ISIS SIN VELO BLAVATSKY IV 317
La sangre es el plasma
primario del fluido universal, la materialización de la luz vital.
Su origen es maravilla de maravillas, pues procede de elementos en
que no hay ni una gota de ella, y transmutándose incesantemente como
universal Proteo, se metamorfosea en carne, huesos, lágrimas y
sudor. Puede substraerse a la corrupción y a la muerte, pues aunque
se descompone al morir el cuerpo, hay quien sabe magnetizar sus
glóbulos de suerte que cobren nueva dia. Si la substancia universal
con su doble acción es el gran arcano de la forma, la sangre es el
gran arcano de la vida.
Por su parte, dice el
filósofo indo Ramatsariar:
La sangre encubre el
misterioso secreto de la existencia, pues no hay forma orgánica que
pueda vivir sin ella.
Además,
el legislador hebreo, en consonancia con la tradición universal,
prohibió comer la sangre de las víctimas sacrificiales. Paracelso
afirma que los magos negros se valen de los vapores de la sangre para
evocar a las entidades astrales que en este elemento encuentran el
plasma conveniente para materializarse. Los sacerdotes de Baal se
herían en el cuerpo para provocar con la sangre apariciones
tangibles. En Persia, cerca de las factorías rusas de
Temerchan-Shura y Derbent, los adherentes de cierta secta religiosa
celebran sus ceremonias en locales cerrados, sobre cuyo pavimento
extienden una espesa capa de arena. Van estos fanáticos vestidos de
blancas y flotantes túnicas, con la cabeza descubierta y
cuidadosamente afeitada. Forman en círculo y giran rápidamente
hasta llegar al frenesí mántico, y en este estado se hieren unos a
otros con cuchillos que a prevención traen consigo, y muy luego
quedan con los trajes ensangrentados y dejan la arena empapada en
sangre. Entonces, cada uno de los circunstantes se ve acompañado en
la danza por una entidad astral con pelos
en la cabeza
que la distinguen de sus inconscientes evocadores.
Antiguamente,
las hechiceras de Tesalia mezclaban sangre de cordero y de niño para
evocar espectros, y también a los sacerdotes se les enseñaba la
evocación de los espíritus, aunque no por hechicería.
El Vellocino De Oro
Robert Graves 317
La costa estaba en posesión de salvajes no
menos extraños que los que habían visitado en el golfo oriental del mar Negro. Los primeros que
visitaron fueron los lotófagos, los perezosos habitantes de la gran isla rocosa de Menix, en la que
desembarcaron los argonautas en busca de agua. Los lotófagos, tal como su nombre indica, se
alimentan principalmente de las dulces bayas del loto, o azufaifo, el árbol de ramas sueltas y hojas
plateadas, que crece espontáneamente en cada hueco de las rocas y en cada rincón protegido.
También poseen rebaños de ovejas para sus provisiones de leche y de lana, pero consideran que
comer cordero asado es un acto repugnante, peor que el canibalismo. Con las bayas del loto hacen
un vino tan fuerte que, por lo visto, perjudica la memoria de quienes lo beben: después de sólo unos
tragos olvidan los nombres de sus amigos y de sus parientes e incluso el de los dioses benditos. En
Menix los argonautas encontraron agua buena y comieron unos pastelitos redondos y dulces hechos
de bayas de loto; pero se negaron a probar el vino de loto porque Nauplio les había advertido de su
peligro. Por fin habían aprendido a no buscarse problemas haciendo pruebas peligrosas.
La siguiente escala del Argo fue en el territorio de los gindaneos, que son pastores de ovejas y de
cabras y pescadores de atunes; también se alimentan de loto, pero no elaboran vino con él. Fue aquí
donde los argonautas vieron por vez primera cómo crecían las palmeras datileras, como altos pilares
coronados de plumas, y probaron la fruta pegajosa y amarilla, que tarda mucho en madurar. Las
mujeres gindaneas llevan alrededor del tobillo tantas tiras de lienzo como amantes han tenido, y son
el sexo dominante, pues son quienes guardan los pozos. A los argonautas que fueron en busca de
agua no les dejaron sacar ni un solo cubo del pozo hasta que hubieron disfrutado de su compañía y
hubieron entregado una tira de lienzo para el tobillo de cada una de las novias. Las mujeres eran
hermosas, aunque excesivamente morenas, y los argonautas, encabezados por Equión, se alegraron
de poderles dar el placer que exigían. Los hombres gindaneos no se mostraron celosos por este acto,
pero tenían una curiosidad indecente y no querían marcharse de allí; sin embargo, a petición de
Equión, las mujeres les obligaron a irse a bañar en el mar.
VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 317
Y ahora, en 1925, al inicio de su vejez, este hombre próspero y en verdad
más bien solitario experimentó tal comezón de escribir, tal deseo —no por la fama,
sino sencillamente por el calor y la atención de unos posibles lectores—, que
decidió dar rienda suelta a sus impulsos y escribir una novela y publicarla él mismo.
Para cuando su protagonista, el abatido y fatigado Dolinin, estuvo dispuesto a
escuchar el clarín de una vida nueva y (después de aquella famosa parada que casi
probó ser fatal en el guardarropa) hubo escoltado a su joven acompañante hasta la
noche de abril, la novela ya había adquirido un título, Labios contra labios . Dolinin
consiguió que Irina se mudara a su piso, pero todavía no se había producido avance
alguno en materias sexuales porque él deseaba que ella acudiera a su cama por su
propia voluntad, exclamando:
«Tómame, toma mi pureza, toma mi tormento. Tu soledad es mi soledad, y ya sea
tu amor largo o breve estoy preparada para todo, porque en torno a nosotros la primavera nos llama y nos emplaza a que gocemos de la humanidad y del bien,
porque el cielo y el firmamento irradian una belleza divina, y porque te amo.»
—Un pasaje muy poderoso —observó Euphratski—. Terra firma, vamos, si me lo
permites. Muy poderoso.
—¿Y no resulta un poco aburrido? —preguntó Ilya Borisovich Tal, devolviéndole la
mirada por encima de su montura de concha—. Dímelo francamente.
—Supongo que la desflorará —musitó Euphratski.
—Mimo, chitatel’, mimo! (¡te equivocas, lector, te equivocas!) —contestó Ilya
Borisovich (malinterpretando a Turguenev). Sonrió con suficiencia, ajustó con
firmeza las páginas de su manuscrito, cruzó sus gruesas piernas hasta encontrar una
postura más cómoda y prosiguió su lectura.