El Dorado es un lugar misterioso, que atrajo todas las miradas durante la conquista de América. La leyenda cuenta que existía en Sudamérica una ciudad con murallas y calles de oro, de infinita riqueza. Ciudad que todos los conquistadores y exploradores españoles y portugueses buscaron y buscaron sin cesar.
http://www.misteriosyleyendas.com/la-leyenda-de-el-dorado/
La leyenda está relacionada con el nombramiento del nuevo cacique asociado con el señor de Guatavita y la famosa ceremonia de El Dorado. De acuerdo con los relatos de los cronistas, cuando moría el cacique Muisca, su sobrino era reconocido por su pueblo en una ceremonia que incluía la navegación en una balsa y la ofrenda de piezas de oro y esmeraldas que se arrojaban a la laguna.
http://www.absolut-colombia.com/la-famosa-leyenda-de-el-dorado/
Extraterrestres provenientes de “Aler”, un sistema estelar cercano a Betelgeuse, se afincaron en la zona de la laguna Guatavita para hacer investigaciones ecológicas y para distraer la atención de los nativos proyectaron holográficamente una ciudad dorada a la que obviamente nunca podían acceder. Obviamente, cuando se fueron se llevaron consigo el proyector y la ciudad desapareció para siempre. De aquí surgió la leyenda.
http://www.grupoelron.org/temasextraterrestres/laleyendadeldorado.htm
Todo comenzó en la aldea de Guatavita, poblado lacustre de la Laguna del mismo nombre, ubicado más o menos a 50 kilómetros al norte de Bogotá.
Sorprendida la mujer del Cacique de Guatavita en flagrante adulterio, fue condenada a un inmundo e infame suplicio. Y, para que no olvidase nunca el pecado cometido, el Cacique ordenó que cantasen el delito los indios en sus borracheras y corros no solo en el cercado y casa del Cacique, a la vista y oídos de la mujer, sino en los de todos sus vasallos... para escarmiento de las demás mujeres y castigo de la adúltera. Desesperada, la cacica se lanzó con su hija a la laguna de Guatavita donde pereció ahogada.
Angustiado y lleno de remordimientos, el Cacique se abandonó a los consejos de los sacerdotes para expiar la muerte de su esposa y de su hija. Los sacerdotes le hicieron creer que su mujer vivía en un palacio en el fondo de la laguna y que debía honrarla con ofrendas de oro.
JAMES JOYCE
ULISES 673
Una lámpara de vestal.
Aquí pondera él cosas que no fueron: lo
que César habría llevado a cabo si hubiera
creído al augur: lo que pudo haber sido:
posibilidades de lo posible como posible: cosas
no conocidas: qué nombre llevaba Aquiles
cuando vivía entre las mujeres.
Ideas de ataúdes alrededor de mí, en
cajas de momias, embalsamadas en especia de
palabras. Tot, dios de las bibliotecas, un dios
pájaro, coronado de luna. Y yo escuché la voz de
ese sumo sacerdote egipcio. En cámaras
pintadas cargadas de tejas libros.
Están inmóviles. No hace mucho activo
en los cerebros de los hombres. Inmóviles: pero
una picazón de muerte está en ellos, para
contarme un cuento lacrimógeno al oído y para
urgirme a que yo cumpla su voluntad
FRAN KAFKA-OBRAS COMPLETAS
Josefina la cantora o el pueblo de los ratones 673 https://docs.google.com/document/d/1CVxXX0Uy3K0s5RVnya5rW3pDkskLKhpoHdlAQP_zDVI/edit
Josefina es el nombre de nuestra cantora. Quien no la ha oído, no conoce el poder del canto. No hay nadie a quien su canto no arrebate, prueba de su valor, ya que en general nuestra raza no aprecia la música. El silencio es nuestra música preferida; nuestra vida es dura, y aunque intentáramos olvidar las preocupaciones cotidianas no podríamos nunca elevarnos tan por encima de nuestra vida habitual, hacia la música. Pero no nos quejamos mucho; casi ni nos quejamos; consideramos que nuestra máxima virtud es cierta astucia práctica, en verdad sumamente indispensable, y con esa sonriente astucia solemos consolarnos de todo, aun cuando alguna vez sintamos –lo que no ocurre nunca– la nostalgia de felicidad que tal vez la música produce. Sólo Josefina es una excepción; le gusta la música, y además sabe comunicarla; es la única; con su desaparición desaparecerá también la música –quién sabe hasta cuándo– de nuestras vidas.
Muchas veces me he preguntado qué ocurre realmente con esa música. Carecemos totalmente de sentido musical; ¿cómo comprendemos entonces el canto de Josefina, o más bien, ya que Josefina niega nuestra comprensión, creemos comprenderlo? La respuesta más simple sería que la belleza de su canto es tan grande que ni los más obtusos pueden resistirla; pero esa respuesta es insatisfactoria. Si así fuera realmente, al oír ese canto deberíamos experimentar, ante todo y en todos los casos, la sensación de lo extraordinario, la sensación de que en esa garganta resuena algo no oído antes, y que tampoco somos capaces de oír, y que tal vez Josefina y sólo ella nos capacita para oír. En realidad, no es ésta mi opinión, no siento eso y no he notado que los demás lo sintieran. En círculos íntimos, no titubeamos en confesarnos que, como canto, el de Josefina no es nada extraordinario.
Para empezar con algo, ¿es canto? A pesar de nuestra carencia de sentido musical, poseemos tradiciones de canto; en la antigüedad, el canto existió entre nosotros; las leyendas lo mencionan, y hasta se conservan canciones, que desde luego ya nadie puede entonar. Por lo tanto, tenemos alguna idea de lo que es el canto, y es evidente que el canto de Josefina no corresponde a esa idea. ¿Es entonces canto? ¿No será quizás un simple chillido?
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