Estaba enfermo, y a un paso de la muerte, invadido por el cáncer de hígado que tenía la certeza de padecer, o, en todo caso, por la cirrosis avanzada, que era un hecho reconocido por quienes le rodeaba, de modo que no era cuestión de que tomara la pluma para escribir. ¿por qué se empeña en hablar como si de veras padecieron cáncer incurable y estuviera a punto de entrar en coma, cuando todos los síntomas que manifiesta contradicen esa creencia suya?-Aunque haya sido el médico quién te ha ordenado llenarme los oídos de mentiras acerca de mi cáncer, créeme, esas mentiras, apenas salidas de tu boca, toman cuerpo y revolotean alrededor de tu cabeza, de modo que no tardaras en encontrarte en medio de un enjambre de mentiras semejante una nube de mosquitos-. Cuando empezó a notar que el cáncer iba desarrollándose en sus entrañas con la exuberancia de la malta en fermentación, fue tomando conciencia de que poco a poco se inclinaba de todas sus ataduras, por el propio juego de la naturaleza y de su poder. Ello ocurría sin que tuviera que molestarse en lo más mínimo por asumir una frustración tras otra. Le bastaba con permanecer tranquilamente echado: incluso cuando dormía, el cáncer que habitaba dentro de el abría el camino a la libertad seguía creciendo imperturbable A menudo, mientras su cabeza y a causa del accidente, no solamente la porción de la realidad que entraba en su campo visual, sino también las formas creadas por su imaginación, se le presentaban como veladas por la bruma. En un espacio dentro del cual su cáncer tomo buen aspecto de un macizo de jacintos o crisantemos amarillos cuyas corolas,abiertas de par en par eran bañadas por un suave resplandor violeta .En tales momentos, y hasta que la fatiga alcanzaba el centro de su cerebro, respiraba con particular concentración y, reuniendo de las entradas de su nariz las potencias sensibles que le era posible ,se esforzaba por percibir el olor a jacinto o a crisantemo de su cáncer.
KENZABURO OÉ -Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura pag.102
Sumire subía por una escalera de caracol para reunirse
con su madre que había muerto mucho tiempo atrás. Su madre la esperaba arriba. Tenía algo que comunicarle. Una información importantísima que Sumire debía conocer para seguir viviendo. Sumire temía aquel encuentro. Era la primera vez que veía a un muerto y, además, no sabía cómo era su madre. Tal vez ésta –por alguna razón desconocida– sintiera hacia ella hostilidad o malevolencia. Pero tenía que verla. Era su primera y última oportunidad.
En lo alto había un amplio rellano con una pared al fondo. Un sólido muro de piedra. Justo a la altura de su rostro, se abría un agujero redondo parecido a un respiradero. Un pequeño agujero de unos cincuenta centímetros de diámetro. Y la madre de Sumire estaba allí incrustada, en una posición incómoda, como si la hubieran embutido en el agujero a la fuerza, empezando por los pies. Sumire comprendía que su tiempo había acabado.
Yo soy don Juan, emperador de todos los reinos del mundo.
.HARUKI MURAKAMI SPUTNIK MI AMOR PAG.102
—¡Empieza la fiesta, la fiesta del fuego!
Y las llamas se ondulan hacia el cielo. Cuando se acercan las dos arcas
sagradas, las mujeres del pueblo, ahora incorporado al municipio, salen
corriendo de sus casas y ayudan a tirar de las cuerdas de los
palanquines. Finalmente, delante del templo, se hace el ofrecimiento de
las antorchas y la fiesta se prolonga hasta el amanecer.
Pero aquel año la célebre fiesta fue suprimida. Por economía, se dijo.
Tampoco se celebró aquel año la «Fiesta del Yaro» dedicada al dios de
Kitano. Se dijo que a causa de la mala cosecha no se había preparado
el palanquín.
Hay en Kioto muchas otras fiestas, como la «Misa de Difuntos con
Calabazas» que se celebra en el templo de Anrakuyo, o el «Conjuro de
los Pepinos» del templo de Rengeji. Cabría preguntarse si estas fiestas
representan al mismo tiempo el espíritu de la antigua ciudad imperial y
el gusto de sus actuales habitantes. En los últimos años se ha
resucitado el «Viaje del Ave del Paraíso» en nave con cabeza de dragón
por el río Arashiyama, y el «Banquete del Gyokusui», que tiene lugar en
el arroyo del jardín del santuario de Kamigamo. Ambos fueron en otros
tiempos juegos elegantes de la antigua nobleza palaciega.
En el «Banquete del Gyokusui», los convidados, luciendo el antiguo
traje de Corte, se sientan en la orilla y, mientras pasan ante ellos las
tacitas de vino, escriben versos o dibujan. Toman una tacita, beben y
vuelven a dejarla en el agua, para que siga flotando. Unos pajes se
encargan del servicio.
YASUNARI KAWABATA KIOTO pag.102
el buen ánimo requiere culos, tetas y vino. Así lo decía su padre ante la redonda jeta de fray Bartolomé. Nadie lo iba a desmentir. El soldado tiene un duro oficio y merece una rotunda paga. La paga se la cobra en las tabernas y los burdeles cuando reina la paz, en el pillaje y las violaciones cuando arde la guerra. Es simple, conocido. Y está consagrado por la costumbre.
Arrastró a Francisco. El lupanar no se distinguía de las casas vecinas, aunque parecía más bajo y oscuro. Estaba en un extremo de la agitada ciudad. La puerta de color verde tenía por aldaba la cabecita de un monstruo que sacaba la lengua. Fueron conducidos al salón por una mestiza e invitados a sentarse. Encontraron varios hombres ocupados en recibir las atenciones de unas mujeres. Reían bajito mientras intercambiaban caricias. Una mulata ofrecía vasos de pisco.
Francisco y Lorenzo empezaron a beber. En seguida se les acercaron dos mujeres. La de tez perlada depositó suavemente su mano sobre la de Francisco. Era tierna y embriagadora. Francisco fue recorrido por una corriente de hormigas
MARCOS AGUINIS LA GESTA DEL MARRANO pag.102
Yo soy don Juan, emperador de todos los reinos del mundo.
—¿Qué? – pregunto Céu, aumentando el volumen de la radio y buscándome el cuello con la lengua.
Y me acordé también del jardín, de los estanques de agua corrompida y de peces difuntos, de la jaula de los periquitos abandonada, de un pedazo de quinta con cabrahígos y la mazorca de un espantajo en un rincón de la huerta o de lo que quedaba de la huerta, tomateras pendientes de las cañas, patatas germinadas, berro silvestre, canales de riego obstruidos por piedras y arena, y un fulano viejo, de chaleco y sombrero, revolcándose con la tripa al aire en un pomar olvidado, acompañado por una perra leprosa, sin raza, de vientre flojo, con enjambres de moscas en las heridas de las orejas. Claro que no existían cigüeñas, que no existían nidos en las chimeneas del granero, nada salvo edificios y más edificios desvaídos, con la ropa de los miradores que hacían señales como los barcos que parten. Me acosté sin ruido al lado de mi mujer y apreté el ombligo contra su espalda:
ANTONIO LOBO ANTUNES TRATADO DE LAS PASIONES DEL ALMA pag-102
Y también él esperaba, esperaba, levantados los brazos, con el sueño y el paisaje,
contemplaba los campos inmóviles en que pastaba inmóvil el ganado; percibía el silencio de los
incendios convertidos en inmóvil brasa, y ningún vuelo de ave atravesaba las moradas del éter; más
altos subían los incendios en la inmovilidad, se henchía el estrépito de las múltiples voces en el
silencio inquebrantable, más y más profunda se tornaba la nostalgia, quietos estaban los soles, y el
latir del corazón golpeaba cada vez más pesado contra las paredes de lo ilimitado interior y
exterior... Oh, ¿cuándo llegaría el fin? ¿dónde estaba el fin? ¿cuándo se vaciaría la perdición hasta
las heces? ¿había un grado extremo en el creciente silencio? Y le pareció como si ese último
silencio acabara de ser alcanzado: vio las bocas de los hombres horriblemente abiertas unas frente a
otras, ni un sonido escapaba de las secas cavidades, y ninguno de ellos entendía ya al otro. Habían
perdido el habla por la conciencia de la culpa, sintiéndose culpables por la pérdida del habla; era el
último grado de silencio en lo terreno, era el último silencio del hombre y, viéndolo, también su
boca quería abrirse en un mudo grito de horror. Pero viéndolo aún, antes casi de haberlo visto, ya no
lo veía más. Y es que en la más súbita tiniebla había desaparecido lo visible, la luz del sueño, el
paisaje, los incendios, los hombres, las bocas, y era de noche, sin tiempo, sin espacio, sin mundo,
sin sonido, la negrura más vacía, la noche vacía sin forma, sin contenido; vacío y negro se tornó el
esperar, y hasta el latir calló, absorbido por el vacío. Había llegado a las heces del ser
HERMANN BROCH LAMUERTE DE VIRGILIO pag.102
“Este es reo de rabiosa llama”,
por lo cual donde ves estoy perdido
y, así vestido, andando me lamento.»
Cuando hubo terminado su relato,
se retiró la llama dolorida,
torciendo y debatiendo el cuerno agudo
A otro lado pasamos, yo y mi guía,
por cima del escollo al otro arco
que cubre el foso, donde se castiga 135
a los que, discordiando, adquieren pena.
DIVINA COMEDIA DANTE ALIGHIERI pag.102
Aquí residió en un tiempo
un poderoso ídolo de muchas batallas,
se llamaba el Cromm Cruaich
y privaba de la paz a todas las tribus.
Sin deleitarse en su honor
sacrificaban a sus desdichados niños
con mucha lamentación y peligro,
derramando su sangre alrededor de Cromm Cruaich.
Leche y grano
deseaban con urgencia que él les diera
a cambio de una tercera parte de su prole sana.
El horror qué les causaba era grande.
Los nobles goideles
se prosternaban ante él;
por los sacrificios sangrientos que le ofrecían
la llanura es llamada «La Llanura de la Adoración»
Actuaban perversamente,
se golpeaban las palmas, se aporreaban los cuerpos,
lamentando al monstruo que los esclavizaba,
sus lágrimas caían en abundancia.
En una fila estaban
doce ídolos de piedra;
para encantar cruelmente a la gente
la imagen del Cromm era de oro.
Desde el reinado de Heremon,
el noble y agraciado,
esa adoración de piedras existió
hasta la llegada del buen Patricio de Macha
ROBERT GRAVES LA DIOSA BLANCA pag.102
¡Sí, por fin me parezco a lo que quería parecerme!
¡Sí, me parezco y me he convertido en Él!».
¿Quién era ese «Él»? En ese momento de mi viaje por el País de
las Maravillas comprendí por fin por qué ese Él al que quería
parecerme se me había aparecido. Porque a lo largo de aquel
extenso paseo nocturno no había querido parecerme a Él, porque
entonces no imitaba a nadie. No quiero que se me malinterprete, no
creo que podamos vivir sin imitar a otros, sin querer ser otros, pero
esa noche mi anhelo estaba tan reducido por el cansancio, por el
vacío de mi interior, que por primera vez en mi vida me convertí en
«igual» a ese Él cuyas órdenes llevaba años obedeciendo. Podrían
haber comprendido aquella igualdad «relativa» por el hecho de que
no había sentido miedo de Él, de que me introduje sin dudar en ese
universo imaginario al que me llamaba. Me encontraba sometido a su
mirada pero aquella hermosa noche de invierno también era libre.
Aunque fuera un sentimiento que había conseguido no como resultado
de mi propia voluntad ni de mi victoria, sino de mi cansancio y mi
derrota, esa sensación de libertad e igualdad abrió la puerta de la
intimidad entre Él y yo. (Esa confianza puede deducirse de mi estilo.)
Y así, por primera vez en años, Él me desvelaba sus secretos y yo
lo comprendía. Sí, por supuesto, hablaba conmigo mismo, pero ¿qué
son ese tipo de conversaciones sino charlas en susurros entre amigos
con la segunda persona, y después la tercera, que tenemos
enterradas dentro?
Mis cuidadosos lectores lo habrán comprendido hace mucho por el
cambio de palabras, pero, no obstante, voy a escribirlo: «Él» era, por
supuesto, el «ojo». Era el ojo quien yo quería ser. Al principio yo no
creé al ojo, sino a Él, a la persona que quería ser. Y ese Él en
quien quería convertirme me envolvió con aquella terrible y asfixiante
mirada que extendía hacia mí. Aquel ojo que limitaba mi libertad, esa
mirada cruel que veía y juzgaba todo lo que hacía colgaba sobre mi
cabeza como un sol maldito que nunca se apartara de mí. Por favor,
no se dejen engañar por mis palabras y piensen que me quejo.
Estaba muy satisfecho del brillante paisaje que me presentaba el
«ojo».
ORHAN PAMUK EL LIBRO NEGRO pag-102
La gran fuga tuvo lugar varias noches después, cuando los pulmones de Saladin ya
estaban casi limpios de lodo verde, gracias a los cuidados de Miss Hyacinth Phillips. Resultó
un asunto bastante bien organizado en una escala más bien grande, que afectaba no sólo a los
internos del sanatorio sino también a los detenus, como los llamaba el Mantícora, que estaban
recluidos tras cercas de alambre en el contiguo Centro de Detención. Puesto que Chamcha no
era uno de los grandes estrategas de la fuga, él se limitó a esperar al lado de la cama, tal como
le habían ordenado, hasta que Hyacinth fue a avisarle, y entonces salieron corriendo del
pabellón de las pesadillas a la claridad de un cielo frío y bañado por la luna, por delante de
varios hombres atados y amordazados: sus guardianes. Había muchas sombras que corrían por
la noche incandescente, y Chamcha vislumbró criaturas que nunca hubiera imaginado, hombres
y mujeres que tenían algo de plantas, o de insectos gigantes e, incluso, algunos eran en parte de
ladrillo o de piedra; había hombres con cuernos de rinoceronte en lugar de nariz y mujeres con
cuello de jirafa. Los monstruos corrieron en silencio hasta la cerca del complejo del Centro de
Detención, donde el Mantícora y otros mutantes de buena dentadura les esperaban junto a los
grandes agujeros que habían abierto a dentelladas en la tela metálica, y en seguida estuvieron
fuera, libres, yendo cada cual por su lado, sin esperanza pero también sin vergüenza. Saladin
Chamcha y Hyacinth Phillips corrían juntos, los cascos de chivo repicaban en el duro
pavimento: al Este, dijo ella cuando él oyó que sus propias pisadas sustituían el zumbido de susoídos, al Este, al Este, al Este corrían por carreteras de tercer orden, camino de la ciudad de Londres.
SALMAN RUSHDIE LOS VERSOS STANICOS pag.102