Aquella noche nuestra cita no fue ningún éxito. En el campo era algo axiomatico que las mujeres eran más duras y más en resistentes que los hombres. Les dábamos lástima y hacían de Madres. Eran más fuertes; pero el precio que pagaban era la pérdida de toda esencia femenina, de la última gota de su rocío. Soy al mismo tiempo vaca y toro, escribió la poetisa del campo. Una mujer y un hombre. Ya no segregaban hormonas. Y lo mismo nos pasaban a nosotros. Estábamos, unas y otros como abocados a una tierra de nadie. El único impulso que pudiera asemejarse a deseo que Tania despertaba en mi eran unas fugaces y apremiantes ganas de comerle los botones de la camisa, que estaban hechos de bolas de pan masticado.
Ahora se oía a mi alrededor el débil pero unánime sonido como de unas bocas que salivaban y sorbian. Incluso podrían haberme resultado alentadoramente lúbrico si no hubiera sabido lo que era. Pero lo sabía. Era el sonido de tres centenares de hombres comiendo en sueños.
MARTIN AMIS LA CASA DE LOS ENCUENTROS pag.29
Allí sólo estaba María.
María es alta, morena, de pelo negro y muy lacio, nariz recta (absolutamente recta) y labios finos. Parece de buen carácter aunque no es difícil adivinar que sus enfados pueden ser prolongados y terribles. La encontramos de pie en medio de la habitación, ensayando pasos de danza, leyendo a Sor Juana Inés de la Cruz, escuchando un disco de Billie Holiday y pintando con aire
distraído una acuarela en donde aparecen dos mujeres con las manos entrelazadas, a los pies de un volcán, rodeadas de riachuelos de lava. Su recibimiento es frío al principio, como si la presencia de Pancho le resultara molesta pero la tolerara por respeto a su hermana y porque en equidad la casita del patio no es sólo suya sino de ambas. A mí ni me mira.
Para colmo me permito hacer una observación un tanto banal acerca de Sor Juana, lo que la predispone aún más en mi contra (un albur nada oportuno sobre los archifamosos versos: Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis y que luego intenté vanamente remediar recitando aquellos de Detente, sombra de mi bien esquivo, / imagen del hechizo que más quiero, / bella ilusión por quien alegre muero, / dulce ficción por quien penosa vivo).
ROBERTO BOLAÑO LOS DETECTIVES SALVAJES pag.29
-¡Siempre gano cuando tengo a la reina negra en mi bando!
-¿Qué dices, sinverguenza? Controla la lengua. La regla principal del ajedrez
determina que hay que jugar en absoluto silencio.
-Mi reina ha atrapado a tu sultán -replicó Yazid-. He hablado porque sabía
que el juego había terminado. No hay razón para enfadarse. Un hombre que se
está ahogando no debería preocuparse por la lluvia.
Zuhayr, furioso al verse derrotado por un niño de nueve años, apoyó su rey
sobre la mesa, dejó escapar una risita débil y se marchó.
-Te veré a la hora de la cena, ¡sinverguenza!
Yazid le sonrió a la reina. Cuando recogía las piezas y las guardaba en la caja,
un viejo criado, con la cara pálida de terror, entró corriendo en el patio como si
hubiera visto un fantasma. ¿Acaso el ejército cristiano estaría invadiendo al-Hudayl?
Antes de que pudiera correr a la torre y descubrirlo por sí mismo, apareció su
padre, seguido por Ama.
Yazid no deseaba que lo dejaran a un lado, así que caminó con aire distraído
hacia su padre y le cogió la mano. Umar le sonrió, pero miró con seriedad al criado.
-¿Estás seguro? ¿No es posible que haya algún error?
-No, mi señor. He visto con mis propios ojos cómo el grupo cruzaba la aldea.
Dos caballeros cristianos acompañaban a la señora y la gente parecía preocupada.
Ibn Hasd la reconoció y me pidió que corriera a avisarle.
ALI TARIQ ALA SOMBRA DE UN GRANADO pag.29
Sola ella, Mayarí Palma, tendría que subir a conversar con los jaguares de los cerros, donde las hormigas del azufre van carcomiendo la roca, y entregarse a las garras sangrientas del árbol de cacao, no de otra manera podría celebrarse la nupcia de su ser y el Motagua.
¿Por qué se fijaba en el pobre rancho lleno de moscas? ¿Por qué se fijaba en el pobre rancho lleno de tierra? ¿Si todo era pasajero, si no estaba más que escondida, mientras llegaba esa noche la más bella lunación del año?
Se pasó a una cocina de paredes de caña, para ver desde la penumbra el resplandor del campo sin cabeza, cortado a ras de los hombros, decapitado por el sol y la luna. El campo de la costa es un campo sin cabeza. Las cabezas van surgiendo a medida que se sube a las mesetas. Es un campo degollado, de cuyo cuello sangrante surge la vida a borbotones, se riega, se multiplica, se expande, no cesa de florecer, florece en vicio, en cosechas sucesivas de maíz, de fríjol, de calabazas y cañas dulces.
Los cerdos cebados, echados en el lodo, se freían en el calor casi sin movimiento, bajo los moscones, entre las gallinas cansadas, medio dormidas de piojillo, y patos viejos con telarañas blancas en los ojos y los picos rojizos.
MIGUEL ANGEL ASTURIAS EL PAPA VERDE pag.29
Caballero — contestó el abate — , encontré un antiquísimo
manuscrito de la Tabla de Esmeralda en la biblioteca de monseñor el
obispo de Séez, y cualquier día lo hubiera descifrado a no ser por la
camarera de la señora alcaldesa, que se dirigió a París en busca de fortuna,
haciéndome subir al coche con ella. Y no hubo sortilegio alguno, señor
filósofo, pues obedecí solamente a los encantos naturales.
Non facit hoc verbis; facie tenerisque lacertis
devovet et flavis riostra puella comis.
—Ésa es una nueva demostración —dijo el filósofo— de que las
mujeres son grandes enemigos de la ciencia. El sabio debe huir de todo
contacto femenino.
—¿Aun en legítimo matrimonio? —preguntó mi padre.
—Sobre todo en legítimo matrimonio —respondió el filósofo. Y mi
padre insistió:
—¿Qué les queda a vuestros pobres sabios para divertirse un poco?
El filósofo repuso gravemente
—¡Les quedan las salamandras!
Al oír estas palabras, el hermano Ángel levantó del plato su espantada
nariz, y murmuró:
—¡No habléis de tal modo, señor mío; por todos los santos de mi orden
os lo ruego, no habléis así! Olvidáis que la salamandra es el mismísimo
diablo, quien reviste, como es sabido, las formas más diversas, ora
agradables, cuando quiere disfrazar su natural fealdad; ora asquerosas,
cuando deja ver su verdadera constitución.
—Tened cuidado a vuestra vez, hermano Ángel —respondió el
filósofo—; y puesto que teméis al diablo, no le disgustéis mucho,
provocándole con descomedidos conceptos. Ya sabéis, sin duda, que el
viejo Adversario, que el gran Rebelde, conserva en el mundo espiritual
tanto poderío que hasta Dios lo toma en cuenta. Y añadiré que Dios le
teme, por lo cual encomienda muchos asuntos al diablo. Desconfiad, pues,
hermanito; ellos se entienden
ANATOLE FRANCE EL FIGON DE LA REINA PATOJA pag.29
Una tercera forma de antiguas relaciones sexuales rituales —que es, por cierto, el origen de las hieródulas— fue la boda sagrada (hieras gamos), el más importante de todos los cultos religiosos de la Antigüedad. Con ella se buscaba aumentar la potencia, la fertilidad y, en general, el bienestar de la comunidad, mediante el emparejamiento ritual de dos personas, en el que se creía que la diosa estaba temporalmente incorporada en la mujer elegida; como el Señor en la hostia, en el catolicismo.
Los esponsales sagrados se celebraban ya entre los sumerios, seguramente la más antigua de las grandes culturas. El rey-sacerdote los consumaba con la gran sacerdotisa en la fiesta del año nuevo, sobre la plataforma superior de las colosales torres escalonadas conocidas por la denominación babilonia de «ziggurat» (cima, cumbre), modelos de la bíblica torre de Babel. Herodoto admiró y describió en Babilonia una edificación semejante de aproximadamente noventa metros de altura, formada por ocho torres superpuestas, por la que se podía subir gracias a una escalera de caracol exterior. Arriba del todo habría un templo con un amplio y bien dispuesto dormitorio que sólo usaba «una mujer que el dios había escogido para sí entre las hijas del país». Este dios «llegaba hasta el templo y se acostaba allí, como parece ocurría también en Tebas de Egipto, según la opinión de los sacerdotes egipcios». En Mesopotamia, donde probablemente sólo se deificaba a aquellos reyes a quienes la diosa ordenaba compartir su lecho, se celebraba un convite después del coito sobre el almohadón adornado de plantas y césped, para simbolizar la generosidad de la Providencia y hacerla efectiva.
DESCHNER KARLHEINZ HISTORIA SEXUAL DEL CRISTIANISMO PAG.29