viernes, julio 12, 2013

BABIECA Y EL CABALLO BLANCO DE SANTIAGO.

 

  

PAUL AUSTER
La trilogía
de Nueva York

Esto convertiría a Blanco en el verdadero escritor, y
Negro no sería más que su sustituto, una falsificación, un actor sin sustancia propia. Hay
veces en que, siguiendo este pensamiento hasta sus últimas consecuencias, Azul cree
que la única explicación lógica es que Negro no es un solo hombre, sino varios. Dos,tres, cuatro hombres parecidos que interpretan el papel de Negro para que Azul lo vea,
cada uno cumpliendo su horario y luego regresando a las comodidades de su hogar. Pero
es un pensamiento demasiado monstruoso para que Azul pueda considerarlo durante
mucho tiempo. Pasan los meses y al fin se dice a sí mismo en voz alta: Ya no puedo
respirar. Esto es el fin. Me estoy muriendo.
Estamos a mitad del verano de 1948. Reuniendo al fin el valor necesario para
actuar, Azul coge su bolsa de disfraces y busca una nueva identidad. Después de
descartar varias posibilidades, se decide por un viejo que solía mendigar en las esquinas
de su barrio cuando él era niño -un personaje local que se llamaba Jimmy Rosa- y se
engalana con la vestimenta de un vagabundo: ropa de lana andrajosa, zapatos atados con
cuerdas para evitar que las suelas se desprendan, una bolsa de lona estropeada para
contener sus pertenencias y luego, por último, una ondeante barba blanca y pelo blanco
largo. Estos detalles finales le dan el aspecto de un profeta del Viejo Testamento. Azul
disfrazado de Jimmy Rosa no es tanto un escrofuloso mendigo como un loco sabio, un
santo que vive en la marginalidad de la penuria. Un poco chiflado quizá, pero
inofensivo: emana una dulce indiferencia hacia el mundo que le rodea, pues dado que
todo le ha ocurrido anteriormente, ya nada puede perturbarle.

 

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JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

Eres la perdición fraguándose un mundo
con los reflejos y las deformaciones de éste;
sufres de caos, adoleces de irrealidad,
te empeñas en jugar con naipes raspados la vida;
tu alcohol mueve peleas,
tus griegas manosean envidiosos libros de magia.
¿Será porque el infierno es vacío
que es espuria tu misma fauna de monstruos
y la sirena prometida por ese cartel es muerta y de cera?
Tienes la inocencia terrible
de la resignación, del amanecer, del conocimiento,
la del espíritu no purificado, borrado
por los días del destino y que ya blanco de muchas luces, ya nadie,
sólo codicia lo presente, lo actual, como los hombres viejos.
Detrás de los paredones de mi suburbio, los duros carros
rezarán con varas en alto a su imposible dios de hierro y de polvo,
pero, ¿qué dios, que ídolo, qué veneración la tuya, Paseo de
Julio?
Tu vida pacta con la muerte;
toda felicidad, con sólo existir, te es adversa.

 

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Miguel de Cervantes  DON QUIJOTE

Así como la víbora no merece ser
culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela
dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa, que
la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado, o como la espada
aguda: que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra
y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no
debe de parecer hermoso. Pues, si la honestidad es una de las virtudes que al
cuerpo y alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es
amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que por sólo su
gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda? Yo nací libre,
y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles destas montañas
son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los
árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy
apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado
con las palabras. Y, si los deseos se sustentan con esperanzas, no
habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, en fin, de ninguno de
ellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y, si se
me hace cargo que eran honestos sus pensamientos y que por esto estaba obligada
a corresponder a ellos, digo que, cuando en ese mismo lugar donde
ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo
que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto
de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura

  

Robert Graves
La Diosa Blanca

A Tetis
se le atribuía el poder de cambiar de aspecto; en realidad le servían varios colegios de sacerdotisas, cada uno de los cuales tenía un ave o un animal totémico diferente: yegua,
osa, grulla, pez, torcecuello, etcétera.
El mismo mito ha sido entretejido de una variedad de maneras. En algunas
versiones se destaca el casamiento ficticio, que era una parte integrante de la
coronación. El mito argivo de las cincuenta danaides que se casaron con los cincuenta
hijos de Aegiptos y mataron a todos menos uno en su noche de bodas común, y el mito
persa-egipcio-griego de Tobías y la hija de Raguel, a cuyos siete maridos anteriores
había matado el demonio Asmodeo -en persa, Aeshma Daéva- en su noche de bodas,
son originalmente idénticos.
Las diversas versiones contradictorias del mito de las danaides nos ayudan a
comprender el ritual que lo originó. Píndaro, en su Cuarta Oda Pítica, dice que las
novias eran perdonadas, purificadas por Hermes y Atenea y ofrecidas como premios a
los vencedores en los juegos públicos. Autores posteriores, como Ovidio y Horacio,
dicen que no se las perdonaba, sino que se las condenaba a verter eternamente agua en
una vasija llena de agujeros

 

miércoles, julio 10, 2013

TIERRA NEGRA O ULISES EN LA PAMPA.

 

                  

 http://guiaturisticacuenca.com/la-catedral-de-cuenca-el-santo-grial-y-nostradamus/   

http://www.lahornacina.com/dossiernegras.htm

James Joyce
Ulises

Cruzó por la esquina de Nassau Street y se paró delante del escaparate de Yeates e Hijo, calculando el
precio de los prismáticos. ¿O me dejo caer por donde el viejo Harris y charlo con el joven Sinclair? Tipo
educado. Seguramente almorzando. Tengo que llevar mis viejos prismáticos a arreglar. Lentes Goerz seis
guineas. Los alemanes abriéndose camino por todas partes. Venden con facilidades para atrapar el mercado.
Malvendiendo. Podría con suerte encontrar un par en la oficina de objetos perdidos de los ferrocarriles.
Asombroso las cosas que la gente se olvida en los trenes y en consigna. ¿En qué estarán pensando? Las
mujeres también. Increíble. El año pasado en el viaje a Ennis tuve que recoger el bolso de la hija de aquel
granjero y dárselo en el empalme de Limenck. Dinero sin reclamar también. Hay un pequeño reloj allá arriba
en el tejado del banco para probar esos prismáticos.
Los párpados bajaron hasta los bordes inferiores de los iris. No lo veo. Si imaginas que está allí casi lo
ves. No lo veo. Dio media vuelta y, de pie bajo los toldos, alargó la mano derecha con todo el brazo extendido
hacia el sol. He querido probar eso a menudo. Sí: completamente. La punta del dedo meñique tapó el
disco solar. Debe de ser el foco donde se cruzan los rayos. Si tuviera unos cristales negros. Interesante. Se
hablaba mucho de esas manchas solares cuando estábamos en Lombard Street West. Mirando al cielo en el
jardín de atrás. Son explosiones tremendas. Habrá un eclipse total este año: algún día del otoño.
Ahora que lo pienso esa bola cae a la hora de Greenwich. Es porque el reloj funciona por un cable eléctrico
desde Dunsink. Tengo que ir allí algún primer sábado de mes. Si pudiera conseguir una carta de presentación
para el profesor Joly o averiguar algo sobre su familia. Eso sería suficiente para: uno siempre se
siente cumplimentado. Lisonja donde menos se lo espera uno. Noble orgulloso de descender de la amante de un rey. Su antepasada. Halaga a base de bien. Sumisión y acatamiento valen por ciento. No ir y descolgarse
con lo que sabes que no debieras: ¿qué es paralaje? Acompañe a este caballero a la puerta

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DON QUIJOTE DE LA MANCHA  CERVANTES

 

—No dices mal, Sancho —respondió don Quijote—; mas antes que se llegue
a ese término es menester andar por el mundo como en aprobación, buscando
las aventuras, para que, acabando algunas, se cobre nombre y fama tal,
que, cuando se fuere a la corte de algún gran monarca, ya sea el caballero
conocido por sus obras, y que, apenas le hayan visto entrar los muchachos por
la puerta de la ciudad, cuando todos le sigan y rodeen, dando voces diciendo:
«Este es el caballero del Sol», o de la Sierpe, o de otra insignia alguna, debajo
de la cual hubiere acabado grandes hazañas. «Este es», dirán, «el que venció
en singular batalla al gigantazo Brocabruno de la Gran Fuerza; el que desencantó
al gran Mameluco de Persia del largo encantamento en que había estado casi novecientos años»

 

 

Las baladas del ajo   Mo Yan

Su perfecto acento pekinés era toda
una afirmación de sus credenciales
y Jinju, como si le
estuvieran permitiendo ver las

puertas del
Paraíso, suspiró con admiración
tanto por el magnífico aspecto físico
como por la encantadora forma de
hablar de aquella mujer.
Los guardias respondieron
amablemente:
—A las ocho y media.
Al contrario que la mujer de rojo de
acento culto, los guardias

producían en Jinju un fuerte
desagrado. Comenzaron a barrer el
suelo, de
un extremo a otro de la sala. Jinju
tuvo la sensación de que todos los
hombres y la mitad de las mujeres
estaban fumando cigarrillos y pipas,
cuyo humo llenaba lentamente la sala
y daba paso a una ronda de toses y
escupitajos.
Gao Ma regresó con una abultada

bolsa de celofán.
—¿Todo va bien? —preguntó cuando
vio la mirada que tenía Jinju.
Ella dijo que todo estaba en orden,
así que se sentó, buscó en el
interior de la bolsa y sacó una pera.
-—Los restaurantes locales estaban
todos cerrados, así que te he
comprado un poco de fruta —dijo
ofreciéndole una pera.

—Te dije que no gastaras mucho
dinero —protestó ella.
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Gao Ma frotó la pera contra su
chaqueta y le dio un sonoro
mordisco.
—Toma —dijo, entregándosela a
Jinju—, tengo más.
Un mendigo se paseaba de arriba
abajo por las hileras de bancos

pidiendo a todo el que estuviera
despierto. Se detuvo delante de un
joven
oficial militar, que le miraba con el
rabillo del ojo, adoptó una pose
lastimera y dijo:
—Oficial, coronel, ¿puede darme un
poco de cambio?
—¡No tengo dinero! —lanzó el
oficial con cara de luna a modo de
respuesta, y puso los ojos en blanco para mostrar su desagrado.
—Cualquier cosa valdrá —rogó el
joven mendigo—. ¿Acaso no se
compadece de mí?
—Ya eres mayorcito para trabajar.
¿Por qué no te buscas un empleo?
—El trabajo me produce mareos.

Roberto Bolaño
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A mitad de la mañana llegaron a un castillo. En el castillo
sólo encontraron a tres rumanos y a un oficial de las SS que hacía
las veces de mayordomo y que los puso a trabajar enseguida,
después de darles a desayunar un vaso de leche fría y un
mendrugo de pan que algunos soldados dejaron de lado con
gestos de asco. Las armas, salvo cuatro de ellos que montaron
guardia, uno de los cuales fue Reiter, a quien el oficial de las SS
juzgó poco apto para las labores de adecentamiento del castillo,
las dejaron en la cocina y se pusieron a barrer, a fregar, a quitar el polvo de las lámparas, a poner sábanas limpias en las habitaciones.
A eso de las tres de la tarde llegaron los invitados. Uno de
ellos era el general Von Berenberg, el jefe de la división. Junto a
él venía el escritor del Reich Herman Hoensch y dos oficiales
del estado mayor de la 79. En el otro coche venía el general rumano
Eugenio Entrescu, que entonces tenía treintaicinco años
y era la estrella ascendente del ejército de su país, acompañado
del joven erudito Pablo Popescu, de veintitrés años, y de la baronesa
Von Zumpe, a quien los rumanos acababan de conocer
la noche anterior en una recepción en la embajada alemana y
que en principio debía haber viajado en el coche del general
Von Berenberg, pero que ante las galanterías de Entrescu y el
carácter divertido y jocoso de Popescu finalmente había terminado
por claudicar ante el ofrecimiento de éstos, que se basaba
razonablemente en el mayor espacio de que dispondría la baronesa
en el coche rumano, con menos pasajeros que el coche
alemán.

JORGE LUIS BORGES
OBRAS COMPLETAS

 

Mirar el río hecho de tiempo y agua
Y recordar que el tiempo es otro río,
Saber que nos perdemos como el río
Y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
Que sueña no soñar y que la muerte
Que teme nuestra carne es esa muerte
De cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
De los días del hombre y de sus años,
Convertir el ultraje de los años
En una música, un rumor y un símbolo,
Ver en la muerte el sueño, en el ocaso
Un triste oro, tal es la poesía
Que és inmortal y pobre. La poesía
Vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tardes una cara
Nos mira desde el fondo de un espejo;
El arte debe ser como ese espejo
Que nos revela nuestra propia cara.Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
Lloró de amor al divisar su Itaca
Verde y humilde. El arte es esa Itaca
De verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable
Que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
Y es otro, como el río interminable.

domingo, julio 07, 2013

ESCOGER AL ENEMIGO-

 

 

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Ned Beauman

Escarabajo Hitler

Además de trimetilaminuria, tengo asma, un eccema, acné quístico, síndrome del intestino irritable leve y media docena de otras enfermedades absurdas no terminales. He acabado por ver mi cuerpo como una especie de joven idiota faulkneriano al que debo arrastrar allá donde voy, quejándose siempre a mis espaldas. Stuart está convencido de que dentro de cincuenta años será posible cargar la información de nues­tro cerebro en un ordenador y seguir viviendo como meras lucecitas de un disco duro. Anhelo ese día de éxtasis. (Casual­mente, el propio Stuart padece una especie de trimetilami­nuria electrónica, se ve en la repugnancia con la que escribe sus mails y mensajes, y asegura que soy la única persona que queda en la comunidad de coleccionistas de objetos nazis de Internet que todavía le dirige la palabra. Una vez engañó a varios de sus enemigos para que vieran un video de nueve mi­nutos de género vagamente pornográfico llamado Tres Chicas, Dos Copas; y al menos una de las víctimas, que se sepa, no ha vuelto a acercarse a un ordenador desde entonces).

Por consiguiente, podríais esperar que cuidase de mi piso en Holloway de manera excelente, ya que rara vez me siento motivado para salir. Sin embargo, han pasado ya va­rios meses desde que Maria se fue, y las cosas han llegado a un punto en el que me preocupa que, sin los calcetines su­cios, los envases de usar y tirar y los pañuelos arrugados con semen, como si de burdas rosas artificiales se tratara, el lugar pudiera parecerme vacío y extraño. No soy alguien al que le importe un poco de desorden. Además, incluso si estuviese impecable, el olor de la trimetilamina sería insoportable para cualquiera excepto para mí. A veces me gusta verlo como una especie de poder mutante, pero la verdad es que no creo que yo encajase muy bien dentro de los X-men.

Cuando regresé a casa del piso de Zroszak alrededor de la una de la madrugada, encendí el ordenador y dejé un mensaje en el principal foro de coleccionistas.

Asunto: Philip Erskine?

De: Kevin (mensajes: 1.267)

Hora: 1:11 GMT

alguien sabe algo acerca de un científico y posible conocido de Hitler llamado Philip Erskine?

Abrí el chat. Stuart, como siempre, estaba todavía co­nectado. No duerme mucho

DON QUIJOTE DE LA MANCHA

EEnn uunn lluuggaarr ddee LLaa MMaanncchha

—Acaba de conjurarme —dijo don Quijote—, y pregunta lo que quisieres;
que ya te he dicho que te responderé con toda puntualidad.
—Eso pido —replicó Sancho—, y lo que quiero saber es que me diga, sin
añadir ni quitar cosa ninguna, sino con toda verdad, como se espera que la han
de decir y la dicen todos aquellos que profesan las armas, como vuestra merced
las profesa, debajo de título de caballeros andantes...
—Digo que no mentiré en cosa alguna —respondió don Quijote—. Acaba
ya de preguntar; que en verdad que me cansas con tantas salvas, plegarias y
prevenciones, Sancho.
—Digo que yo estoy seguro de la bondad y verdad de mi amo, y así, porque
hace al caso a nuestro cuento, pregunto, hablando con acatamiento, si
acaso después que vuestra merced va enjaulado, y a su parecer encantado, en esta jaula, le ha venido gana y voluntad de hacer aguas mayores o menores,
como suele decirse.
—No entiendo eso de hacer aguas, Sancho; aclárate más, si quieres que te
responda derechamente.
—¿Es posible que entiende vuestra merced de hacer aguas menores o
mayores? Pues en la escuela destetan a los muchachos con ello. Pues sepa que
quiero decir si le ha venido gana de hacer lo que no se escusa.
—¡Ya, ya te entiendo, Sancho! Y muchas veces, y aun agora la tengo.
¡Sácame deste peligro; que no anda todo limpio!

 

 

 

PIEDRAS COMO JOYAS.

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JORGE LUIS BORGES
OBRAS COMPLETAS

Se abre la verja del jardín
con la docilidad de la página
que una. [recuente devoción interroga
y adentro las miradas
no precisan fijarse en los objetos
que ya están cabalmente en la memoria.
Conozco las costumbres y las almas
y ese dialecto de alusiones
que toda agrupación humana va urdiendo.
No necesito hablar
ni mentir privilegios;
bien me conocen quienes aquí me rodean,
bien saben mis congojas y mi flaqueza.
Eso es alcanzar lo más alto,
lo que tal ve/ nos dará el Cielo:
no admiraciones ni victorias •
sino sencillamente ser admitidos
como parte de una Realidad innegable,
tomo las piedras v los árboles.

LAS BELLEZAS DEL TALMUD   CANSINOS

Una piedra ofrecida y aceptada. Leyenda

En todas las ciudades de Judea había un festivo revuelo, un incesante trajín para preparar ofrendas y víctimas y lle­varlas a Jerusalén, y todos los caminos que conducían a la santa ciudad estaban llenos de solícitos oferentes que ha­cían resonar los aires con alegres canciones.

En medio de este tumulto festivo, el pío Haniná cami­naba triste, muy triste, con la cabeza baja. Ardía el buen

hombre en deseos de dirigirse también a Jerusalén, pero se avergonzaba de ir sin ofrendas. Y no tenía medio alguno de adquirirlas, porque era tan pobre que apenas tenía para sustentar la vida.

El espectáculo de aquel bullicio redoblaba su melancolía, y así se salió de la ciudad y fue a sentarse sobre unas ruinas; y allí por entre los escombros daba vueltas apresurado. En uno de sus paseos tropezó con una gran piedra, se detuvo y le vino a la mente una idea. Ya que — dijo para sí- no pueda lle­var otra cosa, llevaré esta piedra y la consagraré al templo.

Contento con aquella idea, se puso con toda el alma a tra-bajar la piedra, la limpió, la pulió, la abrillantó y la adornó con bellos colores. Satisfecho de su obra, se dispuso a dar cima a su pensamiento. Pero el pobre hombre no había con­tado con lo mejor. ¿Cómo llevar aquel grave peso hasta Jeru­salén? A este imprevisto obstáculo, el mísero volvió a caer en profunda tristeza.

Entretanto, he aquí que pasan cerca de él dos robustos obreros. Haniná se reanima, los llama y les pregunta cuánto querrían por llevar aquella piedra a Jerusalén.

— Cien monedas — respondiéronle.

- !Cien monedas! - repite espantado el doctor—. No po­
dría daros más de cinco.

Y con las lágrimas en los ojos, se apoya en su amada piedra y ruega.

Pasan otros obreros, se acercan a él, le preguntan su de­seo, le proponen contentarle por la gracia de cinco monedas: se hacen cargo de la piedra, y en un abrir de ojos he aquí a todos en Jerusalén.

El piadoso varón va a pagarles, se vuelve y... habían de­saparecido. Eran dos ángeles

Título: El laberinto de la fortuna
Autor: Juan de Mena

Si los fechos segunt los fizieron
vos plaze, lectores, que vos lo relate,
sufrid que mis versos un poco dilate,
por que no vengamos en lo que vinieron.
Por mucho que el sabio prudente, discreto
encubre por cabo sus fechos e zela,
más son las cosas que Fama revela
que non las que sabe callar el secreto;
éstos, aviendo medroso respecto,
con una persona muy encantadera
tovieron secreto lugar e manera
donde sus suertes ovieron efecto.
Pulmón de linçeo allí non fallesçe,
de yena non menos el nudo más tuerto,
después que formada de espina de muerto,
e ojos de loba después que encaneçe,
medula de çiervo que tanto envejesçe
que traga culuebra por rejuvenir,
e de aquella piedra que sabe adquerir
el águila quando su nido fornesçe.

 

         

RANA  Mo Yan

Fue él quien me explicó,
después de que le quitara los piojos, lo que era una explosión sónica.
—La explosión sónica es el choque de onda provocado por un
avión que está volando a una velocidad supersónica.
—¿Qué es la velocidad supersónica?
—¡Significa más rápido que la velocidad del sonido! ¡No sabes
nada, idiota!
En las maniobras del aeropuerto de Jiaozhou, solo se podían
contemplar los rayos de luz de los reflectores. Algunos decían que
no servían para maniobrar, que eran meros faros para iluminar a los
aviones. Los rayos se movían de un lado a otro. A veces, se fundían
en uno; otras, se formaban líneas paralelas; otras, iluminaban a un
pájaro, que mareado descendía con nerviosismo, como una mosca
que se ha caído en una botella vacía. Siempre que se encendían los
reflectores se oía el aterrizaje de los aviones. En cuestión de minutos,
éramos testigos de unas sombras gigantes, y la luz dibujaba sencillas
siluetas: una cabeza, una cola y dos alas. Parecían aprovechar los rayos
para aterrizar y volver a su nido. El avión es como un ave, igualito
a un pájaro que vuelve a su nido.

PAUL AUSTER
La trilogía
de Nueva York

-¿Nuevo lenguaje?
-Sí. Un lenguaje que al fin dirá lo que tenemos que decir. Porque nuestras
palabras ya no se corresponden con el mundo. Cuando las cosas estaban enteras nos
sentíamos seguros de que nuestras palabras podían expresarlas. Pero poco a poco estas
cosas se han partido, se han hecho pedazos, han caído en el caos. Y sin embargo
nuestras palabras siguen siendo las mismas. No se han adaptado a la nueva realidad. De
ahí que cada vez que intentamos hablar de lo que vemos, hablemos falsamente,
distorsionando la cosa misma que tratamos de representar. Esto ha hecho que todo sea
confusión y desorden. Pero las palabras, como usted comprende, son susceptibles de
cambio. El problema es cómo demostrarlo. Por eso trabajo ahora con los medios más
simples, tan simples que hasta un niño pueda comprender lo que digo. Considere una
palabra que remite a una cosa: “paraguas”, por ejemplo. Cuando digo la palabra
“paraguas”, usted ve el objeto en su mente. Ve una especie de bastón con radios
metálicos plegables en la parte superior que forman una armadura para una tela
impermeable, la cual, una vez abierta, le protegerá de la lluvia. Este último detalle es
importante. Un paraguas no sólo es una cosa, es una cosa que cumple una función, en
otras palabras, expresa la voluntad del hombre. Cuando uno se para a pensar en ello,
todos los objetos son semejantes al paraguas, en el sentido de que cumplen una función.
Ahora, mi pregunta es la siguiente: ¿qué sucede cuando una cosa ya no cumple su
función? ¿Sigue siendo la misma cosa o se ha convertido en otra? Cuando arrancas la
tela del paraguas, ¿el paraguas sigue siendo un paraguas? Abres los radios, te los pones
sobre la cabeza, caminas bajo la lluvia, y te empapas. ¿Es posible continuar llamando a
ese objeto un paraguas?

En general, la gente lo hace. Como máximo, dirán que el paraguas
está roto. Para mí eso es un serio error, la fuente de todos nuestros problemas.
Puesto que ya no cumple su función, el paraguas ha dejado de ser un paraguas. Puede
que se parezca a un paraguas, puede que haya sido un paraguas, pero ahora se ha convertido en otra cosa. La palabra, sin embargo, sigue siendo la misma

OBRAS COMPLETAS – FRANZ KAFKA

Al pasar un tranvía delante de Raban, muchas personas de su alrededor
se abalanzaron hacia la escalera del coche, con unos pocos paraguas
abiertos y puntiagudos que sostenían con las manos apretadas contra
los hombros. Raban, que tenía la maleta debajo del brazo, bajó de la
acera y pisó con fuerza un charco invisible. En el coche había un niño
de rodillas sobre un banco y apretaba las puntas de los dedos de ambas
manos contra los labios, como si se despidiera de alguien. Algunos pasajeros
se apearon y tuvieron que caminar unos pocos pasos a lo largo
del coche para salir del tumulto. Entonces una dama subió al primer escalón;
la cola de su vestido, que sujetaba con ambas manos, llegaba
casi al suelo. Un señor se sujetaba a la barra de latón y con la cabeza
erguida le contaba algo a la dama. Todos los que querían subir estaban
impacientes. El conductor gritó.
Raban, que ahora se encontraba en el borde del grupo que esperaba, se
volvió, pues alguien había gritado su nombre.
–Ah, Lenient –dijo con lentitud, y le ofreció al que se acercaba el dedo
meñique de la mano con la que sujetaba el paraguas.
–Así que este es el novio que viaja en pos de la novia
.