JAMES JOYCE
ULISES 258
El perro gruñó corriendo
hacia ellos, se irguió hacia ellos y los manoteó,
dejándose caer sobre sus cuatro patas,
enderezándose de nuevo con mudas caricias
ásperas. Ternura ignorada los siguió hacia la
arena seca, un andrajo de lengua de lobo
jadeando roja de sus quijadas. Su cuerpo
manchado amblaba delante de ellos, saltando
luego con galope de ternero. El cadáver se
hallaba en su camino. Se detuvo, olfateó,
anduvo a su alrededor, a hurtadillas, un
hermano, husmeando más cerca dio otra vuelta
alrededor, olfateando rápidamente como
conocedor todo el pellejo revolcado del perro
muerto. Cráneo de perro, olfateo de perro, ojos
sobre el suelo, se mueve hacia un gran objetivo.
¡Ah, pobre cuerpo de perro! Aquí yace el cuerpo
del pobre cuerpo de perro.
—¡Pingajos!Fuera de ahí, mestizo El grito lo llevó de vuelta, remoloneando,
hacia su amo, y un brusco puntapié descalzo lo
arrojó ileso, encogido en el vuelo, a través de un
banco de arena. Se escabulló de vuelta
describiendo una curva. No me ve. Se deslizó a
lo largo del borde del muelle, holgazaneando,
olió una roca, y por debajo de una pata trasera,
levantada, orinó contra ella. Siguió trotando y,
levantando de nuevo una pata trasera, orinó
rápido y corto sobre una roca no olida. Los
placeres simples del pobre. Sus patas traseras
dispersaron entonces arena: luego sus patas
delanteras chapotearon y cavaron. Algo escondió
allí: su abuela. Hociqueó en la arena, chapoteó y
cayó, y se detuvo a escuchar el viento, hizo volar
de nuevo la arena con sus uñas furiosas,
deteniéndose de pronto, un leopardo, una
pantera, sorprendido en adulterio buitreando el
El grito lo llevó de vuelta, remoloneando,
hacia su amo, y un brusco puntapié descalzo lo
arrojó ileso, encogido en el vuelo, a través de un
banco de arena. Se escabulló de vuelta
describiendo una curva. No me ve. Se deslizó a
lo largo del borde del muelle, holgazaneando,
olió una roca, y por debajo de una pata trasera,
levantada, orinó contra ella. Siguió trotando y,
levantando de nuevo una pata trasera, orinó
rápido y corto sobre una roca no olida. Los
placeres simples del pobre. Sus patas traseras
dispersaron entonces arena: luego sus patas
delanteras chapotearon y cavaron. Algo escondió
allí: su abuela. Hociqueó en la arena, chapoteó y
cayó, y se detuvo a escuchar el viento, hizo volar
de nuevo la arena con sus uñas furiosas,
deteniéndose de pronto, un leopardo, una
pantera, sorprendido en adulterio buitreando el muerto.
Después que él me despertó anoche, ¿era
el mismo sueño o no?
VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 258
En aquellos sueños suyos tan imposibles visitaba las islas Afortunadas, en cuyos
barrancos tórridos, que sajaban las pendientes bajas de las montañas cubiertas de
castaños y laureles, habita una extraña raza local de mariposas blancas; y también
aquella otra isla, aquellos terraplenes próximos al ferrocarril junto a Vizzavona y los
bosques de pinos más arriba, que son la morada de la Corsa Macaón, oscura y
rechoncha. Visitó el norte lejano, los pantanos árticos que generan unas mariposas
de vello delicado. Conocía los pastos alpinos de los montes, con sus piedras romas
dispersas aquí y allá entre la hierba suave y resbaladiza; porque no hay mayor placer
que levantar una de aquellas piedras para encontrar allí alojada una mariposa gorda
y soñolienta de una especie no descrita todavía. Vio mariposas Apolo, vidriadas,
atigradas en rojo, flotando en el viento de la montaña en el camino de muías que
serpenteaba por un acantilado escarpado y junto a un abismo de blancas aguas
salvajes. En los jardines italianos, a la hora del crepúsculo en el verano, la grava
crujía tentadora bajo los pies y Pilgram miraba a través de la oscuridad creciente los
macizos de flores ante los cuales aparecía de repente una mariposa Adelfa que iba
de flor en flor con un zumbido insistente y acababa deteniéndose en la corola,
batiendo las alas tan deprisa que no se veía más que un nimbo espectral en torno a
su cuerpo carenado. Y lo mejor de todo, quizá, eran las blancas colinas de brezo junto a Madrid, los valles de Andalucía, el fértil y boscoso Albarracín, hacia donde
renqueaba un pequeño autobús conducido por el hermano del guarda forestal.
Le costaba más imaginarse los trópicos pero sin embargo, cuando lo hacía, las
punzadas de angustia eran aún más agudas, porque nunca conseguiría capturar el
Morfos brasileño tan esbelto en sus alas, tan grande y tan radiante que arrojaba un
reflejo azul en la palma de la mano cuando era apresado, ni tampoco vería nunca
sobre él uno de esos enjambres de mariposas africanas apretadas unas contra otras
como si fueran innumerables banderas de colores hincadas en él rico barro negro y
alzándose en vuelo de colores ante la proximidad de su sombra —una sombra larga,
muy larga.
Sura 7. Al-Aaraf (La Facultad de Discernimiento) 258
(175) Y diles lo que ocurre con aquel140 a quien damos Nuestros mensajes y luego los
desecha: Satán le da alcance y se extravía en el error como tantos otros.141 (176) Y si hubiéramos
querido, le habríamos enaltecido por medio de esos [mensajes]: pero él siempre se
apegó a la tierra y siguió sólo sus propios deseos.
Su parábola es la de un perro [agitado]: si le amenazas jadea con la lengua afuera; y si le
dejas en paz jadea con la lengua afuera.142 Tal es la parábola de aquellos que están empeñados
en desmentir Nuestros mensajes. Cuenta[-les], pues, esta historia. Quizás, así, reflexionen
142 El tipo de hombre al que se hace alusión en este pasaje es siempre víctima --cualesquiera que sean sus
circunstancias-- de un conflicto entre su razón y sus bajos impulsos, porque sus actitudes están influenciadas
sólo por lo que sus deseos terrenales le presentan como “ventajas” o “desventajas” inmediatas para
él, y esto le produce un desasosiego interno y miedos imaginarios que le impiden conseguir esa paz mental
que el creyente obtiene por medio de su fe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario