Menudas perrerías le hizo usted a su abuela cuando era pequeño.¿Recuerda aquella vez que le até a los pies de la cama?No,no me abordaba”Pues bien era el día de recibo de Madame ;esperaba visitas,y usted estaba terrible aquel día.Había echado a correr para librarse de unos azotes,pero yo le alcancé.”Jeanne-me dijo la señora-,átalo a los pies de la cama,pues1Dios sabe lo que es capaz de hacer¡”Debe usted perdonarme,pero bien que le até con unos cordeles gruesos y trenzados,que sujeté después a los pies de la cama de la señora.!La cama de Madame¡ !No había miedo de que la moviera¡No;pero ,en cambio,consiguió desatar los cordeles y,mientras la señora estaba con sus amigas,allá que se presenta usted en medio del salón,gritando;” !Viva la libertad¡”.Usted no lo recordará porque era muy pequeño.
ISMAIL KADARÉ-EL PALACIO DE LOS SUEÑOS-152 pág 0 152*7=1064-998=66
EDGAR ALLAN POE-CUENTOS- 313 0 313*=1252-998=254
La trampa en que acababa de meterse, salvo que bajara otra vez por el pararrayos, ocasión en que sería posible atraparlo. Por otra parte, se sentía ansioso al pensar en lo que podría estar haciendo en la casa. Esta última reflexión indujo al hombre a seguir al fugitivo. Para un marinero no hay dificultad en trepar por una varilla de pararrayos; pero, cuando hubo llegado a la altura de la ventana, que quedaba muy alejada a su izquierda, no pudo seguir adelante; lo más que alcanzó fue a echarse a un lado para observar el interior del aposento. Apenas hubo mirado, estuvo a punto de caer a causa del horror que lo sobrecogió. Fue en ese momento cuando empezaron los espantosos alaridos que arrancaron de su sueño a los vecinos de la rue Morgue. Madame L’Espanaye y su hija, vestidas con sus camisones de dormir, habían estado aparentemente ocupadas en arreglar algunos papeles en la caja fuerte ya mencionada, la cual había sido corrida al centro del cuarto. Hallábase abierta, y a su lado, en el suelo, los papeles que contenía
ROBERTO BOLAÑO-2666 pág 998
Uno de los soldados que lo libró del montón de cadáveres malolientes y de la nieve que se había ido acumulando, dijo que el tipo en cuestión olía a algo extraño es decir no olía a suciedad ni a mierda ni a orines, tampoco olía a podredumbre ni a gusanera, vaya, el sobreviviente olía bien, un olor fuerte, si acaso, pero bueno, como a perfume barato, perfume húngaro o perfume de gitanos, con un ligero aroma a yogur, tal vez, con un ligero aroma a raíces, tal vez, pero lo que predominaba no era, ciertamente, el olor a yogur o a raíces sino otra cosa, una cosa que sorprendió a todos los que estaban allí, sacando a paladas los cadáveres para enviarlos tras las líneas o darles cristiana sepultura, un olor que apartaba las aguas, como hizo Moisés en el Mar Rojo, para que el soldado en cuestión, que apenas podía tenerse de pie, pudiera pasar, ¿pero pasar adónde?, cualquiera lo sabía, a retaguardia, a un manicomio en la patria, seguramente
Dan Brown El código Da Vinci 413 pags 0 413*3=1235-998=237
La primera vez que Langdon vio la película del rey Leon se quedó boquiabierto al comprobar que el cuadro que decora el hogar submarino de Ariel no es otro que Magdalena Penitente, la famosa pintura de Georges de la Tour del siglo XVII, un homenaje a la denostada María Magdalena, muy adecuado, por otra parte, teniendo en cuenta que la película resultaba ser un collage de noventa minutos con descaradas referencias simbólicas a la santidad perdida de Isis, de Eva, de Piscis, la diosa pez y, reiteradamente, de María Magdalena. El nombre de la sirenita, Ariel, poseía estrechos vínculos con la divinidad femenina, y en el Libro de Isaías era sinónimo de «La ciudad santa sitiada». Estaba claro, además, que el hecho de que la sirenita fuera pelirroja tampoco era casual
LOS RENGLONES TORCIDOS DE DIOS-TORCUATO LUCA DE TENA 399 págs 0 399*3=1197-998=199
—las formas, las temperaturas, la luna— es un lenguaje que hemos olvidado los hombres, o que deletreamos apenas... También la declara De Quincey1: "Hasta los sonidos irracionales del globo deben ser otras tantas álgebras y lenguajes que de algún modo tienen sus llaves correspondientes, su severa gramática y su sintaxis, y así las mínimas cosas del universo pueden ser espejos secretos de las mayores").
Un versículo de San Pablo (I, Corintios, XIII, 12) inspiró a León Bloy: Videmus. nune per speculum in aenigmate.- tune autem facie ad faciem. Nunc cognosco ex parte; tune autem cognoscam sicut et cognitus sum. Torres Amat miserablemente .traduce: "Al presente no vemos a Dios sino como en un espejo, y bajo imágenes oscuras: pero entonces le veremos cara a cara. Yo no le conozco ahora sino imperfectamente: mas entonces le conoceré con una visión clara, a la manera que soy yo conocido." 44 voces hacen el oficio de 22; imposible ser más palabrero y más lánguido.
VLADIMIR NABOKAV-CUENTOS COMPLETOS 675 PÁGS. 724-675-49
Dioses Esto es lo que veo ahora mismo en tus ojos: una noche lluviosa, una calle angosta, unas farolas que se pierden en la distancia. El agua se desliza vertiginosa por las laderas de los tejados empinados hasta los desagües. Debajo de la boca de serpiente de cada uno de los desagües hay un cubo con un aro verde. Las hileras de cubos bordean las paredes negras a ambos lados de la calle. Yo los observo mientras se van llenando de mercurio frío. El mercurio pluvial va creciendo hasta desbordarse. Las bombillas desnudas brillan en la distancia, sus rayos erizados en la lluviosa oscuridad. Los cubos ya se están desbordando. Y así logro entrar en tus ojos nublados, hasta llegar a una callejuela angosta de negra luz tenue donde la lluvia nocturna borbotea y susurra. Sonríeme. ¿Por qué me miras con expresión tan sombría y siniestra? Ya es de mañana. Las estrellas no han cesado de chillar con sus voces infantiles toda la noche mientras que en el tejado alguien laceraba y acariciaba un violín con un arco afilado. Mira, el cielo cruza la pared lentamente como una vela al viento. Tú emanas una niebla ahumada que todo lo envuelve. El polvo comienza a tejer remolinos en tus ojos, millones de palabras doradas. ¡Sonreiste!
Salimos al balcón. Es primavera. Abajo, en medio de la calle, un chico de rizos amarillos trabaja a toda prisa, dibujando a un dios. El dios se extiende de una a otra acera. El chico agarra un trozo de tiza en la mano, un trocito de carboncillo blanco, y en cuclillas, sin dejar de dar vueltas, dibuja con amplios trazos en el suelo. Este dios blanco tiene grandes botones también blancos y los pies abiertos
MANUEL VICENT-BALADA DE CAIN 81 PÁGS 81 0 81*9=729-724=5 Bajo las estrellas del desierto, junto al fuego, Eva comía carne de lagarto y no cesaba de narrar hechos felices que sucedieron antiguamente. A continuación, con mágicas palabras, me transportó a aquella región donde crecía el terebinto, cuyo producto es el bedelio, sustancia que sana el morbo de la duda. En su juventud, mis padres amasaban esta resina con estambres de adormidera y luego la tomaban para ponerse luminosos por dentro ya que esa poción les volvía los ojos del revés y les permitía ver los propios minerales del cerebro brillando como rubíes. Parece ser que mis padres, hace mucho tiempo, habían sido muy dichosos en aquel lugar. En un incierto pasado habitaron un jardín lleno de sombras húmedas y brisas amables en medio de un gran estruendo de monos y papagayos. Allí, los árboles daban frutos delicados al paladar, algunas flores tenían propiedades visionarias y había muchas cascadas azules que caían en el mismo lago resplandeciente. Cuando el sol hendía sus aguas con un ángulo de luz exacta, este lago se volvía transparente y en su alveolo, a más de cien brazas de profundidad, sólo en un instante matemático, se podía adivinar la sombra de una ciudad sumergida.
La ladrona de libros pág.724 Markus Zusak
Max le prestó una atención especial. —El hombre que silbaba —le informó Rosa —. Capítulo uno. Le explicó con pelos y señales lo que había ocurrido en el refugio. Liesel estaba en un rincón del sótano. Max la miraba fijamente y se pasaba la mano por la mandíbula. Personalmente, creo que ese fue el momento en que se le ocurrió el tema para su siguiente cuaderno de dibujos. El árbol de las palabras. Imaginó a la niña leyendo en el refugio, compartiendo las palabras, literalmente. Sin embargo, como siempre, también debió de ver la sombra de Hitler. Puede que ya oyera sus pasos acercándose a Himmelstrasse y al sótano. Al cabo de una larga pausa, parecía que estaba a punto de hablar cuando Liesel se le adelantó. —¿Has visto el cielo esta noche? —No. —Max señaló la pared. Miraron las palabras y el dibujo que había pintado hacía más
de un año: la cuerda y el sol chorreante—. Hoy sólo este. Esa noche ya no hubo más palabras, sólo pensamientos. No puedo hablar por Max, Hans o Rosa, pero sé que Liesel Meminger estaba pensando que si las bombas caían alguna vez en Himmelstrasse, Max no sólo tendría menos oportunidades de sobrevivir que los demás, sino que también moriría completamente solo.
Inaudito el interés que se toman por un cadáver. Alegres de que nos vayamos les damos tanto trabajo viviendo. Trabajo que parece de su agrado. Secretos en las esquinas. De puntillas en chinelas por miedo de que se despierte. Luego preparándolo. Sacándolo. Maruja y la señora Fleming haciendo la cama. Tira más de tu lado. Nuestra mortaja. Nunca se sabe quién lo manipulará a uno cuando esté muerto. Lavado y shampoo. Creo que cortan las uñas y el cabello. Guardan un poco en un sobre. Crece igual después. Trabajo sucio.
Todos miraron por un instante, a través de sus ventanas, las gorras y los sombreros levantados por los transeúntes. Respeto. El coche se desvió de las vías hacia el camino más suave pasando la Watery Lane. El señor Bloom vio al pasar un joven delgado, vestido de luto, con ancho sombrero. —Ahí pasó un amigo tuyo, Dedalus — dijo. —¿Quién es? —Tu hijo y heredero.
LA MUERTE DEL QUINTO SOL-ROBERT SOMERLOTT-PÁG.186
MICHEL HOULLEBEXQ-PLATAFORMA-PÁG 186
Esbocé las líneas directrices de una película pornosocial titulada Los mayores se desmelenan. Había dos bandas que operaban en los
clubs de vacaciones, una formada por señores mayores de Italia y la otra por señoras mayores de Quebec. Cada cual por su lado, armados de nunchakus y de punzones para picar hielo, sometían a los peores ultrajes a unos adolescentes desnudos y morenos. Naturalmente, terminaban encontrándose en un velero del Club Med; entre ambas bandas reducían a los miembros de la tripulación, y las señoras mayores, sedientas de sangre, los violaban y los arrojaban por la borda. La película acababa con una gigantesca orgía de señoras y señores mayores, mientras el barco, rotas las amarras, navegaba directamente hacia el Polo Sur.
CERVANTES-QUIJOTE pág 186
-Bien -dijo el cura- me parece esta novela, pero no me puedo persuadir que esto sea verdad; y si es fingido, fingió mal el autor, porque no se puede imaginar que haya marido tan necio que quiera hacer tan costosa experiencia como Anselmo
VLADIMIR NABOKOV-CUENTOS COMPLETOS 186
El pasajero —Sí, la vida tiene más talento que nosotros —suspiró el escritor, golpeteando la boquilla de cartón de su cigarrillo ruso contra la tapa de su pitillera—. ¡Qué argumentos inventa la vida de cuando en cuando! ¿Cómo vamos a competir con semejante diosa? Sus obras son intraducibies, indescriptibles
—Nuestro último recurso, por lo tanto, es hacer trampas —siguió diciendo el escritor, mientras dejaba caer distraído una cerilla en el vaso de vino vacío del crítico—. Lo único que nos resta es tratar a sus obras como los productores de cine tratan las novelas famosas
nosotros, los escritores, alteramos los temas de la vida a nuestro antojo para que se acomoden al instinto que nos lleva a buscar una suerte de armonía convencional, una especie de concisión artística. Salpicamos nuestros insípidos plagios con ingenios de nuestra propia cosecha. Pensamos que las hazañas de la vida son demasiado arrolladoras, demasiado irregulares, que su genio es demasiado desordenado. Me encontraba viajando en el coche cama de un expreso
Después de perderme por un tiempo en pensamientos privados —en aquella época estaba ansioso por escribir un relato acerca de una limpiadora de coche-cama—, apagué la luz y me dormí en seguida
Me desperté y vi un pie. —Perdón ¿un qué? —interrumpió el modesto crítico, inclinándose hacia delante y levantando un dedo. —Vi un pie —repitió el escritor—. Había luz en el compartimiento. El tren estaba parado en una estación. Era el pie de un hombre, un pie de tamaño considerable, en un calcetín grueso, a través del cual un azulado dedo gordo había conseguido abrir un agujero.
El espejo ciego
Joseph Roth
Der Blinde Spiegel (1925) 63PAGS 63*2=186-186=1
La pequeña Fini se sentó en un banco en el Prater y la tibieza suave y acogedora de aquel día de abril la envolvió. De buena gana se dejó llevar por un dulce desfallecimiento, hasta entonces desconocido, extraño, como una melodía. La sangre, espesa y rápida, golpeaba contra la fina piel de sus muñecas y de sus sienes. El verde pálido de los árboles y de las praderas se desplegaba sobre los coches de bebé, las piedras y los bancos. Todo lo que se encontraba a la vista fluía entremezclado, como cuando uno contempla un mundo muy verde desde un tren muy rápido.
¿qué son los prodigios de Wells o de Edgar Allan Poe —una flor que nos llega del porvenir, un muerto sometido a la hipnosis— confrontados con la invención de Dios, con la teoría laboriosa de un ser que de algún modo es tres y que solitariamente perdura fuera del tiempo} ¿Qué es la piedra bezoar ante la armonía preestablecida, quién es el unicornio ante la Trinidad, quién es Lucio Apuleyo ante los multiplicadores de Buddhas del Gran Vehículo, qué son todas las noches de Shahrazad junto a un argumento de Berkeley?
JAMES JOYCE-ULISES pág.285
El chanchero de ojos de hurón dobló las salchichas que había cortado de un golpe con sus dedos manchados, salchicharrosados. Buena carne allí como una novilla establocebada
Tomó una página de la pila de hojas cortadas. La granja modelo en Kinnereth sobre la orilla del lago de Tiberias. Puede convertirse en ideal sanatorio de invierno. Moisés Montefiore. Yo creí que era él. Alquería rodeada de muros, ganado borroso paciendo. Sostuvo la hoja apartada de sí: interesante; la leyó más de cerca, el ganado borroso paciendo, la página crujiendo. Una joven novilla blanca. Esas mañanas en el mercado de hacienda las bestias mugiendo en sus corrales, ovejas marcadas, rociada y caída del estiércol, los cuidadores de botas herraclaveteadas abriéndose paso trabajosamente entre las camas de pajas, haciendo sonar su palmada sobre un cuarto trasero de carneen sazón, ésta sí que es de primera, varillas descortezadas en sus manos
Pacientemente mantuvo la página inclinada, conteniendo sus impulsos y sus deseos, la mirada suavemente atenta y reposada. La pollera curvada balanceándose al pluf pluf pluf. El chanchero arrebató dos hojas de la pila, envolvió sus salchichas de primera e hizo una mueca roja. —Ahí tiene, señorita —dijo.
MICHEL HOULLEBECQ-LAS PARTICULAS ELEMENTALES 183 PÁGS 0 186*2=286-285=1
El reino perdido
El 1 de julio de 1998 caía en miércoles. Así que con toda lógica, aunque fuese poco habitual, Djerzinski organizó su copa de despedida un martes por la tarde. Entre las cubetas de congelación de embriones y un poco aplastado por su volumen, un refrigerador Brandt albergaba las botellas de champán; por lo general servía para conservar los productos químicos corrientes.
Cuatro botellas para quince; era un poco justo. Por lo demás, todo era un poco justo; las motivaciones que los reunían eran superficiales; una palabra torpe, una mirada de reojo y el grupo corría el riesgo de dispersarse, de que cada cual saliera corriendo hacia su coche. Estaban en una habitación climatizada del sótano, embaldosada en blanco, decorada con un poster de lagos alemanes. Nadie había propuesto que hicieran fotos. Un joven investigador llegado a principios del año, un barbudo de aspecto estúpido, se eclipsó al cabo de unos minutos con la excusa de tener problemas de garaje. Un malestar
cada vez más perceptible se extendió entre los invitados; las vacaciones llegarían pronto. Algunos iban a la casa familiar, otros hacían turismo verde.
Las palabras cruzadas restallaban lentamente en el aire. Se separaron deprisa.
A las siete y media, todo había terminado. Djerzinski atravesó el aparcamiento en compañía de una colega de largo pelo negro, piel muy blanca y senos voluminosos. Era un poco mayor que él; estaba claro que le sucedería en la dirección de la unidad de investigación. La mayor parte de sus publicaciones trataban sobre el gen DAF3 de la drosofila; era soltera.
También he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar.
La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar.
Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo.
Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?
El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre. —¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo—. El minotauro apenas se defendió.
LA OTRA MUERTE
Pedro Damián, de quien yo guardaría alguna memoria, había muerto noches pasadas, de una congestión pulmonar.
Pedro Damián, de quien yo guardaría alguna memoria, había muerto noches pasadas, de una congestión pulmonar.
En algún tiroteo con los zumacos se portó como un hombre, pero otra cosa fue cuando los ejércitos se enfrentaron y empezó el cañoneo y cada hombre sintió que cinco mil hombres se habían coaligado para matarlo. Pobre gurí, que se la había pasado bañando ovejas y que de pronto lo arrastró esa patriada
JAMES JOYCE-ULISES pág.575
Estas listo. Listo. Apuesto la cabeza que es Alf Bergan o Richie Goulding. Lo escribieron en la cervecería escocesa por pura cachada, apuesto cualquier cosa. Al estudio de Menton ante todo. Sus ojos de ostra mirando fijamente la postal. Es un verdadero plato. Pasó el Irish Times. Podría haber otras respuestas esperando allí. Me gustaría contestarlas todas. Buen sistema para criminales. Código.
HARUKI MURAKAMI-1Q84 pág.575
«Hoy las cosas se han sucedido como cabía esperar», pensó Aomame. «Clac. El engranaje se ha movido hacia delante. Una vez que avanza hacia delante, nunca vuelve atrás. Ésa es una regla mundial.» Aomame cogió la pistola, la puso del revés y se metió el cañón en la boca, mirando hacia arriba. En el extremo de los dientes sintió su tacto metálico, muy duro y frío. Olía ligeramente a grasa. «Podría volarme los sesos. Levantar el percutor y apretar el gatillo. Todo se terminaría para siempre. No haría falta pensar en nada. No haría falta huir.» Aomame no tenía ningún miedo de morir. «Yo muero y Tengo sobrevive. Él va a vivir en este mundo de dos lunas, en el año de 1Q84.
Con los ojos bajos, Chieko miraba el viejo farol que se alzaba junto a las raíces del arce. A aquella luz, apenas se divisaba el carcomido contorno de la imagen, pero la muchacha sintió el impulso de rezarle. —Madre, ¿dónde nací realmente? Padre y madre cambiaron una mirada. —Bajo los cerezos del jardín de Gion —dijo Takichiro lacónicamente. Haber nacido bajo los cerezos del jardín de Gion, ¿no recordaba el cuento de hadas de El cortador de bambúes en el que el hada Kaguyahime sale de un tronco de bambú? ¿Por eso lo dijo el padre tan decidido? Si había nacido bajo las flores, ¿no irían entonces a llevársela los embajadores de la luna, como se llevaron a Kaguyahime? Aquello le parecía un pequeño chiste, pero se guardó bien de decirlo. Una niña abandonada, una niña robada. Sus padres adoptivos no sabían dónde había nacido, pero ¿conocerían a sus verdaderos padres? Chieko se arrepentía de haber hecho aquella pregunta, pero no se disculpó. ¿Por qué se le había ocurrido aquello de repente? ¿Lo sabía ella misma? ¿Acaso había quedado en el fondo de su memoria la frase de Masako: «Os parecéis como dos gotas de agua»? Chieko no sabía adónde mirar y mantenía los ojos fijos en el gran arce. Asomaba la luna, iluminando el cielo nocturno. —El cielo tiene ya el color del verano —dijo la madre, que también había levantado la mirada—. Oye, Chieko, tú naciste en esta casa. La madre no te dio el ser, pero en esta casa viniste al mundo. —Sí, madre —dijo Chieko, asintiendo con la cabeza.
MAHOMA-EL CORAN pág. 575
SURA LX LA PRUEBA
12. ¡Oh profeta! Si mujeres fieles prestan juramento de fidelidad entre tus manos y se comprometen a no asociar otras divinidades a Dios, a nombar, a no cometer adulterio, a no matar a sus hijos, a no decir cosas calumniosas, a no desobedecerte en nada de lo que es bueno, acoge su pacto e implores el perdón de Dios para ellas. Es indulgente y misericordioso
El señor Bloom volvía perezosamente las páginas de Las tremendas revelaciones de Marta Monk siguiendo a la Obra Maestra de
Aristóteles. Torcida impresión remendada. Láminas: infantes hechos una pelota en vientres rojos de sangre como hígados de vaca carneada. Montones de ellos en esa forma en este momento por todo el mundo. Todos topando con sus cráneos para salir de ahí. Cada minuto nace un niño en alguna parte. La señora Purefoy. Dejó a un lado ambos libros y dio una hojeada al tercero: Cuentos del Gheto por Leopold von Sacher Masoch. —Ése ya lo leí —dijo, haciéndolo a un lado. El vendedor hizo caer dos volúmenes sobre el mostrador. —Estos dos son buenos —dijo. Las cebollas de su aliento llegaron a través del mostrador desde la boca devastada. Se agachó para hacer un montón con los otros libros, los apretujó contra su chaleco desprendido y los llevó detrás de la cortina harapienta. El señor Bloom, solo, miró los títulos. Las Tiranas Rubias, de Jaime Abeduldeamor. Conozco la calidad. ¿Lo tuvo? Sí. Lo abrió. Ya me parecía. Una voz de mujer detrás de la harapienta cortina. Escuchemos: El hombre. No: a ella no le gustaría mucho esto. Se lo llevé una vez. Leyó el otro título: Dulzura del pecado. Más a propósito para ella. Veamos. Leyó donde abrió su dedo.
Las ventanillas de su nariz se arquearon olfateando presa. Ungüentos de pecho que se derriten. (¡Para él! ¡Para Raúl!). Sudor de
sobacos oliendo a cebollas. Fangopegajosa cola de pescado. (¡Las palpitantes redondeces de su cuerpo!) ¡Siente! ¡Aprieta! ¡Aplastado! ¡Estiércol sulfuroso de leones!
MIGUEL ANGEL ASTURIAS-TOROTUMBO pág 3 76
Del techo, entre mazorcas de maíz agarradas de las hojas como serafines de Maíz-dios y humo de incienso y pom quemados en braseros, simulando nubes, pendía Natividad Quintuche, que ya no era ella sino un angelito, sin que su madre la pudiera llorar por temor a volverle agua las alas, ni su padre y su padrino dejaran de rociar el rancho, machete en mano, dispuestos a medirse con el Diablo donde lo encontraran.
-¡Venado de cristal del aire -invocaban-, ayúdanos, pobrecita la muchachita, el diablo fue a quitar su plorcita!
-¡Di, por qué, Colibrí, no la perforaste tú con tu dardo de amor, de chupamiel, de picaflor! ¡Di por qué, Colibrí!
-¿Di, por qué, Zarespino, no la perforaste tú con una de tus espinas calcinantes? ¿Di, por qué, Zarespino?
Y éste fue el comienzo. Allí, aquella noche de sangre golpeada, de tierra golpeada, de agua golpeada, de fuego golpeado, empezó como un sueño, el baile de los estandartes verdes a lo largo de territorios de lagunas blancas. Bailaban con caras de pumas, jabalíes, dantas, monos, chacales, perros mudos. Sobresalían las aplastadas máscaras, sin mentón, de los pitones, y las cornamentas.
De los enmascarados toros bravos, en cientos, en miles de pezuñas bailando entre el polvo y el humo de la hogaza que soltaban los testuces. Bailaban, bailaban, bailaban. El Torotumbo extendía desde el rancho del Angelito que violó el Diablo y volaba al cielo, sus ríos de bailarines. Los que lo bailaban, todos los que se sentían toros lo bailaban, subían a saludar al Angelito y a pregonar su prosapia de muy hombres, de muy machos, de muy gallos, de muy toros, todos los que se sentían toros lo bailaban, toros toronegros, toros torobravos, toropintos, hijos de la vaca brava, nietos de la vaca pinta, toros torotumbos dispuestos a medirse con el Diablo. Bailaban, bailaban, bailaban... Este fue el comienzo. El golpe fue el comienzo. El golpe en el cuero, en la madera, en la piedra tundidos para acompañar el desdoblamiento de los bailarines que se movían a través ' de jaulas de cornamentas que ellos mismos se formaban con los brazos y de las que escapaban a saltos de pies tan diminutos que podían calzarse con ajíes. Bailaban, bailaban... Sudor de fiesta. Ríos de agua de caña. Zigzagueaban las calles, giraban las plazas, hormigueaba el aire y se oían los cohetes con ruido de meada de toro, ichessss, subir y estallar sobre los cielos cobalto. Bailaban, bailaban, bailaban... De pueblo en pueblo, el cuerpecito de la mujercita que violó el Diablo y volaba al cielo convertida en ángel, atraía más y más bailarines, y a sus vestiduras iban prendiendo listones de todos colores, escritos con los pedidos que le hacían a Dios las familias, las cofradías, los municipios, y que ella se encargaría de entregar en propias manos.
GEORGE ORWELL-LA MARCA- 133 págs 0 133*3=399-376=23
Ma Hla May tendría de veintidós a veintitrés años y su estatura era de unos cinco pies. Vestía un longyi de satén chino azul pálido bordado y un ingyi de muselina blanca almidonada, del cual pendían varios aros dorados. Su cabello formaba un apretado cilindro negro como el ébano, adornado con jazmines. Su pequeño y esbelto cuerpo ofrecía tan pocas redondeces como un bajo relieve. Era como una muñeca, y su rostro oval y tranquilo tenía el color del cobre reciente. De ojos estrechos y alargados, resultaba en conjunto una extraña muñeca de una belleza grotesca. Al entrar en el dormitorio, trajo con ella un intenso perfume a sándalo y aceite de coco.
Flory encendió un cigarrillo. En ocasiones como ésta, aquella mujer se le hacía inaguantable. Su único deseo era perderla de vista lo antes posible.
Ma Hla May estaba acariciando el hombro de Flory. Nunca había llegado a aprender el arte de dejarlo solo cuando él no la necesitaba. Creía que la lujuria era una forma de brujería que le daba a una mujer poderes mágicos sobre el hombre hasta que lo debilitaba y hacía de él un esclavo medio idiota. Cada contacto sucesivo minaba la voluntad de Flory y fortalecía el hechizo... Esto era lo que ella creía. Por eso empezó a insistirle y abrazó a Flory intentando volverlo hacia ella y besarlo en la cara, mientras le reprochaba su frialdad.
ROBERT GRAVES-LOS MITOS GRIEGOS- pág 376
Como se creía que el Viento Norte, que dobla los pinos, fertilizaba a las mujeres, los animales y las plantas, se describe a «Pitiocantos» como padre de Perígune, una diosa de los sembrados (véase 48.1). El apego de sus descendientes a las esparragueras y los juncales indica que los cestos sagrados que llevaban en las Tesmoforias estaban tejidos con esos materiales, y, por tanto, prohibidos para el uso corriente. La Cerda Cromiona, alias Fea, es la cerda blanca Deméter (véase 24.7 y 74.4), cuyo culto fue suprimido muy pronto en el Peloponeso. El que Teseo emprendiera su viaje
sólo para matar a una cerda preocupaba a los mitógrafos: Higinio y Ovidio la convierten en un jabalí, y Plutarco la describe como una mujer bandido cuya conducta repugnante le mereció el apodo de «cerda». Pero aparece en el mito gales primitivo como la Vieja Cerda Blanca, Hen Wen, atendida por el porquerizo mago Coll ap Collfrewr, que introdujo el trigo y las abejas en Britania; y al porquerizo mago de Deméter, Eubuleo, se le recordaba en el Festival de las Tesmoforias en Eleusis, en el que cerdos vivos eran arrojados a una sima en su honor. Sus restos putrefactos servían luego para fertilizar el trigo para sembrar (Escoliasta sobre Diálogos entre prostitutas de Luciano ii.l).
MIGUEL ANGEL ASTURIAS-LA AUDIENCIA DE LOS CONFINES-57 pags.0 57*7=366-376=23
El MAYORAL alcanza una silla para sentar al OBISPO, la que tiene más a la mano, y le ayuda a sacar de su pecho, de bajo la sotana morada, un frasco de sales. Hay un equívoco gracioso: el OBISPO en su aflicción, cree que la cruz de oro y rubíes que cuelga en su pecho es el frasco de sales, y la levanta para llevarla a su nariz, pero el MAYORAL lo evita, aplicándole a la ventana felpuda la boquita del cristal que ha de devolverle los sentidos y la calma.
VLADIMIR NABOKOV-DESESPERACION.70 PÁGS 70*6=430-376=54
Mi tema básico, la semejanza entre dos personas, posee una profunda significación simbólica. Esta notable semejanza física me llamó probablemente la atención (¡subconscientemente!) como promesa de ese ideal de igualdad consistente en unir a todo el pueblo en la futura sociedad sin clases; y al esforzarme por arrancarle toda su utilidad a un caso singular, estaba, aun siendo todavía ciego a las verdades sociales, realizando, no obstante, cierta función social.
Pues bien, verán ustedes, justo entonces, es decir a la hora exacta en la que se han detenido las manecillas de mi relato, también yo me detuve; y empecé a retozar, a perder el tiempo, de la misma manera que pierdo el tiempo y retozo ahora; me vi metido en el mismo tipo de enrevesados razonamientos que no tenían nada que ver con el asunto que me traía entre manos, y cuya hora prefijada se aproximaba a ritmo regular.
De modo que me dispuse, cómoda y hasta soñolientamente, a conducir con un dedo, despacito, a través de Berlín, por calles tranquilas, frías, susurrantes; y así seguí durante tiempo y tiempo, hasta que me apercibí de que había dejado Berlín atrás. Los colores del día estaban reducidos a sólo dos: el negro (la silueta de los árboles desnudos, el asfalto) y blancuzco (el cielo, las manchas de nieve). Y así procedió mi amodorrado transporte. Durante algún tiempo se balanceó ante mis ojos uno de esos grandes trapos feísimos que los camiones que transportan cosas largas y puntiagudas tienen la obligación de llevar colgando del extremo sobresaliente de la grupa; luego desapareció, tras haber tomado, presumiblemente, un desvío. Ni siquiera así aceleré en absoluto mi marcha. Un taxi salió velozmente de una calle lateral, se cruzó delante de mí, aplicó rechinantemente los frenos, y, debido a que la carretera estaba bastante resbaladiza, hizo un trompo grotesco. Yo me deslicé serenamente adelante, dejándole a un lado, como si estuviese dejándome arrastrar por la corriente. Más adelante, una mujer profundamente entristecida por el luto cruzó la calzada en línea oblicua, casi de espaldas a mí; yo no toqué la bocina ni alteré mi lento y regular avance, sino que pasé deslizándome apenas a cinco centímetros de su velo; ella no se dio cuenta de mi presencia, la presencia de un fantasma silencioso. Me adelantaban vehículos de todas las clases; durante un buen rato, un tranvía reptante me cerró el paso; y llegué a ver por el rabillo del ojo a los pasajeros, sentados como estúpidos cara a cara. Una o dos veces me metí en una calle mal adoquinada; y comenzaron a aparecer las gallinas; sus breves alas expandidas y sus largos cuellos bien estirados, esta o aquella ave de corral atravesaba la calle corriendo. Algo después me encontré conduciendo por una carretera interminable, que pasaba junto a rastrojeras con montones de nieve esparcidos aquí y allá; y en una localidad perfectamente desierta el coche pareció sumirse en un profundo sueño, como si pasara del azul al gris paloma, reduciendo poco a poco su velocidad hasta detenerse, y me quedé con la cabeza apoyada sobre el volante, víctima de un ataque de esquivas reflexiones. ¿En qué podía estar pensando? En nada, o en naderías; todo era laberíntico y yo estaba casi dormido, y en un semidesvanecimiento me puse a discutir conmigo mismo sobre algún absurdo, recordé una discusión sostenida una vez con alguien en el andén de una estación acerca de si vemos o no el sol en nuestros sueños, hasta que comencé a tener la sensación de que había mucha gente a mi alrededor, personas que hablaban todas con todas, y que luego se quedaban en silencio y se encargaban mutuamente recados sin importancia y se dispersaban sin hacer el menor ruido.
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Al mismo tiempo, temía que el doctor Shildkret le dijera: «Tiene razón. La gente ya no sabe conducir. Yo mismo lo he observado. Hoy en día, montar en coche es jugarte la vida». Shildkret era un zopenco y un mal médico, y yo había tenido la suerte de sufrir un ataque de apendicitis sin que él estuviera cerca. Podría haberme prescrito una lavativa y me habría matado.
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Cabía preguntarse por qué había seguido Marie23 su camino; de hecho, a partir de la lectura de ciertos fragmentos, se diría que se había planteado abandonar, si bien seguramente se había desarrollado en ella, como en mí, como en todos los neohumanos, cierto fatalismo, ligado a la conciencia de nuestra propia inmortalidad, que nos acercaba a aquellos antiguos pueblos humanos en los que las creencias religiosas se implantaron con fuerza. Por lo general, las configuraciones mentales sobreviven largo tiempo a la realidad que las ha originado. Convertido en técnicamente inmortal, tras haber alcanzado al menos un estadio que se asemejaba a la reencarnación, Daniel1 no había dejado de comportarse hasta el final con la impaciencia, el frenesí, la avidez de un simple mortal. Además, aun habiendo abandonado por iniciativa propia un sistema de reproducción que me garantizaba la inmortalidad o, más exactamente, la reproducción indefinida de mis genes, sabía que nunca llegaría a ser realmente consciente de la muerte; nunca conocería el tedio, el deseo ni el temor en el mismo grado que un ser humano.En el momento en que me disponía a meter otra vez las hojas en el tubo, me di cuenta de que éste contenía un último objeto, que me costó algún trabajo sacar. Se trataba de una página arrancada de un libro de bolsillo humano, doblada varias veces hasta formar una laminilla de papel que se hizo trizas cuando intenté desdoblarla. En los fragmentos de mayor tamaño leí estas frases, donde reconocí el diálogo del Banquete en el que Aristófanes expone su concepción del amor.
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—Tamaru —dijo Aomame—, me gustaría charlar un poco contigo. ¿Tienes tiempo?
—Claro —respondió Tamaru con semblante impertérrito—. Tengo tiempo y matarlo forma parte de mi trabajo. —Se sentó en la silla de jardín que había al salir del recibidor. Aomame se sentó en la silla contigua. Como el alero que sobresalía del tejado obstruía la luz, ambos se hallaban a la sombra. Olía a hierba fresca.
—Ya es verano —dijo Tamaru. —Las cigarras han comenzado a cantar —añadió Aomame. —Parece que este año han empezado un poco antes que de costumbre. A partir de ahora armarán tanto ruido que será hasta molesto para los oídos. Será el mismo ruido que cuando me alojé en un pueblo cercano a las cataratas del Niágara. Se las oía sin cesar, de la mañana a la noche. Igual que un millón de cigarras, grandes y pequeñas, cantando a la vez.—Quería pedirte un favor —dijo Aomame.
—Necesito una pistola —dijo Aomame con voz seria—. Una que quepa en un bolso. Que tenga poco retroceso, pero que sea bastante potente y que me garantice el éxito. No quiero réplicas de juguete, ni copias de fabricación filipina. Sólo voy a utilizarla una vez. Con una bala debería ser suficiente.