jueves, julio 04, 2013

CREMATORIO.

 

       2013-07-04 11.41.16      2013-07-04 13.01.43  

                                         

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LAS BELLEZAS DEL TALMUD 

Traducción: R.Cansinos-Assens

Desgarrado por inenarrables dolores, el pobre mártir sufría y callaba. Su hija, desesperada, gritaba:

— ¿Esta es la recompensa a tu virtud?
Respondía el maestro mártir:

— Si yo sólo sufriese el fuego, quizá me lamentase. Pero
ves tú este sacro libro que conmigo va a hacerse ceni-

zas? El vengador de éste será mi vengador.

Sus discípulos, sobrecogidos de profunda admiración, le contemplaban extáticos, y observando la imperturbable sere­nidad de su semblante, decían:

  • ¡Maestro! ¿Qué arcana visión te sonríe en la mente?

  • (Hijos míos! Veo el pergamino de este libro convertirse
    en cenizas, pero la sagrada palabra volar ilesa al cielo.

-¡Maestro! Tu martirio es demasiado horrible y largo. Abre la boca y haz que las llamas penetren en tu pecho y te den más pronto muerte.

— ¡Hijos míos! Dios me ha dado este alma: Espero a que él
la recoja, no a que yo la suelte. (Talmud Havodá Zará, pág.
18.)

                                                  

                        VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos

Dioses
Esto es lo que veo ahora mismo en tus ojos: una noche lluviosa, una calle angosta,
unas farolas que se pierden en la distancia. El agua se desliza vertiginosa por las
laderas de los tejados empinados hasta los desagües. Debajo de la boca de
serpiente de cada uno de los desagües hay un cubo con un aro verde. Las hileras de
cubos bordean las paredes negras a ambos lados de la calle. Yo los observo mientras
se van llenando de mercurio frío. El mercurio pluvial va creciendo hasta
desbordarse. Las bombillas desnudas brillan en la distancia, sus rayos erizados en la
lluviosa oscuridad. Los cubos ya se están desbordando.
Y así logro entrar en tus ojos nublados, hasta llegar a una callejuela angosta de
negra luz tenue donde la lluvia nocturna borbotea y susurra. Sonríeme. ¿Por qué me
miras con expresión tan sombría y siniestra? Ya es de mañana. Las estrellas no han
cesado de chillar con sus voces infantiles toda la noche mientras que en el tejado
alguien laceraba y acariciaba un violín con un arco afilado. Mira, el cielo cruza la
pared lentamente como una vela al viento. Tú emanas una niebla ahumada que
todo lo envuelve. El polvo comienza a tejer remolinos en tus ojos, millones de
palabras doradas. ¡Sonreiste!
Salimos al balcón. Es primavera. Abajo, en medio de la calle, un chico de rizos
amarillos trabaja a toda prisa, dibujando a un dios. El dios se extiende de una a otra
acera. El chico agarra un trozo de tiza en la mano, un trocito de carboncillo blanco,
y en cuclillas, sin dejar de dar vueltas, dibuja con amplios trazos en el suelo. Este
dios blanco tiene grandes botones también blancos y los pies abiertos. Crucificado
en el asfalto, mira hacia el cielo con ojos abiertos. Su boca es tan sólo y también un
simple arco blanco. Un puro, del tamaño de un leño, ha aparecido en su boca. Con
trazos helicoidales el chico dibuja unas espirales que quieren representar el humo.
Contempla su obra, brazos en jarras. Añade un nuevo botón... El marco de una
ventana suena en algún lugar; y una voz de mujer, enorme y feliz, llama al
muchacho. El niño se desprende de la tiza con una patada y corre a casa. El dios
blanco, geométrico, queda abandonado en el asfalto violeta, mirando al cielo.

 

 

Sura 55. Ar-Rahmán (El Más Misericordioso)

Sura 55. Ar-Rahmán (El Más Misericordioso)
815
(56) En esos [jardines] habrá jóvenes de mirada recatada, a las que ningún hombre o ser invisible
ha tocado hasta entonces27 --(57) ¿cuál, pues, de los poderes de vuestro Sustentador negaréis?—(
58) [hermosas] como rubíes y perlas. (59) ¿Cuál, pues, de los poderes de vuestro Sustentador
negaréis?
(60) ¿Acaso puede la recompensa del bien ser otra cosa que el bien? (61) ¿Cuál, pues, de los
poderes de vuestro Sustentador negaréis?
(62) Y además de esos dos, habrá [otros] dos jardines28 --(63) ¿cuál, pues, de los poderes de
vuestro Sustentador negaréis?—(64) dos [jardines] de un profundo verdor.29 (65) ¿Cuál, pues, de
los poderes de vuestro Sustentador negaréis?
(66) En [cada uno de] esos dos [jardines] brotarán dos fuentes. (67) ¿Cuál, pues, de los poderes
de vuestro Sustentador negaréis?
(68) En ambos habrá fruta [de todas clases], palmeras y granados. (69) ¿Cuál, pues, de los poderes
de vuestro Sustentador negaréis?
(70) En esos [jardines] tendrán compañeras buenas y hermosas –(71) ¿cuál, pues, de los poderes
de vuestro Sustentador negaréis?-- (72) puras30 y modestas, en [espléndidos] pabellones --
(73) ¿Cuál, pues, de los poderes de vuestro Sustentador negaréis?—(74) [compañeras] a las que
ningún hombre o ser invisible ha tocado hasta entonces. (75) ¿Cuál, pues, de los poderes de
vuestro Sustentador negaréis?
(76) [En ese paraíso morarán,] reclinados sobre verdes praderas y alfombras de exquisita belleza.
(77) ¿Cuál, pues, de los poderes de vuestro Sustentador negaréis?
(78) ¡BENDITO sea el nombre de tu Sustentador, pleno de majestad y gloria
!

 

      

LA RUMBA DE ERIK SATIE.

 

   

 

VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos

Después de quedarse un buen rato en la ventana (y poniendo todo de
su parte para encontrar una mínima defensa ante aquella idea ridicula, trivial, pero
también invencible, de que dentro de unos pocos días, el diecinueve de junio,
alcanzaría la edad mencionada en su sueño de infancia), Graf abandonó silencioso
su habitación que iba dominando la penumbra y en la que todos los objetos,
alentados ligeramente por las olas del crepúsculo, habían abandonado sus lugares
de apoyo y flotaban como lo hacen los muebles en una casa inundada. Todavía era
de día y, de alguna forma, el corazón se encogía ante la ternura de las primeras
luces. Graf se dio cuenta al momento de que algo andaba mal, que una agitación
extraña se estaba extendiendo por todos lados: la gente se reunía en las esquinas de
las calles, hacía señas extrañas, caminaba hasta la acera de enfrente, y al llegar allí
señalaba con el dedo a algo que se perdía en la distancia y luego se quedaba quieta
en una misteriosa actitud como de sopor. En la oscuridad del crepúsculo, los
nombres se perdían, sólo quedaban los verbos, o al menos las formas arcaicas de
ciertos verbos. Este tipo de fenómeno podía significar muchas cosas: por ejemplo, el
fin del mundo.

El Vellocino De Oro
Robert Graves

Aquella noche, cuando estaba en la cama con Alcinoo, Arete se mostró lo más cariñosa que pudo,rascándole suavemente la cabeza con sus bien recortadas uñas, y besándole con frecuencia. Le preguntó:
-Mi noble señor, dime ¿cuál es el veredicto que piensas pronunciar mañana en el caso de nuestra dulce invitada, la princesa colquídea? Pues realmente se me partiría el corazón si la hicieras regresar
para casarse con aquel horrible albanés del que me ha estado hablando Atalanta. Imagínate, no se ha lavado desde que nació -la ley albanesa prohíbe estrictamente que se laven y está plagado de parásitos, como un queso podrido. Y ella que es tan hermosa, y tan desdichada, y la hija huérfana de
tu viejo amigo...
Alcinoo se hacía el dormido, pero al llegar a este punto no pudo contenerse y dijo:
-En primer lugar, amada mía, no puedo decirte cuál será el veredicto que pronunciaré; sin duda me será revelado en un sueño.

   

Edgar Allan Poe
Obras en español

Mis ensueños fueron de los más terroríficos y
me sentía abrumado por toda clase de calamidades y horrores. Entre otros terrores, me
veía asfixiado entre enormes almohadas, que me arrojaban demonios del aspecto más feroz
y siniestro. Serpientes espantosas me enroscaban entre sus anillos y me miraban de. hito
en hito con sus relucientes y espantosos ojos. Luego se extendían ante mí desiertos sin límites, de aspecto muy desolado. Troncos de árboles inmensamente altos, secos y sin
hojas, se elevaban en infinita sucesión hasta donde alcanzaba mi vista; sus raíces se
sumergían bajo enormes ciénagas, cuyas lúgubres aguas yacían intensamente negras,
serenas y siniestras. Y aquellos extraños árboles parecían dotados de vitalidad humana, y
balanceando de un lado para otro sus esqueléticos brazos, pedían clemencia a las silenciosas
aguas con los agudos y penetrantes acentos de la angustia y de la desesperación más
acerba. La escena cambió, y me encontré, desnudo y solo, en los ardientes arenales del
Sahara. A mis pies se hallaba agazapado un fiero león de los trópicos; de repente, abrió sus
ojos feroces y se lanzó sobre mí. Dando un brinco convulsivo, se levantó sobre sus patas,
dejando al descubierto sus horribles dientes. Un instante después, salió de sus enrojecidas
fauces un rugido semejante al trueno, y caí violentamente al suelo. Sofocado en el
paroxismo del terror, medio me desperté al fin. Mi pesadilla no había sido del todo una
pesadilla. Ahora, al fin, estaba en posesión de mis sentidos. Las pezuñas de un monstruo
enorme y real se apoyaban pesadamente sobre mi pecho; sentía en mis oídos su cálido
aliento, y sus blancos y espantosos colmillos brillaban ante mí en la oscuridad.Aunque hubieran dependido mil vidas del movimiento de un miembro o de la
articulación de una palabra, no me hubiese movido ni hablado. La bestia, cualquiera que
fuese, se mantenía en su postura sin intentar ataque alguno inmediato, mientras yo seguía
completamente desamparado y, según me imaginaba, moribundo bajo sus garras. Sentía que
las facultades físicas e intelectuales me abandonaban por momentos; en una palabra, sentía
que me moría de puro miedo. Mi cerebro se paralizó, me sentí mareado, se me nubló la
vista; incluso las resplandecientes pupilas que me miraban me parecieron más oscuras.
Haciendo un postrer y supremo esfuerzo, dirigí una débil plegaria a Dios y me resigné a
morir.
El sonido de mi voz pareció despertar todo el furor latente del animal. Se
precipitó sobre mí: pero cuál no sería mi asombro cuando, lanzando un sordo y prolongado
gemido, comenzó a lamerme la cara y las manos con el mayor y las más extravagantes
demostraciones de alegría y cariño

 

                                           

martes, julio 02, 2013

PELOTICA ENVENENÁ.

 

     LOTO         Captura                 

MO YAN    RANA

 

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E d u a r d o M e n d o z a    R i ñ a d e g a t o s

Con toda certeza le irían a buscar y le
brindarían su protección a cambio de la valiosa información sobre los futuros
acontecimientos en España, obtenida de un modo involuntario pero con notable riesgo por
su parte. Nada podía interesar tanto al servicio de inteligencia británico como datos
directos y fidedignos relativos a un inminente golpe militar y a la identidad de sus
cabecillas.
Consciente de su deplorable aspecto, se dirigió al recepcionista con actitud
desafiante, reclamó el teléfono para hacer una o dos llamadas y preguntó si en su ausencia
había habido alguna visita o alguna llamada.
—¿Alguna? ¡Hombre, si desde que se inscribió usted en el hotel, esto parece el baile
de la Bombilla!
Las peripecias de la jornada habían agotado las energías del inglés. Sintiéndose
desfallecer, pidió al recepcionista un vaso de agua. El recepcionista sacó un botijo de
debajo del mostrador y se lo dio. El agua fresca con aroma de anís le devolvió la vida.

Lolita
Vladimir Nabokov

Asistía a una escuela diurna inglesa a pocas millas de Mirana; allí jugaba al
tenis y a la pelota, obtenía excelentes calificaciones y estaba en términos
perfectos con mis compañeros y profesores. Los únicos acontecimientos
definitivamente sexuales que recuerdo antes de que cumpliera trece años (o sea
antes de que viera por primera vez a mi pequeña Annabel) fueron una
conversación solemne, decorosa y puramente teórica sobre las sorpresas de la
pubertad, sostenida en el rosal de la escuela con un alumno norteamericano, hijo
de una actriz cinematográfica por entonces muy celebrada y a la cual veía muy
rara vez en el mundo tridimensional, y ciertas interesantes reacciones de mi
organismo ante determinadas fotografías, nácar y sombras, con hendiduras
infinitamente suaves, en el suntuoso La Beauté Humaine, de Pichon, que había
hurtado de debajo de una pila de Graphics encuadernados en papel jaspeado, en
la biblioteca de la mansión. Después, con su estilo deliciosamente afable, mi
padre me suministró toda la información que consideró necesaria sobre el sexo

             

                 http://www.iespedrosoto.es/latin2/mitologia/driope.html

Robert Graves
La Diosa Blanca

B es el ciervo
(o toro salvaje) Hércules que inicia el año. Las siete peleas, o siete puntas de sus astas,
son meses futuros o pasados, pues Beth es el séptimo mes después de Duir, el mes del
roble, y el séptimo mes desde Beth es otra vez Duir. El «Boibalos» del hechizo de
Hércules contenido en el Boibel-Loth era un antílope. El «buey de siete peleas» órfico
está indicado en Isis y Osiris, de Plutarco, donde describe cómo en el solsticio hiemal llevan la vaca dorada de Isis, envuelta en un paño negro, siete veces alrededor del
santuario de Osiris, a quien identifica con Dioniso. «Al circuito se le llama `La
búsqueda de Osiris' porque en el invierno la diosa anhela el agua del Sol. Y da siete
vueltas a su alrededor porque él termina su paso del invierno al solsticio de verano en el
séptimo mes.» Plutarco cuenta meses de 28 días y no de 30, pues de otro modo el paso
terminaría en el sexto.
L es la estación de las inundaciones de febrero.
N se concentra en la primera mitad de marzo, que «llega como un león» con
vientos que secan las inundaciones.
F queda explicado en el conocido villancico medieval:
He carne all so still
Wbere bis mother toas,
Like dew in April
That falleth on grass.
(Se acercó a donde estaba su madre tan suavemente como el rocío que en abril cae sobre
el césped.) Pues éste es el verdadero comienzo del año sagrado, cuando la cierva y la
vaca cimarrona paren sus crías y cuando nace el niño Hércules, engendrado en las
orgías del solsticio estival. Hasta ahora ha estado navegando en. su barquilla por las
aguas y ahora se acuesta resplandeciente en la hierba.
S es el mes en que anidan las aves. En Can y Meirch («Canción de los caballos»)
de Gwion hay una serie parcial de «Yo he sido» como una interpolación. Uno de ellos
es: «Yo he sido una grulla en una pared, una visión maravillosa»

domingo, junio 30, 2013

CASO CERRADO.

                                                       

 

   

               

MIGUEL DE CERVANTES   DON QUIJOTE  567

—Señor, a este buen hombre le presté días ha diez escudos de oro en oro,
por hacerle placer y buena obra, con condición que me los volviese cuando se
los pidiese. Pasáronse muchos días sin pedírselos, por no ponerle en mayor
necesidad de volvérmelos que la que él tenía cuando yo sé los presté; pero, por
parecerme que se descuidaba en la paga, se los he pedido una y muchas veces,
y no solamente no me los vuelve, pero me los niega, y dice que nunca tales
escudos le presté, y que, si se los presté, que ya me los ha vuelto. Yo no tengo
testigos ni del prestado ni de la vuelta, porque no me los ha vuelto. Querría que
vuesa merced le tomase juramento y, si jurare que me los ha vuelto, yo se los
perdono para aquí y para delante de Dios.
—¿Qué decís vos a esto, buen viejo del báculo? —dijo Sancho.
A lo que dijo el viejo:
—Yo, señor, confieso que me los prestó, y baje vuesa merced esa vara, y,
pues él lo deja en mi juramento, yo juraré como se los he vuelto y pagado real
y verdaderamente.
Bajó el gobernador la vara, y, en tanto, el viejo del báculo dio el báculo al
otro viejo, que se le tuviese en tanto que juraba, como si le embarazara mucho,
y luego puso la mano en la cruz de la vara, diciendo que era verdad que se le
habían prestado aquellos diez escudos que se le pedían, pero que él se los
había vuelto de su mano a la suya, y que por no caer en ello se los volvía a pedir por momentos. Viendo lo cual el gran gobernador, preguntó al acreedor qué
respondía a lo que decía su contrario; y dijo que sin duda alguna su deudor
debía de decir verdad, porque le tenía por hombre de bien y buen cristiano, y
que a él se le debía de haber olvidado el cómo y cuándo se los había vuelto, y
que desde allí en adelante jamás le pidiría nada. Tornó a tomar su báculo el
deudor, y, bajando la cabeza, se salió del juzgado. Visto lo cual Sancho, y que
sin más ni más se iba, y viendo también la paciencia del demandante, inclinó la
cabeza sobre el pecho, y, poniéndose el índice de la mano derecha sobre las
cejas y las narices, estuvo como pensativo un pequeño espacio, y luego alzó la
cabeza y mandó que le llamasen al viejo del báculo, que ya se había ido.
Trujéronsele, y, en viéndole Sancho, le dijo:

—Dadme, buen hombre, ese báculo, que le he menester.
—De muy buena gana —respondió el viejo—: hele aquí, señor.
Y púsosele en la mano. Tomole Sancho, y, dándosele al otro viejo, le dijo:
—Andad con Dios, que ya vais pagado.
—¿Yo, señor? —respondió el viejo—. Pues ¿vale esta cañaheja escudos de
oro?
—Sí —dijo el gobernador—, o si no, yo soy el mayor porro del mundo, y
ahora se verá si tengo yo caletre para gobernar todo un reino.
Y mandó que allí delante de todos se rompiese y abriese la caña. Hízose
así, y en el corazón della hallaron escudos en oro.
Quedaron todos admirados, y tuvieron a su gobernador por un nuevo
Salomón. Preguntáronle de dónde había colegido que en aquella cañaheja
estaban aquellos escudos, y respondió que de haberle visto dar el viejo que
juraba, a su contrario, aquel báculo en tanto que hacia el juramento, y jurar
que se los había dado real y verdaderamente, y que, en acabando de jurar, le
tornó a pedir el báculo, le vino a la imaginación que dentro dél estaba la paga
de lo que pedían. De donde se podía colegir que los que gobiernan, aunque sean unos tontos, tal vez los encamina Dios en sus juicios; y más, que él había
oído contar otro caso como aquel al cura de su lugar, y que él tenía tan gran
memoria, que a no olvidársele todo aquello de que quería acordarse, no hubiera
tal memoria en toda la ínsula. Finalmente, el un viejo corrido y el otro pagado,
se fueron, y los presentes quedaron admirados. Y el que escribía las palabras,
hechos y movimientos de Sancho, no acababa de determinarse si le tendría
y pondría por tonto o por discreto
.

Luego acabado este pleito, entró en el juzgado una mujer, asida fuertemente
de un hombre vestido de ganadero rico, la cual venía dando grandes
voces diciendo:
—¡Justicia, señor gobernador, justicia, y si no la hallo en la tierra, la iré a
buscar al cielo! Señor gobernador de mi ánima, este mal hombre me ha cogido
en la mitad dese campo y se ha aprovechado de mi cuerpo como si fuera
trapo mal lavado.

VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 567

7.
El juicio no reveló nada, extrañamente, y no brilló tampoco la elocuencia de una
serie de confusos testigos, por lo que la sentencia final, que condenaba a la Slavska
bajo una acusación de secuestro, resultó cuestionable en términos legales. Surgían
todo tipo de detalles irrelevantes que oscurecían la cuestión principal. Gente
equivocada recordaba hechos correctos y viceversa. Había una factura, presentada
por un cierto Gastón Coulot, labrador, «pour un arbre abattu». El general L. y el
general R. sufrieron lo indecible bajo el verbo y la autoridad de un abogado sádico.
Un clochard parisino, uno de esos tipos sin afeitar, de nariz encarnada y madura (un
papel fácil, el suyo), que guardan todas sus pertenencias terrenales en sus
voluminosos bolsillos y que se envuelven los pies en capa tras capa de periódicos
rotos cuando se les acaba el último calcetín y a los que se les puede ver,
confortablemente sentados, con las piernas abiertas y una botella de vino, apoyados
contra las paredes ruinosas de algún edificio que nunca se ha acabado de construir,
hizo una declaración sensacionalista en la que dijo haber observado desde un lugar
privilegiado cómo maltrataban a un anciano. Dos mujeres rusas, una de las cuales
había recibido hacía tiempo tratamiento por un ataque agudo de histeria, dijo que
en el día del crimen vieron al general Golubkov y al general Fedchenko en el coche
del primero. Un violinista ruso que estaba en el vagón restaurante de un tren
alemán... pero es inútil volver a relatar todos esos rumores vacíos.

OBRAS COMPLETAS – FRANZ KAFKA 567

Había reflexionado ya sobre la utilidad de procurarse un perrito.
Ese animal es alegre y, ante todo, agradecido y fiel; un colega de Blumfeld
tiene uno así, que no se apega a nadie, excepción hecha de su
amo, y cuando no le ha visto durante algún tiempo, lo recibe con fuertes
ladridos, con lo que evidentemente quiere expresar su alegría por
haber encontrando nuevamente al extraordinario benefactor que es su
señor. Sin embargo, un perro tiene sus desventajas, y aun cuando sea
tenido en el mayor grado de limpieza, ensucia la habitación. Esto es imposible
de evitar, no se lo puede bañar con agua caliente cada vez que
se lo hace entrar, lo que, por otra parte, atenta contra su salud. Pero
Blumfeld no tolera suciedad en su aposento, la limpieza de su habitación
es algo indispensable para él y varias veces por semana sostiene
disputas sobre este punto, con la, por desgracia, no muy cuidadosa sirvienta.