jueves, abril 11, 2013

BUSCANDO LAS RAICES

 

    

 

 

REY JESÚS
DE
ROBERT GRAVES

-Veremos la tierra prometida a la distancia, como la vio Moisés desde Pisga. -Pero antes
bogaron a remo a lo largo de la costa del delta por un mar ya descolorido por el fango
del Nilo, porque habían comenzado las inundaciones, y contaron las siete bocas
principales del río: primero la Canópica, y luego, en orden, la Bolbitinica, la Sebenitica,
la Pineptímica, la Mendésica, la Tanítica y la Pelusiaca. Esa noche anclaron en Pelusia,
llamada antes Avaris, puerta de Egipto desde donde habían iniciado los israelitas
conducidos por Moisés la huida a la tierra prometida. El día siguiente se cargaron a
bordo balas de lino, y luego costearon la delgada barra de arena que separaba el mar del
lago de los Juncos. Allí se habían detenido los egipcios que perseguían a Moisés,
refrenados por un súbito viento del noreste. que confundía las huellas. Muchos
perecieron en las arenas movedizas que todavía perduraban.
Continuaron a remo a lo largo de una costa baja que los bancos de arena tornaban
peligrosa; el monte Seir, la gran montaña de Edom, aparecía en el sudeste entre las
blancas dunas. Y luego distinguieron, directamente al frente, la larga cadena azul de las
sierras de Judea. Esa noche anclaron ante Rinocolura, en la boca del torrente de Egipto,
frontera entre este país y Canaán, aunque el torrente sólo fluye en invierno y primavera.
Jesús pidió permiso para nadar hasta la costa y poner el pie por vez primera en la tierra
de sus antepasados; porque en el capitulo quince del Libro de Josué se dice que ese río
es el limite del sur del territorio de Judá. El patrón del barco no se opuso, y Jesús nadó
hasta la costa y oró en tierra firme; luego cortó una ramita de romero, regresó a bordo y
la entregó a su madre.

 

                                           

MENSAJES INDIOS  MIGUEL ANGEL ASTURIAS

Música entre dientes y miedo dormido.

La tocan varones de piedra de rayo vestidos de blanco.

Desde el sol alargan sus brazos de fuego.

Prolongan sus dedos varillas tostadas que al golpear sus yemas

de cabello de hule, en la faz sonora del teclado apenas sostenido en hilos

de cuatro colores, van tiñendo el aire de verde, de rojo, azul y amarillo...

Temblor coloreado de atmósfera y tierra

en que danzan montes, ceibas, caseríos

y quedan las huellas de pies, en los cactos,

huellas de las tunas en el baile verde,

huellas vegetales del gran cataclismo

que dejó las cosas vestidas de espejo,

como se vistieron cuando se creó el mundo,

como se vistieron cuando se creó el son.

 

 

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miércoles, abril 10, 2013

EL PAJARO Y LA MARIPOSA

 

  

   

 

                                                

REY JESÚS
DE
ROBERT GRAVES

-Pero tú, señor, eres judío; y según tu ley yo soy impuro, puesto que soy un comedor de
ratas y lagartos.
-Toda vida es preciosa.
-Señor, estoy profundamente hundido en mi deuda contigo.
-Aquí está mi mano; ve en paz.
-Me avergüenza que me consideréis tan falto de generosidad que, cuando salváis mi
vida, nada doy a cambio.
-Danos lo que alivie tu corazón; pero, amigo, tus posesiones no son grandes.
-Debo dar una palabra.
-De buena gana aceptaremos una palabra, si es una buena palabra.
-Es una palabra de poder sobre las serpientes venenosas, Porque soy un psyllio de la
gran Sirte.
-¿El nombre de un demonio de Libia? Entonces calla: quizá no lo usemos.
-No, señor. Es una palabra clave que usamos con las serpientes: por ella se reconocen
unas a otras y se abstienen de atacar. Su significado es amor. Usándola, tendréis el
poder de manejar a todas las serpientes sin temor.
-La palabra amor, dicha con amor, es hermosa en cualquier lengua.
El gadeliano exclamó:
-¿Puede un hombre que no sea un psyllio o un indio negro hablar con amor a una
serpiente venenosa? La serpiente no se dejaría engañar, y el hombre moriría.
-Hagamos la prueba -dijo el psyllio.
Salió con ellos al desierto, más o menos una milla, y luego se agachó y empezó a cantar
de una extraña manera. De pronto las serpientes negras y los áspides empezaron a
acercarse a él, rozando la arena. Se inclinó, las recogió una tras otra y dijo a Jesús, que
estaba a su lado, sin miedo:
-Mira, ¿no es hermosa ésta, y no lo es aquélla? Sus agudos colmillos blancos, sus ojos
brillantes, el diseño de sus escamas, su flexibilidad... Señor, ahora diré la palabra del
amor: repítela conmigo. -Dijo suavemente la palabra, y las serpientes se enroscaron
pacíficamente en los pliegues de sus vestiduras.
Jesús repitió la palabra, extendió la mano hacia un áspid, lo tomó y acaricio.
-Deja que se enrosque en tu cuello, señor.Jesús lo hizo así.
El psyllio dijo al áspid:
-Vete, y di a tus amigos. que han encontrado un nuevo aliado, un hebreo.
El áspid se deslizó al desierto y, a partir de ese momento, Jesús tuvo dominio sobre las
serpientes; poco antes de ser crucificado comunicó a sus discípulos la palabra del
psyllio.
Pero el gadeliano se abstuvo de seguir el ejemplo de Jesús. Dijo:
-No necesito esa palabra. No hay serpientes en mi país, porque mi antepasado Gadelos
las expulsó con su vara.
Cuando Jesús y el gadeliano se separaron, intercambiaron símbolos de afecto. El
gadeliano partió al África, y Jesús regresó a Nazaret, a la carpintería y a meditar en todo
lo que había aprendido. Se habían puesto de acuerdo en una cosa: si alguno de los dos
era expulsado de su propia tierra, se refugiaría en la del otro.

UNA VISITA AL BOTANICO DE LA MANO DE CERVANTES.

 

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REY JESÚS
DE
ROBERT GRAVES
   

Las sierras de la Baja Galilea, cubiertas de robles perennes, tienen suaves pendientes y
amplios valles, famosos por sus trigales. En Egipto, Jesús no había visto nada más alto
que las pirámides, y le llevó, cierto tiempo acostumbrar su vista a reconocer las
montañas que se alzaban a la distancia como masas sólidas de tierra y rocas; parecían
nubes. También los bosques le sorprendieron, porque jamás había visto antes otros
árboles que los plantados por la mano del hombre, y encontraba difícil creer, como
afirmaba José, que esos densos bosques habían sido sembrados por la mano de Dios.

 

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Sura 31. Luqmán 

(27) Y si de todos los árboles de la tierra se hicieran plumas de escribir, y el mar, añadiéndole
aun24 [otros] siete mares, [fuera tinta], no se agotarían las palabras de Dios: pues en verdad Dios es
todopoderoso, sabio.25
(28) [Para Él,] la creación y la resurrección de todos vosotros es como [la creación y la resurrección
de] un solo individuo:26 pues en verdad, Dios todo lo oye, todo lo ve.
(29) ¿No ves que es Dios quien alarga la noche acortando el día, y alarga el día acortando la noche,
y ha hecho que el sol y la luna estén sujetos [a Sus leyes], recorriendo cada cual su curso en un
plazo fijado [por Él]27 --y que Dios es plenamente consciente de lo que hacéis?

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YASUNARI KAWABATA  KIOTO

Muy cerca de las raíces del árbol se levantaba, casi hasta la altura de
las violetas, un viejo farol de piedra. Su padre le dijo un día que en el
pie del farol estaba esculpida una imagen de Cristo.
—¿No será la Madre de Dios? —preguntó Chieko—. Cerca de la capilla
Tenjin de Kitano, vi una gran imagen de María que se parecía a ésa.
—Tiene que ser Cristo —dijo el padre, tajante—. No lleva al Niño en sus
brazos.
—Ah, claro —asintió Chieko. Y después preguntó—: ¿Hubo cristianos
entre nuestros antepasados?
—No, eso no. El farol debió de ponerlo ahí algún jardinero o
picapedrero. No es nada extraordinario.
Seguramente, aquel farol procedía de los tiempos en los que el
cristianismo estaba prohibido. La piedra era áspera y quebradiza, y la
lluvia y el viento habían borrado el perfil del relieve, en el que apenas
se distinguía ya el contorno de la cabeza, el tronco y los pies; pero
seguramente ya en un principio fue un bajo relieve. Las anchas mangas
le llegaban hasta el borde de la túnica. Las manos parecían estar
juntas, y el pecho, henchido, pero ya era imposible distinguir su forma.
De todos modos, aquella tosca figura tenía un aspecto muy distinto al
de las pétreas imágenes de Buda o de Jizo.
Pero el farol cristiano estaba en el jardín de la tienda, muy cerca del arce, porque era antiguo y artístico, no como símbolo de fe. Aunque si a
algún cliente le llamaba la atención, el padre decía: «¡Es una imagen de
Cristo!» De todos modos, aquel farol apagado rara vez despertaba
curiosidad, ya que en todos los jardines acostumbra haber uno o dos
faroles.
La mirada de Chieko pasó de las violetas a la imagen de Cristo. No
había ido a la escuela de la misión, pero por su afición a la lengua
inglesa entraba y salía con frecuencia de la iglesia cristiana, y también
había leído la Biblia. Sin embargo, algo le impedía poner flores o
encender velas delante de la vieja imagen. En el farol no se veía
ninguna cruz.
Chieko volvió de nuevo la mirada hacia las violetas. Le hicieron pensar
en el Corazón de María. Y de pronto se acordó de los grillos que había
criado en una vieja olla de cerámica de Tamba.
Empezó a criar grillos mucho después de descubrir las violetas en el
tronco del arce. Hacía de eso cuatro o cinco años. Estando en la
habitación de una amiga de la escuela, había oído el continuo canto de
los grillos y se llevó a su casa una pareja.
—¡En una olla, qué pena! —dijo Chieko a su amiga.
Pero ésta respondió que era mejor tenerlos así que en una jaula
abierta, donde pronto degenerarían. Y hasta había monasterios que los
criaban en gran escala y vendían los huevos, pues los grillos eran muy
solicitados.
También los grillos de Chieko se habían multiplicado, y ella los tenía
ahora en dos ollas de antigua cerámica Tamba. Todos los años, en los
primeros días de julio, salían del huevo y hacia mediados de agosto
empezaban a cantar.
En la estrecha y oscura olla nacían, cantaban, ponían sus huevos y
morían. Pero así se conservaba la especie. Tal vez eso fuera mejor que
la limitada vida de una sola generación en una jaula abierta. ¡Pero
pasar la vida en una olla! ¡Su universo, una olla!
Chieko sabía que el «Universo en una olla» era una leyenda de los
anacoretas de la vieja China. En esa olla había palacios, provistos de
deliciosos vinos y manjares, un país de ensueños, alejado de este
mundo terrenal. Pero seguramente si los grillos se quedaban en la olla
no era porque temieran al mundo temporal: quizá ni supieran que
vivían en una olla. Pero así viven, y seguirán viviendo.
Chieko se sorprendió al descubrir que en el recipiente en el que no
había introducido nuevos machos, las crías eran pequeñas y débiles. La culpa era de la consanguinidad. Para impedir esto, los poseedores de
grillos intercambiaban a los machos.
Ahora era primavera, no el otoño de los grillos, pero si las violetas del
tronco del arce habían hecho pensar a Chieko en los grillos de la olla es
porque entre ambas cosas había una relación. Chieko puso los grillos en
la olla, pero, ¿cómo habían llegado las violetas hasta su estrecha
morada? Así como las violetas habían abierto sus flores, así también los
grillos nacerían y cantarían aquel año.
«¿Así vive la naturaleza...?» Chieko se recogió el cabello detrás de las
orejas, alborotado por el suave viento de la primavera. Pensaba en las
violetas y en los grillos y los comparaba consigo misma. «¿Y yo...?
Aquel día de primavera en el que latía en todas partes la vida de la
naturaleza, Chieko sólo veía las pequeñas violetas.
En la tienda cesaba el trabajo. Era la hora de la comida, y Chieko pensó
que pronto tendría que arreglarse para la concertada visita a la
exposición de flores. La víspera, Mizui Shinichi llamó a Chieko por
teléfono para invitarla a la exposición de flores de Heian. Su
condiscípulo, que durante un par de semanas hacía de portero en los
jardines de Heian y con ello ganaba algún dinero, le había dicho que las
flores estaban ahora en su mejor momento.
—Yo mismo le he nombrado vigilante mío. De modo que ya ves si es
seguro —dijo Shinichi con una risa leve, y su leve risa era grata.
—¿También nos vigilará a nosotros? —preguntó Chieko.
—El chico es portero y deja entrar a todo el mundo. —Y Shinichi volvió
a reír levemente—. Pero si Chieko lo prefiere, cada uno puede entrar
solo y nos encontraremos dentro, entre las flores del jardín. Si hay que
verlas a solas, no importa. Son tan hermosas que uno no se cansa de
admirarlas.

 

 

Miguel de Cervantes
DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Entre los dedos de la mano izquierda traía una media vela encendida, y con
la derecha se hacia sombra, porque no le diese la luz en los ojos, a quien cubrían
unos muy grandes antojos; venia pisando quedito, y movía los pies blandamente.
Mirola don Quijote desde su atalaya, y cuando vio su adeliño y notó su
silencio, pensó que alguna bruja o maga venía en aquel traje a hacer en él alguna
mala fechuría, y comenzó a santiguarse con mucha priesa. Fuese llegando
la visión y, cuando llegó a la mitad del aposento, alzó los ojos y vio la priesa
con que se estaba haciendo cruces don Quijote, y si él quedó medroso en ver
tal figura, ella quedó espantada en ver la suya, porque, así como le vio tan alto
y tan amarillo, con la colcha y con las vendas que le desfiguraban, dio una gran
voz diciendo:
—Jesús, ¿qué es lo que veo?
Y con el sobresalto se le cayo la vela de las manos, y, viéndose a escuras,
volvió las espaldas para irse, y con el miedo tropezó en sus faldas y dio consigo
una gran caída. Don Quijote, temeroso, comenzó a decir:
—Conjúrote, fantasma, o lo que eres, que me digas quién eres, y que me
digas qué es lo que de mí quieres. Si eres alma en pena, dímelo; que yo haré
por ti todo cuanto mis fuerzas alcanzaren, porque soy católico cristiano y amigo
de hacer bien a todo el mundo; que para esto tomé la orden de la caballería
andante que profeso, cuyo ejercicio aun hasta hacer bien a las ánimas de purgatorio
se estiende