http://es.scribd.com/fullscreen/69870881?access_key=key-1bhdovh6cd3fh64yksfr
Entre los purificados, puros y mejores Bodisatvas predicaré el excelente
Suvarnabhãsa, rey de los su tras, muy profundo en la escucha y profundo en el
examen. Ha sido bendecido por los Budas de las cuatro direcciones, por
Aksobhyarãja en el este, en el sur por Ratnaketu, en el oeste por Amitãbha, en el
norte por Dundubhisvara. Yo proclamaré esta bendición, la excelente, auspiciosa
confesión, cuyo objetivo es la ruina de todos los demonios, producir la destrucción
de todos los demonios, conferir toda bendición, destruir todo infortunio, la base de la
omnisciencia, perfectamente adornado con todo esplendor. Para aquellos seres
cuyos sentidos son defectuosos, cuya vida es consumida o defectuosa, acosados
por el infortunio, sus rostros apartados de los dioses, odiados por gente querida y
amada.Habiéndose aproximado allí con el poder de sus ejércitos y con sus vehículos, les
proporcionarán protección, de día y de noche, sin descanso.
LOS ESPERMATOZOIDES DORADOS
EL FIGÓN DE LA REINA PATOJA
de
Anatole France pág. 147
Después que obtuvo de ambos cuanto deseaba, reparando que los
dos lucían una sortija en el dedo anular se las pidió; y volviendo a la caja
que la servía de albergue, sacó de ella una sarta de anillos, y mostrándoselos
a los príncipes, les dijo: «¿Sabéis lo que significan estas sortijas ensartadas?
Pues todas ellas han pertenecido a hombres a quienes concedí los mismos
favores que a vosotros. Hay en la sarta noventa y ocho, bien contadas, que
conservo en memoria de mis aventuras. Con vosotros he tenido ya cien
amantes, hasta el día, a pesar de la vigilancia de este villano genio, que no
me abandona un solo instante. Ha resuelto encerrarme en esa caja de cristal
y me oculta en el fondo del mar; pero aun así logro engañarle cuantas veces
se me antoja.»
LA VOZ CANTANTE
LA CONDICION HUMANA-ANDRE MALRAUX págs 139 0 147-139=8
Las palabras sólo servían para turbar la familiaridad con la
muerte, que se había albergado en su corazón Ve esta noche; nunca duerme antes del alba.Ve esta noche; nunca duerme antes del alba.Ahora que había matado, tenía derecho a sentir deseo de algo
–Acabemos –dijo–: ¿Tienes los discos, Lu?
Lu-Yu-Shuen, sonriendo y como dispuesto a doblar mil veces el espinazo, colocó sobre dos
«fonos» los dos discos examinados por Katow. Había que ponerlos en movimiento al mismo
tiempo.
–Una, dos, tres –contó Kyo.
El silbido del primer disco cubrió al segundo. De pronto, se detuvo –se oyó: enviar–; luego,
continuó. Otra palabra más: treinta. Nuevo silbido. Luego, hombres. Silbido.
–Perfectamente –dijo Kyo. Detuvo el movimiento, y puso en marcha el primer disco solo.
Silbido: silencio; silbido. Parada. Bien. Etiqueta de los discos de desecho.
En el segundo: Tercera lección. Correr, marchar, ir, venir, enviar, recibir. Uno, dos, tres,
cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta, ciento. He
visto correr a diez hombres. Veinte mujeres están aquí. Treinta...
Aquellos falsos discos para la enseñanza de idiomas eran excelentes. La etiqueta estaba imitada a
maravilla. Kyo se hallaba inquieto, sin embargo.
–¿El «Fono» la desfigura?
–No es eso; es que todos reconocen sin trabajo la voz de los demás; pero uno, ¿sabe?, no está
acostumbrado a oírse a sí mismo...Lu se sentía lleno de júbilo chino de explicar una cosa a un espíritu distinguido que la ignora.
«Lo mismo ocurre en nuestro idioma...»
Los discos silbadores eran expedidos por un barco; los discos de texto, por otro. Éstos eran
franceses o ingleses, según que la misión de la región fuese católica o protestante. Los
revolucionarios empleaban algunas veces verdaderos discos impresionados por ellos mismos.
Unas nubes muy bajas, pesadamente amontonadas, sólo dejaban ya aparecer las últimas estrellas
en la profundidad de sus desgarraduras. Aquella vida de las nubes animaba la oscuridad, ora más
ligera, ora más intensa, como si inmensas sombras llegasen, a veces, a profundizar la noche.Del lado de las concesiones –el enemigo–, un resplandor bordeaba los tejados. Lentamente henchido por el prolongado grito de una sirena, el viento, que traía el rumor casi extinto de la
ciudad en estado de sitio y el silbido de los vapores, que volvían hacia los barcos de guerra, pasó
sobre las miserables bombillas eléctricas encendidas en el fondo de los callejones sin salida y de las
callejuelas. En torno a ellas, unos muros en descomposición salían de la sombra desierta, develados
con todas sus manchas por aquella luz a la que nada hacía vacilar y de donde parecía emanar una
eternidad sórdida.
James Clavell
Rey de las ratas pág 147
Tuvo que aceptar el mando de veinte hombres tan mal preparados como él, y marchar por la carretera. De repente,sus veinte hombres se redujeron a tres. Trece habían muerto instantáneamente en una emboscada. Cuatro estaban heridos y yacían en medio de la carretera chillando. A uno le destrozaron la mano y se miraba estúpidamente el muñón, cogía la sangre con el miembro sano e intentaba verterla de nuevo en su brazo. Otro se puso a reír mientras recogía sus intestinos y los volvía a su sitio.
Raylins miró paralizado el tanque japonés que avanzaba por la carretera haciendo fuego con todas sus armas. Después los cuatro heridos fueron meras manchas en el asfalto. Volvió sus ojos hacia los restantes hombres, entre los cuales estaba Ewart; ellos también le miraron. Y, sin previo acuerdo huyeron; aterrorizados hacia la jungla. Raylinsse quedó solo en el horror de la noche plagada de sanguijuelas y ruidos. Le salvó de la locura un niño malayo que le encontró sollozando y le condujo al pueblo. Una vez allí se arrastró hasta el edificio donde habían reunido los restos de un ejército vencido. Al día siguiente los japoneses fusilaron a dos de cada diez. El y unos cuantos más continuaron en el edificio, hasta que los subieron en un camión que los llevó a un campo de concentración, donde se encontraron entre los suyos. Pero Raylins nunca podría olvidar a su amigo Charles, con los intestinos fuera.
Raylins se pasaba la mayor parte del tiempo en tinieblas. Seguía sin comprender porqué no estaba en el Banco contando sus cifras, nítidas y pulcras, y porqué había de estar en un campo donde sólo sobresalía en una cosa: en repartir una cantidad desconocida de
arroz en el número exacto de partes.
—Hola, Peter —dijo Raylins dándole su ración—. ¿Conociste a Charles, verdad?
—Sí, buen muchacho.
Marlowe no lo conocía. Ninguno lo conocía.
—¿Crees que consiguió entrárselos
EL SEÑOR DE LOS ANILLOS-EL RETORNO pág.147
EL CRIMEN DE UN ACADÉMICO
ANATOLE FRANCE 0 92 págs 147-92=55
Después de leer pésimamente un discursito que había escrito lo mejor que pude —lo cual no es mucho decir—, fuíme a pasear en los bosques de Ville d'Abray, sin pedirle demasiado apoyo a mi bastón, por un sendero que sombreaba el ramaje y donde la luz cernida formaba discos de oro. Jamás el olor de la yerba y de las hojas húmedas, jamás la belleza del cielo y la serenidad poderosa de los árboles penetraron con tanta violencia en mis sentidos y en mi alma, y la opresión que sentía en aquel silencio, turbado por una especie de zumbido continuo era a la vez sensual y religiosa.Sentado a la orilla del camino, a la sombra de una encina, me prometí no morirme, al menos no con—sentir en morirme antes de haberme sentado nuevamente al pie de otra encina, donde influido por la serenidad pacífica de un extenso paisaje reflexionaré acerca de la naturaleza del alma y los destinos del hombre. Una abeja, cuyo cuerpo oscuro brillaba al sol como una armadura de oro viejo, se posó en una flor de malva de austera belleza y muy abierta sobre su tallo frondoso. No era ciertamente la primera vez que presenciaba yo tan vulgar espectáculo, pero sí era la primera vez que lo veía con una curiosidad afectuosa e inteligente. Reconocí entre el insecto y la flor toda clase de simpatías y mil relaciones ingenuas que hasta entonces nunca sospeché.
El insecto harto de néctar, huyó; describió al huir una trayectoria vio—lenta. Yo me levanté y me sostuve sobre mis pies lo mejor que pude.
Adiós —dije a la flor y a la abeja—. Ojalá viva el tiempo necesario para adivinar el secreto de vuestras armonías
EL FIGÓN DE LA REINA PATOJA
de
Anatole France pág 147
Después que obtuvo de ambos cuanto deseaba, reparando que los
dos lucían una sortija en el dedo anular se las pidió; y volviendo a la caja
que la servía de albergue, sacó de ella una sarta de anillos, y mostrándoselos
a los príncipes, les dijo: «¿Sabéis lo que significan estas sortijas ensartadas?
Pues todas ellas han pertenecido a hombres a quienes concedí los mismos
favores que a vosotros. Hay en la sarta noventa y ocho, bien contadas, que
conservo en memoria de mis aventuras. Con vosotros he tenido ya cien
amantes, hasta el día, a pesar de la vigilancia de este villano genio, que no
me abandona un solo instante. Ha resuelto encerrarme en esa caja de cristal
y me oculta en el fondo del mar; pero aun así logro engañarle cuantas veces
Robert Graves
La Diosa Blanca pág 147
Foroneo, el Dioníso de la
Primavera, inventor del fuego. Fundó la ciudad de Argos, el emblema de la cual, según
Apolodoro, era un sapo; y Micenas, la principal fortaleza de la Argólida, se llamaba así,
según Pausanias, porque Perseo, prosélito del culto de Dioniso, encontró una seta en
aquel lugar. Dioniso tenía dos fiestas: la Anthesterion, o «aparición de las flores» en la
primavera, y en el otoño Mysterton, que probablemente significa «aparición de las
setas» (mykosterion), a las que llamaban Ambrosía («alimento de los dioses»). ¿Fue
también Foroneo el descubridor del fuego divino que residía en la seta, y por
consiguiente Frineo («siendo sapo»), así como Ferino («siendo primavera»)?
Cuando Chieko salió de la casa, con el cesto al brazo, vio entrar por la
puerta de la tienda a un joven.
—¡Vaya, el del Banco!
El joven del Banco no había reparado en ella.
Dado que el empleado iba periódicamente a la casa, aquella visita no
tenía por qué llamarle la atención. De todos modos, aminoró el paso.
Pasó ante la verja de la tienda rozando cada uno de sus listones con las
yemas de los dedos. Cuando se acabó la reja, Chieko se volvió una vez
más y miró hacia arriba. Su mirada tropezó con el viejo rótulo de la
tienda, colocado bajo la celosía de la ventana del primer piso. El rótulo
estaba protegido por un tejadillo. Era, al mismo tiempo, signo
representativo de un comercio antiguo y acreditado, y adorno.
Los oblicuos rayos del sol de primavera, empañado por la bruma,
iluminaban los antiguos signos dorados del rótulo. Aquella luz le daba
un aire casi de soledad y abandono. Los gruesos nudos corredizos de
las recias y desteñidas cortinas de algodón de la tienda, se destacaban
nítidamente.
|