http://tejiendoelmundo.wordpress.com/2009/04/13/naturaleza-fantastica-nubes-con-formas-raras-y-curiosas/
Sura 52. At-Tur (El Monte Sinaí) 832
(41) ¿O [es que piensan que] la realidad oculta [de todo lo que existe] está casi a su alcance,
de forma que [con el tiempo] podrán escribirla?25
(42) ¿O es que quieren atrapar [en contradicciones al enviado]? Pero los que se empeñan
en negar la verdad --¡ ellos son los que están realmente atrapados!26
(43) ¿Tienen, pues, alguna deidad aparte de Dios?
¡Absolutamente distante está Dios, en Su gloria, de todo aquello a lo que los hombres
atribuyen parte en Su divinidad!
(44) Y SIN EMBARGO, si [quienes se niegan a reconocer la verdad] vieran caer parte del cielo,
dirían [tan sólo]: “¡ [No es más que] una masa de nubes!”
(45) Así pues, déjales hasta que se encuentren con su Día [del Juicio], cuando quedarán
paralizados de terror: (46) el Día en que sus argucias no les servirán de nada, y no recibirán
auxilio....
(47) Pero, realmente, para los que se empeñan en hacer el mal, hay un castigo [aún]
más próximo que ese [castigo supremo del más allá]:27 pero la mayoría no se dan cuenta
de ello.
JAMES JOYCE-ULISES 832
—Dentro de diez años —dijo masticando
y riendo—. Va a escribir algo para dentro de
diez años.
—Eso me parece demasiado lejano —dijo
Haines levantando pensativamente su
cuchara—. Sin embargo, no me sorprendería
que lo hiciera a pesar de todo.
Saboreó una cucharada del cremoso cono
de su taza.
—Entiendo que ésta es verdadera crema
irlandesa —dijo con indulgencia—. No me gusta
que me engañen.
Elías, esquife, ligero billete arrugado,
navegaba hacia el Este flanqueando naves y
lanchas pescadoras, entre un archipiélago de
corchos, más allá de New Wapping Street,
pasando el ferry de Benson y a lo largo de la
goleta Rosevean, llegada de Bridwater con una
carga de ladrillos.
VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 832
EL RETORNO DE CHORB
Tras la cortina, las contraventanas
estaban abiertas y se distinguía, en la oscuridad de terciopelo, una esquina del
teatro de la ópera, el hombro negro de un Orfeo de piedra perfilándose contra el
azul de la noche y una fila de luces a lo largo de la oscura fachada que se inclinaba
hasta perderse en la oscuridad. Allí abajo, en la lejanía, había un hormigueo de
oscuras siluetas diminutas que se apretaban al pasar por las puertas iluminadas y
salir a las escalinatas porticadas iluminadas en semicírculos, hasta las que llegaban
los coches con trémulas luces y capotas lisas y relucientes. Sólo se decidió a correr la
cortina cuando toda aquella gente se hubo dispersado. Apagó la luz y se tumbó en
la cama junto a Chorb. Justo antes de dormirse se sorprendió a sí misma pensando
que ya había estado en aquella habitación un par de veces: se acordaba del cuadro
rosa de la pared.
Pero no durmió más de una hora: un profundo aullido de espanto la despertó. Era
Chorb que gritaba. Se había despertado en algún momento después de
medianoche, se había puesto de costado, y había visto a su mujer tumbada a su
lado. Gritó espantosamente, con una fuerza visceral. El blanco espectro de una
mujer saltó de la cama. Cuando, temblando, encendió la luz, Chorb estaba sentado
entre el desorden de las sábanas, con la espalda apoyada en la pared, las manos
sobre el rostro, y entre sus dedos uno de sus ojos flameaba en una llamarada de
locura. Luego se descubrió lentamente el rostro y también lentamente reconoció a
la chica. Entre murmullos asustados se estaba poniendo la blusa a toda prisa.
Y Chorb emitió un suspiro de alivio, porque se dio cuenta de que su prueba había
terminado. Fue hasta el sillón verde y se quedó allí sentado, agarrado a sus piernas
peludas con una sonrisa ausente contemplando a la puta. Aquella sonrisa acrecentó
el terror en ella; se volvió, abotonó el último botón, se ató las botas y se apresuró a
ponerse el sombrero.
VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 288
LA VISITA AL MUSEO
Di un giro de noventa grados
y me encontré en medio de instrumentos musicales; las paredes, todas un gran
espejo, reflejaban una hilera de pianos de cola, mientras que en el centro había una
especie de estanque con un bronce de Orfeo sobre una roca verde. El tema acuático
no acababa ahí porque, al volver corriendo, di con mi persona en la Sección de
Fuentes y Arroyos, y me resultaba difícil caminar por las riberas sinuosas y cenagosas
de aquellas aguas.
De vez en cuando, a uno u otro lado, aparecían unas escaleras de piedra con unos
charcos en los escalones que me producían una extraña sensación de miedo, que
descendían hasta abismos llenos de niebla de los que surgían una serie de silbidos,
el chocar de platos, el golpeteo de máquinas de escribir, martillazos, y muchos otros
ruidos, como si, allá abajo, hubiera salas de exposiciones de algún que otro tipo, que
ya estuvieran cerradas o cuyas obras estuvieran a punto de completarse. Luego me
vi envuelto en la oscuridad y empecé a tropezar con todo tipo de muebles
desconocidos hasta que finalmente vi una luz roja y salí a una plataforma que
sonaba metálica a mi paso... y de repente, tras ella, me encontré con un cuarto de
estar iluminado, amueblado con gusto al estilo Imperio, pero sin un alma, sin un
alma... Para entonces yo ya estaba indescriptiblemente aterrado, pero cada vez que
intentaba deshacer mi camino a lo largo de los distintos pasadizos, me volvía a
encontrar en lugares desconocidos —en un invernadero con hortensias y cristales
rotos a través de los cuales se colaba la oscuridad de la noche artificial o en un
laborarorio desierto con alambiques polvorientos sobre las mesas. Finalmente fui a
parar a una especie de habitación con percheros monstruosamente atiborrados de
abrigos negros y pieles de astracán; desde detrás de una puerta llegaba un estallido
de aplausos, pero cuando abrí la puerta de golpe, no encontré teatro alguno, sino
únicamente una suave opacidad y una niebla de imitación tan perfecra que incluso
mostraba de forma convincente una serie de manchas correspondientes a unas
confusas farolas. ¡Más que convincentes! Avancé unos pasos e inmediatamente una
inconfundible y bienvenida sensación de realidad reemplazó finalmente a toda
aquella basura irreal contra la que me había ido estrellando por todos los lados. La
piedra que tenía bajo mis pies era un auténtico adoquín de la acera, espolvoreada
con nieve maravillosamente fragante y recién caída. Al principio la frescura
silenciosa y nevada de la noche, que de alguna manera me resultaba extrañamente
familiar, me produjo una sensación placentera después de mi deambular
enfebrecido. Confiadamente, empecé a hacer conjeturas acerca del lugar en el que
había estado y acerca del porqué de la nieve, y qué serían aquellas luces que
brillaban exageradamente aunque indistintas, aquí y allá en la parda oscuridad. Me
puse a mirar e incluso me agaché a tocar una piedra redonda del bordillo de la
acera, y luego me quedé contemplando la palma de la mano, llena de húmedo frío
granular, como si esperara encontrar allí una explicación. Sentí que iba vestido
demasiado ligero, demasiado candido, pero la conciencia de que había logrado
escaparme del laberinto del museo era todavía tan fuerte que en los dos primeros
minutos, no experimenté ni sorpresa ni miedo. Siguiendo con mi examen detenido
miré la casa junto a la que me encontraba e inmediatamente me chocó el
espectáculo de sus escaleras de hierro y de los raíles que bajaban hasta la nieve en
su camino hacia el sótano. Me dio una punzada al corazón, y cuando volví a mirar la
acera lo hice con una curiosidad de orden nuevo, un punto alarmada, al ver su
cubierta blanca a lo largo de la cual se estiraban una serie de líneas negras, y
también el cielo pardo cruzado por una luz persistente y misteriosa, y el parapeto
macizo a cierta distancia. Me pareció que tras él había como una pendiente; algo
crujía y regurgitaba allí abajo. Más allá, al otro lado de aquella cavidad lóbrega, se
extendía una cadena de luces borrosas. Arrastrándome por la nieve con mis pies
empapados, caminé unos cuantos pasos, sin dejar de mirar aquella casa oscura a mi
derecha; sólo había luz en una ventana, donde una lámpara solitaria lucía
débilmente bajo su pantalla de cristal verde. Una puerta de madera cerrada...
Deben de ser los postigos de una tienda que duerme... Y a la luz de una farola cuyas
formas me habían empezado a gritar su mensaje imposible, conseguí descifrar el
final de un letrero —«... INKA SAPOG» (... CIÓN DE CALZADO)— pero no, no era la
nieve la que había borrado el letrero. «No, no, en un minuto me despertaré», dije
en alta voz
JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS 288
SOBRE EL DOBLAJE
Las posibilidades del arte de combinar no son infinitas, pero
suelen ser espantosas. Los griegos engendraron la quimera, monstruo
con cabeza de león, con cabeza de dragón, con cabeza de
cabra; los teólogos del siglo 11, la Trinidad, en la que inextricablemente
se articulan el Padre, el Hijo y el Espíritu; los zoólogos
chinos, el ti-yiang, pájaro sobrenatural y bermejo, provisto de
seis patas y de cuatro alas, pero sin cara ni ojos; los geómetras
del siglo xrx, el hipercubo, figura de cuatro dimensiones, que
encierra un número infinito de cubos y que está limitada por
ocho cubos y por veinticuatro cuadrados. Hollywood acaba
de enriquecer es« vano museo teratológico; por obra de un
maligno artificio que se llama doblaje, propone monstruos que
combinan las ilustres facciones de Greta Garbo con la voz de
Aldonza Lorenzo. ¿Cómo no publicar nuestra admiración ante
ese prodigio penoso, ante esas industriosas anomalías fonéticovisuales?
ROBERT GRAVES-DIOSA BLANCA 206 288-206=82
«Con excepción de siete nadie
volvía de Caer Sidi». Sabemos que por lo menos dos volvieron: Teseo y Dédalo, ambos
héroes solares áticos. Las leyendas de la expedición de Teseo al Averno y de su
aventura en el laberinto cretense de Cnossos son en realidad'dos partes de un mismo
mito confuso. Teseo («el que dispone») va desnudo, salvo por su piel de león, al centro
del laberinto, donde mata al monstruo de cabeza de toro del hacha doble -la labris de la
que se deriva la palabra «laberinto»- y vuelve sano y salvo; y la diosa que le permite
hacer eso es Ariadna, a la que los galeses llamaban Arianrhod. En la segunda parte del
mito fracasa en su expedición al Averno; tiene que salvarlo Hércules, y su compañero
Peiritoo se queda allí como Gwair, suspirando perpetuamente por la liberación. El mito
del héroe que vence a la Muerte fue combinado por los mitógrafos griegos con un
acontecimiento histórico: el saqueo del palacio laberíntico de Cnossos por incursores
danaenos provenientes de Grecia alrededor de 1400 a. de C. y la derrota del rey Minos,
el rey Toro. Dédalo («el brillante») escapa igualmente del laberinto cretense guiado por
la diosa-Luna Pasifae, pero sin emplear la violencia; era un héroe solar de los colonos
egeos de Cumas y de los sardos, así como de los atenienses
http://latrola.net/blok/fotos-de-arboles-con-formas-curiosas?nggpage=2
VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos 283
Pagué el franco que me correspondía y,
tratando de no fijarme en las estatuas de la entrada (que eran tan convencionales e
insignificantes como el número que abre un espectáculo de circo), entré a la sala
principal.
Todo era como cabía esperar: tonos grises, sustancia dormida, materia
desmaterializada. Ahí estaba la típica vitrina de monedas viejas y gastadas que
descansaban sobre el terciopelo de sus correspondientes departamentos. Sobre la
vitrina había un par de buhos, tinge y autillo, con sus nombres en francés que eran
algo parecido a Gran Duque y Duque Secundario en traducción. Unos minerales
venerables se mostraban en sus tumbas abiertas de polvoriento papier maché; la
fotografía de un caballero atónito con barba puntiaguda dominaba una mezcolanza
de voluminosos objetos negros de varios tamaños. Tenían un gran parecido con los
excrementos de insecto congelados, y me detuve involuntariamente ante ellos, sin
conseguir descifrar su naturaleza, composición o función. El guarda me había estado
siguiendo con pasos de fieltro a una distancia respetuosa; sin embargo, en aquel
momento, se acercó hasta mí, con un brazo a la espalda y el fantasma del otro en el
bolsillo, sin dejar de deglutir algo a juzgar por el movimiento de su nuez.
—¿Qué son estas cosas? —pregunté.
—La ciencia no ha conseguido determinarlo todavía —replicó, con una frase que,
sin duda, tenía aprendida de memoria—. Las encontró —continuó con el mismo
tono de falsedad— Louis Pradier, concejal municipal y caballero de la Legión de
Honor en 1895 —y con dedos trémulos indicó la fotografía.
—Eso está bien —dije—, pero lo que yo querría saber es ¿quién y por qué decidió
que merecían un lugar en el museo?
—¡Y ahora permítame que dirija su atención hacia esta calavera! —exclamó el
anciano enérgicamente, tratando de cambiar de tema.
—Sin embargo, me gustaría saber de qué material están hechos —le interrumpí.
—La ciencia... —comenzó de nuevo, pero se detuvo en seco y se miró como
enfadado los dedos, sucios de tocar las vitrinas.
Yo me puse a contemplar entonces un jarrón chino, probablemente traído hasta allí
por un marino; un grupo de fósiles porosos; un gusano pálido en nubes de alcohol y
un mapa rojo y verde de Montisert en el siglo XVII; y también un trío de utensilios
oxidados atados con una cinta fúnebre —una pala, un azadón y un pico. «Para
excavar en el pasado», pensé distraído, pero esta vez no le pedí aclaraciones al
guarda, que me seguía mansamente sin hacer ruido, deambulando en torno a las
vitrinas expuestas. Detrás del primer vestíbulo había otro, aparentemente el último,
en cuyo centro destacaba un gran sarcófago que parecía una bañera sucia, mientras
que las paredes estaban cubiertas de cuadros.
JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS 283
Rudolf Steiner compara la estadía inerte de los minerales
a la de los cadáveres; la vida silenciosa de las plantas a la
de los hombres que duermen; las atenciones momentáneas del
animal a las del negligente soñador que sueña incoherencias. En
el tercer volumen de su admirable Woerterbuch der. Philosophie,
observa Fritz ÍVlauthner: "Parece que los animales no tienen
sino oscuros presentimientos de la sucesión temporal y de la duración.
En cambio, el hombre, cuando es además un psicólogo
de la nueva escuela, puede diferenciar en el tiempo dos impresiones
que sólo estén separadas por 1/500 de segundo." En un
libro postumo de Guyau —La Genése de l'Idée de Temps, 1890—
hay dos o tres pasajes análogos. Uspenski (Tertlum Organum, capítulo
IX) encara no sin elocuencia el problema; afirma que el
mundo de los animales es bidimensional y que son incapaces de
concebir una esfera o un cubo. Todo ángulo es para ellos una
moción, un suceso en el tiempo. .. Como Edward Carpenter, como
Leadbeater, como Dunne, Uspenski profetiza que nuestras mentes
prescindirán del tiempo lineal, sucesivo, y que intuirán el universo
de un modo angélico