WILLIAM SHKESPEARE-HAMLET pág 188
SEPULTURERO 1.º.- No, deja, yo te diré. Mira, aquí está el agua.
Bien. Aquí está un hombre. Muy bien... Pues señor, si este hombre va y
se mete dentro del agua, se ahoga a sí mismo, porque, por fas o por
nefas, ello es que él va... Pero, atiende a lo que digo. Si el agua viene
hacia él y le sorprende y le ahoga, entonces no se ahoga él a sí propio...
Compadre Rasura, el que no desea su muerte, no se acorta la vida.
SEPULTURERO 2.º.- ¿Y qué hay leyes para eso?
SEPULTURERO 1.º.- Ya se ve que las hay, y por ellas se guía el
juez que examina estos casos.
SEPULTURERO 2.º.- ¿Quieres que te diga la verdad? Pues mira, si
la muerta no fuese una señora, yo te aseguro que no la enterrarían en
sagrado.
SEPULTURERO 1.º.- En efecto dices bien y es mucha lástima que
los grandes personajes hayan de tener en este mundo especial privilegio,
entre todos los demás cristianos, para ahogarse y ahorcarse cuando
quieren, sin que nadie les diga nada... Vamos allá con el azadón...
Ello es que no hay caballeros de nobleza más antigua que los jardineros,
sepultureros y cavadores, que son los que ejercen la profesión de Adán.
SEPULTURERO 2.º.- Pues qué, ¿Adán fue caballero ?
SEPULTURERO 1.º.- ¡Toma! Como que fue el primero que llevó
armas... Pero, voy a hacerte una pregunta y si no me respondes a
cuento, has de confesar que eres un...
SEPULTURERO 2.º.- Adelante.
SEPULTURERO 1.º.- ¿Cuál es el que construye edificios más
fuertes, que los que hacen los albañiles y los carpinteros de casas y
navíos?
SEPULTURERO 2.º.- El que hace la horca, porque aquella fábrica
sobrevive a mil inquilinos.
ANDRÉ MALRAUX-LA CONDICION HUMANA pág 188
A través de la bruma, el auto se introdujo en la larga avenida enarenada que conducía a una casa
de juego. «Tengo tiempo de subir –pensó Clappique–, antes de ir al Black-Cat.»
Lo que sabían los policías era algunas
veces falso; pero la coincidencia resultaba demasiado evidente.
esta vez no
hay armas a la vista. Tratemos, primero, de desenvolvernos solos.» El auto se detuvo. Clappique,
vestido de smoking, entregó dos dólares. El chófer, descubriéndose, le dio las gracias, con una
ancha sonrisa; la carrera costaba un dólar.
–Esta liberalidad va encaminada a que te puedas comprar un sombrero hongo.
Y, con el índice levantado, anunciador de verdad:
–He dicho: hongo. El chófer partía de nuevo.
–Porque, desde el punto de vista plástico, que es el de todos los buenos espíritus –continuaba
Clappique, plantado en medio de la grava–, este personaje exige un buen sombrero hongo.
El auto había partido. No se dirigía más que a la noche, y, como si ésta le hubiese respondido, el
perfume de los bojes y de los evónimos subió del jardín. Aquel perfume amargo era Europa. El
barón se palpó el bolsillo derecho, y, en lugar de su cartera, sintió su revólver: la cartera estaba en el
bolsillo izquierdo
ANATOLE FRANCE-EL FIGON DE LA REINA PATOJA pág.188
En la actualidad los hombres comen sin filosofía. No se alimentan como
seres razonables. No les preocupa. ¿En qué piensan? Viven casi todos
estúpidamente, y aun aquellos capaces de reflexión, se entretienen en
simplezas tales como la controversia y la poética. Representaos, señores, a
los hombres en sus comidas, desde los remotos tiempos en que cesó su
trato con los silfos y las salamandras. Abandonados por los genios del aire,
incurrieron en la ignorancia y en la barbarie. Sin cultura y sin arte, vivían
desnudos y miserables en las cavernas, al borde de los torrentes o en los
árboles de los bosques. La caza era su única industria. Cuando habían
sorprendido o cobrado corriéndole a un animal tímido, devoraban su presa,
todavía palpitante.
También comían la carne de sus compañeros y de sus parientes débiles,
y las primeras sepulturas de los humanos fueron tumbas vivientes de
entrañas hambrientas y sórdidas. Después de muchos siglos de ferocidad
apareció un hombre divino a quien los griegos han llamado Prometeo. No
es punto dudoso que este sabio haya tenido tratos en las moradas de las
ninfas con el pueblo de las salamandras. Por éstas supo, y sin duda enseñó a
los desgraciados mortales, el arte de producir y de conservar el fuego. Entre las numerosas ventajas del celestial obsequio, una de las más dichosas fue la
de cocer los alimentos más ligeros y más sutiles. Y es, en gran parte, por los
efectos de una alimentación sometida a la acción del fuego, por lo que los
humanos llegaron a ser, lenta y gradualmente, inteligentes, industriosos,
reflexivos y aptos para cultivar las artes y las ciencias. Pero esto fue sólo el
primer paso, y es triste pensar que tantos millones de años hayan
transcurrido, sin dar el segundo. Desde los tiempos en que nuestros
antepasados asaban cuartos de oso en una lumbre de malezas y al abrigo de
una roca, no hemos realizado un verdadero progreso en cocina. Porque,
seguramente, vosotros no estimáis las invenciones de Lúculo y aquella
maciza torta a la cual Vitelio daba el nombre de escudo de Minerva; ni
tampoco nuestros asados, nuestras carnes mechadas y todos esos guisados
que se resienten de la antigua barbarie. »En Fontainebleau, la mesa del rey,
donde sirven un ciervo entero con su piel y su cornamenta, ofrece para el
filósofo un espectáculo tan grosero como el de los trogloditas, acurrucados
en las cenizas, royendo huesos de caballo. Las brillantes pinturas del
comedor, la guardia, los oficiales rica y lujosamente engalanados; los
músicos, que tocan en las tribunas piezas de Lambret y de Lulli; los
manteles de seda, las vajillas de plata, las copas de oro, los cristales de
Venecia, las antorchas, los centros de mesa cincelados y recargados de
flores, no pueden modificar vuestra impresión ni producir un asombro que
disimule la verdadera naturaleza de la carnicería inmunda donde los
hombres y las mujeres se reúnen ante cadáveres de animales, huesos
triturados y carnes destrozadas, para repartírselo todo con avidez. ¡Oh!
¡Cuan poco filosófica resulta semejante alimentación! Tragamos con una
glotonería estúpida los músculos, la grasa, las entrañas de los animales, sin
distinguir, entre esas sustancias, las partes que verdaderamente son propias
para nuestra nutrición y las que en mayor abundancia habría que desechar,
e ingerimos en nuestro estómago, indistintamente, lo bueno y lo malo, lo
útil y lo nocivo. En esto precisamente convendría establecer una
separación, y si se encontrara entre toda la Facultad un solo médico
químico y filósofo, no nos veríamos obligados a sentarnos en esos festines
repugnantes
FRANCO ESE…
Mirando hacia atrás con ira
F. Mateu 0 168 págs. 188-168=20
¿POR QUE FALTANDO A VUESTRO JURAMENTO
NOS ARRASTRASTEIS A UNA GUERRA FRATICIDA?
Vos, erais un profesional, sabíais lo canallesco, lo infame, lo inhumano
y vergonzoso que es una guerra y más una guerra entre hermanos
¿Por qué nos llevasteis a ella?
¿Por qué faltasteis a vuestro juramento prestado solemnemente a la
República que era el poder legalmente constituido y por tanto un estado
de derecho, para con vuestra rebelión y a base de mucha sangre y muchas
lágrimas, establecer un estado que nunca ha pasado de estado de
hecho?
Contestáis a esta pregunta y en multitud de discursos diciendo que
«Fuisteis a salvar a España del comunismo, del desorden y de la anarquía
y en contra de una conjuración judeo – marxista – masónica - separatista...»
En la obra de R. Hochhuth, EL VICARIO, el autor pone en boca del
Nuncio de S.S. Pío XII en Berlín las siguientes palabras: «Pronto comprenderá
él (se refiere a Hitler) lo que sus amigos el señor Franco y el
señor Mussolini han entendido hace tiempo: que sólo con nosotros,
sólo con la Iglesia y no actuando contra nosotros, el fascismo es invencible.»
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