VLADIMIR NABOKOV PNIN 116
Cada vez que veía el vuelo indagatorio de una esfinge colibrí ensayando sus primeros vuelos, o el de una
catalpa en plena floración, le producían el efecto de una visión exótica o antinatural. Más fabulosos que los cuadros de animales de un bestiario eran para ella los enormes puercoespines que llegaban a roer la deliciosa y áspera madera vieja de la casa, o los elegantes y feéricos zorrinos que probaban la leche del gato en el plato de servicio. La desconcertaban y encantaban las numerosas plantas y criaturas que no podía identificar; confundía a los jilgueros con canarios extraviados, y se contaba que, con motivo de un cumpleaños de Susan, llegó orgullosa y jadeando de
entusiasmo con una profusión de hermosas hojas de yedra venenosa, para adornar la mesa, apretadas contra su pecho pecoso y encarnado.
ANTOLE FRANCE EL CRIMEN DE UN ACADEMICO 116
Las visitas al pobre viejo se han sucedido con una exactitud que me satisface profundamente, gracias a la señorita Préfére, la cual tiene ya su rinconcito propio en la ciudad de los libros, y dice mi silla, mi taburete, mi costurero. Su costurero es una tabla de la que ha expulsado a los poetas champañeses para dejar su saquillo de labor. Se muestra muy amable, y es necesario que yo sea un monstruo para no encariñarme con ella; pero la soporto en toda la extensión de la palabra. ¿Qué no soportaría yo por Juanita? Juanita infunde a la ciudad de los libros un encanto que persiste aun en su ausencia. Es tan inteli-gente, que a pesar de hallarse poco instruida, cuando pretendo enseñarle algo hermoso resulta que yo no lo había visto bien y es ella quien me lo enseña. Si hasta el presente me ha sido imposible inculcarle mis ideas, en cambio muchas veces me agradó seguir el ingenioso capricho de las suyas.
Un hombre más sensato que yo pensaría en hacerla útil. Pero ¿no es útil en este mundo ser admirable? Sin ser hermosa, encanta. Encantar, acaso tenga la misma utilidad que zurcir medias. Además, yo no soy inmortal, y ella sin duda no será muy vieja cuando mi notario (que no es el señor Mouche) la leerá cierto papel que hace poco tiempo he firmado.
No consiento que nadie más que yo la proteja y la dote. No soy rico, y no aumentó gran cosa en mis manos la herencia paterna. Estudiar textos antiguos no es la ocupación más adecuada para enriquecerse, pero mis libros, al precio que alcanza hoy esta mercancía,valen algún dinero. Guardo en un estante varios poetas del siglo XVI que los banqueros disputarían a los príncipes, y creo que estas Horas de Simón Vostre no pasarían inadvertidas en el hotel Silvestre, ni tampoco esas Preces pioe que usó la reina Claudia. He atendido especialmente a reunir y conservar ejemplares raros y curiosos en la ciudad de los libros; creí durante mucho tiempo que me eran tan necesarios para vivir como el aire y la luz; mucho los amé y aun hoy no dejo de sonreirles y de acariciarlos. ¡Sus lomos de tafilete son tan agradables a la vista y sus vitelas tan suaves al tacto! Cada uno de estos libros es digno, por un mérito especial, de la estimación de un hombre inteligente. ¿Qué otro dueño sabrá apreciarlos en lo que valen?
El
Prisionero del Cielo
EL CEMENTERIO DE LOS LIBROS
OLVIDADOS 116
CARLOS RUIZ ZAFON
Aquella
misma tarde, de regreso en la librería, puse en marcha mi plan para
salvar la identidad de Fermín. El primer paso consistió en hacer
varias llamadas desde el teléfono de la trastienda y establecer un
calendario de acción. El segundo paso requería recabar el talento
de expertos de reconocida eficacia.
Al
día siguiente, un mediodía soleado y apacible, me encaminé hacia
la biblioteca del Carmen, donde me había citado con el profesor
Alburquerque, convencido de que lo que él no supiera no lo sabía
nadie.
Le
encontré en la sala principal de lectura, rodeado de libros y
papeles, y concentrado pluma en mano. Me senté frente a él al otro
lado de la mesa y lo dejé trabajar. Tardó casi un minuto en reparar
en mi presencia. Al levantar los ojos de la mesa me miró
sorprendido.
—Debe
de ser algo apasionante eso que estaba escribiendo
—aventuré.