El Vellocino De Oro
Robert Graves 363 542-363=179
-Mi mensaje no es para ti, majestad. Es para tu noble huésped, el príncipe Hércules de Tirinto.
-¡Válgame el cielo! ¡Pero si es el Basurero! -exclamó Hércules-. Estás tan pegado a mí como mi
propia sombra, y caminas con igual silencio.
lcibio se inclinó profundamente y dijo:
-¡Me alegro de verte, mi noble Hércules!
-Pues yo no -respondió Hércules haciéndole una mueca gorgonea.
Talcibio hizo caso omiso del insulto, y extendiendo su serpenteante vara de olivo, dijo suavemente:
-El rey Euristeo de Micenas te presenta sus saludos y te pide que regreses inmediatamente a Grecia
para limpiar en un solo día las cuadras y los establos inmundos del rey Augías de Elide.
Hércules exclamó:
-¿Te ha hecho recorrer la mitad del mundo habitable sólo para pedirme que ejecute una sencilla
labor sanitaria en mi tierra natal del PeloTaponeso? ¡Pues vaya, hombre
Yo sólo soy un heraldo -se excusó Talcibio.
-No, también eres un basurero -dijo Hércules.
Talcibio sonrió débilmente y contestó:
-Lo siento, mi noble Hércules, pero ahora vas a ser tú el basurero.
Hércules rió a carcajadas pues volvía a encontrarse de muy buen humor.
El Vellocino de Oro
-¡Bien contestado! -exclamó-. Sólo por el chiste que has hecho voy a obedecer a tu señor. Pero
primero he de obtener el permiso del rey Augías, que está a bordo del Argo, sólo a un día de
navegación de aquí, en dirección este. El rey acaba de prometerme una veloz galera de guerra y
mañana saldré tras ellos
-No puedo limpiar las cuadras y los establos de mi compañero Augías sin su permiso -dijo
Hércules-. Es posible que prefiera que se queden sucios, ¿quién sabe?
Y continuó obstinado. Pero en cuanto puso el pie en la galera, a la mañana siguiente, comenzó a
dolerle la cabeza y las voces infantiles chillaban en disonancia: «¡Regresa, regresa, Hércules! ¡Nos
estás matando! ¡Regresa, regresa!» Y tuvo que regresar. En el muelle, Lico se atrevió a preguntarle
qué noticias tenía de Hilas, y Hércules admitió con tristeza que no tenía ninguna. Le contó su
infructuosa búsqueda entre los misios y cómo había tomado rehenes de sus gobernantes y los había
dejado al cuidado de su cuñado que estaba construyendo con ellos un poblado en la desembocadura
del río Cío.-Bueno -dijo el rey Lico-, también podría ser que Hilas esté escondido en algún lugar entre los
misios, pero por lo que dejó caer uno de mis invitados, creo que el muy desagradecido había estado
planeando una escapada por el camino interior hacia Troya. Según he oído decir se llevó el zurrón,
que tintineaba; a lo mejor estaba lleno de adornos de oro y plata para pagarse el pasaje a la isla de
Lemnos, donde dicen que tiene una novia.
¡Qué! -bramó Hércules-. Con que ésa es la historia, ¿eh? ¡Los despiadados canallas proyectaron
deshacerse de mi, y se han valido del cándido amor de Hilas por la desvergonzada Ifinoe para
llenarle el zurrón de objetos valiosos que le permitieran escapar! Y entonces, en cuanto yo salí tras
él, se escabulleron silenciosamente y me dejaron allí abandonado. Ya ajustaré las cuentas con ellos
algún día, ya lo verás; pero mientras tanto, tengo que encontrar a mi adorado Hilas, que sin duda no
tuvo mala intención. Es un muchacho inconsciente y está en una edad en que cualquier chiquilla
deshonesta podría seducirlo, arrancándolo incluso del lado de Hércules que siente por él un cariño
inmenso e infinito. Te doy las gracias, buen Lico, por esta información, por muy dolorosa que sea
para mí. Tú si que eres un amigo fiel. Ahora tengo que regresar a Grecia, pero antes pasaré por
Troya; y si el rey Laomedonte no me quiere devolver a mi Hilas ni decirme dónde puedo
encontrarlo; destrozaré su orgullosa ciudad, piedra tras piedra. Tengo cuentas pendientes con él. Me
quitó unas yeguas comedoras de hombres que dejé a su cuidado la última vez que pasé por allí.
GRAVES, ROBERT LA DIOSA BLANCA 206*3=618-542=76
La Corona Borealis, llamada también la «Corona Cretense», estaba consagrada
en la Antigüedad a una diosa cretense, esposa del dios Dioniso, y, según este escoliasta,
madre de -es decir, adorada por- Estafilo, Toas, Enópides, Taurópolo y otros. Estos
hombres eran los antepasados epónimos de clanes o tribus pelasgo-tracios establecidos
en las islas Quío y Lemnos del Egeo, en el Quersoneso tracio y en Crimea, y se
relacionaban culturalmente con la Europa del noroeste. La diosa era Ariadna («Muy
Santa»), alias Alpheta, pues alpha y eta eran la primera y la última letras de su nombre.
Era la hija, o el yo más joven, de la antigua diosa de la Luna cretense Pasifae, «la que
brilla para todos», y los griegos la hicieron hermana de su antiguo héroe de la vid
Deucalión, que sobrevivió al gran Diluvio. Ariadna, que parece haber sido el modelo de
«Arianrhod», era una diosa orgiástica, y la consecuencia evidente de las leyendas de
Lemnos, Quío, el Quersoneso y Crimea es que el sacrificio humano masculino era parte
integrante de su culto, como lo era entre los devotos prerromanos de la Diosa Blanca de
Britania. Orfeo mismo, que vivió «entre los salvajes cauconianos», cerca de la patria de
Enópides, fue una víctima sagrada de su furia. Fue despedazado por un grupo de
mujeres delirantes embriagadas con hiedra y también, según parece, con la seta
consagrada a Dioniso. Eratóstenes de Alejandría, citando Las bacantes de Esquilo,
indica que Orfeo se negó a acatar la religión local, pero «creía que el Sol, al que llamaba
Apolo, era el más grande de los dioses. Levantándose durante la noche, ascendía antes
de la aurora a la montaña llamada Pangeo para ser el primero en ver el sol. Eso irritó a
Dioniso, quien le envió las bacantes que lo despedazaron.». Esta es una manera
fraudulenta de relatar la fábula. Proclo, en su comentario sobre Platón, es más atinado:
«Orfeo, porque dirigía los ritos dionisíacos, se dice que sufrió el mismo destino que el
dios». Pero la cabeza de Orfeo siguió cantando y profetizando, como la. del dios Bran.
Orfeo, según Pausanias, era adorado por los pelasgos, y la terminación eus es una
prueba de su antigüedad. «Orpheus», como «Erebus», el nombre del Infierno que
gobernaba la Diosa Blanca, se deriva según los gramáticos de la raíz ereph, que
significa «cubrir u ocultar». Era la diosa de la Luna, y no el dios del Sol, quien
originalmente inspiraba a Orfeo.
JORGE LUIS BORGES
OBRAS COMPLETAS 542
Yo había cruzado
un laberinto, pero la nítida Ciudad de los Inmortales me atemorizó
y repugnó. Un laberinto es una casa labrada para confundir
a los hombres; su arquitectura, pródiga* en simetrías, está subordinada
a ese fin. En el palacio que imperfectamente exploré,
la arquitectura carecía de fin. Abundaban el corredor sin salida,
la alta ventana inalcanzable, la aparatosa puerta que daba a una
celda o a un pozo, las increíbles escaleras inversas, con los peldaños
y la balaustrada hacia abajo. Otras, adheridas aéreamente
al costado de un muro monumental, morían sin llegar a ninguna parte, al cabo de dos o tres giros, en la tiniebla superior de las
cúpulas. Ignoro si todos los ejemplos que he enumerado son literales;
sé que durante muchos años infestaron mis pesadillas;
no puedo ya saber si tal o cual rasgo es una transcripción de la
realidad o de las formas que desatinaron mis noches. Esta Ciudad
(pensé) es tan horrible que su mera existencia y perduración,
aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el pasado
y el porvenir y de algún modo compromete a los astros. Mientras
perdure, nadie en el mundo podrá ser valeroso o feliz. No quiero
describirla; un caos de palabras heterogéneas, un cuerpo de tigre
o de toro, en el que pulularan monstruosamente, conjugados y
odiándose, dientes, órganos y cabezas, pueden (tal vez) ser imágenes
aproximativas.
Miguel de Cervantes
DON QUIJOTE DE LA MANCHA 542
Y luego la Dolorida y las demás dueñas alzaron los antifaces con que
cubiertas venían, y descubrieron los rostros todos poblados de barbas, cuáles
rubias, cuáles negras, cuáles blancas, y cuáles albarrazadas, de cuya vista mostraron
quedar admirados el duque y la duquesa, pasmados don Quijote y
Sancho, y atónitos todos los presentes, y la Trifaldi prosiguió:
—Desta manera nos castigó aquel follón y malintencionado de
Malambruno, cubriendo la blandura y morbidez de nuestros rostros con la
aspereza destas cerdas; que pluguiera al cielo que antes con su desmesurado
alfanje nos hubiera derribado las testas, que no que nos asombrara la luz de
nuestras caras con esta borra que nos cubre, porque si entramos en cuenta,
señores míos (y esto que voy a decir agora lo quisiera decir hechos mis ojos
fuentes, pero la consideración de nuestra desgracia y los mares que hasta aquí
han llovido, los tienen sin humor y secos como aristas, y, así, lo diré sin lágrimas),
digo, pues, que ¿adónde podrá ir una dueña con barbas? ¿Qué padre o
qué madre se dolerá della? ¿Quién la dará ayuda? Pues aun cuando tiene la tez
lisa y el rostro martirizado con mil suertes de menjurjes y mudas apenas halla
quien bien la quiera, ¿qué hará cuando descubra hecho un bosque su rostro?
¡Oh dueñas y compañeras mías, en desdichado punto nacimos, en hora menguada
nuestros padres nos engendraron!