La presión que crea el corazón humano al latir, seria suficiente para lanzar la sangre a 10 metros de altura.
Los humanos y los delfines son las únicas especies que practican el sexo solamente por placer.
La gente le tiene mas miedo a las arañas que a la muerte.
La hormiga puede levantar 50 veces su peso, arrastrar 30 veces su propio peso y siempre cae sobre su costado derecho cuando sufre una intoxicación .
Los osos polares son zurdos.
Una cucaracha puede vivir nueve días sin cabeza, hasta que finalmente muere de inanición.
Las mariposas pueden saborear la comida con sus pies
Su vista es tricolor, es decir, que ven solo en tres colores; amarillo, rojo y verde
Las mariposas larvas, "bebés", emiten una serie de sonidos que hacen que puedan comunicarse con las hormigas
Las mariposas son muy románticas. Expulsan el llamado "Polvo del Amor" para conquistar y atraer a su pareja.
El apareamiento puede durar 20 minutos o varias horas
Los ojos de estas criaturas son compuestos y poseen más de 6.000 lentes individuales
PAUL AUSTER
La trilogía
de Nueva York 35
A la mañana siguiente, y durante muchas mañanas más, Quinn se apostó en un
banco en el centro de la isleta que había en la esquina de Broadway con la Noventa y
nueve. Llegaba temprano, nunca después de las siete, y se sentaba allí con un vaso de
café, un panecillo con mantequilla y un periódico abierto en el regazo, mirando hacia la
puerta de cristal del hotel. A las ocho salía Stillman, siempre con su largo abrigo
marrón, llevando una bolsa de fieltro grande y anticuada. Durante dos semanas esta
rutina no varió. El anciano deambulaba por las calles del barrio, avanzando despacio,
poquito a poco, haciendo una pausa, poniéndose en marcha de nuevo, parándose otra
vez, como si cada paso tuviera que sopesarse y medirse antes de que ocupara su lugar
entre la suma total de pasos. A Quinn le resultaba difícil moverse de aquella manera.
Estaba acostumbrado a andar deprisa y todas aquellas paradas y arrastrar de pies
comenzaban a resultar un esfuerzo, como si el ritmo de su cuerpo se viera perturbado.
Era la liebre a la caza de la tortuga, y tenía que recordarse una y otra vez que debía
frenarse.
Sanchez Adalid Jesus - Treinta Doblones De Oro 169
algunos con pieles
de leopardo y de león; eran los magnates del ejército. Hablaban entre ellos, formaban
algarabía, lanzaban risotadas, a veces daba la impresión de que discutían... De pronto se
formó un gran revuelo; todos ellos se volvieron para ver qué sucedía a sus espaldas;
tronaban los tambores y las chirimías, arreciaban las voces...
—¡El sultán, el sultán viene! —nos indicó el alcaide—. ¡Haced reverencia!
Nos inclinamos. Yo vi de reojo cómo entraba a caballo el rey moro, sobre una
montura riquísima, de pelo de gineta, con adornos de oro, perlas y sedas. Su presencia resultaba imponente, bajo una sombrilla que sostenía un negro enorme, una especie de coloso. No era el sultán muy alto; de mediana talla, tenía el rostro largo, moreno, la barba
partida y fuego en la mirada. Detrás venían otros aguerridos gigantes custodiándole, todos
igualmente negros, igualmente musculosos y brillantes de sudor, hechos como de acero.
Solo estos se mantenían de pie y erguidos, porque a derecha e izquierda todos los demás se
habían doblado hasta casi dar con sus narices en el suelo. Un pregonero de aguda voz
lanzaba al aire proclamas incomprensibles, como aullidos, que eran contestadas con
albórbolas de entusiasmo.
El sultán descabalgó, vio lo que había y apenas se detuvo allí un momento. Después
desapareció por donde había venido y pudimos enderezarnos. Entonces llegó la hora de la
rapiña...
La vida y la muerte me
están desgastando 169
una bandada de gansos salvajes que volaba por encima de las
cabezas cayó al suelo como piedras. En esa época, la carne de esas aves era una exquisitez,enormemente nutritiva, una rareza para la gente que se encontraba abajo. Que aquellos gansos cayeran del cielo en un momento en el que la capacidad alimenticia del pueblo estaba tan empobrecida parecía una bendición del cielo, pero en realidad fúe todo lo contrario. La gente se volvió loca, empujando, pateando, gritando y vociferando, peor que una manada de perros hambrientos. La primera persona en poner las manos en una de las aves que había caído debió sentirse llena de alegría, quiero decir hasta que todos los demás se abalanzaron sobre ella tratando de arrebatársela. Las plumas se esparcieron por el suelo y salieron flotando por el aire. Era como rasgar una almohada. Le arrancaron las alas al ave; las patas acabaron en las manos de alguna persona y el cuello fue arrancado de su cuerpo y sacudido en el aire, derramando gotas de sangre por todo el lugar. La multitud que se encontraba en las filas de atrás golpeó las cabezas y los
hombros de los que se encontraban en la parte delantera como si fueran perros de presa. La gente se caía al suelo, era pisoteada, pateada. Los gritos de ¡madre!..., ¡madre, sálvame!... emergían de docenas de nudos negros de humanidad que borbotaban y se agitaban. Los gritos y chillidos —
¡oh, mi pobre cabeza!— se mezclaban con el sonido de los altavoces. El caos se convirtió en una lucha enmarañada y de ahí en una batalla campal. El resultado final fue el siguiente: diecisiete personas fueron pisoteadas hasta la muerte y un número desconocido sufrió diversas lesiones.
VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 169
La veía con tanta claridad, la percibía con una fuerza tan perfecta y tan penetrante
que, parecía, no había nada nuevo que sus rasgos pudieran revelarle en largos años
de intimidad previa. Sus pálidos labios se movían como si repitieran el más mínimo
movimiento del cachorro; sus pestañas parpadeaban de forma tan brillante que
parecían rayos que salieran de sus ojos radiantes; pero lo más maravilloso, quizás,
era la curva de su mejilla, ahora ligeramente de perfil; aquella línea curva,
evidentemente, no podía encontrar palabras que la describieran. Empezó a correr,
mostrando unas piernas bonitas, y el cachorro empezó a dar tumbos persiguiéndola,
como una pelota de lana. Dándose cuenta de pronto de su poder milagroso, Erwin
contuvo el aliento y esperó a que se produjera la esperada señal. En ese preciso momento la joven volvió la cabeza y le lanzó un destello de sonrisa a la criaturilla gorda que se esforzaba por seguirla.
—Número uno —se dijo Erwin con insólita complacencia y se levantó del banco.
Siguió andando por el sendero de grava que crujía bajo sus pies, enfundados en
unos zapatos rojo-amarillentos que sólo utilizaba los domingos. Abandonó el oasis
del diminuto parque y cruzó al otro lado hasta el bulevar Amadeus. ¿Le bailaban los
ojos? Y tanto que sí. Quizás la chica de blanco le había dejado una marca más
cegadora que cualquier posible recuerdo y aquel punto ciego en su mirada le
impedía encontrar otra novia. Pronto, sin embargo, la ceguera se disolvió, y junto a
una columna vidriada donde se anunciaba el horario del tranvía, nuestro amigo
observó a dos jóvenes —hermanas, quizá gemelas, a juzgar por su extraordinario
parecido— que discutían con voz vibrante qué tranvía tomar.
GRAVES, ROBERT LA DIOSA BLANCA 169
Su cabello era rubio como la retama, sus dedos pálidos como las
anémonas del bosque, sus mejillas rosadas y de las huellas de sus pies brotaba el trébol
blanco; el trébol para mostrar que era el aspecto estival de la antigua Diosa Triple. Esta
peculiaridad le dio el nombre de Olwen, «La de la Senda Blanca». El trébol, dicho sea
de paso, era celebrado por los bardos galeses con elogios fuera de proporción con su
belleza. Homero lo llamaba «loto» y decía que era buen pienso para los caballos