He terminado de leer el primer capitulo de Dublinesca.Me cuesta mucho seguir a este escritor(Vila Matas).Cita a muchos escritores que los tienes que conocer para enterarte de la novela.-Magris,Perec,Gracq…….,un poco trabajoso para mi.Prefiero seguir buscando en la pagina 14 de otros autores a ver si me dicen cosas relacionadas con esta novela.
DELILLO-JUGADORES pag.14
Si todos
los presentes supieran sus pensamientos en ese preciso instante, si ese
mensaje cifrado y verdoso que se desplazaba sobre la pantalla del ordenador
representase las lecturas de Lyle Wynant, sólo le provocarían una clara
humillación los despojos mentales, toda la basura innombrable, los
cristales rotos, los trapos, el papel de sus mínimas, indefinibles manías.
Las conversaciones que mantenía consigo mismo cuando viajaba por un
túnel sujeto a una correa colgante del techo. Todos los patrones
ceremoniales, las tareas domésticas del alma. Todo eso era mucho más
revelador, según creía, que cualquier variación sobre el incesto rutinario.
Aumentó el ruido en el parqué al aparecer Xerox en pantalla. Mensajeros
—masculinos y femeninos— flirteaban en pleno tránsito de un lugar a
otro. Los restos de papel se acumulaban. Probablemente, creer que todo
el mundo sabe lo que uno está pensando no fuera un sentimiento insólito
entre niños ya de cierta edad y entre adolescentes. Te pongo en el centro
de las cosas, aunque de un modo pasivo y aterrador. «Lo saben, pero no
lo muestran.» Cuando el ritmo aflojó un poco se acercó a la zona de
fumadores, detrás del puesto 1. Allí estaba Frank McKechnie, fumando
con avidez un cigarrillo.
—No estoy de humor.
—Yo tampoco.
—Es la decadencia total.
—¿De qué me estás hablando? —dijo Lyle.
—-Del mundo exterior.
-—Ah, ¿todavía sigue ahí? Creí que lo habíamos negado con
absoluta eficacia. Creí que ése era el resultado final.
—Yo voy por ahí y sólo veo máscaras mortuorias.
ANATOLE FRANCE EL CRIMEN DE UN ACADEMICO pag.14
Ya resuelto mi viaje y hechos los preparativos, sólo me faltaba advertírselo a mi criada. Confieso que me costó no pocas vacilaciones anunciarla mi partida, temeroso de sus requerimientos, sus burlas, sus reproches, sus lágrimas. Es una buena mujer, me decía; me tiene afecto; intentará convencerme, y bien sabe Dios que cuando quiere algo no escatima gestos, gritos, ni palabras. Llegado el momento pedirá auxilio a la portera, a la asistenta, a la colchonera y a los siete hijos del frutero; me rodearán; caerán todos de rodillas ante mí; su dolor y sus lágrimas les pondrán unos semblantes horribles, y cederé por no verlos. Tales eran las espantosas imágenes, las pesadillas febriles que el miedo amontonaba en mi imaginación. Sí, el miedo, el miedo fecundo, como dice el poeta, engendraba esos monstruos en mi cerebro. Porque, lo confieso, en estas páginas íntimas: mi criada me da miedo. No ignoro que sabe que soy débil, y esto me quita todo el valor en mis luchas con ella, luchas frecuentes en las que sucumbo de un modo inevitable.
Pero era preciso notificar a Teresa mi decisión. Entró en la biblioteca con un fajo de leña para encender un poco de lumbre, una llamarada, como dice. Las mañanas son frescas.. La observaba yo por el rabillo del ojo mientras estaba acurrucada con la cabeza metida en la chimenea. No sé de dónde me vino el valor, pero no vacilé. Me puse a pasear de un extremo a otro de la estancia.
—A propósito —la dije con tono risueño y con esa fanfarronería propia de los cobardes—, a propósito, Teresa: me marcho a Sicilia.
Después de hablar esperé con mucha inquietud. Teresa no respondía. Su cabeza y su cofia continuaban hundidas en la chimenea, y nada en su persona, que yo observaba, reveló la más pequeña emoción. Metía astillas debajo de los leños; nada más. Al fin pude ver su rostro, y su indiferencia, su tranquilidad me irritaron.
Sin duda —me dije para mis adentros esta solterona no tiene corazón. Me deja partir sin decir palabra. ¿Tan poco significa para ella la ausencia de su viejo amo?
—Vaya donde guste, señor —me dijo al fin—, pero vuelva usted a las seis en punto. Tenemos para comer un plato que no espera.
ROBERT GRAVES LA DIOSA BLANCA pag.14
Los antiguos celtas distinguían cuidadosamente al poeta, que era originalmente
sacerdote y juez y cuya persona era sacrosanta, del mero cantor ambulante. En irlandés
se le llamaba fili, vidente; en galés derwydd, o vidente del roble, que es la probable
derivación de «druida». Hasta los reyes quedaban bajo su tutela moral. Cuando dos
ejércitos libraban batalla, los poetas de ambos bandos se retiraban juntos a una colina y
allí discutían la lucha cavilosamente. En un poema galés del siglo VI, el Gadodin, se
observa que «los poetas del mundo juzgan a los hombres valientes»; y los combatientes
-a los que con frecuencia separaban mediante una intervención súbita- debían aceptar
luego su versión de la lucha, si merecía ser conmemorada en un poema, con reverencia
y con placer.
Si la adulación del cantor ambulante a sus
patronos era lo bastante generosa y su canción estaba lo suficientemente a tono con sus
mentes ebrias de hidromiel, lo cargaban con torques de oro y tortas de miel; si no, le
arrojaban huesos de vaca Pero si un hombre cometía la menor indignidad con un poeta
irlandés, inclusive siglos después de haber perdido éste sus funciones sacerdotales de
clérigo cristiano, componía una sátira contra su agresor que le sacaba ronchas negras en
el rostro y convertía sus entrañas en agua, o le arrojaba a la cara «el mechón de un loco»
y lo enloquecía; y los ejemplos sobrevivientes de los poemas de maldición de los
trovadores galeses demuestran que también a ellos había que tenerlos en cuenta
En la antigua Irlanda el ollave, o maestro en poesía, se sentaba al lado del rey a
la mesa y tenía el privilegio, que nadie más que la reina poseía, de llevar seis colores
diferentes en sus ropas. La palabra «bardo», que en la Gales medieval equivalía a
maestro en poesía, tenía un significado diferente en Irlanda, donde significaba un poeta
inferior que no había pasado por los «siete grados de la sabiduría» que lo convertían en
un ollave tras un curso muy difícil de doce años. La posición del bardo irlandés es
definida en la Sequel to the Crith Gabhlach Law del siglo VII: «Un bardo es quien no
posee más intrucción legal que la de su propia inteligencia»; pero en el posterior Book
of Ollave (incluido en el Book of Ballymote del siglo XIV) se dice claramente que el
hecho de haber llegado al séptimo año de su educación poética daba derecho a un
estudiante a la dignidad de bardo.
KERTESZ IMRE LIQUIDACION pag.14
Yo mismo llevo tiempo dándole vueltas al asunto. Las circunstancias permiten explicar muchas
cosas. ¿Cómo narrar la historia de B al policía? ¿Con qué palabras policiales habría registrado él en
el acta la historia de B, esa historia realmente inenarrable? Allí estaba yo, sentado en un despacho
asfixiante. Ardían las gélidas bombillas; frente a mí tenía una mirada indiferente y oficial, con
gafas, pelo incoloro, ojos incoloros; cuando entré, me dio la mano húmeda. ¿En qué lenguaje podía
contarle la historia de B? ¿Objetivo? ¿Dramático? ¿Protocolario, por así decirlo?
Fue un instante terrible, pues comprendí que B convivió con esta historia mientras vivió, y ahora
creo haber comprendido lo que significaba convivir con ella. Allí, en ese despacho donde, según mi
sensación, se concentraba toda la indiferencia del mundo, allí, digo, comprendí que todas las
historias habían llegado a su fin, que las historias de todos nosotros eran inenarrables y que él, B,
fue el único en sacar las conclusiones necesarias, a su modo, es decir, como solía hacer siempre,
esto es, radicalmente.
Por eso tuve que buscar su novela desaparecida. Porque la novela contenía, probablemente, todo
cuanto yo debía saber, todo cuanto aún se podía saber.
Sólo por nuestras historias podemos saber que nuestras historias han llegado a su fin; de lo
contrario viviríamos como si aún diéramos continuidad a algo (a nuestras historias, por ejemplo), es
decir, viviríamos en el error.
B al menos tenía una historia, aunque fuese una historia inenarrable e incomprensible.
Yo no llego ni a eso. Yo debo contar la historia de B para ver mi vida como una historia (¿y
quién no desea conocer su historia que luego, para tranquilizarse —o, a la inversa, para
inquietarse—, llamará destino?).
En resumen: estábamos sentados en el despacho de redacción, cuatro personas que, con todo,
algo teníamos que ver con B y su historia, cuatro personas que —con la excepción del doctor
Obláth, hombre objetivo que, a modo de verdadero filósofo, creó para sí su propia historia de
profesor de Filosofía, neutra y susceptible de continuar, de seguir, como quien dice, hasta el final de
los tiempos—, cuatro personas, digo, que no sólo fueron absorbidas por la historia de B sino
también destruidas, en mayor o menor medida, por ella.
En un principio, los había convocado a la editorial porque había pedido a cada uno un estudio,
algo así como un breve prólogo para el volumen que recopilaba el legado de B y confiaba en poder
entregarles el contrato ya redactado y quizá incluso un talón con un discreto anticipo. Por entonces
no podía saber todavía lo que supe esa misma mañana en la llamada reunión del comité editorial:
que nuestra triste empresa trabajaba con pérdidas y que era, por tanto, preferible no presentar mi
propuesta relativa a la publicación del legado de B.
Me pido perdón a mí mismo por tener que describir todas estas nimiedades; sólo ahora me doy
cuenta de lo difícil que debe resultarles a mis clientes, los supuestos (o tal vez verdaderos)
escritores, luchar con la materia pura y dura, con la realidad objetiva, con todo este mundo
fenoménico, en su intento por llegar a la esencia que se vislumbra detrás..., si es que tal cosa existe.
En general, solemos partir de la hipótesis de que existe, pues no nos conformamos con la
insustancialidad: aunque, mucho me temo, ésta es la situación real, el estado del ser, como diría el
doctor Obláth, ese entrañable estúpido.
Allí estábamos, pues, sentados y callados, pues todos conocíamos la inenarrable historia de B.
He de señalar que B nació el último mes de 1944
en Oswicim o, para ser totalmente preciso, en uno de los barracones de Birkenau del campo de
concentración que se conoce por el nombre de Auschwitz
AUGUSTO MONTERROSO LA OVEJA NEGRA pag.14
Un día, hace muchos años, el Mono advirtió que entre todos los
animales era él quien contaba con la descendencia más inteligente, o
sea el hombre.
Animado por esta revelación empezó a estudiar un gran lote de
libros arrumbados desde antiguo en su casa y, a medida que aprendía,
a conducirse como ser importante frente a las situaciones más comunes.
Fue tal su empeño que en poco tiempo hizo enormes progresos,
aconsejado por la Zorra en política y en saber por el Búho y la Serpiente.
De esta manera, ante el asombro de los inocentes, pronto inició su
ascenso a la cumbre, hasta que llegó el día en que amigos y enemigos lo
saludaros secretario del León.
Sin embargo, durante un insomnio (en los que había caído desde
que sabía que sabía tanto), el Mono hizo aún otro descubrimiento
sensacional: la injusticia de que el León que contaba únicamente con
su fuerza y el miedo de los demás, fuera su jefe; y él, que si quisiera,
según leyó no recordaba dónde, con un poco de tesón podía escribir
otra vez los sonetos de Shakespeare, un mero subalterno.
A la mañana siguiente, armado de valor y aclarando una y otra
vez la garganta, durante más de una hora expuso al León con largas y
elaboradas razones la teoría de que de acuerdo con la lógica más
elemental los papeles debían cambiare, pues para cualquiera con dos
dedos de frente era fácil ver cómo lo aventajaba en descendencia y, por
supuesto, en sabiduría.
El León, que intrigado por el vuelo de una Mosca en ningún momento
había bajado la vista del techo, estuvo conforme con todo, en
ese mismo instante le cambió la corona por la pluma y, asomándose al
balcón, anunció el cambio a la ciudad y al mundo
De ahí en adelante, cuando el Mono le ordenaba algo, el León,
siempre de acuerdo, asentía invariablemente con un zarpazo; y cuando
el Mono lo regañaba por alguna orden mal entendida o por un discurso
mal redactado, con dos o tres; hasta que, pasado poco tiempo, en el
cuerpo del nuevo rey, o sea el Mono sabio, no iba quedando sitio del
que no manara sangre, o cosas peores. [29]
Por último el Mono, casi de rodillas, rogó al León volver al anterior
estado de cosas, a lo que el león, aburrido como desde hacía mil
años, le respondió con un bostezo que sí, y con otro que estaba bien,
que volvieran al anterior estado de cosas, y le recibió la corona y le
devolvió la pluma, y desde entonces el Mono conserva la pluma y el
León la corona.
Quizás pueda venir una tercera parte.
ladino-song