VLADIMIR NABOKOV-LOLITA 188
La luna estaba amarilla sobre el cantor de pañuelo al cuello, y su
dedo estaba sobre la cuerda desafinada y su pie sobre un tronco de pino. Y yo
había rodeado inocentemente con mi brazo los hombros de Lo y había
aproximado mi mandíbula a su sien, cuando dos harpías detrás de nosotros
empezaron a murmurar las cosas más extrañas. Ignoro si entendí bien, pero lo
que creí entender me hizo retirar mi mano acariciadora y, desde luego, el resto
de la película fue ininteligible para mí.
Otro sobresalto que recuerdo está relacionado con un pueblecito que
atravesamos una noche, durante el viaje de regreso.
Corría velozmente a través de la ciudad dormida, siguiendo mi ritmo de la carretera,
cuando dos patrulleros enfocaron mi automóvil con sus buscahuellas y me
ordenaron que me apeara. Chisté a Lo, que seguía automáticamente sus
imprecaciones. Los hombres nos escrutaron a los dos con malévola curiosidad.
Lolita, de súbito toda hoyuelos, les sonrió dulcemente como nunca sonreía a mi
orquídea masculinidad. Pues en cierto sentido, Lo temía la ley aún más que yo y
cuando los amables oficiales nos perdonaron y subimos al automóvil servilmente,
sus párpados se cerraron y fluctuaron, en un remedo de absoluta postración.
Debo hacer aquí una curiosa confesión. El lector reirá, pero debo decir que
en verdad nunca pude saber con exactitud cuál era mi situación legal. Y aún no
la conozco. Oh, me he enterado de algunos pormenores. Alabama prohibe que el
tutor cambie el domicilio del menor sin orden del tribunal; Minnesota, ante la que
me quito el sombrero, prescribe que cuando un pariente se hace cargo de la
custodia permanente de cualquier menor de catorce años, la autoridad de un
tribunal es improcedente. Pregunta: ¿el padrastro de una encantadora niña
sollozante –un padrastro con sólo un mes de parentesco, un viudo neurótico de
años maduros y medios moderados pero independientes, con los parapetos de
Europa, un divorcio y unos cuantos manicomios en su haber– puede considerarse
un verdadero pariente y, así, un tutor natural? De lo contrario, ¿debía, podía yo,
razonablemente, atreverme a notificar a algún departamento de Bienestar
Público y elevar una petición (pero cómo se eleva una petición) para que un
agente del tribunal investigara al manso y evasivo Humbert y a la peligrosa
Dolores Haze? Los muchos libros sobre matrimonio, violación, adopciones, etc.,
que consulté culpablemente en las bibliotecas públicas de ciudades grandes y
pequeñas nada me dijeron, aparte de insinuarme oscuramente que el Estado es
el tutor máximo de todos los menores.
Pilvin y Zapel, si recuerdo bien sus
nombres, en un impresionante volumen sobre el aspecto legal del matrimonio,
ignoran completamente a los padrastros con niñas huérfanas en sus manos y
rodillas.
JOYCE-ULISES 188
El gran San Bernardo decía en su famosa
plegaria a María, el poder intercesorio de la piadosísima Virgen que nunca en todos los tiempos se
había sabido que quien imploraba su protección poderosa fuera jamás abandonado por ella.
Los mellizos jugaban ahora de nuevo muy alegremente porque las complicaciones de la niñez son tan pasajeras
como los chaparrones de verano. Cissy Caffrey jugaba con el bebé Boardman hasta que éste balbució
de regocijo, palmoteando al aire. Pío exclamaba ella detrás de la capota del carrito y Edy preguntaba
dónde se había ido Cissy y entonces Cissy asomó de repente la cabeza y exclamó ¡tras! y, vamos ¡hay que
ver lo que se divertía el chavalín! Y entonces le pedía que dijera papá.
-Di papá, nene. Di pa pa pa pa pa pa pa.
Y el bebé haciendo lo imposible por decirlo porque era muy inteligente para once meses todo el mundo
lo decía y grande para su edad y un dechado de salud, la cosa más linda que se pueda uno echar a los ojos,
y desde luego que llegaría a ser algo grande, decían.
-Ajo ya ya ajo.
Cissy le limpió la boquita con el babero y quiso hacer que se sentara derecho y que dijera pa pa pa pero
cuando le desató la correa exclamó, san Antonio bendito, estaba empapado y había que darle la vuelta a la
media manta que tenía debajo. Desde luego que su majestad el bebé estuvo muy protestón mientras se realizaban
las labores de aseo y se lo hizo saber a todo el mundo:
Jabaa baaaajabaaa baaaa.
Y dos lagrimones enormes adorables corriéronle por las mejillas. No había manera de apaciguarlo con
no, nene, mi niño, no y decirle arre, arre borriquito y dónde estaba el chacachá pero Ciss, siempre atenta, le
puso en la boca la tetilla del biberón y el pequeño granujilla rápidamente se tranquilizó.
Gerty hubiera dado algo porque se llevaran de una vez de allí al niño berreón a casa que la estaba poniendo
enferma, no era hora de estar en la calle, y a los mocosillos de los mellizos. Y contempló el mar lejano.
Era como las pinturas que aquel hombre solía hacer en la acera con todas sus tizas de colores y qué
pena dejarlas además allí para que se borraran del todo, la noche y las nubes que llegaban y el faro de Bailey
en Howth y oír una música como ésa y el perfume del incienso que quemaban en la iglesia como una
especie de ráfaga.
Y al mirar su corazón se puso que se le salía por la boca. Sí, era a ella a quien miraba, y
había intención en su mirada. Sus ojos la quemaban como si quisieran sondearla en toda su extensión, leer
hasta en su alma
Francisco Umbral
Nada en el domingo 188
Instalado el motorista borracho en la Unidad
de Vigilancia Intensiva, enchufado de cables y tubos por todos los orificios del cuerpo, más los
agujeros que le hacen nuevos, viviendo la vida científica y computarizada de los muertos con los
que la medicina se prolonga más allá de sí misma, Hans se va a telefonear a un pasillo.
—¿Cherezade? Soy Hans. Cuando llegue don Boleslao, un señor de unos cincuenta, con poco
pelo y gafas, que ha estado ahí conmigo esta tarde, que lo envíen aquí a la Paz, a la uvi. Eso es, sí, a
la uvi, no, tranquilo, Gaetano, no pasa nada. Un choque de domingo, ya sabes.