreativo de Nueva Orleans.
—Deje en paz a ese anciano, policía de mierda —chilló una mujer—. Es probable que tenga ya nietos.
—Los tengo —dijo el viejo—. Tengo seis nietos, estudian todos con las hermanas. Y son muy listos, además.
Sobre las cabezas del gentío, Ignatius vio a su madre que salía despacito del vestíbulo de los almacenes cargando con los artículos de repostería como si fuesen cajas de cemento.
— ¡Mamá! —gritó—. Llegas en el momento justo. Me han detenido.
Abriéndose paso entre la gente, la señora Reilly dijo:
—¡Ignatius! ¿Pero qué pasa? ¿Qué has hecho ahora? Eh, oiga, quítele esas manos de encima a mi hijo.
—No le estoy tocando, señora —dijo el policía—. ¿Este de aquí es su hijo?