sábado, agosto 11, 2012

MERCADOS PREFERENTES

     

 

VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos   165

—Creo que lo puedo arreglar —dijo ella en el mismo tono tranquilo y ronco con el
que se había dirigido al camarero.
Erwin casi se cayó de la silla. La señora le miró atentamente, mientras se quitaba un
guante para tomarse el café. Sus ojos pintados brillaban fríos y duros, como si fueran
joyas falsas demasiado ostentosas. Debajo, aparecían unas bolsas oscuras y —esto es
raro encontrarlo en las mujeres, incluso en las ancianas— unos pelos brotaban de su
nariz felina. Sin el guante, la mano apareció grande, arrugada, con unos dedos
largos, convexos, muy hermosos.
—No se sorprenda —dijo ella con una sonrisa irónica. Disimuló un bostezo y añadió
—: A decir verdad, soy el demonio.

2012-08-11 10.42.44                2012-08-11 10.25.07

JAMES JOYCE
ULISES                       165

El hueco de la puerta se oscureció por una
forma que entraba.
—La leche, señor.
—Entre, señora —dijo Mulligan—. Kinch,
trae la jarra.
Una anciana se adelantó, colocándose
cerca del codo de Esteban.
—Hermosa mañana, señor —dijo—. Que
Dios sea loado.

—¿Quién? —dijo Mulligan, con una
ojeada—. ¡Ah, sí, cómo no!
Esteban se estiró hacia atrás y alcanzó la
jarra de la alacena.
—Los isleños —dijo Mulligan a Haines,
con displicencia—se refieren frecuentemente al
coleccionista de prepucios.
—¿Cuánto, señor? —preguntó la vieja.
—Un litro —dijo Esteban.
La observó mientras vertía en la medida
y luego en la jarra la rica leche blanca, no la de
ella. Viejas tetas arrugadas. Vertió otra vez una
medida entera y una yapa. Vieja y misteriosa,
venía de un mundo matutino, tal vez como un
mensajero. Alabó la excelencia de la leche,
mientras la vertía. De cuclillas, al lado de una
paciente vaca, en el campo lozano, al amanecer,
una bruja sobre su taburete, los dedos rápidos
en las ubres chorreantes

Conociéndola, las
vacas mugían a su alrededor: ganado sedoso de
rocío. Seda de las vacas y pobre vieja, nombres que le daban en los viejos tiempos

  

 

EL FIGÓN DE LA REINA PATOJA
de
Anatole France                                             165

Mi buena estrella duró hasta el día en que fui reemplazado por un
oficial. Concebí un violento despecho, y en mis deseos de venganza hice
saber a los directores del colegio que no iba ya a La Biblia de Oro, por no
presenciar espectáculos propios que ofendían la modestia de un joven
sacerdote. A decir verdad, no pude felicitarme por aquel ardid. La señora
Pigoreau, sabedora de cuanto yo decía de ella, propaló que yo le hurté unos
puños y un cuello de encaje. Sus falsas quejas llegaron a oídos de mis
directores, quienes hicieron registrar mi cofre, encontrando en él aquellas
prendas de adorno, que verdaderamente eran de gran valor.
Despidiéronme, y fue así como experimenté, a semejanza de Hipólito y de
Belerofonte, las consecuencias de la astucia y de la maldad femeniles.
Encontrándome en la calle con mi equipaje y mis cuadernos de elocuencia,
corría grave peligro de morirme de hambre, y después de quitarme el

alzacuello, me presenté a un señor hugonote, quien admitiéndome como
secretario, me dictaba libelos contra la religión.

 

viernes, agosto 10, 2012

BURBUJA

      

 

 

JORGE LUIS BORGES
OBRAS COMPLETAS  517

Borró algún símbolo demasiado
evidente: las repetidas campanadas, la música. Ninguna circunstancia lo importunaba. Omitió, abrevió, amplificó; en algún caso,
optó por la versión primitiva. Llegó a querer el patio, el cuartel;
uno de los rostros que lo enfrentaban modificó su concepción del
carácter de Roemerstadt. Descubrió que las arduas cacofonías
que alarmaron tanto a Flaubert son meras supersticiones visuales:
debilidades y molestias de la palabra escrita, no de la palabra
sonora... Dio término a su drama: no le faltaba ya resolver
sino un solo epíteto. Lo encontró; la gota de agua resbaló en su
mejilla. Inició un grito enloquecido, movió la cara, la cuádruple
descarga lo derribó.

 

Sura 21. Al-Anbiya’ (Los Profetas)  517

(12) Y tan pronto como empezaron a sentir Nuestra furia, he aquí que trataron de huir de
ella—(13) [al tiempo que les parecía oír una voz sarcástica]: “¡No huyáis! ¡Volved a lo que [antes] os
producía placer y corrompía vuestro ser,15 y [volved] a vuestras casas, para que seáis interrogados
[acerca de lo que hacíais]!”16

16 El Qur’án no dice de quién son estas palabras, pero el tenor de este pasaje indica, a mi juicio, que se
trata de la voz sarcástica y acusadora de la propia conciencia del pecador: de ahí mi interpolación, entre
corchetes, al comienzo de este versículo.

 

 

James Joyce
Ulises       517

Dios Santo, el vestido de esa pobre niña está andrajoso. Desnutrida parece también. Patatas con margarina,
marganna con patatas. Es después cuando se resienten. Cuando le ven las orejas al lobo. Arruina la salud.
Apenas había puesto el pie en el puente de O'Connell cuando un bejín de humo empenachó el parapeto.
Gabarra de la cervecera con cerveza negra de exportación. Inglaterra. El aire del mar la marea, he oído. Sería
interesante algún día conseguir un pase a través de Hancock para ver la cervecera. Un mundo en miniatura.
Barricas de cerveza negra maravilloso. Las ratas se meten también. Beben hasta que se les hincha la
barriga tanto como un collie flotando. Borrachas como cubas con la cerveza negra. Beben hasta que la vomitan
otra vez como machos. ¡Imagínate bebiendo eso! Barrigas: barricas. Bueno, claro que si supiéramos
todas las cosas.
Al mirar hacia abajo vio aleteando con fuerza, revoloteando alrededor de los desolados muros del muelle,
unas gaviotas. Tiempo borrascoso fuera. ¿Y si me tirara? El hilo de Reuben J. tuvo que tragar una buena
panzada de esas aguas residuales. Un chelín y ocho peniques de más. Ummm. Es la manera tan graciosa
con la que cuenta las cosas. Sabe contar una historia además.
Revolotearon más bajo. Buscan manduca. Esperad.
Les tiró una bola de papel arrugado. Elías tremtaidós pies por segun vuel. En absoluto. La bola ondeó ignorada
en la estela del oleaje, flotó por debajo entre los pilares del puente. No son tan rematadamente tontas.
También el día que tiré aquel pastel rancio desde el Erin's King lo recogieron en la estela a cincuenta
yardas por la popa. Viven de su ingenio. Revolotearon, aleteando.


La hambrienta y famelica gaviota
aletea sobre aguas de arlota.

Así es como escriben los poetas, los sonidos similares. Y sin embargo Shakespeare no tiene rimas: verso
blanco. El fluir del lenguaje es lo que es. Los pensamientos. Solemnes.

Hamlet, soy el alma de tu padre
condenado por un tiempo a vagar a través de la tierra.

SALMAN
RUSHDIE
LOS VERSOS
SATÁNICOS                   517

«¿Conoces el caso del esquizofrénico paranoico que, convencido de que era Napoleón
Bonaparte, se avino a someterse a la prueba del detector de mentiras? —Alicja Cohen, que
comía con buen apetito una ración de pescado relleno, blandió el tenedor de Blom's debajo de
la nariz de su hija—. Lo primero que le preguntaron: ¿Es usted Napoleón? Y la respuesta que él
dio, seguramente con una sonrisa de malicia: No. Y ellos miran la máquina que, con toda la
agudeza de la ciencia moderna, dice que el loco miente.» Otra vez a vueltas con Blake, Allie
pensaba: Entonces yo pregunté: ¿la firme convicción de que una cosa es así, la hace así? El —
es decir, Isaías— respondió. Todos los poetas lo creen así. Y, en los tiempos con imaginación,
esta firme convicción movía montañas; pero muchos no son capaces de tener una firme
convicción de nada. «¿Me escuchas, niña? Te hablo en serio. Lo que necesita ese caballero que
tienes en tu cama, y perdona la franqueza pero es indispensable, no es tu atención nocturna,
sino una celda con las paredes acolchadas.»
«Tú lo encerrarías, ¿verdad? —replicó Allie—. Y tirarías la llave. Incluso le aplicarías
la electricidad. Para quemarle los demonios del cerebro. Es curioso, pero los prejuicios no
cambian nunca.»
«Hum —meditó Alicja adoptando su expresión de máximo despiste e inocencia, a fin de
enfurecer a su hija—. ¿Qué daño puede hacerle? Un poco de electricidad y alguna inyección...»
«Lo que él necesita es lo que ahora tiene, mamá. Vigilancia médica, mucho descanso y
algo que quizá ya se te haya olvidado. —Se interrumpió bruscamente, con un nudo en la
lengua, y con voz muy diferente, mirando su ensalada intacta, pronunció la última palabra—:
Amor.»
«Ah, la fuerza del amor. —Alicja palmeó la mano de su hija (que fue retirada
inmediatamente)—. No es lo que yo he olvidado, Alleluia. Es lo que tú, por primera vez en tu
hermosa vida, has empezado a conocer. ¿Y a quién escoges? —Volvió a la carga—. ¡A un
pirado! ¡A un tocado de la azotea! ¡A un cabeza a pájaros! Y es que, ángeles, hijita, habráse
visto... Los hombres siempre andan en busca de privilegios, pero lo de éste pasa de la raya.»

«Mamá...», empezó Allie, pero Alicja volvió a cambiar de tono y, cuando habló, Allie,
más que escuchar las palabras, oyó el dolor que revelaban y ocultaban a la vez, el dolor de una
mujer que había tenido que experimentar la historia con brutalidad, que ya había perdido al
marido y visto cómo una hija la precedía a lo que ella misma, un día, con inolvidable humor
negro, llamó (debió de abrir el periódico por las páginas de deportes para tropezar con la
expresión) el baño definitivo. «Allie, tesoro —dijo Alicja Cohen—, vamos a tener que cuidarte
mucho.»
La razón por la cual Allie pudo identificar el pánico y la angustia en la cara de su madre
era que recientemente había visto la misma combinación en las facciones de Gibreel Farishta.
Cuando Sisodia lo devolvió a su cuidado, se hizo evidente que Gibreel había sido conmovido
hasta la médula, y tenía una expresión de acoso, una mirada protuberante y asustada que
traspasaba el corazón. Él afrontó el hecho de su enfermedad mental con entereza, negándose a
restarle importancia y a utilizar eufemismos, pero, comprensiblemente, al reconocer el mal se
sentía intimidado. Había dejado de ser (por lo menos, momentáneamente) el tipo exuberante y
basto que le había inspirado su «gran pasión» y, en esta nueva y vulnerable encarnación, le
aparecía más enternecedor que nunca. Ella estaba firmemente decidida a ayudarle a recuperar la
razón, a resistir a su lado; a capear el temporal y conquistar la cumbre. Y él era, por el
momento, el más sensato y dócil de los pacientes, un poco alelado por los medicamentos de
gran calibre que le administraban los especialistas del Maudsley Hospital; dormía muchas horas
y, despierto, acataba todas sus peticiones sin la más leve protesta. En sus ratos de vigilia, él le
contó los primeros síntomas de la enfermedad: los extraños sueños seriados y, antes, aquella

depresión casi fatal que sufriera en la India. «Ya no temo al sueño —le dijo—. Porque es
mucho peor lo que me ha sucedido estando despierto.» Su mayor temor le recordaba el miedo
que sentía Carlos II, después de la restauración, a ser enviado otra vez «de viaje»: «Daría
cualquier cosa para tener la seguridad de que no volverá a ocurrir», le dijo, manso como un
cordero.

OBRAS COMPLETAS – FRANZ KAFKA  517

Quiso volver de inmediato a su cuarto, pero oyó, desde el comedor, la risa de la señorita Montag, y pensó que podría prepararles una sorpresa a ambos, tanto a ella como al capitán. Miró alrededor y escuchó por si acaso podía ser descubierto por alguien de las habitaciones vecinas. Reinaba el silencio, sólo se oía la conversación en el comedor y, en el pasillo que conducía a la cocina, la voz de la señora Grubach. La oportunidad parecía favorable. K se acercó a la puerta de la habitación de la señorita Bürstner y tocó sin hacer apenas ruido. Como no se oyó nada, volvió a llamar, pero tampoco obtuvo respuesta. ¿Dormía o realmente se encontraba mal? ¿O tal vez no quería

abrir porque sospechaba que esa forma de llamar sólo podía proceder de K? K supuso que no quería abrir, así que golpeó la puerta con más fuerza. Como tampoco tuvo éxito, abrió la puerta con precaución, aunque no sin el sentimiento de hacer algo incorrecto, y además inútil. En la habitación no había nadie. Apenas recordaba a la habitación que K había visto. En la pared había dos camas contiguas, habían situado tres sillas cerca de la puerta y estaban repletas de ropa; un armario permanecía abierto.

CUENTOS
Traducción de Julio Cortázar   517
Edgar Allan Poe
   El entierro prematuro                                

Lentamente, con gradación de tortuga, se acercaba el alba gris, pálida, del
día psíquico. Un desasosiego aletargado. Una sensación apática de dolor sordo. Ninguna
preocupación, ninguna esperanza, ningún esfuerzo. Después de un largo intervalo, un
retintín en los oídos; luego, tras un lapso aún más largo, una sensación de hormigueo o
comezón en las extremidades; luego, un período aparentemente eterno de placentera
quietud, durante el cual las sensaciones que despiertan luchan por convertirse en
pensamientos; luego, otra breve zambullida en la nada; luego, un súbito
restablecimiento. Al fin, el ligero estremecerse de un párpado, e inmediatamente
después, un choque eléctrico de terror, mortal e indefinido, que envía la sangre a
torrentes de las sienes al corazón. Y entonces el primer esfuerzo positivo por pensar. Y
entonces el primer intento de recordar. Y entonces un éxito parcial y evanescente. Y
entonces la memoria ha recobrado tanto su dominio, que en cierta medida tengo
conciencia de mi estado. Siento que no estoy despertando de un sueño ordinario.
Recuerdo que he padecido de catalepsia. Y entonces, por fin, como si fuera la embestida
de un océano, abruma mi alma estremecida el único peligro horrendo, la única idea

espectral, siempre dominante.
Durante unos minutos, ya poseído por esta fantasía, permanecí inmóvil. ¿Y por
qué? No podía reunir valor para moverme. No me atrevía a hacer el esfuerzo que había
de tranquilizarme sobre mi destino, y, sin embargo, algo en el corazón me susurraba que
era seguro. La desesperación —tal como ninguna otra desdicha produce—, sólo la
desesperación me apremió, después de una larga duda, a levantar los pesados párpados.
Los levanté. Estaba oscuro, todo oscuro. Supe que el ataque había terminado. Supe que
la crisis de mi trastorno había pasado ya. Supe que había recobrado el uso de mis
facultades visuales, y, sin embargo, estaba oscuro, todo oscuro, con la intensa y total
capacidad de la Noche que dura para siempre.

Miguel de Cervantes
DON QUIJOTE DE LA MANCHA  517

Encogió Sancho los hombros, obedeció y sentose, y todas las doncellas y
dueñas de la duquesa la rodearon atentas, con grandísimo silencio, a escuchar
lo que diría; pero la duquesa fue la que habló primero, diciendo:
—Ahora que estamos solos, y que aquí no nos oye nadie, querría yo que
el señor gobernador me asolviese ciertas dudas que tengo, nacidas de la historia
que del gran don Quijote anda ya impresa, una de las cuales dudas es que,
pues el buen Sancho nunca vio a Dulcinea, digo a la señora Dulcinea del
Toboso, ni le llevó la carta del señor don Quijote porque se quedó en el libro
de memoria en Sierra Morena, cómo se atrevió a fingir la respuesta y aquello
de que la halló ahechando trigo, siendo todo burla y mentira, y tan en daño de
la buena opinión de la sin par Dulcinea, y todas que no vienen bien con la calidad
y fidelidad de los buenos escuderos.
A estas razones, sin responder con alguna, se levantó Sancho de la silla, y
con pasos quedos, el cuerpo agobiado y el dedo puesto sobre los labios, anduvo
por toda la sala levantando los doseles, y luego, esto hecho, se volvió a sentar
y dijo:
—Ahora, señora mía, que he visto que no nos escucha nadie de solapa,
fuera de los circunstantes, sin temor ni sobresalto, responderé a lo que se me
ha preguntado y a todo aquello que se me preguntare; y lo primero que digo
es que yo tengo a mi señor don Quijote por loco rematado, puesto que algunas
veces dice cosas que, a mi parecer y aun de todos aquellos que le escuchan,
son tan discretas y por tan buen carril encaminadas, que el mesmo Satanás no
las podría decir mejores; pero, con todo esto, verdaderamente y sin escrúpulo,
a mí se me ha asentado que es un mentecato

Pues como yo tengo esto en el
magín, me atrevo a hacerle creer lo que no lleva pies ni cabeza, como fue aquello
de la respuesta de la carta, y lo de habrá seis o ocho días, que aún no está
en historia, conviene a saber: lo del encanto de mi señora doña Dulcinea, que
le he dado a entender que está encantada, no siendo más verdad que por los
cerros de Úbeda.
Rogole la duquesa que le contase aquel encantamento o burla, y Sancho
se lo contó todo del mesmo modo que había pasado, de que no poco gusto
recibieron los oyentes; y, prosiguiendo en su plática, dijo la duquesa:
—De lo que el buen Sancho me ha contado me anda brincando un escrúpulo
en el alma, y un cierto susurro llega a mis oídos, que me dice: pues don
Quijote de la Mancha es loco, menguado y mentecato, y Sancho Panza su escudero
lo conoce, y, con todo eso, le sirve y le sigue y va atenido a las vanas promesas
suyas, sin duda alguna debe de ser él más loco y tonto que su amo; y,
siendo esto así, como lo es, mal contado te será, señora duquesa, si al tal
Sancho Panza le das ínsula que gobierne, porque el que no sabe gobernarse a
sí, ¿cómo sabrá gobernar a otros?

                                      

jueves, agosto 09, 2012

EL DORADO

El Dorado es un lugar misterioso, que atrajo todas las miradas durante la conquista de América. La leyenda cuenta que existía en Sudamérica una ciudad con murallas y calles de oro, de infinita riqueza. Ciudad que todos los conquistadores y exploradores españoles y portugueses buscaron y buscaron sin cesar.

http://www.misteriosyleyendas.com/la-leyenda-de-el-dorado/

 

La leyenda está relacionada con el nombramiento del nuevo cacique asociado con el señor de Guatavita y la famosa ceremonia de El Dorado. De acuerdo con los relatos de los cronistas, cuando moría el cacique Muisca, su sobrino era reconocido por su pueblo en una ceremonia que incluía la navegación en una balsa y la ofrenda de piezas de oro y esmeraldas que se arrojaban a la laguna.

http://www.absolut-colombia.com/la-famosa-leyenda-de-el-dorado/

Cacique siendo espolvoreado con polvos de oro   

 

Extraterrestres provenientes de “Aler”, un sistema estelar cercano a Betelgeuse, se afincaron en la zona de la laguna Guatavita para hacer investigaciones ecológicas y para distraer la atención de los nativos proyectaron holográficamente una ciudad dorada a la que obviamente nunca podían acceder. Obviamente, cuando se fueron se llevaron consigo el proyector y la ciudad desapareció para siempre. De aquí surgió la leyenda.

http://www.grupoelron.org/temasextraterrestres/laleyendadeldorado.htm

 

      

    

 

 

Todo comenzó en la aldea de Guatavita, poblado lacustre de la Laguna del mismo nombre, ubicado más o menos a 50 kilómetros al norte de Bogotá.

Sorprendida la mujer del Cacique de Guatavita en flagrante adulterio, fue condenada a un inmundo e infame suplicio. Y, para que no olvidase nunca el pecado cometido, el Cacique ordenó que cantasen el delito los indios en sus borracheras y corros no solo en el cercado y casa del Cacique, a la vista y oídos de la mujer, sino en los de todos sus vasallos... para escarmiento de las demás mujeres y castigo de la adúltera. Desesperada, la cacica se lanzó con su hija a la laguna de Guatavita donde pereció ahogada.

Angustiado y lleno de remordimientos, el Cacique se abandonó a los consejos de los sacerdotes para expiar la muerte de su esposa y de su hija. Los sacerdotes le hicieron creer que su mujer vivía en un palacio en el fondo de la laguna y que debía honrarla con ofrendas de oro.

 http://foro.univision.com/t5/Metaf%C3%ADsica-y-Filosof%C3%ADa/LA-LEYENDA-DE-EL-DORADO/td-p/43639829#ixzz2321VFiP3

 

    

                 

        2012-08-09 11.35.04

 

 

JAMES JOYCE
ULISES                    673

Una lámpara de vestal.
Aquí pondera él cosas que no fueron: lo
que César habría llevado a cabo si hubiera
creído al augur: lo que pudo haber sido:
posibilidades de lo posible como posible: cosas
no conocidas: qué nombre llevaba Aquiles
cuando vivía entre las mujeres.
Ideas de ataúdes alrededor de mí, en
cajas de momias, embalsamadas en especia de
palabras. Tot, dios de las bibliotecas, un dios
pájaro, coronado de luna. Y yo escuché la voz de
ese sumo sacerdote egipcio. En cámaras
pintadas cargadas de tejas libros.
Están inmóviles. No hace mucho activo
en los cerebros de los hombres. Inmóviles: pero
una picazón de muerte está en ellos, para
contarme un cuento lacrimógeno al oído y para
urgirme a que yo cumpla su voluntad

 

 

          

 

FRAN KAFKA-OBRAS COMPLETAS 

Josefina la cantora o el pueblo de los ratones                           673  https://docs.google.com/document/d/1CVxXX0Uy3K0s5RVnya5rW3pDkskLKhpoHdlAQP_zDVI/edit

 

Josefina es el nombre de nuestra cantora. Quien no la ha oído, no conoce el poder del canto. No hay nadie a quien su canto no arrebate, prueba de su valor, ya que en general nuestra raza no aprecia la música. El silencio es nuestra músi­ca preferida; nuestra vida es dura, y aunque intentáramos olvidar las preocupaciones cotidianas no podríamos nunca elevarnos tan por encima de nuestra vida habitual, hacia la música. Pero no nos quejamos mucho; casi ni nos quejamos; consideramos que nuestra máxima virtud es cierta astucia práctica, en verdad sumamente indispensable, y con esa sonriente astucia solemos consolarnos de todo, aun cuando alguna vez sintamos –lo que no ocurre nunca– la nostalgia de felicidad que tal vez la música produce. Sólo Josefina es una excepción; le gusta la música, y además sabe comunicar­la; es la única; con su desaparición desaparecerá también la música –quién sabe hasta cuándo– de nuestras vidas.

Muchas veces me he preguntado qué ocurre realmente con esa música. Carecemos totalmente de sentido musical; ¿cómo comprendemos entonces el canto de Josefina, o más bien, ya que Josefina niega nuestra comprensión, creemos comprenderlo? La respuesta más simple sería que la belleza de su canto es tan grande que ni los más obtusos pueden resistirla; pero esa respuesta es insatisfactoria. Si así fuera realmente, al oír ese canto deberíamos experimentar, ante todo y en todos los casos, la sensación de lo extraordinario, la sensación de que en esa garganta resuena algo no oído antes, y que tampoco somos capaces de oír, y que tal vez Josefina y sólo ella nos capacita para oír. En realidad, no es ésta mi opinión, no siento eso y no he notado que los demás lo sintieran. En círculos íntimos, no titubeamos en confesar­nos que, como canto, el de Josefina no es nada extraordinario.

Para empezar con algo, ¿es canto? A pesar de nuestra carencia de sentido musical, poseemos tradiciones de canto; en la antigüedad, el canto existió entre nosotros; las leyendas lo mencionan, y hasta se conservan canciones, que desde luego ya nadie puede entonar. Por lo tanto, tenemos alguna idea de lo que es el canto, y es evidente que el canto de Jose­fina no corresponde a esa idea. ¿Es entonces canto? ¿No será quizás un simple chillido?

 

          

martes, agosto 07, 2012

CLARA DE HUEVO

    

 

JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

EL DR. JEKYLL Y EDWARD HYDE,
TRANSFORMADOS                                 280

La estructura del film es  más rudimental que su teología.
En el libro, la identidad de Jekyll y de Hyde es una sorpresa:
el autor la reserva para el final del noveno capítulo. El relato
alegórico finge ser un cuento policial; no hay lector que adivine
que Hyde y Jekyll son la misma persona; el propio título nos
hace postular que son dos. Nada tan fácil como trasladar al cinematógrafo
ese procedimiento. Imaginemos cualquier problema
policial: dos actores que el público reconoce figuran en la trama
(George Raft y Spencer Tracy, digamos); pueden usar palabras
análogas, pueden mencionar hechos que presuponen un pasado
común; cuando el problema es indescifrable, uno de ellos absorbe
la droga mágica y se cambia en el otro. (Por supuesto, la buena

ejecución de este plan comportaría dos o tres reajustes fonéticos:
la modificación de los nombres de los protagonistas.

 

La edad de oro de los faraones

JAMES JOYCE
ULISES                       280

En alguna parte en el este: mañana temprano;
partir al alba, viajar en redondo frente al sol,
ganarle de mano por un día. Seguir así, para
siempre nunca envejecer un día más
técnicamente.

 

VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos               280

Bajó las escaleras corriendo, atravesó sigiloso y rápido la hilera de habitaciones
(bibliotecas, cuernos de venado, triciclo, mesa de juego azul, piano) y se encontró al
llegar a la puerta abierta, que llevaba a la terraza, con una estampa coloreada del

sol y con el viejo perro que volvía del jardín. Peter se encaramó hasta la ventana y
eligió una de cristal sin emplomar. En el banco blanco aguardaba la varita verde.
Elenski permanecía invisible, se había marchado, sin duda, en su búsqueda incauta,
más allá de los tilos que bordeaban la avenida.
Riéndose excitado por la oportunidad que tenía ante sí, Peter saltó los escalones y
corrió hasta el banco. No había dejado todavía de correr cuando sintió una extraña
insensibilidad a su alrededor. Sin embargo, sin aminorar el paso llegó hasta el banco
y lo golpeó tres veces con el palo. Un gesto vano. No apareció nadie. Manchas de
sol pulsaban en la arena. Una mariquita caminaba por el brazo del banco, las puntas
transparentes de sus alas dobladas descuidadamente se veían desordenadas bajo su
pequeña cúpula a motas.

 

 

Ian  McEwan
Solar                                             227     280-227=53

De la cocina, detrás de Pickett y al otro lado de una
pared de roble barnizado, llegaba el olor de carne y ajos friéndose, y
el choque de cucharas contra ollas y los gritos autoritarios del chef
internacional metiendo prisa a un subordinado. Difícil era no pensar
en la cocina cuando eran ya las ocho y veinte y llevaban horas sin
probar bocado. No poder comer cuando le apetecía era una de las
libertades que Beard había abandonado en el estúpido sur.

Durante todo el día, el sol se mantuvo a poco más de cinco
grados sobre el horizonte, y se había puesto a las dos y media, como
dando por finalizado un mal trabajo. Beard presenció el momento por
un ojo de buey junto a la litera donde estaba sufriendo. Vio cómo la
vasta llanura nevada del fiordo se tornaba azul y después negra.

lunes, agosto 06, 2012

AMOR DE MADRE

JORGE LUIS BORGES
OBRAS COMPLETAS               594

En los velorios, el progreso de la corrupción hace que el muerto
recupere sus caras anteriores. En alguna etapa de la confusa
noche del seis, Teodelina Villar fue mágicamente la que fue
hace veinte años; sus rasgos recobraron la autoridad que dan
la soberbia, el dinero, la juventud, la conciencia de coronar una
jerarquía, la falta de imaginación, las limitaciones, la estolidez.
Más o menos pensé: ninguna versión de esa cara que tanto me
inquietó será tan memorable como ésta; conviene que sea la
última, ya que pudo ser la primera. Rígida entre las flores la
dejé, perfeccionando su desdén por la muerte. Serían las dos de
la mañana cuando salí. Afuera, las previstas hileras de casas bajas
y de casas de un piso habían tomado ese aire abstracto que
suelen tomar en la noche, cuando la sombra y-el silencio las
simplifican. Ebrio de una piedad casi impersonal, caminé pollas
calles. En la esquina de Chile y de Tacuarí vi un almacén
abierto. En aquel almacén, para mi desdicha, tres hombres jugaban
al truco.
• En la figura que se llama oxímoron, se aplica a una palabra
un epíteto que parece contradecirla; así los gnósticos hablaron
de luz oscura; los alquimistas, de un sol negro. Salir de mi última
visita a Teodelina Villar y tomar una caña en un almacén
era una especie de oximoron; su grosería y su facilidad me tentaron.
(La circunstancia de que se jugara a los naipes aumentaba
el contraste.) Pedí una caña de naranja; en el vuelto me dieron
el Zahir; lo miré un instante; salí a la calle, tal vez con un
principio de fiebre. Pensé que no hay.moneda que no sea símbolo de las monedas que sin fin resplandecen en la historia y
la fábula. Pensé en el óbolo de Caronte; en el óbolo que pidió
Belisario; en los treinta dineros ele Judas; en las dracmas de
la cortesana Laís; en la antigua moneda que ofreció uno de los
durmientes de Éfeso; en las claras monedas del hechicero de
las 1001 Noches, que después eran círculos de papel; en el denario
inagotable de Isaac Laquedem; en las sesenta mil piezas
de plata, una por cada verso de una epopeya, que Firdusi devolvió
a un rey porque no eran de oro; en la onza de oro que
hizo clavar Ahab en el mástil; en el florín irreversible de Leopold
Bloom; en el luis cuya efigie delató, cerca de Varennes, al fugitivo
Luis XVI

-VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos           594

Supongo que estoy pasado de moda en mi actitud hacia muchos aspectos de la vida
que parecen estar fuera de mi concreta especialidad científica; y probablemente, la
personalidad del viejo que yo soy pueda parecer dividida, como esas pequeñas
ciudades europeas una de cuya mitad está en Francia y la otra en Rusia. Conozco
esta particularidad mía y por lo tanto procederé con cautela. Lejos de mí la
intención de promover cualquier anhelo o lamento mórbido por las máquinas
voladoras, pero también es verdad que no puedo eliminar el murmullo romántico
inherente a la sinfonía completa del pasado tal y como yo la siento.
En aquellos días lejanos en los que no había lugar en la tierra que estuviera a más
de sesenta horas de vuelo de cualquier aeropuerto local, un muchacho conocía los
aviones al dedillo, desde la ojiva de la hélice hasta la palanca para equilibrar la
aleta, y podía distinguir los diferentes tipos no sólo por la forma de la punta de las
alas o la terminación exterior de la carlinga, sino incluso por la forma que adoptaba
el humo de los tubos de escape en la oscuridad; competía así en el reconocimiento
de características con aquellos locos naturalistas, los sistematistas herederos de
Linneo. Un diagrama de la sección de un ala o de la construcción del fuselaje

despertaba en el joven un espasmo de dicha creativa, y los modelos de madera,
papel y cartón que compraba le producían una excitación tan grande a lo largo del
proceso de construcción de la maqueta, que, en comparación, la tarea completa y la
obra terminada resultaban insípidas, como si el espíritu de la cosa hubiera volado en
el momento en que su forma había quedado fijada.
Realización de resultados y ciencia, conservación y arte —ambas parejas suelen
mantenerse apartadas pero, cuando se encuentran, entonces ya no hay nada más
que importe en el mundo. Y por eso, voy a marcharme de puntillas, despidiéndome
de mi infancia en su momento más característico, en su postura más plástica:
detenida por un zumbido que vibra y aumenta de volumen en el cielo, inmóvil,
olvidada de la mansa bicicleta en la que se apoya a horcajadas, con un pie en el
pedal y los dedos del otro rozando el asfalto de la tierra, con los ojos, la barbilla y el
pecho alzados hacia el cielo desnudo donde un avión de guerra se acerca a
velocidad sobrenatural que sólo su envergadura hace parecer no demasiado rápida
a medida que la vista de su vientre cambia y cede el paso a la visión de sus formas
por detrás, y las alas y el zumbido se disuelven en la distancia. Monstruos
admirables, grandiosas máquinas voladoras, os habéis ido, habéis desaparecido
como aquella bandada de cisnes que cruzó con un silbido de multitudinarias alas
una noche de primavera sobre el lago de los Caballeros de Maine, de lo
desconocido a lo desconocido: unos cisnes de una especie nunca determinada por
la ciencia, nunca vista con anterioridad, ni tampoco después... y luego no quedó
nada en el cielo salvo una estrella solitaria, como un asterisco que nos llevara hasta
una nota a pie de página imposible de descubrir.

MUSICA CELESTIAL

   

http://www.catedraldesantiago.com/  http://es.wikipedia.org/wiki/Z

 

    

 http://india2011-maria.blogspot.com.es/2011/01/el-estanque-del-nectar-de-la.html

   http://es.wikipedia.org/wiki/K  

 

JORGE LUIS BORGES-OBRAS COMPLETAS   344

Luego le pidió el decanazgo vacante
para uno de sus hijos. El obispo le hizo saber que había reservado
el decanazgo para su propio hermano, pero que había determinado
favorecerlo y que partiesen juntos para Santiago.
Fueron para Santiago los tres, donde los recibieron con honores.
A los seis meses recibió el obispo mandaderos del Papa que
le ofrecía el arzobispado de Tolosa, dejando en sus manos el
nombramiento de sucesor. Cuando don Ulan supo esto, le recordó
la antigua promesa y le pidió ese título para su hijo. El arzobispo
le hizo saber que había reservado el obispado para su propio
tío, hermano de su padre, pero que había determinado favorecerlo
y que partiesen juntos para Tolosa. Don Illán no tuvo más remedio
que asentir.
Fueron para Tolosa los tres, donde los recibieron con honores
y misas. A los dos años, recibió el arzobispo mandaderos del Papa
que le ofrecía el capelo de Cardenal, dejando en sus manos el
nombramiento de sucesor. Cuando don Ulan supo esto, le recordó
la antigua promesa y le pidió ese título para su hijo. El Cardenal
le hizo saber que había reservado el arzobispado para su propio
tío, hermano de su madre, pero que había determinado favorecerlo
y que partiesen juntos para Roma

CORAN-

Sura 11. Hud     344

(17) ¿Puede, acaso, [compararse a quien sólo se interesa por la vida de este mundo con28] aquel
que se afirma sobre una prueba clara de su Sustentador, transmitida por medio de [este] testimonio
venido de Él,29 tal como ya antes fuera entregada la revelación a Moisés --[una escritura divina

29 Lit., “que un testigo venido de Él recita”, o “anuncia”. Según Samajshari, Rasi y otros comentaristas
clásicos, esta frase se refiere al Qur’an; y de ahí mi traducción de shahid por “testimonio”. Si este término
se refiere, como creen otros comentaristas clásicos, al Profeta, o bien, alternativamente, al Ángel Gabriel

que le transmitió la revelación, shahid debería ser traducido por “testigo”. Cualquiera que sea la interpretación
elegida, el significado sigue siendo el mismo, pues --como señala Ibn Kazir en su comentario a este
versículo-- “el Qur’an fue revelado por medio de Gabriel a Muhammad, y éste lo transmitió al mundo”.

SALMAN
RUSHDIE
LOS VERSOS
SATÁNICOS              344

Había una vez —tal vez, sí, tal vez no, como decían los cuentos antiguamente, tal vez sí
que ocurrió—, había, pues, o tal vez no había un niño de diez años que vivía en Scandal Point,
Bombay, y que un día encontró un billetero en la calle, delante de la puerta de su casa. Él
volvía de la escuela y acababa de bajar del autobús en el que viajaba prensado entre el sudor
pegajoso de otros niños con pantalón corto, sus gritos ensordecedores, y, puesto que ya en
aquel tiempo era enemigo del alboroto, las apreturas y el sudor ajeno, se sentía un poco
mareado por el tambaleo del largo viaje. Sin embargo, al ver el billetero de piel negra a sus
pies, la náusea se desvaneció y él se agachó emocionado y agarró —abrió— y descubrió, con
gran alegría, que estaba lleno de dinero —y no simples rupias, sino dinero de verdad,
negociable en mercados negros y Bancos internacionales—, ¡libras! Libras esterlinas, del
mismo Londres, el fabuloso país de Vilayet, al otro lado de las negras aguas, lejos. El niño,
deslumbrado por el grueso fajo de dinero extranjero, levantó la mirada para cerciorarse de que
nadie le había visto y, durante un momento, le pareció que un arco iris se había tendido desde el
cielo hasta él, un arco iris como el aliento de un ángel, como una oración escuchada, que
terminaba precisamente en el lugar en el que él se encontraba. Le temblaban los dedos con que
asía el fabuloso tesoro del billetero.«Trae acá.»

James Joyce
Ulises                 344

¿Qué hay en un nombre? Eso es lo que nos preguntamos en la niñez cuando escribimos el nombre que
nos han dicho es el nuestro. Una estrella, una estrelladiuma, una supemova, apareció en su nacimiento. Brillaba
de día en los cielos solitaria, más brillante que Venus en la noche, y de noche brillaba sobre el delta de
Casiopea, la constelación yacente que es la firma de su inicial entre las estrellas. Sus ojos la contemplaron,
bajiemplazada en el horizonte, al este de la Osa, cuando caminaba por los aletargados campos estivales a
medianoche de vuelta de Shottery y de sus brazos.
Ambos satisfechos. Yo también.
No les cuentes que tenía nueve años cuando se apagó.
Y de sus brazos.
Espera a ser cortejada y conquistada. Sí, acaponado. ¿Quién te cortejará a ti?
Lee el firmamento. Autontimorumenos. Bous Stephanoumenos. ¿Dónde está tu configuración? Stephen,
Stephen, corta el pan con ten. S. D.: sua donna. Già: di lui. Gelindo risolve di non amare S. D.
-¿Qué es eso, Mr. Dedalus? preguntó el bibliotecario cuáquero. ¿Fue un fenómeno celeste?
-Una estrella de noche, dijo Stephen. Una columna de nube por el día.
¿Qué más se puede decir?
Stephen se miró el sombrero, el bastón, las botas.
Stephanos, mi corona. Mi espada. Sus botas me están deformando los pies. Compra un par. Agujeros en
los calcetines. Pañuelo también.

VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos   344

En aquellos primeros días de buen tiempo todo parecía hermoso y conmovedor: las
adolescentes de largas piernas que jugaban a la rayuela en las aceras, los ancianos
en los bancos, los confetis verdes que los tilos suntuosos esparcían cada vez que el
aire estiraba sus miembros invisibles. Se sentía solo y encorsetado en su traje negro.
Se quitaba el sombrero y se detenía unos minutos mirando en torno suyo. A veces,
mirando a un deshollinador (ese mensajero indiferente de la suerte de los otros, a
quien las mujeres tocan a su paso con dedos supersticiosos) o un avión que
adelantara a una nube, Ivanov soñaba con las muchas cosas que ya nunca conocería,
con las profesiones que jamás ejercería, con un paracaídas que se abriera como una
colosal corola, o con el mundo moteado efímero de los automóviles de carreras, con
distintas imágenes de la felicidad, con los placeres de la gente muy rica en entornos
naturales pintorescos. Sus pensamientos volaban y recorrían el cristal que a lo largo
de su vida le había impedido el contacto directo con el mundo. Tenía un deseo
apasionado de experimentar todo, de tocar todas las cosas, de dejar que las voces
de colores y los gritos de los pájaros se filtraran por todo su ser, y de adentrarse por
un instante en el alma de un transeúnte de igual forma a como uno se adentra en la sombra fresca de un árbol.