JAMES JOYCE-ULISES 377
Leyó el otro título: Dulzura del pecado.
Más a propósito para ella. Veamos.
Leyó donde abrió su dedo.
—Todos los billetes que le daba su esposo
eran gastados en las tiendas en maravillosos
trajes y en los adornos más costosos. ¡Para él!
¡Para Raúl!
Sí. Éste. Aquí. Probemos.—Se pegaron sus bocas en un lascivo beso
voluptuoso, mientras sus manos buscaban a
tientas las opulentas curvas dentro del
deshabillé.
Sí. Lleva éste. Al final.
Llegas tarde, dijo él roncamente,
mirándola con desconfianza.
La hermosa mujer arrojó su abrigo
guarnecido de cebellina, dejando al descubierto
sus hombros de reina y las palpitantes
redondeces de su cuerpo. Una sonrisa
imperceptible jugaba en sus labios perfectos al
darse vuelta hacia él serenamente.
El señor Bloom leyó otra vez: La hermosa
mujer.
Una ola cálida lo inundó suavemente,
intimidando su carne. Carne rendida entre
arrugadas ropas.
VLADIMIR NABOKOV-377
Generalmente iba vestido con levita limpia y austeramente, como la mayoría de nuestros maduros y
aseados solteros de la emigración: merecía la pena ver, y especialmente oír, cómo
cepillaba sus pantalones metódicamente todas las mañanas: el sonido de aquel
cepillo lo tengo en estos momentos tan íntimamente asociado con él, ocupa un
lugar tan prominente en mis recuerdos de su persona —especialmente el ritmo del
cepillado, las pausas entre las diversas acometidas, cuando se detenía a observar un
lugar sospechoso, y lo rascaba con la uña y luego lo examinaba a la luz. ¡Oh, aquellas
cosas «inexpresables», como él decía, que permitían que el azul del cielo brillara en
la rodilla del pantalón, sus inexpresables, inexpresablemente espiritualizados por su
ascensión a los cielos!
EDGAR ALLAN POE 313*2=626-377=249
CUENTOS 1
Traducción de Julio Cortázar
Edgar Allan Poe
Habrá notado usted —dijo— que he pasado de la cuestión de la salida de la casa a la del modo de entrar en ella. Era mi intención mostrar que ambas cosas se cumplieron en la misma forma y en el mismo lugar. Volvamos ahora al interior del cuarto y examinemos lo que allí aparece. Se ha dicho que los cajones de la cómoda habían sido saqueados, aunque quedaron en ellos numerosas prendas. Esta conclusión es absurda. No pasa de una simple conjetura, bastante tonta por lo demás. ¿Cómo podemos asegurar que las ropas halladas en los cajones no eran las que éstos contenían habitualmente? Madame L’Espanaye y su hija llevaban una vida muy retirada, no veían a nadie, salían raras veces, y pocas ocasiones se les presentaban de cambiar de tocado. Lo que se encontró en los cajones era de tan buena calidad como cualquiera de los efectos que poseían las damas. Si un ladrón se llevó una parte, ¿por qué no tomó lo mejor... por qué no se llevó todo? En una palabra: ¿por qué abandonó cuatro mil francos en oro, para cargarse con un hato de ropa?
Susan Sontag El amante del volcán 331*2=662-377=285
Y qué vestir en casa, la casa que siempre has querido, un auténtico hogar, que
significa una propiedad en el campo, una granja, con un arroyo discurriendo a
través de ella. Incluso cuando estás haciendo los honores en la mesa, un sencillo
vestido negro. Y cuando paseas por tu propiedad, vigilando tu ganado,
supervisando la poda de los árboles, un sombrero ajado y un sobretodo marrón a
rayas sobre los hombros.
El miedo a la invasión, agudo en verano, había pasado sin que la flota de Napoleón
hiciera su esperada aparición en el Canal
EL ASCENSOR QUE BAJO AL INFIERNO Par Lagerkvist 280*2=560-377=183
The Lift that went down into Hell, Par Lagerkvist
Traducción de
Aurora Marti
Cuando iba a vestirme, me preguntó que adonde iba. Voy adonde me place, contesté,
no estoy prisionera. Entonces, deliberadamente, se sentó y estuvo
contemplándome mientras me cambiaba, y me ponía mi nuevo vestido
color crema. ¿Crees que me sienta bien? Por cierto, ¿te gusta éste, o
prefieres el rosa?
—Todo te sienta bien, querida — aseguró el hombre. —Pero jamás te
había visto tan encantadora como esta noche.
Ella entreabrió el abrigo, sonriendo agradecida, y se besaron
largamente. El ascensor seguía bajando.
—Pero, ¿qué le sucede a este ascensor? —exclamó—. ¿Por qué no se
para? Hace una eternidad que estamos aquí charlando, ¿no es cierto?
—Sí, cariño, supongo que sí. El tiempo pasa tan de prisa
El ascensor seguía bajando.
Por fin se detuvo en seco. Algo parecido a una luz brillantísima les
rodeaba, dañándoles los ojos. Estaban en el infierno. El diablo abrió la
portezuela cortes-mente.
—Buenas noches —saludó con una profunda inclinación.
Iba vestido con los rabos que le colgaban de la vértebra cervical, como
de un clavo.
Smith y la mujer salieron del ascensor, deslumbrados.
—¿Dónde estamos, en nombre de Dios? —exclamaron aterrados por la
sorprendente aparición.
El diablo, un poco confuso, les explicó:
—No está tan malo como parece —se apresuró a añadir—. Espero que
se hallarán complacidos. ¿Pasarán únicamente la noche, no es así?
ORHAN PAMUK
Me llamo rojo 292*2=584-377=207
47. Yo, el Diablo
Me gustan el olor del pimentón sofrito en aceite de oliva, la lluvia que cae al alba en el mar
tranquilo, la aparición repentina de una mujer por una ventana abierta, los silencios, el meditar y la
paciencia. Creo en mí mismo y la mayor parte de las veces no hago caso a lo que se dice de mí.
Pero esta noche he venido a este café para prevenir a mis hermanos ilustradores y calígrafos a
causa de ciertos cotilleos, mentiras y rumores.
Por supuesto, sé que estáis dispuestos a creer justo lo contrario simplemente porque yo lo he
dicho. Pero sois lo bastante inteligentes como para intuir que lo contrario de lo que digo no
siempre es cierto y lo bastante sensibles como para sentir interés por todo lo que diga aunque no os
convenza: sabéis que mi nombre, que aparece cincuenta y dos veces en el Sagrado Corán, es uno
de los más recordados.
Muy bien, comencemos por el libro de Dios, por el Sagrado Corán. Todo lo que se dice allí
sobre mí es verdad. Quiero que se sepa que al reconocerlo lo afirmo con toda modestia. Porque
también está la cuestión del estilo. Las humillaciones del Sagrado Corán siempre me han
producido un enorme dolor. Dicho dolor es mi manera de vivir. No lo discuto.
Sí, Dios creó al hombre ante nuestros ojos, los de los ángeles. Luego, de repente, nos pidió que
nos postráramos ante él. Y, tal y como está escrito en la azora de Los Lugares Elevados, mientras
todos los demás ángeles se postraban, yo me negué. Le recordé que Adán había sido creado de
barro y yo de fuego, una materia muy superior, como todos sabéis. No me postré ante el hombre.
Y Dios me consideró «soberbio».
—Desciende del Paraíso —me dijo—. No te corresponde a ti presumir de grandeza aquí.
—Permíteme que viva hasta el Día del Juicio, hasta la resurrección de los muertos —le pedí.
Me lo permitió. Y yo le prometí que durante todo ese tiempo me dedicaría a apartar del buen
camino a la estirpe de Adán, quien fue la causa de mi castigo por no haberme postrado ante El. Y
Él me contestó que enviaría al Infierno a todos a los que yo apartara del buen camino. Sabéis que
ambos seguimos cumpliendo nuestra palabra. No tengo demasiado que añadir a eso.
Algunos afirman que en aquel entonces el Altísimo Dios y yo llegamos a un acuerdo. Según
dicha lógica, yo ayudo a poner a prueba a los siervos de Dios intentando tentarlos: los justos toman
la decisión correcta y no se apartan del buen camino mientras que los malvados son vencidos por
la carne, pecan y son enviados rápidamente al Infierno. Lo que hago es muy importante, porque si
todos fueran al Paraíso nadie tendría miedo y los asuntos del mundo y el Estado no podrían seguir
adelante basándose sólo en la virtud y además porque en este mundo el mal es tan necesario como
el bien y el pecado lo es tanto como la piedad. Teniendo en cuenta que el orden de Dios se hace
realidad gracias a mí y a Su permiso (¿por qué si no me habría concedido el vivir hasta el Día del
Juicio?), el que se me tilde de malvado, el que nunca se me dé la razón, es mi dolor secreto. Los
que han llevado hasta el fin, a mi modo de ver, esta lógica mía, como Hallaci Man-sur o Ahmet
Gazzali, hermano del famoso imán Gazzali, han llegado a concluir en sus escritos que, puesto que
se realizan con el permiso y a petición de Dios, los pecados que hago cometer son en realidad
cosas que Dios quiere que ocurran, que no existen el bien y el mal ya que todo procede de Dios, e
incluso que yo soy parte de Dios.
Con toda la razón, algunos de estos inconscientes fueron quemados en la hoguera junto con
sus libros. Porque, por supuesto, el bien y el mal existen y el trazar entre ambos una frontera es
misión de todos nosotros; yo, gracias Le sean dadas, no soy Dios y no le metí en la cabeza a esos
imbéciles todas esas tonterías, las pensaron ellos solos
Leonie Swann
las ovejas de glennkill
Cordelia pensaba que los hombres son capaces de inventar palabras, enlazar las palabras inventadas y anotar las palabras enlazadas. Magia. Y eso lo sabía porque George les había explicado lo que era la magia. Cuando, en el transcurso de la lectura, él se topaba con una palabra que creía no entenderían las ovejas, se la explicaba. A veces les explicaba palabras que las ovejas, naturalmente, conocían, palabras como profilaxis o antibiótico. La profilaxis se daba antes de la enfermedad, y el antibiótico durante. Ambas tenían un sabor amargo. George no parecía muy versado en esta materia: se liaba en una explicación abstrusa en la que animales muy pequeños desempeñaban el papel principal. Acababa dándose por vencido y soltando imprecaciones.