jueves, julio 12, 2012

MISMOS PERROS CON DISTINTOS COLLARES

             

J O R G E L U I S BORGES

OBRAS COMPLETAS     505

En la pared, sobre los rombos amarillos y rojos,
había unas palabras en tiza. El gendarme las deletreó. . . Esa
tarde, Treviranus y Lónnrot se dirigieron a la remota escena
del crimen. A izquierda y a derecha del automóvil, la ciudad se
desintegraba; crecía el firmamento y ya importaban poco las
casas y mucho un horno de ladrillos o un álamo. Llegaron a su
pobre destino: un callejón final de tapias rosadas que parecían
reflejar de algún modo la desaforada puesta de sol. El muerto
ya había sido identificado. Era Daniel Simón Azevedo, hombre
de alguna fama en los antiguos arrabales del Norte, que había
ascendido de carrero a guapo electoral, para degenerar después
en ladrón y hasta en delator. (El singular estilo de su muerte
les pareció adecuado: Azevedo era el último representante de una
generación de bandidos que sabía el manejo del puñal, pero no
del revólver.) Las palabras de tiza eran las siguientes:
La segunda letra del Nombre ha sido articulada.

 

                                               

JAMES JOYCE-ULISES  505

—Estábamos buscando la manera —dijo
Esteban.
—Todos los talentos —exclamó Myles
Crawford— La ley, los clásicos...
—El turf —agregó Lenehan.
—La literatura, la prensa.
Si estuviera aquí Bloom —dijo el
profesor—, el agradable arte de la publicidad.
Y Madama Bloom —agregó el señor
O'Madden Burke—. La musa vocal. La principal
favorita de Dublín.
Lenehan tosió muy fuerte.
—¡Ejem! —dijo a media voz—. ¡Bendita
corriente de aire! Me pesqué un resfrío en el
parque. Quedó abierto el portón

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En uno de sus sueños sin gusto, profetizó que el alma del niño muerto volvería a la
tierra encarnada en el hijo que tendría en su actual matrimonio.

 

      

EL LIMON Y EL CARDO

 

 

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VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos  422

Las ventanas se iluminan y tienden sus paños luminosos sobre los meandros de la
oscura nieve, dejando un cierto espacio para acomodar un abanico de luz que se
refleja justo encima de la puerta entre las dos ventanas. Los pilares que la enmarcan
llevan una cenefa de nieve aborregada, que más bien estropea las líneas de lo que
hubiera podido ser un ex libris perfecto para el libro de nuestras dos vidas. No
consigo recordar por qué todos habíamos abandonado el ruidoso vestíbulo para
adentrarnos en la silenciosa oscuridad, poblada solamente por abetos, henchidos de
nieve hasta alcanzar el doble de su tamaño; ¿acaso el guarda nos invitó a
contemplar un taciturno resplandor rojo, el portento de un posible fuego
provocado? Probablemente.

 

                   

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Leonie Swann
LAS OVEJAS DE
GLENNKILL   199*3=597-422=175         

Pero ahora... Difícilmente podía detener a un rebaño de ovejas.
Para ser sincero, no podía ni ver a esos animales. Y teniendo en
cuenta que se celebraba aquel maldito concurso, era evidente que
se encontraba en el lugar equivocado.
En medio del salón de fiestas del Mad Boar habían levantado
una plataforma de madera a la que no se subía por ninguna escalera,
sino por unas rampas. Todo para aquellos animaluchos.
Detrás se encontraban los pastores con sus campeonas. Era difícil
decir quién de ellos despedía un hedor más penetrante debido a la
agitación. Tal vez los culpables fueran los turistas: algunos
habían ido en bicicleta con la calorina estival, y eso se olía, claro
está. A decir verdad, ¿qué se le había perdido a él allí? ¿Esperaba
acaso que el asesino se presentara voluntario en plena borrachera?
¿Que las ovejas le proporcionaran la pista decisiva? Aunque lo
cierto es que no quería volver al despacho a archivar casos sin
resolver: no había más secreto que ése. Mejor investigar un poco
más

 

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DON QUIJOTE DE LA MANCHA-Miguel de Cervantes 422

En esto, volvió en sí el de los Espejos, lo cual visto por don Quijote, le puso
la punta desnuda de su espada encima del rostro, y le dijo:
—Muerto sois, caballero, si no confesáis que la sin par Dulcinea del Toboso
se aventaja en belleza a vuestra Casildea de Vandalia; y demás de esto habéis
de prometer, si de esta contienda y caída quedárades con vida, de ir a la ciudad
del Toboso, y presentaros en su presencia de mi parte, para que haga de
vos lo que más en voluntad le viniere; y si os dejare en la vuestra, así mismo
habéis de volver a buscarme, que el rastro de mis hazañas os servirá de guía
que os traiga donde yo estuviere, y a decirme lo que con ella hubiéredes pasado;
condiciones que, conforme a las que pusimos antes de nuestra batalla, no
salen de los términos de la andante caballería.
—Confieso —dijo el caído caballero— que vale más el zapato descosido y
sucio de la señora Dulcinea del Toboso, que las barbas mal peinadas, aunque
limpias, de Casildea, y prometo de ir y volver de su presencia a la vuestra y
daros entera y particular cuenta de lo que me pedís.

miércoles, julio 11, 2012

CURSILLO DE CAMARERO PARA LICENCIADOS

 

 

                          

S.J.AGNON-AYER Y ANTEAYER  1235

He visto-comento Jemdat-que Reb Zoraj bebió y pagó y luego volvió a beber y a pagar.¿Porque no lo pagó todo a la vez?-Al principio-explica Malcow-,está seguro de que le bastaría un solo vaso.Después,como no se conforma,pide otro.Todo el mundo paga medio “matlik”,pero él un “matlik” entero,en compensación con los que beben y no pagan.Y si nada falta en casa de Reb Zoraj,¿por qué viene a beber aquí?Pues para no darle trabajo a su mujer,ocupada en guisar para los eruditos de la casa de enseñanza que el construyó.

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la Veneciana

Unos setos negros, como regados con
mercurio, relucían a la luz de las estrellas. En algún lugar una lechuza ululaba. A
paso ligero Simpson atravesó el césped, entre los setos grises, rodeando la
presencia masiva de la casa. Por un momento se sintió despierto con la frescura de

la noche y la intensidad del brillo de las estrellas. Se detuvo, se inclinó y finalmente
se desplomó como si fuera un traje vacío, en la pequeña franja que había entre un
macizo de flores y las paredes del castillo. Una ola de mareo y cansancio se apoderó
de él, y trató de librarse de la misma con un golpe de hombros. Tenía que
apresurarse. Ella le esperaba. Pensó que oía cómo ella susurraba con insistencia...
Sin darse cuenta se puso en pie, entró en la casa, y encendió las luces que bañaron
el lienzo de Luciani en un cálido brillo. La joven veneciana se erguía frente a él, viva
y tridimensional. Unos ojos oscuros se detenían en los suyos sin la chispa que
mostraban en el cuadro, la tela rosada de su blusa acentuaba con imprevista calidez
la belleza de tintes oscuros de su cuello así como las delicadas arrugas bajo su oreja.
Sus labios, cerrados, y un punto expectantes, se habían helado en una especie de
mueca amable, una sonrisa irónica. Sus dedos alargados se extendían abiertos en
pares hacia sus hombros, de los que pendían, a punto de deslizarse, pieles y
terciopelos.

Y Simpson, con un suspiro profundo, se acercó hasta ella y sin más problemas entró
en el cuadro. Una frescura maravillosa se apoderó inmediatamente de él y la cabeza
le empezó a dar vueltas. Había un aroma de arrayanes y cera, con una débil ráfaga
de limón. El se hallaba en una especie de habitación negra y desnuda, junto a una
ventana que se abría a la noche, y junto a él, se erguía una veneciana de carne y
hueso, Maureen..., alta, espléndida, luminosa, como si irradiara una luz desde su
interior. Se dio cuenta de que el milagro se había producido, y lentamente se acercó
hasta ella. Con una sonrisa de soslayo la veneciana se ajustó la piel, y deslizando la
mano hasta su cestillo, le ofreció un limón pequeño. Sin quitarle los ojos de encima,
de aquella su mirada juguetona, aceptó el fruto amarillo de sus manos y, tan pronto
como sintió su frescor áspero y firme, así como la calidez seca de sus largos dedos,
una felicidad increíble comenzó a hervir en su seno y sintió un ardor delicioso. Pero
entonces, de repente, miró tras de sí por la ventana. Y allí, vio que a lo largo de un
sendero blanquecino caminaban unas siluetas azules, veladas, con la cabeza
cubierta y portando unas linternas pequeñas. Simpson miró en torno suyo, a la
habitación en la que se hallaba, pero sin darse en absoluto cuenta de que tenía un
suelo bajo sus pies. En la distancia, en lugar de una cuarta pared, había un salón que
le resultaba familiar y que lucía a lo lejos como si fuera agua, un lago cuyo centro
albergaba una isla que no era sino una mesa. Y en ese preciso momento se apoderó
de él un miedo tan intenso que le llevó a exprimir el limón que tenía en la mano. El
encanto se había disuelto. Trató de mirar a la izquierda para contemplar a la chica,

pero no consiguió mover el cuello. Estaba atascado, como una mosca en la miel...,
intentó mover sus miembros, dar una especie de salto o sacudida, pero se quedó
atrapado, y sintió que la sangre, la carne y la ropa se transmutaban en pintura,
diluyéndose en la materialidad del óleo y del barniz, secándose en el lienzo.

Formaba parte ya del cuadro, pintado en actitud ridícula junto a la veneciana, y,
enfrente, incluso más lejano que antes, incluso más preciso que antes, se extendía el
salón, lleno del aire terrestre y vivo que, de ahora en adelante, no podría ya respirar.

martes, julio 10, 2012

EL GUARDIAN DE LOS TOMATES

     2012-07-06 10.55.52 

          

   

Markus Zusak La ladrona de libros  168

El intercambio de pesadillas

Max Vandenburg prometió que no volvería a dormir en el cuarto de Liesel. ¿En qué estaría pensando la noche que llegó? La sola idea lo martirizaba.

Reflexionó y concluyó que únicamente el desconcierto que arrastraba aquella noche lo había animado a tomarse tal libertad. Por lo que a él respectaba, el sótano era el único lugar que merecía. Qué más daba el frío y la soledad. Era judío, y si algún lugar le estaba destinado ese era un sótano o cualquier otro rincón escondido donde sobrevivir.

—Lo siento —admitió ante Hans y Rosa, en los escalones del sótano—. De ahora en adelante me quedaré aquí abajo. No me oirán. No haré ruido.

Hans y Rosa, ambos sumidos en la desesperación por el aprieto en que se encontraban, no protestaron, ni siquiera conscientes del frío que hacía allí abajo. Vaciaron los armarios de mantas y llenaron la lámpara de queroseno. Rosa confesó que la comida tal vez escaseara, ante lo que Max le suplicó que le llevara sólo las sobras, y únicamente cuando nadie más las quisiera.

 

 

VLADIMIR NABOKOV-LOLITA 168

El soleado mediodía
era todo ojos. Mientras me acercaba en mi automóvil enlodado, podía distinguir
destellos de agua plateada entre los pinos lejanos. Viré hacia el cementerio y
caminé entre los monumentos de piedra largos y bajos. Bonzhur, Charlotte. En
algunas tumbas había pequeños pabellones nacionales pálidos y transparentes,
clavados en el aire sin viento, bajo las siemprevivas. Vaya, Ed, qué mala suerte
la tuya –me refiero a G. Edward Grammar, gerente de una oficina de Nueva
York, de treinta y cinco años, acusado por entonces de haber asesinado a su
mujer, Dorothy, de treinta y tres años–. Ed planeó el crimen perfecto: aporreó a

su mujer y la metió en un automóvil. La cosa se descubrió cuando dos policías
patrulleros del distrito vieron el enorme y flamante Chrysler azul de la señora
Grammar –regalo de cumpleaños de su marido– que bajaba a velocidad
fantástica de una colina, precisamente en la jurisdicción de los policías. (¡Dios
bendiga a nuestros buenos polizontes!) El automóvil rozó un poste, subió un
terraplén cubierto de cincoenramas, enredaderas y frambuesas silvestres, y
volcó. Las ruedas aún giraban silenciosas en el resplandor del sol cuando los
policías sacaron el cuerpo de la señora G. Al principio lo tomaron por un
accidente común. Pero, ay, el cuerpo magullado de la mujer no se avenía con los
daños insignificantes del automóvil. Yo fui más hábil.
Reanudé la marcha. Era curioso ver de nuevo la esbelta iglesia blanca, los
enormes álamos. Olvidando que en una calle suburbana de los Estados Unidos un
peatón solitario es más conspicuo que un conductor solitario, dejé el automóvil
en la avenida para caminar libremente hasta el 342 de la calle Lawn. Antes del
derramamiento de sangre, merecía cierto alivio, un espasmo catártico de
regurgitación mental. Las blancas persianas de la mansión de Junk22 estaban
cerradas, y alguien había atado una cinta de terciopelo negra, sin duda
encontrada en la calle, al letrero blanco, inclinado hacia la calle, que decía EN
VENTA. Ningún perro ladró. Ningún jardinero telefoneó. Ninguna señorita Vecina
estaba sentada en la galería con enredaderas, donde –para gran confusión del
solitario peatón– dos mujeres jóvenes, con idénticas colas de caballo e idénticos
delantales moteados, dejaron de hacer lo que estaban haciendo para mirarlo: la
señorita Vecina debía haber muerto mucho antes y ésas serían sus sobrinas
gemelas de Filadelfia.

¿Entraría en mi antigua casa? Como en un cuento de Turguenev, un
torrente de música italiana llegó desde una ventana abierta: ¿qué alma
romántica tocaba el piano donde ningún piano se había zambullido ni chapaleado
en aquel domingo hechizado con el sol sobre sus piernas doradas? De pronto
advertí desde el césped sobre el cual me había detenido, una nínfula de nueve o
diez años (piel dorada, pelo castaño, pantalones cortos blancos), que me miraba
con extática fascinación en sus grandes ojos de color azul-negro. Dije algo
agradable, inocente, un cumplido europeo, qué bonitos ojos tienes, pero la niña
se retiró a toda prisa y la música cesó de repente. Un hombre moreno de aire
violento, brillante de sudor, salió de la casa y me clavó los ojos. Estaba a punto
de identificarme cuando, como en medio de una pesadilla, tuve conciencia de mis
pantalones enlodados, de mi sweater mugriento y roto, de mi barbilla sin afeitar,
de mis ojos de vagabundo, inyectados de sangre... Sin decir una sola palabra,
me volví y rehice el camino. Una flor anémica parecida a un áster crecía en una
grieta de la acera que recordaba muy bien. Tras una serena resurrección, la
señorita Vecina apareció en su silla de ruedas, empujada por sus sobrinas, en la
galería, como si hubiera sido un escenario y yo el director de escena. Rogué que
no me llamara y me precipité hacia el automóvil. Qué callecita empinada. Qué
avenida profunda. Entre el limpiaparabrisas y el vidrio, un boleto rojo. Lo rompí
cuidadosamente en dos, tres, ocho pedazos.

 

Michel Houellebecq

Las partículas elementales  168

Sentado al volante, Walcott fumaba un Craven; la lluvia había mojado el parabrisas. Con su voz suave, discreta (pero cuya discreción no parecía en absoluto un signo de indiferencia), le preguntó: «¿Ha perdido a alguien?» Él le contó entonces la historia de Annabelle y de su final. Walcott escuchaba; de vez en cuando sacudía la cabeza o lanzaba un suspiro. Tras el relato se quedó callado, encendió y luego apagó otro cigarrillo, y al fin dijo: «Yo no soy irlandés. Nací en Cambridge, y creo que sigo siendo muy inglés. La gente suele decir que los ingleses han desarrollado sus cualidades de sangre fría y de reserva, y también una manera de enfrentarse con humor a los acontecimientos de la vida, incluidos los más trágicos. Es bastante

cierto, y una completa estupidez por su parte. El humor no nos salva; no sirve prácticamente para nada. Uno puede enfrentarse a los acontecimientos de la vida con humor durante años, a veces muchos años, y en algunos casos puede mantener una actitud humorística casi hasta el final; pero la vida siempre nos rompe el corazón. Por mucho valor, sangre fría y humor que uno acumule a lo largo de su vida, siempre acaba con el corazón destrozado. Y entonces uno deja de reírse. A fin de cuentas ya sólo quedan la soledad, el frío y el silencio. A fin de cuentas, sólo queda la muerte.»

Puso en marcha los limpiaparabrisas y arrancó. «Aquí hay mucha gente católica», continuó. «Bueno, las cosas están cambiando, Irlanda se moderniza. Muchas empresas de alta tecnología se han instalado aquí aprovechando las reducciones de los gravámenes sociales y de los impuestos; en esta región están Roche y Lilly. Y Microsoft, claro: todos los jóvenes de este país sueñan con trabajar en Microsoft. La gente va menos a misa, hay más libertad sexual que hace unos años, cada vez hay más discotecas y antidepresivos. En fin, el escenario clásico...»

Pasaban junto al lago. El sol surgió en medio de un banco de niebla, dibujando irisaciones resplandecientes en la superficie del agua.

Aun así», añadió Walcott, «el catolicismo sigue siendo muy fuerte. Por ejemplo, la mayoría de los técnicos del centro son católicos. Eso no me hace más fácil la relación con ellos. Son correctos, corteses, pero me consideran como alguien un poco aparte, con quien no se puede hablar de verdad.»

El sol apareció del todo, formando un círculo de un blanco perfecto; también apareció todo el lago, bañado en luz.

lunes, julio 09, 2012

PINOS DE LA INDIA-CHULETAS DE CORDERO O ZEMOS PERSONAS ¿NO?

    

ROBERT GRAVES –LA DIOSA BLANCA  206   302-206=96

Hércules En El Loto

Hércules aparece por primera vez en la leyenda como un rey sagrado pastoral, y tal vez porque
los pastores reciben con regocijo el nacimiento de corderos mellizos, él también es
mellizo. Sus características y su historia pueden deducirse de una gran cantidad de
leyendas, costumbres populares y monumentos megalíticos. Es el hacedor de la lluvia
de su tribu y una especie de tronada humana. Las leyendas lo relacionan con Libia y los
montes Atlas; muy bien puede haber tenido su origen en esos lugares en los tiempos
paleiglíticos. Los sacerdotes de la Tebas egipcia, que le llamaban «Shu», databan su
origen en «17.000 años antes del reinado del rey Amasis». Lleva una clava de roble,
porque el roble proporciona bellotas a sus animales y su gente y porque atrae el rayo
más que cualquier otro árbol. Sus símbolos son la bellota, la paloma silvestre que anida
en los robles y en las grietas de las rocas, el muérdago o loranthus y la serpiente. Todos
estos son símbolos sexuales. La paloma estaba consagrada a la diosa del Amor de
Grecia y Siria; la serpiente era el más antiguo de los animales totémicos fálicos; la
bellota acopada representaba al glans pénis en griego y en latín; el muérdago era una
panacea y sus nombres viscus (latino) e ixias (griego) se relacionan con vis e ischus
(fuerza) probablemente a causa de la viscosidad espermática de sus bayas, y el esperma
es el vehículo de la vida. Por consiguiente, Hércules es el director de todos los ritos

orgiásticos y tiene doce compañeros arqueros, incluyendo su mellizo armado con lanza,
que es su tanista o delegado. Realiza anualmente un casamiento selvático con una reina
de los bosques, una especie de Doncella Mariana. Es un cazador vigoroso y hace llover,
cuando es necesario, matraqueando estrepitosamente un garrote de roble en un roble
hueco y agitando un estanque con una rama de roble alternativamente sacudiendo
guijarros dentro de una calabaza coloquíntida sagrada o, más tarde, haciendo rodar
negras piedras meteóricas dentro de una caja de madera provocando así las tronadas por

medio de la magia simpática.
La manera como murió se puede reconstruir tomándola de una variedad de
leyendas, costumbres populares y otras supervivencias religiosas. En la mitad del
verano, al final de un reinado de medio año, se emborracha á Hércules con hidromiel y
se le lleva al centro de un círculo de doce piedras dispuestas alrededor de un roble y
enfrente de las cuales hay un altar de piedra; al roble se le corta hasta que adquiere la
forma de T. Lo atan a él con mimbres formando «el lazo quíntuple», que sujeta las
muñecas, el cuello y los tobillos, lo golpean sus compañeros hasta que se desmaya y
luego lo desuellan, ciegan, castran, empalan con una estaca de muérdago y finalmente lo
despedazan en la piedra que sirve de altar22. Recogen su sangre en una vasija y la
utilizan para rociar a todos los miembros de la tribu,y hacerlos vigorosos y fecundos.
Los pedazos son asados; en fogatas gemelas de desmochos de roble, encendidas con el
fuego sagrado que se conserva de un roble herido por un rayo, o que se hace girando un
taladro de madera de aliso o de cornejo en el tronco de un roble. Luego desarraigan el
tronco y lo cortan en haces que; arrojan a las llamas. Los doce que intervienen en la
fiesta bailan en figura de ocho alrededor de las fogatas, cantando extáticamente y
arrancando la carne con los dientes. Los restos ensangrentados son quemados en la
fogata, con excepción de los órganos genitales y la cabeza. Colocan éstos en una
embarcación de madera de aliso, y los llevan flotando por un río hasta un islote, aunque
a veces curan la cabeza con humo y la conservan para usos oraculares. El tanista le
sucede y reina durante resto del año, y al final de éste lo mata sacrificialmente un nuevo
Hércules.

JAMES JOYCE-ULISES-302

EL ECO
¡Puto!
LOS TEJOS
(haciendo frufrú) Tiene razón, nuestra hermana. Susurra. (Besos susurrados se oyen por todo el bosque.
Caras de hamadríades se asoman desde los tongos y entre las hojas y estallan, floreciendo los broteblooms.)
¿Quién profanó nuestra sombra silenciosa?
LA NINFA
(azorada, por entre dedos entreabiertos) ¿Ahí? ¿Al aire libre?
LOS TEJOS
(echándose hacia abajo) Hermana, sí. Y en nuestro prado virgen.
EL SALTO DE AGUA
Poulaphouca Poulaphouca
Poulaphouca Poulaphouca
LA NINFA
(con dedos separados) ¡Oh, infamia!
BLOOM
Fui precoz. La juventud. La fauna. Sacrifiqué al dios del bosque. Las flores que brotan en primavera. Era
época de apareamiento. La atracción capilar es un fenómeno natural. A Lotty Clarke, de rubio cabello, la vi
yo haciendo su toilette nocturna a través de cortinas mal cerradas con los gemelos de teatro del pobre papá:
la mala pécora comía hierba locamente. Rodó colina abajo en el puente de Rialto para tentarme con el flujo
de la energía animalesca. Subió al árbol torcido y yo. Ni un santo hubiera podido resistir. El demonio me
poseyó. Además ¿quién lo vio?
(Tambaleante ternero inmaduro, de blanca testes se abre paso con su cabeza rumiante de narices humedecidas
por entre el follaje.)
EL TAMBALEANTE INMADURO
(grandes lagrimones rodando de los ojos prominentes, gimotea Mí. Mí ver.

BLOOM
Sencillamente satisfacía una necesidad que yo ... (patético) Ninguna chica quería cuando iba de ronda. Demasiado
feo. No querían jugar ....
(En lo alto de Ben Howth por entre los rododendros pasa una cabra, de ubres gordas, rabomocha, soltando
cagarrutas)
LA CABRA
(bala) ¡Mieggeggegg! ¡Caaaaaabr!

VLADIMIR NABOKOV-CUENTOS-302

Había adoptado un semblante animado, incluso alegre,
cuando ocurrió el desastre.
—Es culpa mía —dijo Gregson—. Nunca debí contar con él.
Nos habíamos quedado solos. Cook y los ocho indígenas nos habían abandonado,
con la tienda, la lancha hinchable, los suministros, y las colecciones, y habían
desaparecido silenciosamente mientras nosotros estábamos entretenidos en la
espesa maleza, persiguiendo insectos fascinantes. Creo que intentamos alcanzar a
los fugitivos —no lo recuerdo claramente, pero, en cualquier caso, no lo
conseguimos. Teníamos que decidir si regresar a Zonraki o continuar el itinerario
planeado, a través de un territorio también desconocido, en dirección a las colinas
de Gurano. Venció lo desconocido. Continuamos caminando. Para entonces yo ya
estaba temblando y con escalofríos por todo el cuerpo, además de haberme
quedado prácticamente sordo a causa de las dosis de quinina, pero seguía
recogiendo plantas innominadas, mientras que Gregson, aunque se daba perfecta
cuenta del peligro de nuestra situación, seguía capturando mariposas y toda clase
de dípteros con la misma avidez de siempre.

 

Sura 9. At-Tauba (El Arrepentimiento)

(72) Dios ha prometido a los creyentes y a las creyentes jardines por los que corren arroyos,
en los que permanecerán, y hermosas viviendas en jardines de felicidad perpetua:100 pero
la complacencia de Dios es la mayor [felicidad de todas] --pues este es, precisamente, el triunfo
supremo.