GRAVES, ROBERT LA DIOSA BLANCA 185
Las Tres Ninfas son las Tres Gracias, es decir, la Triple Diosa del Amor. A las
Greas se las llamaba también las Fórcidas, que significa las hijas de Forcos, u Orcos, y,
según el escoliasta de Esquilo, tenían la forma de cisnes, lo que es probablemente un
error por grullas, debido a una mala interpretación de una ilustración sagrada, pues las
grullas y los cisnes, igualmente aves sagradas, se parecen en que vuelan en formación
de V. Eran en realidad las tres Parcas. Forcos, u Orcos, se convirtió en sinónimo del
Infierno; es la misma palabra que porcus, cerdo, el animal consagrado a la diosa de la
Muerte, y tal vez que Parcae, título de las tres Parcas, habitualmente llamadas Moiras,
«las distribuidoras». Orc es «cerdo» en irlandés; de aquí las Orcadas, u Orkneys,
Imagínense las siguientes ilustraciones en un jarrón. En primer lugar, un joven
desnudo que se acerca cautelosamente a tres mujeres cubiertas; la que está en el centro
de ellas le entrega un ojo y un diente, mientras las otras dos señalan arriba a tres grullas
que vuelan en formación de V de derecha a izquierda. A continuación él mismo joven,
con sandalias aladas y una hoz, se halla pensativo bajo un sauce. (Los sauces están
consagrados a la diosa y las grullas procrean en bosquecillos de sauces.) Luego otro
grupo de tres mujeres jóvenes y bellas sentadas una junto a otra con el mismo joven,en
pie delante de ellas. Arriba vuelan tres grullas en la dirección opuesta. Una de las
mujeres entrega al joven unas sandalias aladas, otra un saco y la tercera un yelmo alado.
Después aparecen varios monstruos marinos y una diosa del Mar con yelmo, un tridente
y un espejo en el que se refleja el rostro de una gorgona; y se ve al joven volar, con el
saco y la hoz en la mano, hacia un bosque y con la cabeza vuelta para mirar al espejo.
Del saco asoma la cabeza de la gorgona. El diente y el ojo están pintados, agrandados, a
cada lado de él, de modo que parece haberlos arrojado. Le siguen ámenazadoramente
tres mujeres aladas con rostros de gorgona.
L a condición humana- André Malraux 185
–No. Desnúdate.
Negaba su dignidad, lo sabía. Sintió deseos de exigirle que se quedase completamente desnuda;
pero ella se habría negado. No había dejado encendida más que una lamparilla. «El erotismo –
pensó– es la humillación en uno mismo o en el otro, y quizá en ambos. Una idea, con toda
evidencia...» Además, estaba excitante así, con la ajustada camisa china; pero apenas se hallaba
excitado, o quizá no lo estaba más que por la sumisión de aquel cuerpo que Se esperaba, en tanto
que él no se movía. Su placer brotaba de que se pusiese en el puesto de la otra, estaba claro: de la
otra, dominada; dominada por él. En definitiva, no copulaba nunca más que consigo mismo, pero no
podía lograrlo más que con la condición de no estar solo. Ahora comprendía lo que Gisors no había
hecho más que sospechar: sí; su voluntad de potencia no alcanzaba jamás su objeto, no vivía más
que de renovarlo; pero si nunca en su vida había poseído, poseería, a través de aquella china que le
esperaba, la única cosa de la cual estaba ávido: él mismo. Necesitaba los ojos de los demás para
verse, los sentidos de otro para sentirse. Contempló la pintura tibetana, fija allí, sin que supiese
demasiado por qué: sobre su campo descolorido, por donde erraban unos viajeros, dos esqueletos
exactamente iguales se estrechaban con ansia.
Se aproximó a la mujer.
VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 185
—Ya está listo —dijo—. Ya tengo bastante. Puede irse —con escrupulosa rapidez le
quitó de un tirón la sábana de sus hombros. El otro se quedó sentado.
—Levántate, mentecato —gritó Ivanov, tirándole de la manga hasta ponerlo en pie.
El hombre se quedó helado, con los ojos bien cerrados, en medio de la peluquería.
Ivanov le encajó el hongo en la cabeza, le metió la cartera bajo el hombro e hizo
girar su silla hasta la puerta. Sólo entonces el hombre recobró el movimiento, como
en un espasmo. Su rostro, todavía con los ojos cerrados, resplandeció en todos los
espejos. Atravesó como un autómata la puerta que Ivanov tenía abierta, y, con los
mismos andares mecánicos, agarrando la cartera con mano petrificada, mirando la
neblina soleada de la calle con los ojos vidriados de una estatua griega,
desapareció.
EL FIGÓN DE LA REINA PATOJA
de
Anatole France 185
Auguré favorablemente de la liberalidad de nuestro amo. Para honrarle
procedí con mucho esmero al aseo de mi persona, y me empolvé
abundantemente los cabellos con los polvos de que hallé una caja llena
sobre una mesita. Luego descubrí en uno de los cajones de la cómoda una
hermosa camisa de encaje y medias blancas.
Ya vestido, me entretuve dando vueltas por la estancia, con el sombrero
bajo el brazo y la mano en el puño de la espada, inclinándome a cada
instante hacia el espejo, y lamentando que Catalina, la encajera, no pudiese
verme con tan gentil adorno. Hallábame rato ha entregado a semejante
pavoneo, cuando el señor Jerónimo Coignard se presentó en mi habitación
vistiendo un alzacuello nuevo y un balandrán muy respetable.
—Dalevuelta —exclamó—, ¿sois vos, hijo mío? No olvidéis nunca que
debéis esas elegancias al saber que os he transmitido. Son ropas
convenientes a un humanista como vos, porque humanidades significa
elegancias. Pero, ¡contempladme!, os lo suplico, y decidme si resulto bien
fachado. Yo me siento un hombre muy honrado en esta ropa.
James Joyce
Ulises 185
Gerty iba vestida con sencillez pero con el gusto instintivo de una devota de la Diosa de la Moda porque
tenía la corazonada de que había una posibilidad de que él pudiera estar por allí. Una blusa limpia azul
eléctrico teñida a mano con tinte Dolly (porque se suponía en el Lady's Pictorial que el azul eléctrico se
llevaría) con una elegante abertura en uve hasta la canal y un bolsillo delantero (en el que siempre guardaba
un poquito de algodón perfumado con su perfume favorito porque el pañuelo estropeaba la hechura) y una
falda tres cuartos azul marino bien ajustada mostraba su esbelta y grácil figura a la perfección. Llevaba una
preciosidad de sombrerito coqueto de ancha ala la parte de abajo de paja negra adomada con un reborde de
azul huevo y en el lado un lazo de pajarita de seda a tono. Toda la tarde del martes pasado se la pasó a la
búsqueda de algo que casara con aquella felpilla hasta que al fin encontró lo que buscaba en las rebajas de
verano de Clery, justo lo que necesitaba, un poco estropeado pero que no se notaba, siete dedos dos chelines
y un penique