JAMES JOYCE-ULISES 245
¡KYRIE ELEISON!
Una sonrisa luminosa le hizo brillar los
ojos dentro de sus discos oscuros y alargó sus
largos labios.
—¡Los griegos! —dijo otra vez—. ¡Kirios!
¡Palabra refulgente! Las vocales que los semitas
y los sajones no conocen. ¡Kyrie! La radiación
del intelecto. Tendría que profesar el griego,
lengua del espíritu. ¡Kyrie eleison! El fabricante
de letrinas y el fabricante de cloacas nunca
serán los señores de nuestro espíritu. Somos
vasallos de esa caballería europea que sucumbió
en Trafalgar, y del imperio del espíritu, no un
imperium, que se hundió con las flotas
atenienses de Egospotamos.
Sí, sí. Se
hundieron. Pirro, engañado por un oráculo, hizo
una última tentativa para recuperar las
fortunas de Grecia. Leal a una causa perdida
Se alejó de ellos a grandes pasos hacia la
ventana.
—Afrontaron la batalla —dijo el señor
O'Madden Burke grismente—, pero siempre
cayeron.
—¡Bujú!... —lloriqueó, Lenehan haciendo
un ruidito—. Debido a un ladrillo recibido en la
última parte de la matinée. ¡Pobre, pobre, pobre
Pirro!
Cuchicheó luego cerca de la oreja de
Esteban:
LA QUINTILLA JOCOSA DE LENEHAN
Hay un sabio aburrido MacHugh
que anteojos gasta tintados.
Si siempre ve doble al mus
¿pa' qué molestarse en llevarlos?
No véole la gracia. ¿Y tú?
EL FIGON DE LA REINA PATOJA-ANATOLE FRANCE-245
Reconozcamos al enemigo.
Y, dando traspiés, corrió hacia la ventana, donde había abofeteado a su
querida, volviendo luego al comedor muerto de risa.
-¡Ja, ja, ja! ¿Sabéis quién llama? -dijo-. El señor de la Gueritaude, con su
trenza tiesa, y acompañado de dos fornidos lacayos, que traen antorchas
encendidas.
-No es posible -dijo Catalina-, está durmiendo con su vieja esposa.
-Si no es él -replicó el señor de Anquetil-, es un fantasma que se le
parece hasta en la manera de peinarse la peluca. No hay espectro que
pudiera imitarla tan admirablemente; ¡tan ridícula es!
-¿Habláis en serio, y no en burla? -preguntó Catalina-. ¿Es
verdaderamente el señor de la Gueritaude?
-El mismo, Catalina, si he de dar crédito a mis ojos.
-Estoy perdida -exclamó la pobre joven-. ¡Las mujeres somos muy
desdichadas! Jamás se nos deja tranquilas. ¿Qué va a ser de mí? ¿Por qué no
os ocultáis en los armarios?
VLADIMIR NABOKOV-Cuentos completos 245
Vivía apacible y discretamente en sus tres habitaciones, se había hecho socio de
una biblioteca de la que sacaba unos tres o cuatro libros (fundamentalmente
novelas) a la semana, había comprado un gato negro de ojos amarillos porque le
tenía un miedo mortal a los ratones (que saltaban y corrían detrás del armario como
si fueran diminutas bolas de lana), comía mucho, especialmente dulces (a veces
incluso saltaba de la cama en mitad de la noche y se arrastraba por el suelo helado
como un fantasma diminuto y destemplado en su largo camisón, para alcanzar,
como un niño pequeño, las galletas de chocolate de la despensa) y cada vez se
acordaba menos de su aventura amorosa y de los días espantosos que pasó al llegar
a Drowse.
Sin embargo, en su mesa de trabajo, entre finas facturas dobladas cuidadosamente,
seguía conservando una hoja de papel color de melocotón con una filigrana en
forma de dragón, emborronada en letra picuda y apenas legible.
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