viernes, marzo 16, 2012

EL DOBLE

 

               

 

MURAKAMI-1Q84  683 pags    862-683=179

—¿Ha leído La crisálida de aire? —le preguntó Tengo.
—Por supuesto.
—¿Qué le ha parecido?
—Es una historia interesantísima —contestó el profesor—. Absolutamente
sugestiva. Pero, para serte franco, no entiendo qué sugiere. ¿Qué significa la cabra
ciega? ¿Qué quieren decir la Little People y la crisálida de aire?
—¿No cree que la historia puede aludir a algo concreto que Eri haya vivido o de
lo que Eri haya sido testigo en Vanguardia?
—Tal vez, pero me resulta difícil discernir hasta dónde es realidad y hasta dónde
ficción. Se puede leer como una especie de relato mitológico o como una ingeniosa
alegoría.
—Eri me dijo que la Little People existía en la realidad.
Al escuchar aquello, el profesor se quedó un buen rato con cara de circunstancia.
—Es decir, ¿que crees que la historia narrada en La crisálida de aire ocurrió en la
realidad?
Tengo sacudió la cabeza.
—Lo que quiero decir es que la historia está narrada con minuciosidad y con un
nivel de detalle extremadamente realista y que, para una novela, eso es un punto
fuerte.
—Y al reescribir la historia con tu propio estilo, siguiendo la línea del
argumento, pretendes dar una forma más clara a ese algo sugerido. ¿Me equivoco?
—No, siempre que salga bien, claro.
—Mi especialidad es la antropología —dijo el profesor—. Ya no soy un
estudioso, pero el espíritu de la disciplina siempre me acompaña. Uno de los
objetivos de la antropología es relativizar las imágenes particulares que poseen los
individuos, encontrar en ellas elementos comunes universales a todos los seres humanos y luego devolvérselos como feedback al individuo. De esta manera es

posible que la persona obtenga una posición dentro de algo a lo que pertenece sin
dejar de ser autónomo. ¿Entiendes a qué me refiero?

 

VLADIMIR NABOKOV-675pags      862-675=187

nosotros, los escritores, alteramos los temas de la
vida a nuestro antojo para que se acomoden al instinto que nos lleva a buscar una
suerte de armonía convencional, una especie de concisión artística. Salpicamos
nuestros insípidos plagios con ingenios de nuestra propia cosecha. Pensamos que las
hazañas de la vida son demasiado arrolladoras, demasiado irregulares, que su genio
es demasiado desordenado. Para complacer a nuestros lectores recortamos de
entre las novelas sin límite de la vida nuestros pequeños cuentos pulcros para
escolares. Permitidme que, en conexión con esto, os haga partícipes de la
experiencia que os voy a relatar.
—Me encontraba viajando en el coche cama de un expreso. Me gusta el proceso de
acomodarme en esos habitáculos de viaje: el lino frío de la cama, el lento paso de
las luces de la estación que van desapareciendo a medida que atraviesan y
abandonan el paño oscuro de la ventana. Recuerdo lo contento que estaba de que
no hubiera nadie ocupando la litera de arriba. Me desnudé, me tumbé boca arriba
con las manos detrás de la nuca y gocé con la ligereza de la pequeña manta
reglamentaria de los trenes, un auténtico placer comparada con la pesadez de un
edredón de hotel. Después de perderme por un tiempo en pensamientos privados
—en aquella época estaba ansioso por escribir un relato acerca de una limpiadora
de coche-cama—, apagué la luz y me dormí en seguida. Y al llegar aquí voy a

utilizar un truco que aparece con aburrida frecuencia en ese tipo de historias al que
esta mía promete pertenecer. Helo aquí, ese viejo truco que tan bien conocéis. En
mitad de la noche, me desperté de repente. Lo que sigue, sin embargo, es algo
bastante menos trillado. Me desperté y vi un pie.
—Perdón ¿un qué? —interrumpió el modesto crítico, inclinándose hacia delante y
levantando un dedo.
—Vi un pie —repitió el escritor