sábado, julio 28, 2012

SIGLO DE ORO

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         VLADIMIR NABOKOV-CUENTOS  313  

Es la hora —de algún lugar perdido entre los pliegues de su
vientre se sacó un pesado reloj—. Efectivamente, es hora de que me vaya.
—Vamos, quédate un poco más —murmuró Lev, pero Serafim negó con la cabeza y
se levantó, estirándose el chaleco. Su mirada se detuvo de nuevo en el cuadro de la
chica de rojo con el caniche negro.
—¿Recuerdas su nombre? —preguntó, con la primera sonrisa genuina de la noche.
—¿Qué nombre?
—Oh, ya sabes, Tikhotski solía visitarnos en la dacha con una chica con un caniche.
¿Cómo se llamaba el caniche?
—Espera un minuto —dijo Lev—. Espera un minuto. Sí, es verdad. Me acordaré en
un momento.
—Era negro —dijo Serafim—. Muy parecido a éste... Dónde has puesto mi abrigo?
Aquí está. Ya lo tengo.
—Se me ha olvidado también —dijo Lev—. ¡Por Dios, cómo se llamaba!

Es la hora —de algún lugar perdido entre los pliegues de su
vientre se sacó un pesado reloj—. Efectivamente, es hora de que me vaya.
—Vamos, quédate un poco más —murmuró Lev, pero Serafim negó con la cabeza y
se levantó, estirándose el chaleco. Su mirada se detuvo de nuevo en el cuadro de la
chica de rojo con el caniche negro.
—¿Recuerdas su nombre? —preguntó, con la primera sonrisa genuina de la noche.
—¿Qué nombre?
—Oh, ya sabes, Tikhotski solía visitarnos en la dacha con una chica con un caniche.
¿Cómo se llamaba el caniche?
—Espera un minuto —dijo Lev—. Espera un minuto. Sí, es verdad. Me acordaré en
un momento.
—Era negro —dijo Serafim—. Muy parecido a éste... Dónde has puesto mi abrigo?
Aquí está. Ya lo tengo.
—Se me ha olvidado también —dijo Lev—. ¡Por Dios, cómo se llamaba!

Serafim saludó con la mano extendida, y su espalda se encogió y desapareció en las
profundidades. Lev empezó a caminar de vuelta a su casa, atravesando la plaza,
pasando delante de correos de la mujer que pedía... De repente se paró en seco. En
algún lugar de su memoria se produjo un leve asomo como de movimiento, como si
algo muy pequeño se hubiera despertado y comenzado a moverse. La palabra
seguía siendo invisible, pero su sombra había trepado hasta la superficie desde el
rincón donde se escondía, y quería caminar tras esa sombra para impedir que se
retirara y se desvaneciera de nuevo. Pero era demasiado tarde. Todo desapareció,
sin embargo, en el momento en que su mente dejó de esforzarse, aquella cosa
volvió a moverse, esta vez de forma más perceptible, y como un ratón que emerge

por una grieta cuando la habitación está en silencio, se presentó allí, ligera, en
silencio, misteriosa, el corpúsculo vivo de una palabra... «Dame la pata, Joker.»
¡Joker! Qué sencillo. Joker...
Se volvió involuntariamente y pensó que Serafim, sentado en su tren subterráneo,
quizá lo hubiera recordado también.

 

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JOYCE-ULISES 313

Leyó tranquilamente, reteniéndose, la
primera columna y cediendo pero resistiendo,
comenzó la segunda. A la mitad, cediendo su
última resistencia, permitió que los intestinos
descargaran calmosamente mientras leía,
leyendo todavía pacientemente esa ligera
constipación de ayer completamente
desaparecida. Espero que no sea demasiado
grueso y remueva las hemorroides de nuevo. No,
sólo lo necesario. Así. ¡Ah! Estreñido una tableta
de cáscara sagrada.18 La vida podría ser así. No
lo agitó ni emocionó, sino que fue algo rápido y
limpio. Imprimen cualquier cosa ahora. Tonta
temporada. Siguió leyendo, sentado en calma
sobre su propio olor ascendente. Macanudo.
Matcham piensa con frecuencia en el golpe
maestro con el que ganó la riente hechicera que
ahora. Empieza y termina moralmente

La mano en la mano. Ingenioso. Repasó con la
mirada lo que había leído y, mientras sentía los
orines fluir calladamente, envidió al bueno del

señor Beaufoy que lo había escrito y recibido el
pago de tres libras trece seis.

QUEVEDO-https://docs.google.com/open?id=0B496As_HA7oyQzAzNWREa0NVOHM GRACIAS Y DESGRACIAS DEL OJO DEL CULO

 

  24 hours: Guantanamo, Cuba: A livestock seller pedals his bike, towing his pig 

DON QUIJOTE DE LA MANCHA-CERVANTES   313

El ventero tornó a reforzar
la voz pidiendo favor a la Santa Hermandad; de modo que toda la venta era
llantos, voces, gritos, confusiones, temores, sobresaltos, desgracias, cuchilladas,
mojicones, palos, coces y efusión de sangre; y en la mitad deste caos,
máquina y laberinto de cosas, se le representó en la memoria de don Quijote
que se veía metido de hoz y de coz en la discordia del campo de Agramante;y, así, dijo con voz que atronaba la venta:
—¡Ténganse todos; todos envainen; todos se sosieguen; óiganme todos, si
todos quieren quedar con vida!
A cuya gran voz todos se pararon, y él prosiguió, diciendo:
—¿No os dije yo, señores, que este castillo era encantado y que alguna
región de demonios debe de habitar en él? En confirmación de lo cual quiero
que veáis por vuestros ojos cómo se ha pasado aquí y trasladado entre nosotros
la discordia del campo de Agramante. Mirad cómo allí se pelea por la espada,
aquí por el caballo, acullá por el águila, acá por el yelmo, y todos peleamos
y todos no nos entendemos. Venga, pues, vuestra merced, señor oidor, y vuestra
merced, señor cura, y el uno sirva de rey Agramante; y el otro de rey
Sobrino, y pónganos en paz, porque, por Dios todopoderoso, que es gran
bellaquería que tanta gente principal como aquí estamos se mate por causas
tan livianas.

jueves, julio 26, 2012

CONVERSACIONES DEL CURA PACO OMEGA CON JOYCE

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JAMES JOYCE-ULISES  299

Pobre viejo profesor Goodwin. Horroroso
caso viejo. Sin embargo era un viejo cortés. La
forma anticuada en que acostumbraba hacer
una reverencia a Maruja desde el andén. Y el
pequeño espejo en su sombrero de seda. La
noche que Milly lo trajo a la sala. ¡Oh, miren lo
que encontré en el sombrero del profesor
Goodwin! Todos nos reímos. El sexo ya
apuntaba entonces. Ella era una cosita atrevida.
Clavó un tenedor en el riñón y lo hizo
golpear al darlo vuelta: luego acomodó la tetera
sobre la bandeja. Su giba revotó al levantarla.
¿Está todo? Pan y manteca, cuatro, azúcar,
cuchara, su crema. Sí. La llevó escaleras arriba,
el dedo pulgar enganchado en el asa de la
tetera.

Abriendo la puerta con la rodilla entró
con la bandeja y la colocó sobre la silla, al lado
de la cabecera de la cama.
—¡Cuánto tardaste! —dijo ella.
Hizo tintinear los bronces al levantarse
ágilmente, un codo sobre la almohada. Echó una
mirada tranquila a su tronco y entre los grandes
senos ablandados que se derramaban dentro de
su camisón como la ubre de una cabra. El calor
de su cuerpo acostado ascendió en el aire
mezclándose con la fragancia del té que ella
vertió.
Un pedazo de sobre roto asomaba debajo
de la almohada ahuecada. En el momento de
irse se detuvo para acomodar el cubrecama.
—¿De quién era la carta? —preguntó.
Escritura suelta. Maruja.

—¡Oh!, de Boylan —respondió ella—. Va
a traer el programa.
—¿Qué vas a cantar?

—Là ci darem con J. C. Doyle —dijo
ella— y Love's Old Sweet Song. Sus labios
carnosos, bebiendo, sonrieron. El olor un poco
rancio que el incienso deja al día siguiente.
Como fétida aguaflor.
—¿Quieres que abra un poco la ventana?
Ella dobló una rebanada de pan adentro
de la boca, preguntando:
—¿A que hora es el entierro?

 

 

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EL FIGÓN DE LA REINA PATOJA
de
Anatole France                                 299

—Con la lámpara en la mano visitará los rincones de Jerusalén, y lo que
está oculto en las tinieblas saldrá a la luz del día.
—¿Qué es lo que decís, mi buen maestro?
—Dejadme, doy rienda a sentimientos propios de mi estado.
—El agua está ya caliente —me dijo el barbero—. Sostened la jofaina
cerca del lecho. Voy a lavar la herida.
Mientras el cirujano pasaba por el pecho de mi buen maestro una
esponja empapada en agua tibia, el cura entró en la estancia, siguiendo a la
señora de Coquebert. Llevaba en la mano un cestillo y unas tijeras.
—¡Una víctima! —dijo—. Me dirigía a mis viñas, pero es preciso cuidar
antes las de Jesucristo. Hijo mío —añadió aproximándose al herido—,
ofreced vuestro sufrimiento a Nuestro Señor. Quizá no sea tan grande
como se cree. Mientras vivamos, es preciso cumplir la voluntad de Dios. —
Luego, volviéndose hacia el barbero—: Señor Coquebert —preguntó—, ¿es
un caso urgente o puedo irme a la viña? La blanca puede esperar; no es
malo que madure algo más, y con un poco de lluvia sería el vino mejor y
más abundante. Pero es preciso que la negra sea vendimiada ahora.
—Tenéis razón, señor cura —respondió Coquebert—. Hay en mi viña
racimos que se cubren de moho y que sólo han escapado al sol para perecer
con la lluvia.
—Ciertamente —dijo el cura—, la humedad y la sequía son los dos
enemigos del vinicultor.
—Nada más exacto —dijo el barbero—. Voy a explorar la herida.
Y al decir esto, puso un dedo con fuerza sobre la herida.
—¡Ah, verdugo! —gritó el paciente.
—Recordad —dijo el cura— que el Señor perdonó a sus verdugos.
—No eran barberos —murmuró el abate.

BIBLIA

NUEVO TESTAMENTO  299

Esto digo e insisto en el Señor: que no os conduzcáis más como se
conducen los gentiles, en la vanidad de sus mentes, 18 teniendo el entendimiento
entenebrecido, alejados de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos,
debido a la dureza de su corazón. 19 Una vez perdida toda sensibilidad, se
entregaron a la sensualidad para cometer ávidamente toda clase de impurezas.
20 Pero vosotros no habéis aprendido así a Cristo, 21 si en verdad le habéis oído
y habéis sido enseñados en él, así como la verdad está en Jesús. 22 Con
respecto a vuestra antigua manera de vivir, despojaos del viejo hombre que está
viciado por los deseos engañosos; 23 pero renovaos en el espíritu de vuestra
mente, 24 y vestíos del nuevo hombre que ha sido creado a semejanza de Dios
en justicia y santidad de verdad. 25 Por lo tanto, habiendo dejado la mentira,
hablad la verdad cada uno con su prójimo, porque somos miembros los unos de
los otros. 26 Enojaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo,
27 ni deis lugar al diablo. 28 El que robaba no robe más, sino que trabaje
esforzadamente, haciendo con sus propias manos lo que es bueno, para tener
qué compartir con el que tenga necesidad. 29 Ninguna palabra obscena salga de
vuestra boca, sino la que sea buena para edificación según sea necesaria, para
que imparta gracia a los que oyen. 30 Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios
en quien fuisteis sellados para el día de la redención. 31 Quítense de vosotros
toda amargura, enojo, ira, gritos y calumnia, junto con toda maldad. 32 Más
bien, sed bondadosos y misericordiosos los unos con los otros, perdonándoos
unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.

 

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BORGES-299

EL ATROZ REDENTOR
LAZARUS MORELL
LA CAUSA REMOTA
En 1517 el P. Bartolomé de las Casas tuvo mucha lástima de los
indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas
de oro antillanas, y propuso al emperador Carlos V la importación
de negros, que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las
minas de,oro .antillanas. A esa curiosa variación de un filántropo
debemos infinitos hechos: Tos bluesde Handy, el éxito logrado
en París por el pintor doctor oriental D. Pedro Figari, la buena
prosa cimarrona del también oriental D. Vicente Rossi, el tamaño
mitológico de Abraham Lincoln, los quinientos mil muertos de
la Guerra de Secesión, los tres mil trescientos millones gastados
en pensiones militares, la estatua del imaginario Falucho, la
admisión del verbo linchar en la decimotercera edición del Diccionario
de la Academia, el impetuoso film Aleluya, la fornida
carga a la bayoneta llevada por Soler al frente de sus Pardos y
Morenos en el Cerrito, la gracia de la señorita de Tal, el moreno
que asesinó Martín Fierro, la deplorable rumba El Manisero, el
napoleonismp arrestado y encalabozado de Toussaint Louverture,
la cruz y la serpiente en Haití, la sangre de las cabras degolladas
por el machete del papaloi, la habanera madre del tango, el candombe.
Además: la culpable y magnífica existencia del atroz redentor
Lazaras Morell'

Sura 9. At-Tauba (El Arrepentimiento) 299

(61) Y ENTRE esos [enemigos del Islam] hay quienes calumnian al Profeta diciendo: “Es
todo oídos”86
Di: “¡[Sí,] es todo oídos, [y escucha] lo que es bueno para vosotros!87 Cree en Dios y confía
en los creyentes, y es [una manifestación de] la misericordia [de Dios] con aquellos de vosotros
que han llegado [realmente] a creer. A aquellos que calumnien al Enviado de Dios --les
aguarda un doloroso castigo [en la Otra Vida]”

86 E.d., “se cree todo lo que oye”. La mayoría de los comentaristas asume que, con esto, los hipócritas aludían
a una supuesta tendencia del Profeta a creer todo --bueno o malo-- lo que le decían acerca de otros (cf.
Manar X, 600). Dado que no existen, sin embargo, pruebas de tal “tendencia” por su parte, me parece que a
lo que aluden los hipócritas es a la disposición del Profeta a prestar atención a lo que ellos --y muchos otros
no-creyentes-- consideraban simples sonidos alucinatorios, y a interpretarlos “erróneamente” como revelaciones.
Esto explicaría la afirmación de que “calumnian al Profeta” --es decir, al acusarle de engañarse a sí
mismo-- y de que estas palabras suyas “equivalen a un rechazo de la verdad” (véase el versículo 74 de este
sura). -- El verbo ada tiene el significado primario de “él importunó” o “molestó [a otro]”, e.d., en una forma
que no llega a causar daño real (darar). Dado que, en este contexto, este verbo se usa en el sentido de hacer
un comentario despectivo, la más apropiada traducción de iu’dun es “calumnian”.

VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos           299

Graf se quedó dormido en su butaca y vio en sueños a Ivan Ivanovich Engel
cantando en una especie de jardín moviendo sus alas redondas y amarillas, y cuando
Graf se despertó el maravilloso sol de junio dibujaba un arco iris miniatura en las
copas de licor de la patrona, y todo parecía de repente suave, luminoso y
enigmático, como si hubiera algo que no hubiera entendido del todo, que no
hubiera meditado hasta sus últimas consecuencias, y como si ahora fuera ya
demasiado tarde, y hubiera empezado otra vida, nueva, como si el pasado se
hubiera esfumado, y la muerte hubiera eliminado completamente, definitivamente,
aquel recuerdo sin sentido, que el azar había convocado desde el hogar humilde y
lejano, donde hasta entonces había estado viviendo su oscura existencia.

miércoles, julio 25, 2012

LOCURA MUSICAL

     

 

JOYCE-ULISES  435

Los ágiles dedos de Bob Cowley tocaban
otra vez en sobreagudo. El casero tiene la
prioridad. Un poco de tiempo. Largo Juan.
Grande Ben. Ligeramente tocó un alegre
compás saltarín para damas burlonas, pícaras y
sonrientes, y para sus galantes caballeros
amigos. Uno; uno, uno, uno: dos, uno, tres,
cuatro.
Mar, viento, hojas, trueno, aguas, vacas,
mugiendo, el mercado de ganado, gallos, las
gallinas no cacarean, las víboras ssssilvan. Hay
música en todas partes. La puerta de Ruttledge:
ü crujiendo. No, eso es ruido. Minué de Don
Giovanni está tocando ahora. Trajes de corte de
todas clases bailando en salones de castillos.
Miseria. Los campesinos afuera. Verdes rostros

hambrientos comiendo yuyos. Lindo es eso.
Mira: mira, mira, mira, mira, mira: tú míranos
a nosotros.
Me doy cuenta de que eso es alegre.
Nunca lo escribí. ¿Por qué? Mi alegría es otra
alegría. Pero ambas son alegrías. Sí, alegría
debe de ser. El simple hecho de la música
demuestra que uno lo está. A menudo pensé que
ella estaba de mal humor hasta que empezaba a
cantar alegremente. Entonces se sabe.
La vasija de M'Coy. Mi esposa y tu
esposa. Gata chilladora. Como rasgando seda.
Cuando ella habla como el palmoteo de un
fuelle. No saben llevar los intervalos de los
hombres. También el vacío en sus voces.
Lléname. Estoy cálida, oscura, abierta. Maruja
en quis est homo: Mercadante. Mi oído contra la

pared para escuchar. Se necesita una mujer que
pueda cumplir su cometido.

   

VLADIMIR NABOKOV-435

De lejos llegaba el sonido de la música, una trompeta, una cítara. Nina y yo nos
fuimos de nuevo a pasear. El circo, camino de Fialta, había enviado al parecer
acróbatas y artistas que le precedieran y anunciaran su llegada: un desfile
publicitario marchaba por la ciudad; pero nos perdimos la cabeza del mismo,
porque ya había subido a la parte alta de la ciudad y se había metido en una calle
lateral: la trasera dorada de un carro se alejaba en la distancia, un hombre en

albornoz tiraba de un camello, una hilera de cuatro indios entecos portaba unos
carteles sujetos a unos palos y, detrás de ellos, con un permiso especial, venía el hijo
pequeño de algún turista vestido de marinero y sentado reverencialmente a lomos
de un pony diminuto.
Nos acercamos a un café donde las mesas ya estaban casi secas aunque seguían
vacías; el camarero examinaba (y espero que se lo apropiara más tarde) un hallazgo
horroroso, aquel tintero absurdo que Ferdinand había dejado en la barandilla al
pasar. En la esquina siguiente nuestra atención se quedó prendida en una vieja
escalera de piedra y subimos por ella y yo no dejaba de mirar el ángulo agudo de las
pisadas de Nina mientras subía, levantándose la falda cuya estrechez requería el
mismo gesto que su longitud necesitara en épocas pasadas; ella difundía una suerte
de calor que me resultaba conocido y subiendo junto a ella, me acordé de la última
vez que habíamos estado juntos. Fue en una casa en París, con mucha gente, y mi
querido amigo Jules Darboux, que quería hacerme un favor estético y refinado, me
dio un toque en la manga y me dijo: «Quiero que conozcas...», y me llevó hasta
Nina, que estaba sentada en una esquina del sofá, con el cuerpo doblado en forma
de Z, y un cenicero en los tobillos; se sacó la larga boquilla turquesa de los labios y
lentamente, gozosamente exclamó: «Pero bueno quién me iba a decir a mí que...», y
luego, a lo largo de la noche, sentí como si el corazón se me fuera a romper
mientras iba de grupo en grupo con una copa pegajosa en la mano, mirándola de
cuando en cuando en la distancia (ella no me miraba...) y escuchando retazos de
conversación hasta que sorprendí a un hombre que le decía a otro: «Qué gracioso,
cómo huelen, todas igual, hojas quemadas, cualquiera que sea el perfume que
lleven, esas chicas angulosas y morenas», y como ocurre a menudo, una observación
trivial relacionada con un tema desconocido se enredó y se quedó prendida en mis
recuerdos, un parásito de su tristeza.
En la parte más alta de las escaleras, nos encontramos con una especie de tosca
terraza. Desde allí se veía la silueta delicada y gris de paloma del monte San Jorge
con un puñado de manchas color hueso (alguna aldea) en una de sus pendientes; el
humo de un tren apenas visible se elevaba en ondas desde su base... para
desaparecer repentinamente; más abajo, entre el desorden de los tejados, se

distinguía un ciprés solitario, que parecía la punta húmeda y gastada de un pincel
de acuarelas; a la derecha, se conseguía una breve vista del mar, que era gris, con
arrugas de plata. A nuestros pies había una vieja llave roñosa, y en la pared de la
casa medio en ruinas que lindaba con la terraza, colgaban todavía los restos de unos
cables... Pensé que hubo un tiempo en el que existió vida en aquel lugar, en el que
una familia gozó del fresco de la noche, que unos niños torpes entretuvieron sus
horas coloreando una serie de cromos a la luz de una lámpara... Nos quedamos ahí
sin hacer nada como si estuviéramos escuchando algo; Nina, que se había subido a

una especie de escalón, me puso una mano en el hombro y sonrió, y con cuidado,
para no estropear su sonrisa, me besó. Con una fuerza insoportable, reviví (o por lo
menos eso creo ahora) todo lo que había sucedido entre nosotros, todo aquello que
había comenzado con un beso semejante, y dije (sustituyendo nuestro barato y
formal «tú» por ese «usted» expresivo y lleno de sentido al que el navegante
retorna, tras dar la vuelta al mundo que ha enriquecido toda su persona): «Escuche,
¿y qué pasaría si le dijera que la quiero?». Nina me miró, yo repetí aquellas palabras,
quería añadir... pero algo como un murciélago pasó veloz por su rostro, una
expresión rápida, extraña, casi fea, y ella, que no tenía miramientos para decir tacos
y juramentos con toda naturalidad, sintió vergüenza; yo también me sentí raro...
«No importa, era una broma», me apresuré a decirle abrazándola suave por la
cintura.

BORGES-OBRAS COMPLETAS  435

TLÓN, UQBAR, ORBIS TERTIUS
I
Debo a la conjunción de un espejo y de una encliclopedia el
descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un
corredor en una quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía; la
enciclopedia falazmente se llama The Anglo-American Cyclopaedia
(New York, 1917) y es una reimpresión literal, pero también morosa,
de la Encyclopaedia Britannica de 1902. El hecho se produjo
hará unos cinco años. Bioy Casares había cenado conmigo esa
noche y nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de
una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara
los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que
permitieran a unos pocos lectores —a muy pocos lectores— la
adivinación de una realidad atroz o banal.' Desde el fondo remoto
del corredor, el espejo nos acechaba. Descubrimos (en la alta
noche ese descubrimiento es inevita'ble) que los espejos tienen
algo monstruoso. Entonces Bioy Casares recordó que uno de los
heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula
son abominables, porque multiplican el número de los hombres.
Le pregunté el origen de esa memorable sentencia y me contestó
que The Anglo-American Cyclopaedia la registraba, en su artículo
sobre Uqbar. La quinta (que habíamos alquilado amueblada)
poseía un ejemplar de esa obra. En las últimas páginas del volumen
XLVI dimos con un artículo sobre Upsala; en las primeras del
XLVII, con uno sobre Ural-Altaic Languages, pero ni una palabra
sobre Uqbar! Bioy, un poco azorado, interrogó los tomos del índice.
Agotó ejn vano todas las lecciones imaginables: Ukbar, Ucbar,
Ookbar, Oukbahr. . . Antes de irse, me dijo que era

alguna incomodidad.
Conjeturé que ese país indocumentado y ese heresiarca
anónimo eran una ficción improvisada por la modestia de Bioy
para justificar una frase. El examen estéril de uno de los atlas
de Justus Perthes fortaleció mi duda.
Al día siguiente, Bioy me llamó desde Buenos Aires. Me dijo
que tenía a la vista el artículo sobre Uqbar, en el volumen xxvi
cíe la Enciclopedia. No constaba el nombre del heresiarca, pero sí
la noticia de su doctrina, formulada en palabras casi idénticas a
las repetidas por él, aunque —tal vez— literariamente inferiores.
Él había recordado: Copulation and mirrors are abominable. El

texto de la Enciclopedia decía: Para uno de esos gnósticos, el
visible universo era una ilusión o (más precisamente) un sofisma.
Los espejos y la paternidad son abominables (mirrors and fatherhood
are hatetul) porque lo multiplican y lo divulgan. Le
dije, sin faltar a la verdad, que me gustaría ver ese artículo.

 

LA AUDIENCIA DE LOS CONFINES

Miguel Ángel Asturias                        435

GARNACHA DE BARBA BLANCA.-¡En nombre de la Audiencia de los Confines, daos preso!

LOS ALGUACILES avanzan y se colocan de lado y lado del GOBERNADOR que sale por la izquierda, se­guido de los OIDORES.

TELON

TOLEDO

2012-07-25 09.00.45 

   

SURA 86
At-Tariq (Lo Que Viene De Noche)  965

 

(1) ¡CONSIDERA los cielos y lo que viene de noche!1
(2) ¿Y qué puede hacerte concebir qué es lo que viene de noche?
(3) Es la estrella cuya luz atraviesa las tinieblas [de la vida]:
(4) [pues] no hay ser humano que no tenga un guardián.2

1 Algunos comentaristas dan por sentado que lo que aquí se describe como at-tariq (“lo que viene de
noche”) es el lucero del alba, porque aparece hacia el final de la noche; otros –como Samajshari o Raguib—
lo entienden como “la estrella”, en sentido genérico. No obstante, si analizamos el origen de este
nombre, vemos que se deriva de taraqa, “él golpeó [algo]” o “tocó [en algo]”; de ahí, taraqa ‘l-bab: “él
llamó a la puerta”. Figuradamente, el nombre significa “algo [o “alguien”] que viene de noche”, porque
alguien que viene de noche a una casa ha de llamar a la puerta (Tach al-Aarús). En terminología coránica,
at-tariq es evidentemente una metáfora del sosiego celestial que a veces invade a un ser humano sumido
en las tinieblas de la aflicción y la angustia; o de la repentina iluminación intuitiva que disipa la oscuridad
de la duda; o, finalmente, de la revelación divina, que llama, por así decirlo, a las puertas del corazón del
hombre trayendo sosiego e iluminación.

 

      imagesCAD9RRVI                      Funny Meditating Dog 1

JAMES JOYCE-ULISES  965

¿Qué Garry? ¿Vamos a ganar? ¿Eh?
Y diciendo ese se mandó el vinagrillo por
el cogote y, por Jesús, casi se atora.
La figura sentada sobre un can rodado al
pie de una torre redonda era la de un héroe de
anchas espaldas

 

templo del sol nocturno

VLADIMIR NABOKOV-CUENTOS   675   965-675=290

Un hombre ocupado
Aquel que se preocupa en exceso de los movimientos de su alma se ve fatalmente
abocado a ser testigo de un fenómeno banal y sin embargo curioso y ciertamente
melancólico: la muerte súbita de un recuerdo insignificante que una circunstancia
casual le trae a la memoria desde el humilde y remoto asilo donde en silencio
transcurría su oscura existencia. El recuerdo parpadea, palpita todavía y hasta
refleja un punto de luz, pero al momento siguiente, bajo tus propios ojos, emite un
último suspiro y cae muerto, víctima de la transición brutal que le produce la luz
demasiado cruda del presente. Tan sólo queda entre las manos, de ahora en
adelante, una sombra, un mero remedo de aquel recuerdo, desprovisto ahora, me
temo, de la fascinante solidez del original. Grafitski, un hombre amable y temeroso
de la muerte, recordaba un sueño de su infancia que encerraba una profecía
lacónica; pero hacía tiempo que había dejado de sentir ningún vínculo orgánico
entre sí mismo y aquel recuerdo, porque una de las primeras veces en que lo había
convocado, el recuerdo llegó ya macilento para morir al punto —y el sueño que
ahora recordaba no era sino el recuerdo de un recuerdo. ¿Cuándo tuvo lugar, aquel
sueño? Imposible de determinar, respondía Grafitski, empujando el pequeño tarro
de cristal con restos de yogur y apoyando el codo sobre la mesa. ¿Cuándo? Vamos,
¿cuándo, aunque sea aproximadamente? Hace mucho tiempo. Probablemente,
entre los diez y los quince años: en aquel período pensaba a menudo en la muerte
—especialmente por la noche.

¿En qué estaba pensando hace un momento? ¿Cuál era el recuerdo bajo el que se
afanaba su mente cautiva? El recuerdo de un sueño. La advertencia contenida en un
sueño. Una predicción que, hasta ahora, no había obstaculizado para nada su vida,
pero que ahora, ante la llegada precisa y certera de una cita inexorable, empezaba
a dejarse oír con insistente y creciente resonancia.
—Tienes que aprender a controlarte —le decía Itski a Graf en una especie de
recitativo histérico. Se aclaró la garganta y se acercó a la ventana.

Con creciente insistencia. El número treinta y tres —el tema de aquel sueño— se
había enredado en la malla de su inconsciente y con sus garras curvas como las de
un murciélago se había quedado trabado en su alma y sus empeños todos por
devanar aquel misterioso enredo del subconsciente le resultaron vanos. Según la
tradición, Jesucristo había vivido hasta los treinta y tres años y quizá (pensaba Graf,
inmovilizado junto a la cruz del travesano de los postigos de la ventana), quizá fuera
cierto que una voz le había murmurado en aquel sueño: «Tú también morirás a la
edad de Cristo...», y aquellas palabras desplegaron ante sus ojos, como en una
pantalla iluminada, la corona de espinas trenzando un doble tres amenazante.
Abrió la ventana. Había más luz en la calle que dentro de casa porque las farolas ya
estaban encendidas. El cielo aparecía cubierto con una manta de suaves nubes; y
sólo hacia el oeste, entre los tejados ocres de las casas, se vislumbraba una tierna
banda de destellos brillantes. Un poco más arriba de la calle, un automóvil de ojos
de fuego se había detenido, sus colmillos, haces de luz color naranja, se hundieron
en el gris aguado del asfalto. Un carnicero rubio descansaba en el umbral de su
tienda contemplando el cielo.

martes, julio 24, 2012

ESPUMA DE MAR

              

  JAMES JOYCE-ULISES 245                                                              

¡KYRIE ELEISON!
Una sonrisa luminosa le hizo brillar los
ojos dentro de sus discos oscuros y alargó sus
largos labios.
—¡Los griegos! —dijo otra vez—. ¡Kirios!
¡Palabra refulgente! Las vocales que los semitas
y los sajones no conocen. ¡Kyrie! La radiación
del intelecto. Tendría que profesar el griego,
lengua del espíritu. ¡Kyrie eleison! El fabricante
de letrinas y el fabricante de cloacas nunca
serán los señores de nuestro espíritu. Somos
vasallos de esa caballería europea que sucumbió
en Trafalgar, y del imperio del espíritu, no un
imperium, que se hundió con las flotas
atenienses de Egospotamos.

Sí, sí. Se
hundieron. Pirro, engañado por un oráculo, hizo
una última tentativa para recuperar las
fortunas de Grecia. Leal a una causa perdida

Se alejó de ellos a grandes pasos hacia la
ventana.
—Afrontaron la batalla —dijo el señor
O'Madden Burke grismente—, pero siempre
cayeron.
—¡Bujú!... —lloriqueó, Lenehan haciendo
un ruidito—. Debido a un ladrillo recibido en la
última parte de la matinée. ¡Pobre, pobre, pobre
Pirro!
Cuchicheó luego cerca de la oreja de
Esteban:

LA QUINTILLA JOCOSA DE LENEHAN
Hay un sabio aburrido MacHugh
que anteojos gasta tintados.
Si siempre ve doble al mus
¿pa' qué molestarse en llevarlos?
No véole la gracia. ¿Y tú?

  

EL FIGON DE LA REINA PATOJA-ANATOLE FRANCE-245

Reconozcamos al enemigo.
Y, dando traspiés, corrió hacia la ventana, donde había abofeteado a su
querida, volviendo luego al comedor muerto de risa.
-¡Ja, ja, ja! ¿Sabéis quién llama? -dijo-. El señor de la Gueritaude, con su
trenza tiesa, y acompañado de dos fornidos lacayos, que traen antorchas
encendidas.
-No es posible -dijo Catalina-, está durmiendo con su vieja esposa.
-Si no es él -replicó el señor de Anquetil-, es un fantasma que se le
parece hasta en la manera de peinarse la peluca. No hay espectro que
pudiera imitarla tan admirablemente; ¡tan ridícula es!
-¿Habláis en serio, y no en burla? -preguntó Catalina-. ¿Es
verdaderamente el señor de la Gueritaude?
-El mismo, Catalina, si he de dar crédito a mis ojos.

-Estoy perdida -exclamó la pobre joven-. ¡Las mujeres somos muy
desdichadas! Jamás se nos deja tranquilas. ¿Qué va a ser de mí? ¿Por qué no
os ocultáis en los armarios?

                                    

VLADIMIR NABOKOV-Cuentos completos   245

Vivía apacible y discretamente en sus tres habitaciones, se había hecho socio de
una biblioteca de la que sacaba unos tres o cuatro libros (fundamentalmente
novelas) a la semana, había comprado un gato negro de ojos amarillos porque le
tenía un miedo mortal a los ratones (que saltaban y corrían detrás del armario como
si fueran diminutas bolas de lana), comía mucho, especialmente dulces (a veces
incluso saltaba de la cama en mitad de la noche y se arrastraba por el suelo helado
como un fantasma diminuto y destemplado en su largo camisón, para alcanzar,
como un niño pequeño, las galletas de chocolate de la despensa) y cada vez se
acordaba menos de su aventura amorosa y de los días espantosos que pasó al llegar
a Drowse.

Sin embargo, en su mesa de trabajo, entre finas facturas dobladas cuidadosamente,
seguía conservando una hoja de papel color de melocotón con una filigrana en
forma de dragón, emborronada en letra picuda y apenas legible.