VLADIMIR NABOKOV-CUENTOS 181
Me torturaban mis esfuerzos por reconocer lo que «perro»
podría significar, y como me lo había quedado mirando fijamente, subió hasta mí
confiado y me entraron tales náuseas que me levanté del banco y me alejé. Fue
entonces cuando mi terror alcanzó su punto más alto. Dejé de luchar. Ya no era un
hombre sino un ojo desnudo, una mirada sin objeto que se movía en un mundo
absurdo. La visión misma de un rostro humano me llevaba a gritar.
De pronto me encontré de nuevo a la entrada de mi hotel. Alguien se me acercó,
pronunció mi nombre, y me puso una hoja de papel doblada en mi mano fláccida. La
abrí inmediatamente y mi terror se desvaneció al instante. Todo a mi alrededor recuperó
su carácter ordinario y discreto: el hotel, los reflejos cambiantes en el
cristal de las puertas giratorias, la cara familiar del botones que me había entregado
el telegrama. Me quedé de pie en el centro del espacioso vestíbulo. Un hombre con
una pipa y una gorra de cuadros tropezó conmigo al pasar y me pidió excusas muy
serio. Sentí una cierta extrañeza y un dolor intenso, insoportable, aunque muy
humano.
El telegrama decía que ella se moría.
A lo largo de todo mi viaje de vuelta, y mientras estuve a la cabecera de su cama,
nunca se me ocurrió analizar el sentido del ser y del no ser, y ya no me aterrorizaban
aquel tipo de pensamientos. La mujer que era lo que más quería en el mundo se
moría. Esto era todo cuanto veía y sentía.
No me reconoció cuando me golpeé la rodilla contra su cama. Yacía, apoyada en
inmensas almohadas, bajo inmensas mantas, tan pequeña, con el pelo estirado y la
frente despejada que dejaba ver la pequeña cicatriz de la sien que habitualmente
ocultaba con un mechón de pelo. No reconoció mi presencia real, pero por la ligera
sonrisa que se apuntó un par de veces en la comisura de sus labios, supe que me veía
en su delirio tranquilo, en su imaginación agonizante —de forma tal que ante ella
estábamos dos: yo mismo, en persona, a quien no veía, y mi doble, invisible para mí.
Y luego me quedé solo: mi doble murió con ella.
FRANZ KAFKA –CUENTOS 181
3. LOS ÁRBOLES
Pues somos como troncos de árbol en la nieve. Aparentemente
yacen en un suelo resbaladizo, así que se podrían desplazar con un
pequeño empujón. Pero no, no se puede, pues se hallan fuertemente
afianzados en el suelo. Aunque fíjate, incluso eso es aparente
JAMES JOYCE-ULISES 181
Soy el joven más raro de que nunca
hayan oído hablar.
Mi madre era una judía, mi padre
un pájaro.
Con José el carpintero no puedo
estar de acuerdo
A la salud de los discípulos y el
Calvario.
Levantó un índice de admonición:
Si alguien hay que crea que yo no
soy divino
Tragos no tendrá gratis cuando
produzca vino.
Tendrá que beber agua, que
arrojaré después.
Cuando mi vino en agua convierta
yo otra vez.
Tiró rápidamente del garrote de fresno de
Esteban a modo de despedida y, corriendo
adelante hacia una cresta del acantilado, agitó
las manos a lo largo del cuerpo, como las aletas
o las alas de uno que estuviera por elevarse en
el aire, y entonó
Adiós, ahora, adiós. Escriban todo lo que
he dicho
y digan a Tom, Dick y Harry que me
levanté de entre los muertos.
Lo que está en la sangre no puede
fallarme para volar...
Adiós... sopla fuerte en el Monte de los
Olivos
Sura 5 Al-Ma’ida (El Ágape) 181
(38) EN CUANTO al ladrón y a la ladrona, cortadles la mano a ambos en retribución por lo
que han hecho, como castigo disuasivo ordenado por Dios:48 pues Dios es poderoso, sabio.
48 El rigor extremo de este castigo coránico sólo puede entenderse si se tiene en cuenta el principio fundamental
de la Ley Islámica según el cual no se impone al hombre un deber (taklif) sin concederle un
derecho (haqq) correspondiente; y el término "deber" conlleva también, en este contexto, el sometimiento
al castigo. Ahora bien, uno de los derechos inalienables de todo miembro de la sociedad islámica --sea o
no-musulmán-- es el derecho a la protección (en el sentido más pleno de la palabra) de la comunidad.
Como puede verse por muchos de los preceptos coránicos y de los mandatos del Profeta que se encuentran
en las Tradiciones auténticas, todo ciudadano tiene derecho a una parte de los recursos económicos
de la comunidad y, en consecuencia, a disfrutar de la seguridad social: en otras palabras, le debe ser garantizado
un nivel de vida equitativo que sea proporcional a los recursos de que dispone la comunidad.
Pues, si bien el Qur’an pone de manifiesto que la vida humana no puede expresarse sólo en términos de
existencia física, --pues en última instancia los valores de la vida son espirituales por naturaleza-- a los
creyentes no les está permitido contemplar las verdades y los valores espirituales como algo que es posible
divorciar de los factores físicos y sociales de la existencia humana. En resumen, el Islam concibe y
exige una sociedad que provea no sólo a las necesidades espirituales del hombre, sino también a sus necesidades
físicas e intelectuales. De ahí se deduce, por tanto, que una sociedad (o estado) --para que sea
realmente islámica-- debe estar constituida de tal forma que cualquier individuo, hombre o mujer, pueda
disfrutar de ese mínimo de bienestar material y de seguridad sin el cual no puede haber dignidad humana,
ni libertad real ni, en definitiva, progreso espiritual: porque no puede existir felicidad ni fuerza reales en
una sociedad que permite que algunos de sus miembros sufran una pobreza inmerecida mientras que otros
tienen más de lo que necesitan. Si toda la sociedad sufre privaciones a causa de circunstancias que están
fuera de su control (como ocurrió, por ejemplo, en la comunidad musulmana en la primera época del
Islam), tales privaciones compartidas pueden convertirse en una fuente de fuerza espiritual y, por medio
de esta, en una grandeza futura. Pero si los recursos de que dispone una comunidad están distribuidos en
forma tan desigual que ciertos grupos viven en la abundancia mientras que la mayoría de la gente se ve
forzada a emplear todas sus energías en la búsqueda del pan diario, la pobreza se convierte en el enemigo
más peligroso del avance espiritual, y a veces aparta a comunidades enteras de la consciencia de Dios y
las lleva a un materialismo espiritualmente destructivo. Sin duda era esto lo que el Profeta tenía presente
cuando pronunció las palabras de advertencia, "La pobreza puede conducir al rechazo de la verdad (kufr)"
(recogido por As-Suyuti en Al-Yamii as-Sagir). Por eso, la legislación social del Islam busca crear condiciones en las que cada hombre, mujer y niño tenga (a) suficiente para comer y vestirse, (b) una vivienda
adecuada, (c) igualdad de oportunidades y de acceso a la educación, y (d) asistencia médica gratuita en la
salud y en la enfermedad. El corolario de estos derechos es el derecho a un trabajo productivo y remunerativo
mientras uno esté en edad laboral y tenga buena salud, y a la provisión (por parte de la comunidad
o del estado) de alimentos, cobijo, etc. en casos de incapacidad debida a enfermedad, viudedad, paro
forzoso, vejez o minoría de edad. Como ya se ha mencionado, la obligación comunal de la creación de un
sistema global de seguridad social de estas características ha sido establecida en muchos versículos del
Qur’an, y ha sido ampliada y explicada en muchos de los mandamientos del Profeta. El segundo califa,
Umar ibn al-Jattab, fue quien empezó a traducir estas ordenanzas en un sistema administrativo (véase Ibn
Saad, Tabaqat III/1, 213-217); pero después de su prematura muerte, a sus sucesores les faltó la visión y
la capacidad política para continuar su labor interrumpida.
Es sólo una vez que este sistema de seguridad social contemplado por el Islam está implantado, cuando el
Qur’an impone la severa pena del corte de la mano como castigo disuasivo contra el robo, porque, en las
condiciones ya descritas, la "tentación" no puede ser admitida como excusa válida y porque, como en
última instancia todo el sistema socio-económico del Islam está basado en la fe de sus partidarios, su
equilibrio es extremadamente delicado y precisa de una protección constante y vigilante. En una comunidad
en la que todos tienen asegurada plena seguridad y justicia sociales, cualquier intento por parte de un
individuo de lograr una ganancia fácil e injustificada a expensas de otros miembros de la comunidad debe
ser considerado como un ataque contra todo el sistema, y como tal debe ser castigado: y de ahí este mandamiento
que establece el corte de la mano al ladrón
DON QUIJOTE DE LA MANCHA-CERVANTES 181
El calor y el
día que allí llegaron, era de los del mes de agosto, que por aquellas partes suele
ser el ardor muy grande; la hora, las tres de la tarde: todo lo cual hacía al sitio
más agradable, y que convidase a que en él esperasen la vuelta de Sancho,
como lo hicieron.
Estando, pues, los dos allí sosegados y a la sombra, llegó a sus oídos una
voz que, sin acompañarla son de algún otro instrumento, dulce y regaladamente
sonaba, de que no poco se admiraron, por parecerles que aquel no era
lugar donde pudiese haber quien tan bien cantase, porque, aunque suele decir
se que por las selvas y campos se hallan pastores de voces estremadas, más son
encarecimientos de poetas que verdades; y más cuando advirtieron que lo que
oían cantar eran versos, no de rústicos ganaderos, sino de discretos cortesanos.
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