NABOKOV-597
Unos años más tarde, cuando estaba en
Zúrich, fui súbitamente arrestado por haber destrozado tres espejos de un
restaurante —una especie de tríptico en el que se destaca mi sosias borracho
(primer espejo), muy borracho (segundo espejo) y borracho como una cuba (en el
tercero). Finalmente, en 1938, un cónsul francés se negó de muy malas maneras a
sellar mi viejo pasaporte verde mar porque, dijo, ya había entrado con anterioridad
en el país sin el permiso necesario. Cuando sacó el nefasto y voluminoso dossier conseguí vislumbrar el rostro de mi doble. Tenía un bigote recortado y llevaba el
pelo al cero, aquel canalla.
Cuando, poco tiempo después, vine a Estados Unidos y me establecí en Boston,
pensé que me había desembarazado definitivamente de aquella absurda sombra
que me perseguía. Pero luego, el mes pasado para ser preciso, tuve una llamada
telefónica.
BORGES-597
Taylor oyó en los arrabales de Bhuj la desacostumbrada
locución "Haber visto al Tigre" (Verily he has looked
on the Tiger) para significar la locura o la santidad. Le dijeron
que la referencia era a un tigre mágico, que fue la perdición
de cuantos lo vieron, aun de muy lejos, pues todos continuaron
pensando en él, hasta el fin de sus días. Alguien dijo que uno
de esos desventurados había huido a Mysore, donde había pintado
en un palacio la figura del tigre. Años después, Taylor
visitó las cárceles de ese reino; en la de Nithur el gobernador
le mostró una celda, en cuyo piso, en cuyos muros, y en cuya
bóveda un faquir musulmán había diseñado (en bárbaros colores
que el tiempo, antes de borrar, afinaba) una especie de
tigre infinito. Ese tigre estaba hecho de muchos tigres, de vertiginosa
manera; lo atravesaban tigres, estaba rayado de tigres,
incluía mares e Himalayas y ejércitos que parecían otros tigres.
El pintor había muerto hace muchos años, en esa misma celda;
venía de Sind o acaso de Guzerat y su propósito inicial había
sido trazar un mapamundi. De ese propósito quedaban vestigios en la monstruosa imagen. Taylor narró la historia a Muhammad
Al-Yemení, de Fort William; éste le dijo que no había criatura
en el orbe que no propendiera a Zaheer1, pero que el Todomisericordioso
no deja que dos cosas lo sean a un tiempo, ya
que una sola puede fascinar muchedumbres. Dijo que siempre
hay un Zahir y que en la Edad de la Ignorancia fue el ídolo
que se llamó Yaúq y después un profeta del Jorasán, que usaba
un velo recamado de piedras o una máscara de oro. También
dijo que Dios es inescrutable.
YOYCE-597
Hubo una batalla, señor.
—Muy bien. ¿Dónde?
El rostro vacío del niño consultó la
ventana vacía.
Fábula urdida por las hijas de la
memoria. Y sin embargo algo así como si la
memoria no lo hubiera transformado en fábula.
Frase de impaciencia entonces; batir de alas
desmesuradas de Blake. Oigo la ruina de todo
espacio, vidrio pulverizado y mampostería en
derrumbe, y el tiempo una lívida llama final.
¿Qué nos queda después?
—No me acuerdo del lugar, señor.
Doscientas setenta y nueve A. C.
—Asculum —dijo Esteban, echando una
mirada al nombre y a la fecha en el libro
arañado de sangre
Sí, señor. Y él dijo: "Otra victoria como
ésa y estamos perdidos".
El mundo ha recordado esa frase. Opaca
tranquilidad de la mente