Imre Kertész Yo,otro 143 pags. 205-143=62Mi historia consiste en mis muertes;si quisiera contar mi vida,debería contar mis muertes.Aun así,algo huele mal-vuelvo a protestar-.Si contemplas Auschwitz desde un punto de vista tan teológico,sin duda crees que tu vida también tiene sentido.Tal vez pienses directamente que Dios te dejó con vida porque te eligió para que reconocieras el toque de atención inherente a Auschwitz.Susan Sontag Ante el dolor de los demas 151pags. 205-151=54Los sufrimientos que padece la población civil a manos del desbocado ejército victorioso.Las miserias y desgracias de la guerra,representa las atrocidades que cometieron las tropas francesas contra los civiles durante la invasión y la ocupación de Lorena a comienzos del decenio de 1630.Callot comienza con una lámina sobre reclutamiento de soldados;muestra combates feroces,masacres,saqueos violaciones,las maquinas de tortura y ejecución(la garrucha,el árbol de la horca,el peloton de fusilamiento,la hoguera,la rueda),la venganza campesina contra los soldados;y termina con una distribución de recompensas.
Ad absurdum Gion Mathias Cavelty 129 pags. 205-129=76La Tierra está en llamas,ardiendo por completo.Yo lo he salvado del infierno.Deberia agradecermelo.-Quiere decir....
-!No hay vuelta atrás,amigo mio!
La noticia era tan terrible que me desvanecí.
Vladimir Nabokov El ojo 107pags. 205-107=98No puedo continuar asi,no puedo aguantarlo más-musité,agarrándole con violencia la muñeca,que se puso rigida inmediatamente,y volviendo una obediente hoja del libro que tenia en el regazo.Tengo que decirle que en realidad llevo una máscara....,estoy siempre escondido detrás de una máscara.Paul Auster La invención de la soledad 205La pintura o el desmoronamiento del tiempo en imagines.Uno de los cuadros del apartamento tenía el titulo(Madelein a los 18 meses).
Durante un instante,sin darse cuenta,la mujer se detuvo frente al cuadro pintado casi ochenta años antes y A. comprobó,como en un increible salto en el tiempo,que la cara de la criatura del cuadro y la de la anciana que tenía delante eran exactamente iguales.En ese preciso momento sintio que habia atravesado la ilusión del tiempo humano y lo habia experimentado en su propia dimensión,apenas la duración de un pestañeo.
Pere Gimferrer Noche en el Ritz 165pags. 205-165=40Hay poetas que cantan la conciliación entre el alma y la esencia del mundo.Otros,encuentran que lo que les corresponde es cantar la añoranza de esta armonia.Dicen,con palabras del infierno,la nostalgia del paraiso.Jose Saramago Las intermitencias de la muerte 137pags. 205-137=68, Lo más seguro es que no haya nadie en los carpinteros a estas horas, Permítame que lo dude, señor presidente, las mismas razones que nos han reunido aquí habrán hecho que ellos se reúnan. Acertaba de lleno el proponente. De la corporación de los carpinteros respondieron que habían alertado a los respectivos asociados nada más oír la lectura de la carta de la muerte, llamando la atención para la conveniencia de restablecer en el plazo más corto posible la fabricación de cajería fúnebre, y que, de acuerdo con las informaciones que estaban recibiendo continuamente, no sólo muchas empresas habían convocado a sus trabajadores, sino que también se encontraban ya en plena elaboración la mayor parte de ellas. Va contra el horario de trabajo, dijo el portavoz de la corporación, pero, considerando que se trata de una situación de emergencia nacional, nuestros abogados tienen la seguridad de que el gobierno no tendrá otro remedio que cerrar los ojos y que además nos lo agradecerá, lo que no podremos garantizar, en esta primera fase, es que los ataúdes que ofrezcamos tengan la misma calidad de acabado a que teníamos acostumbrados a nuestros clientes, los pulimentos, los barnices y los crucifijos exteriores tendrán que quedarse para la fase siguiente, cuando la presión de los entierros comience a disminuir, de todos modos somos conscientes de la responsabilidad de ser una pieza fundamental en este proceso. Se oyeron nuevos y todavía más calurosos aplausos en la reunión de los representantes de las funerarias, ahora sí, ahora había un motivo para felicitarse mutuamente, ningún cuerpo quedaría sin entierro, ninguna factura sin cobrar. Y los sepultureros, preguntó el de la propuesta, Los sepultureros harán lo que se les mande, respondió irritado el presidente. No era así exactamente. Por otra llamada telefónica se supo que los sepultureros exigían un aumento sustancial del salario y el pago por triplicado de las horas extraordinarias. Eso es cosa de los ayuntamientos, que se las arreglen como puedan, dijo el presidente. Y si llegamos al cementerio y no hay nadie para abrir sepulturas, preguntó el secretario. La discusión prosiguió encendida. A las veintitrés horas y cincuenta minutos el presidente tuvo un infarto de miocardio. Murió con la última campanada de la medianoche.
Tami Hoag Pecados nocturnos 205Maldijo la política del Departamento. Había venido aquí para hacer un trabajo, simple y sencillo. Pero no había simple y sencillo en la situación en la que habían sido involucrados... ella, Mitch, Hannah, Paul, todos en Deer Lake, todos los que no pertenecían a la comunidad y habían venido a ayudar. Un acto de maldad había cambiado todas sus vidas. El secuestro de Josh había puesto en movimiento una cadena de acciones y reacciones. Sus vidas habían sido sacadas de quicio y ahora dependían del próximo movimiento de un loco.
Se preguntó si el loco lo sabría, fuera quien fuera. Mientras miraba hacia afuera por el parabrisas pensó si él estaría pensando en su próximo movimiento y en cómo afectaría a los jugadores involuntarios de su juego enfermizo.
Poder. De eso se trataba todo esto. El poder de jugar a ser Dios. El poder de someter a la gente hasta que pidiera misericordia. La necesidad de demostrar que era más listo que todos los demás.
–Es fácil ganar el juego cuando uno es el único que conoce las reglas –murmuró Megan–. Danos una pista, maldito loco. Sólo una pista. Luego veremos qué es cada cosa.
Pronto. Tenía que suceder pronto. Sentía que el tiempo se le escapaba de las manos. El ultimátum de DePalma pendía sobre su cabeza como un yunque... haz que suceda algo bueno.
Amin Maalouf Los jardines de luz 157pags. 205-157=48 Luego, se levantó, pero permaneció aún un largo rato con los brazos caídos, incapaz de poner un pie delante del otro, como si esperara de su voz interior una última confirmación.
«Sí, Mani, hijo de Babel, estás solo, despojado de todo, rechazado por los tuyos, y partes a la conquista del universo. En eso se reconocen los verdaderos comienzos.»
Orhan Pamuk El libro negro pag.205. Primero los chicos se rieron con las palabras antiguas, los dichos pomposos y las expresiones persas hasta que se aburrieron y lo arrojaron a un rincón, pero luego comenzaron a hojear con curiosidad aquel largo libro por si tenía alguna escena de torturas, un cuerpo desnudo o la fotografía de un submarino hasta que acabaron por comenzar a leerlo de veras. En algún momento del principio había tal escena de amor entre los protagonistas que al muchacho le habría gustado ocupar el lugar del héroe. El amor estaba tan hermosamente descrito que quiso poder estar tan enamorado como el protagonista del libro. Y así, cuando se dio cuenta de que él comenzaba a demostrar los mismos síntomas del amor que soñaba que el libro describiría más tarde (impaciencia al comer, inventar excusas para acudir junto a la amada, no beber un vaso de agua a pesar de estar sediento), el muchacho comprendió que estaba enamorado de la muchacha en ese momento mágico en que ambos miraban las páginas del libro sosteniéndolo cada uno por un extremo.
Bien, ¿y cuál era la historia que contaba aquel libro que leían sosteniéndolo cada uno por un extremo? Era la historia, ocurrida hacía muchísimo tiempo, de una muchacha y un muchacho que habían nacido en la misma tribu. Los muchachos, que vivían junto a un desierto, se llamaban Hüsn (Belleza) y Ask (Amor) y habían nacido la misma noche, habían recibido lecciones del mismo profesor, habían paseado alrededor del mismo estanque y se habían enamorado el uno del otro. Cuando, años después, el muchacho pidió la mano de la Muchacha, los ancianos de la tribu le pusieron como condición para concedérsela que fuera al País de los Corazones y que trajera de allí una fórmula alquímica. ¡Cuántos problemas encontró el muchacho después de ponerse en camino! Cayó en un pozo y fue hecho prisionero por la bruja pintada; los miles de imágenes y caras que vio en otro pozo lo embriagaron; se enamoró de la hija del emperador de la China porque se parecía a su amada; salió trepando de pozos y fue encarcelado en fortalezas, persiguió y fue perseguido, luchó con el invierno, recorrió largos caminos, fue tras pistas y señales, se sumergió en el secreto de las letras y escuchó y contó cuentos. Por fin Sühan (Palabra), que siempre le había seguido disfrazado y le había salvado en todas sus tribulaciones, le dijo: «Tú eres tu amada y tu amada es tú. ¿Todavía no lo has entendido?». Y entonces el muchacho recordó cómo se había enamorado de la muchacha leyendo juntos el mismo libro cuando estudiaban con el mismo profesor.
Aquel libro que habían leído juntos contaba la historia de un sultán llamado Hürrem Sah y un apuesto muchacho llamado Cavid del que se había enamorado y tú ya habrás supuesto mucho antes que el sorprendido pobre sultán que en esta historia los amantes se habían enamorado leyendo otra historia de amor, una tercera historia. En esa historia de amor los amantes también se enamoraban leyendo un libro que narraba una historia de amor y los amantes de ese libro también se prendaban el uno del otro leyendo otra historia de amor.
Andres trapiello Una caña que piensa pag.205Me ha dicho, a su vuelta de Roma: "Me gustaría que no lo tuvieses que escribir". Se refiere al libro este que ando escribiendo sobre los escritores en la guerra civil. A mí también me gustaría no tener que escribirlo, pero ¿qué voy a hacer? No tengo otro sitio donde ganarlo, como dicen los jornaleros.
Después me dio un consejo muy sabio, de oro: "Lo mejor sería que te lavaras las manos. Es todavía demasiado pronto".
M. me aconseja lo mismo. P., el otro día, igual: "Ve con cuidado, te pueden acribillar...".
Si puedo, haré una faena de alivio. Yo no soy valiente. Para contar que Alberti es más o menos como Pemán, y que los Machado habrían cambiado los papeles si las circunstancias se hubieran cambiado, habrá tiempo. Seguramente. Pero si no se va a ser libre, ¿para qué está uno escribiendo? La teoría general es más o menos ésta: no hubo dos, sino tres Españas. Una minoritaria, fascista, otra, minoritaria también, comunista, y una mayoritaria, que habría transigido. Entre las dos pequeñas Españas intransigentes, acabaron con la transigente. Como teoría, me han dicho, es muy bonita, pero no auguran nada bueno por parte de los restos de esas dos Españas, aún muy poderosos. Etcétera.
De esas cosas hablamos durante toda la comida. Entre las pinturas que R. G. había traído de Roma, estaba una Magdalena, un cuadro precioso del año 1959, es decir, de los primeros tiempos en Italia. Representa a una mujer joven, de pechos opulentos.
Orhan Pamuk Me llamo rojo pag.205En un álbum vimos un paisaje que parecía alejarse mas y más de unas altas montañas que desaparecían entre nubes rizadas. Pensé en cómo pintar era observar este mundo pero mostrarlo como si fuera otro. El Maestro Osman me contó cómo aquella pintura china podría haber llegado desde China a Estambul pasando de Bujara a Herat, de Herat a Tabriz y de Tabriz al palacio de Nuestro Sultán entrando y saliendo de todo tipo de libros, después de que desencuadernaran su libro y a ella la encuadernaran luego con otras pinturas.
Vimos escenas de guerra y muerte, cada una más terrible y mejor pintada que la otra: Rüstem con el Sha Mâzenderân; Rüstem atacando el ejército de Efrasiyab; Rüstem, el héroe misterioso e irreconocible en su armadura completa... En otro álbum vimos cadáveres destrozados, dagas manchadas de roja sangre, soldados desdichados en cuyos ojos se reflejaba la luz de la muerte y héroes que se troceaban mutuamente como cebollas mientras ejércitos legendarios, cuya procedencia no supimos averiguar, combatían sin piedad. El Maestro Osman observó, quién sabe por qué milésima vez, a Hüsrev espiando a Sirin mientras ella se bañaba en el lago a la luz de la luna, a los enamorados Leyla y Mecnun desmayándose al verse de nuevo tras una larga separación y la escena del cascabeleante gozo, entre árboles, flores y pájaros, de Salâman y Absal después de que huyeran del mundo y se fueran a vivir solos a una isla feliz, y, como el verdadero gran maestro que era, no pudo evitar llamarme la atención sobre el detalle extraño que aparecía en algún rincón de incluso la peor pintura, ya fuera debido a falta de firmeza del ilustrador o la conversación que emprendían por sí mismos los colores: ¿Qué desdichado y malintencionado ilustrador había colocado en aquella rama aquella infausta lechuza mientras Hüsrev y Sirin escuchaban las dulces historias que contaban las doncellas cuando nunca debería haber estado ¿Quién había colocado aquel bello muchacho vestido de mujer entre las mujeres egipcias que se cortaban los dedos mientras pelaban toronjas distraídas por la apostura de José? ¿Habría adivinado el ilustrador que había pintado cómo Isfendíyar se quedaba ciego de un flechazo que tiempo después también el se quedaría ciego?
Vimos a los ángeles que rodeaban a nuestro Santo Profeta en su ascensión a los Cielos, al anciano de piel oscura, seis brazos y larga barba que representa al planeta Saturno, cómo el niño Rüstem dormía pacíficamente en su cuna con incrustaciones de nácar mientras su madre y sus niñeras lo observaban. Vimos la dolorosa muerte de Darío en brazos de Alejandro, el encierro de Behram Gür en la habitación roja con su princesa rusa, el cruce del fuego de Siyavus montado en un caballo negro que no tenía ninguna firma secreta en los ollares, el triste entierro de Hüsrev, asesinado por su propio hijo. Mientras hojeaba a toda velocidad los volúmenes y los iba dejando aparte, el Maestro Osman reconocía a veces a un ilustrador y me lo indicaba, descubría alguna firma oculta tímidamente en lo más recóndito de unas ruinas, entre las flores, o en un rincón del pozo oscuro donde se escondía un genio, y comparando firmas y colofones podía descubrir quién había tomado qué de quién. Hojeaba largamente ciertos tomos por si encontrábamos algunas páginas de ilustraciones. A veces se producían largos silencios y sólo se oía el crujido apenas perceptible de las páginas. A veces el Maestro Osman lanzaba un grito como «;Oh!» y yo guardaba silencio sin comprender qué le había sorprendido. A veces me recordaba que la composición de la página o el equilibrio de los árboles o los caballeros de ciertas pinturas ya los habíamos visto en otras escenas de historias completamente distintas en otros volúmenes y buscaba dichas ilustraciones para mostrármelas. Comparaba una ilustración de un libro del Quinteto de Nizami hecho en tiempos del sha Riza, el hijo de Tamerlán, o sea, hace casi doscientos años, con otra de un libro hecho, según él, en Tabriz hacía setenta u ochenta años, me preguntaba el motivo oculto por el que dos ilustradores podían haber pintado lo mismo sin haber visto nunca la obra del otro y él mismo me daba la respuesta:
—Pintar es recordar.
Francisco Umbral El Cesar visionario 121pags. 205-121=84Los libros, en deshecha pirámide sobre las losas del patio, arden en la noche con
lumbrarada alta, vertical y renovada. A cada nuevo mordisco del fuego, un
deslumbramiento de chispas, casi diurno, cae sobre las páginas abiertas de un libro
grande y tendido, como disponiéndolo para la lectura. Los soldados salen y entran con
nuevas brazadas de libros, como si fueran ladrillos o piedras. Giménez Caballero se
mueve nervioso y exaltado, lleno de la eficacia de lo siniestro, que puede multiplicar
las facultades de un hombre. Giménez Caballero ha hecho un previo expurgo de la
biblioteca de don Cayo, salvando solamente el Año Cristiano, doce tomos, uno por
mes, edición del XVIII.
En torno de la hoguera hay algunos oficiales, soldados y falangistas más curiosos
que colaboradores, alguna monja vieja, como la madre Crescencia. Las pocas novicias
que asisten a la lóbrega y luminosa fiesta, se mantienen muy a distancia, con una
distancia que quizá sea reticencia, piensa Francesillo. En la noche de aire parado y
nubes de verano, sin luna o con luna de luz distinta, hay como una noche de San Juan
tardía y sin felicidad. Y esta noche de San Juan, inquisitorial e improvisada, se
multiplica en las varias hogueras, diez o doce, quizás quince o veinte, más tarde, que
las ventanas altas del convento ven arder en todo este barrio antiguo, ilustrado y
noble. Porque Giménez Caballero no hace inquisición a los judíos de la chapinería o el
cardumen, sino a las viejas familias liberales, krausistas, ilustradas (esas que no
invitan a D'Ors a sus cenas).
-Los rojos queman iglesias y éstos queman libros.
-No sé qué es peor.
De modo que hay un momento en que lo que arde en la alta noche no es sino la
vieja piromancia española, devorándose a sí misma en la purificación inversa y
fanática del fuego. Todo un barrio de la ciudad en llamas, el más hermético,
confidencial y remetido en sí mismo. Hogueras en los patios, en la calle, en el cielo
bajo de agosto, que hace una aurora boreal de nubes con el resplandor de las llamas.
Francesillo y la novicia Camila, cogidos de la mano, asisten al espectáculo en el
convento. Falangistas y soldados siguen acarreando libros a las órdenes de EGC. De
vez en cuando un libro se viene abajo, abierto e iluminado sobre las losas, y la novicia
Camila tuerce un poco la cabeza, como para leer, y este gesto infantil emociona a
Francesillo y siente que unas lágrimas candentes, antiguas y familiares, le suben a los
ojos. Las monjas hablan entre sí:
-Resulta que teníamos el demonio en casa y no lo sabíamos.
-La inocencia nos ha salvado.
-Y la Virgen María.
(Hay una tendencia católica a considerar a la Virgen analfabeta.)
-Y qué raro que aquel señor tan piadoso guardase este infierno en casa.
-Eso, la madre Crescencia.
La madre Crescencia calla. La madre Crescencia sabe cómo entró el Requeté en esta
casa y otras, donándolas a los frailes y monjas que venían tras ellos por los caminos
de la guerra. La madre Crescencia, que nada dice, lo que ve arder esta noche es el
alma de don Cayo, el hombre que metiera el demonio en su casa. De modo que saca el
rosario y reza.
-¿Reza usted por el alma de don Cayo, madre? -pregunta la novicia Camila, llena de
maldades niñas.
-Tú qué sabes por quién rezo, Camila. Aprende tú a rezar, que te veo poco rosario.