STEPHEN R. LAWHEAD 361
TALIESIN 515-361=154
El toro blanco agitó la testa y trotó en dirección a la muchacha, bajando los
pitones a medida que se acercaba. Charis le cortó el paso, sin hacer el menor
movimiento para saltar o apartarse.
Los terribles pitones hendieron el aire y partículas de saliva centellearon al sol. El
toro arremetió como una tromba contra ella, reduciendo la distancia entre ambos con
terrible rapidez. Cuando lo tuvo casi encima, Charis se dejó caer al suelo.
El público lanzó un ahogado grito de horror al ver desaparecer a la muchacha
bajo las pezuñas.
El toro pasó y allí estaba Charis de nuevo, sin un rasguño, con los brazos
levantados en un saludo triunfal. Un gran suspiro brotó de la multitud. El toro giró
sobre sí mismo, balanceando la cabeza de un lado a otro. Charis le saltó sobre el lomo
sin el menor esfuerzo y apretó las rodillas con fuerza a cada lado de su joroba. El
animal bramó furioso y la muchacha se dio cuenta de que lo cegaba un odio insensato:
la mataría o se mataría a sí mismo intentándolo.
La muchacha se inclinó hacia adelante y sujetó los dorados cuernos con las
manos, luego, tomando impulso, se arqueó hacia adelante elevando los pies en
dirección al cielo. El toro se revolvió en un intento por sacudírsela de encima, pero ella
mantuvo la postura hasta que el animal se dio por vencido y empezó a corretear por la
arena, momento en el que Charis bajó las piernas para colocar los pies entre las
manos. Entonces, pasando un brazo alrededor de cada cuerno, se dejó caer hacia
adelante sobre la ancha frente de la bestia, dejando que sus piernas desnudas
colgaran sobre la arena.
El toro se detuvo y empezó a cabecear. Una, dos y tres veces. Charis se soltó en
el preciso instante en que la enorme cabeza blanca se alzaba una vez más; se elevó por los aires, enrollándose sobre sí misma, para luego caer, describiendo una
voltereta, al suelo.
La bestia giró de nuevo en redondo y se abalanzó sobre ella, pero Charis estaba
preparada. Saltó, muy alto, y pasó por encima de los cuartos traseros para luego rodar
rápidamente fuera del alcance de los furiosos pitones.
«Derrota hacia la derecha», pensó, conteniendo un escalofrío ante la increíble
fuerza y velocidad de aquel monstruo.
La siguiente serie de saltos la ejecutó a la perfección; sin embargo, sentía cómo
el calor brutal del sol, que caía sobre la plaza, le robaba poco a poco las energías.
Saltó una y otra vez, brincando, girando sobre sí misma, haciendo cabriolas, volando
por los aires. Pero aquellas precisas maniobras le costaban un alto precio. Cada vez le
suponía un esfuerzo mayor recuperarse, mientras que el toro, en lugar de cansarse,
parecía ganar velocidad y potencia con cada paso.
No obstante, Charis bailaba con su característico abandono. Su cuerpo era a la
vez elegante y vulnerable, empequeñecido por aquella montaña blanca de carne que
giraba y corría a su alrededor. El temor que experimentaba el público le proporcionaba
fuerzas. Ya no se oían aclamaciones, ni gritos, ni vítores; la multitud contemplaba
estupefacta cómo la danza de la muerte llegaba a su climax.
Robert Graves
La Diosa Blanca 206
206*3=618-515=103
Hércules sé hace más glorioso todavía como Hércules Celestial. Los mitógrafos
hacen constar que tomó prestada la copa de oro del Sol, que tenía la forma del loto, para
el viaje de vuelta a su patria después de uno de sus Trabajos. Esta era la copa en que el
Sol, después de ponerse en el Occidente, por la noche volvía flotando al Oriente a lo
largo de la corriente oceánica que rodea al mundo. El loto, que brota cuando crece el
Nilo, simbolizaba la fertilidad y por consiguiente se vinculaba con el culto del Sol
egipcio. En la Grecia clásica Hércules era en realidad otro nombre del Sol. El Hércules
Celestial era adorado como el Sol imperecedero y como el Espíritu del Año que moría y
se renovaba continuamente, es decir como un dios y como un semidiós. Este es el tipo
de Hércules al que los druidas adoraban como Ogma Cara de Sol, el inventor de las
Letras23 con piel de león, el dios de la elocuencia, de la curación, de la fertilidad y de la
profecía, al que los griegas adoraban como «asignante de títulos», gobernante del
Zodíaco, presidente de los festivales, fundador de ciudades, curador de los enfermos y
patrono de los arqueros y atletas.
A Hércules se le representa en el arte griego como un paladín de cuello de toro,
y para todos los propósitos prácticos se le puede identificar con el semidiós Dioniso de
Delfos, cuyo tótem era un toro blanco.