Capítulo VI------------EL RUEDO-----------------pag.306
(1) ¿Conocéis al
señor de la Musardiére?
—No, señor; al menos que yo sepa —respondió Coquebert.
—Sabed, pues —replicó mi buen maestro—, que era muy aficionado a
las mujeres.
—Por ahí —dijo el cura— es por donde agarra el diablo. Pero ¿adonde
vais a parar, hijo mío?
—Ya lo veréis bien pronto —dijo mi buen maestro—. El señor de la
Musardiére dio cita a una doncella en un establo. Ella acudió a la cita y él
consintió que saliera de allí como había entrado. ¿Sabéis por qué?
—Lo ignoro —dijo el cura—; pero dejémosle.
—De ningún modo —replicó el abate—. Sabed que se abstuvo de
gozarla por temor a engendrar un caballo y verse procesado por este
motivo.
—¡Ah! —dijo el barbero—. Más fácil era que engendrase un asno.
—Sin duda —dijo el cura—. Pero esto no nos conduce hacia la senda
del Paraíso. Convendría tomar otra dirección. Señor abate, hace un
momento eran vuestras reflexiones más edificantes.
En lugar de responder, mi buen maestro se puso a cantar con voz firme:
Pour mettre en gout le roi Louison
on a pris quinze mirlitons
landerinette,
qui tous le balai ont roti,
landerinette.
—Si queréis cantar, hijo mío —dijo el cura—, escoged con preferencia
un villancico borgoñón. De ese modo regocijaréis vuestra alma,
santificándola.
—Con mucho gusto —respondió mi buen maestro—. Los hay de Guy
Barozai, que considero, a pesar de su rusticidad aparente, más finos que el
diamante y más preciosos que el oro. Este, por ejemplo:
Lor qu'au lai saison qu'ai jaule
au monde Jesu-chri vin
l'ane et le beu l'echaufin
de le leu soffle dans l'etaule.
Que d'ane et de beu je sai,
dans ce royaume de Gaule,
que d'ane et de beu je sai
qui n'en arein pos tan fai.
El cirujano, su mujer y el cura repitieron a coro:
Que d'ane et de beu je sai,
couver de pane et de moire,
que d'ane et de beu je sai
qui n'en arein pos tan fai.
Luego prosiguió mi buen maestro con voz más débil:
Mais le pu beo de l'histoire
ce fut que l'ane le beu
ainsin pas ire to deu
la nuit sans manger no boire
que d'ane et de beu je sai
dans ce royaume de Gaule
que d'ane et de beu je sai
qui n'en arein pos tan fai.
Después dejó caer la cabeza sobre la almohada, como aletargado, y no
cantó más.
—Es admirable a ratos este cristiano —nos dijo el señor cura— , y no
hace mucho me edificaba con hermosas sentencias. Pero no deja de
inquietarme, porque todo depende del fin, y no sabemos lo que le quedará
todavía en el saco. Dios, en su bondad, quiere que un solo instante nos
redima. De manera que la salvación depende sólo del último instante, y el
resto de la vida no es nada. Este me hace temblar por este enfermo, a quien
los ángeles y los demonios se disputan furiosamente. Pero no hay que
desesperar de la misericordia divina.
(2) Hay que darle de comer con la cuchara
primero. Como la de un niño su mano. Como era
la de Milly. Sensitiva. Calculando cómo soy,
seguramente, por mi mano. ¿Tendrá nombre? El
camión. Conserva su bastón lejos de las patas
del caballo animal cansado que se hace su
sueñecito. Está bien. Paso libre. Detrás un toro,
delante un caballo.
—Gracias, señor.
Sabe que soy un hombre
(3) Rígidamente
se soltaban los amorcillos del friso y permanecían sin embargo en él; de la pintura y del revoque se
soltaban las hojas de acanto, tomando rostros humanos y crecido el pecíolo hasta formar una
espasmódica garra de águila; ondeaban al lado del lecho, cerrando y abriendo las zarpas, como si
quisieran ensayar su fuerza de presa, les crecían barbas en el rostro de hoja y volvían a desaparecer
en él, iban ondeando en la inmovilidad, a menudo cruzándose, a menudo girando como en un
remolino de inmovilidad; cada vez eran más y más, muchos más numerosos que los que había en el
mural, por más que éste se reprodujera; salían aleteando de la pintura, de la pared desnuda, del
ninguna parte, vomitados por el frío hervor de los volcanes de la nada, que reventaban por todas
partes, en lo visible y en lo invisible, en el interior y el exterior; eran lava volcánica, escoria
humeante de antes del comienzo, de la ruina, cada vez más y más múltiple, cuanto más numerosas
se volvían, formas nacidas y nacientes del vacío, que además durante sus fantasmagorías se
transformaban unas en otras, para volverse a distinguir, material informe e inconfigurable, con
soplo de hojas, con soplo de mariposas, muchas con forma de flecha, muchas con cola bifurcada,
muchas con largas colas como látigos, muchas tan transparentes, que revoloteaban casi invisibles y
mudas, semejantes a callados gritos de espanto, otras en cambio simplemente anodinas y parecidas
a una tonta sonrisa transparente que revoloteara multiplicada como polvillo solar,
despreocupadamente vacía como una nube de mosquitos, bailara alrededor del candelabro en el
centro del espacio, beborroteara en las velas apagadas, si bien en seguida desplazada de nuevo por
la nueva ola tumultuosa, lanzada, danzarina, y otra vez desplazada, hueco tumulto informe, en el
cual al lado de rostro y antirrostro, al lado de Escilas biformes y raras focas y erizadas Hidras, junto
a la sangrienta irrupción de sangrientas cabezas desgreñadamente erizadas de serpientes, se
bamboleaba toda clase de monstruos, irrumpía toda clase de cosas con cuerpos y patas, toda clase
de cojos, centauros atrofiados e incompletos y restos de centauros, alados y sin alas; el espacio
preñado de Orco rebosaba de bestias caricaturescas, aparecían formas de sapos y lagartos y patas de
perro, gusanos con un número indefinible de patas, sin patas, de una, dos, tres, cien patas, a menudo
pataleando sin fondo, o bien navegando con estiradas, tiesas patas como de madera, o bien
estrechamente apretados entre sí, como si quisieran aparearse volando pese a su falta de sexo, otras
veces penetrándose entre sí rápidos como flechas, cual si fueran éter sin resistencia, cual si fueran
criaturas etéreas, nacidas del éter y por él sustentadas; y realmente eso eran, toda vez que su volante
hervidero, revolcándose, arrastrándose, volviéndose unas sobre otras, aunque se cubrían y recubrían
recíprocamente, podía ser pescado y abarcado sin esfuerzo por la mirada hasta en los últimos límites
del espacio rebosante de ellas y hasta en los últimos detalles; oh, estas criaturas eran el engendro del
éter, cubierto de escamas de éter, cubierto de plumas de éter, nacido del volcán de los Eones,
lanzado en alto a impulsos como de caída, como de ola, evaporándose continuamente,
constantemente volatilizado, de modo que el espacio se vaciaba una y otra vez, vacío de esferas y
vacío como el universo, sólo atravesado aún por el trote de un caballo solitario, que con erizada crin
pisaba el alto aire, sólo atravesado aún por un torso humano solitario, cuyo rostro planamente
transparente, vuelto hacia el lecho, se torcía en el espejo de una risa hueca, irónica, para ser
nuevamente cubierta por la oleada de las alimañas del horror que volvía a inflarse.
- Anatole France El Figon de la reina Patoja pag.306
- James Joyce Ulises "
- Hermann Broch La muerte de Virgilio pags.230 306-230= pag.76