JAMES JOYCE-ULISES 192
Él viene por la tarde. Las canciones de
ella.
De Plasto. El busto fuente a la memoria
de sir Philip Crampton. ¿Quién era ése?
—¿Cómo le va? —dijo Martín
Cunningham saludando con una venia.
—No nos ve —agregó el señor Power—.
Sí, nos ve. ¿Cómo le va? ¿Quién? —preguntó el
señor Dedalus.
—Blazes Boylan —dijo el señor Power—.
Allí está dando aire a su melena.
Precisamente ahora lo estaba pensando.
El señor Dedalus se estiró para saludar.
Desde la puerta del Red Bank el disco blanco de
un sombrero de paja relampagueó en respuesta:
pasó.
Los lagartos de la mezquita
Abduljaquiq Ben Yerum Al Tetuani 32 págs 32*7=224-192=32
Este anciano matrimonio se dirigía hacia Sijis-Salam,(palabra que en árabe antiguo significa
“lejano país en cuyo corazón late Sefarad“.
un oasis perdido en el desierto. Habían oído
que allí, donde se cruzan las caravanas del Norte y del Sur con las que van de Oriente a Occidente,
allí, donde el aire del desierto se vuelve música tratando de pronunciar el nombre del lugar, allí, un
marroquinero cojo había confeccionado una babucha de piel de lagarto para regalarla a aquél que
trajese su pareja.
Ambos parecían muy felices; ella, a pesar de sus más de cien años, aún conservaba en el rostro una
profunda y enigmática belleza, dulce y serena como el terso pecho de una madre, capaz de amansar
al más rebelde simún; y él... muchísimo más viejo que ella, parecía feliz, enormemente feliz. Aparte
de la edad, todo en la pareja resultaba sorprendente: el viejo asno que los acompañaba, un arrugado
camello parlanchín con dos gibas y media, los andares de la anciana, gráciles como el balanceo de
las ramas del jazmín al son cadencioso de una nuba cordobesa; pero sobre todo... él.
Él iba tras ella... ¡como el gato fiel sigue a su dueña!, pero lo que más me sorprendió fue que el
anciano andaba sin esfuerzo aparente; parecía gravitar sobre un invisible kilim, que lo mantenía
separado del suelo. Ello, sin duda, permitía explicar cómo había llegado a tan avanzada edad. Al
detener la vista en sus pies vi que calzaba un par de raras babuchas; una de ellas... viejísima, de una
piel que, a fe mía, podía haber sido de la media giba que faltaba al camello. Y... la otra...
... la otra... ¡por Alá, Uno, Más Grande y Misericordioso, Guía de nuestros pasos, de nuestro mortal
destino y del de todos los creyentes!... ¡¡¡la otra era de la piel de lagarto más fina que ojos algunos
hayan contemplado jamás!!!.
EL FIGÓN DE LA REINA PATOJA
de
Anatole France 192
Cogió un fajo de manuscritos, colocándolo sobre la mesa.
—Éste —dijo, designando un rollo de papiro— procede de Egipto. Es
obra de Zózimo el Panopolitano, que se creyó perdida, y que descubrí en el
ataúd de un sacerdote de Serapio.
»Y esto que veis ahí —agregó, mostrándonos trozos de hojas relucientes
y fibrosas, sobre las cuales apenas se distinguía la escritura griega trazada a
pincel— contiene revelaciones desconocidas, que se deben, una a Sofar el
Persa, y otra a Juan, el arcipreste de Santa Evagia.
»Os agradecería infinito que os ocuparais, en primer término, de estos
trabajos. Luego estudiaremos los manuscritos de Sinesio, obispo de
Ptolemais, de Olimpiodoro y de Estéfano, que he descubierto en Rávena,
en una cueva, donde estaban encerrados desde el reinado del ignaro
Teodosio, a quien pusieron por sobrenombre el Grande.
»Tened la bondad, señores, de formaros una idea general de tan
importante trabajo. En el fondo de esta sala, a la derecha de la chimenea,
hallaréis los léxicos, las gramáticas que he podido reunir, y que podrán
serviros de ayuda. Y ahora, permitidme que os abandone. Hay en mi
gabinete cuatro o cinco silfos que me esperan. Gritón cuidará de que no os
falte nada. Adiós.
Tan pronto como el señor de Astarac nos dejó solos, mi buen maestro
sentóse delante del papiro de Zózimo, y armándose de un lente que halló
sobre la mesa, comenzó su estudio. Yo le pregunté si no estaba sorprendido
por cuanto acababa de escuchar.
El abate me respondió sin levantar la cabeza:
—Hijo mío, he conocido gentes muy diversas, he sufrido muy varia
fortuna para asombrarme de nada. Este gentilhombre parece loco, menos
porque lo sea realmente que por lo que sus ideas difieren, hasta la
exageración, de las del vulgo. Pero si prestáramos atención a las reflexiones
que generalmente oímos en el mundo, hallaríamos en ellas, seguramente,
menos sentido que en las de este filósofo. Entregada a sí misma, la razón
humana más sublime construiría sus palacios y sus templos con nubes y
verdaderamente el señor de Astarac es un precioso acoplador de nubes.
Sólo en Dios existe la verdad; no lo olvidéis, hijo mío. Pero éste es,
ciertamente, el libro Imouth, que Zózimo el Panopolitano escribió para su
hermana Theosebia. ¡Qué gloria y qué delicia leer este manuscrito único,
encontrado por una especie de prodigio! Voy a consagrarle mis días y mis
noches. Compadezco, hijo mío, a los hombres ignorantes, a quienes la
ociosidad conduce al libertinaje. Arrastran una vida miserable. ¿Qué es una
mujer al lado de un papiro alejandrino?
JUAN MARSÉ
CALIGRAFÍA DE LOS SUEÑOS 192
—A ver si me entiendes, mujer. Hablo de
cumplir un simple trámite burocrático. Además, no
sé, no me fío,alguien escurre el bulto en este
asunto... Me temo que tal como se ha planteado hay
una clara alteración paterno-filial, una renuncia, una
sospechosa dejación de identidad, digamos…
—¡Usted quiere confundirme! ¡En su colegio de
Barcelona, el niño no ha tenido ningún problema con
los apellidos! —Resopla, pero enseguida se
contiene y suaviza el tono—. Bueno, no sé, tiene
que haber una solución... ¿Qué podemos hacer,
estimado señor maestro?
—Tú decides, Tecla. Vete a casa y piénsalo
con calma.
Antes de llegar a casa ya lo ha decidido: esta
criatura no puede perder tres o cuatro meses
zanganeando por ahí, debe ir a la escuela como
sea, con los apellidos propios o los que le hemos
prestado, qué más da. Pero, ¿cómo explicarle que
tiene cuatro apellidos en vez de dos, y por qué?
SOCIEDAD DE BIBLIÓFILOS ANDALUCES
OBRAS COMPLETAS
DE
DON FRANCISCO DE QÜEVEDO 192
Hágase entre todos cuenta
A cómo nos cabe el chico;
Que lo que á mí me tocare
Libraré en el Antecristo.
Fuimos sobre vos, señora,
Al engendrar el nacido.
Más gente que sobre Roma
Con Borbón por Carlos Quinto.
Mis ojos decís que saca;
Mas, según lo que averiguo,
Vos me los sacáis agora
Por dineros y vestidos.
Que no negará á su padre
Decís, por lo parecido,
Y es el mal que el padre puede
Negar muy bien que le hizo.
Más padres tiene que miembros;
Acomodad, pues, el mío,
Ya que queréis encajarme
Esto de padre postizo.
¡Oh, quién viera cuando todos,
Armados de acero fino.
Amojonen lo que hicieron
En el mayorazgo hechizol
Cuál dirá que engendró él solo
Desde el hombro al colodrillo,
Y cuál pondrá su mojón
Desde la espalda al ombligo.
Cuál conocerá una mano,
Y no faltará marido
Que diga que, por la priesa,
No acabó más de un tobillo.