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sábado, noviembre 28, 2009
LA VISITA
miércoles, noviembre 25, 2009
UN FUEGO
Cuando la hermana de Malta Kanoo se hubo marchado, pasé el aspirador —después de mucho tiempo de no hacerlo— y metí un montón de ropa sucia en la lavadora. Luego saqué todos los cajones de mi escritorio y vacié el contenido en una caja de cartón. Pensaba elegir las cosas que aún pudiera necesitar y quemar el resto, pero apenas había algo útil. Casi todo era inservible. Viejos diarios, viejas cartas por responder, viejas agendas llenas de anotaciones precisas, libretas con direcciones de personas que tiempo atrás habían pasado por mi vida, recortes amarillentos de periódicos y revistas, carnets de socio de la piscina caducados, folletos de instrucciones y garantías de radiocasetes, lápices y bolígrafos a medio usar, trozos de papel con números de teléfono (de los que ya era imposible adivinar de quién debían de ser). Después quemé todas las cartas viejas que había conservado metidas en cajas dentro del armario. Casi la mitad eran de Kumiko. Antes de casarnos, nos escribíamos a menudo. En los sobres aparecían sus pequeños y precisos caracteres. Su letra apenas había cambiado en siete años. Incluso el color de la tinta era el mismo.
Saqué las cartas al jardín, las rocié con aceite y eché una cerilla para prenderles fuego. Las cajas ardieron entre vivas llamaradas, pero el contenido tardó en quemarse más de lo que imaginaba. Era un día sin viento y la blanca columna de humo se alzó en línea recta apuntando al cielo de verano. Era como la enorme planta que creció hasta el cielo de «Las habichuelas mágicas». Si yo trepara por ella, tal vez, allá en lo alto, encontraría un pequeño mundo donde todas las cosas que pertenecían a mi pasado coexistieran con alegría. Sentado en una piedra del jardín, sudando a mares, contemplé inmóvil cómo se alzaba la columna de humo. Era una cálida mañana de verano que anunciaba una tarde tórrida. La camiseta, empapada en sudor, se adhería a mi cuerpo. En una vieja novela rusa, las cartas servirían para alimentar el fuego en una noche de invierno. Jamás para arder en el jardín, rociadas con aceite, una mañana de verano. Pero en la sórdida realidad del mundo en que vivimos, personas empapadas en sudor queman cartas por la ma-ñana, y en verano. En este mundo, uno no puede guiarse por sus preferencias. Hay cosas que no pueden esperar hasta el invierno.
HARUKI MURAKAMI CRONICA DEL PAJARO QUE DA CUERDA AL MUNDO pag.329
Reunidos bajo las nubes, entran por la gran puerta y desaparecen. Apenas son suficientes, y en la fábrica son ajusticiados. Ahora váyase a casa con su mujer y descanse, mientras en los cementerios de automóviles humea la goma y las instalaciones de soplete autógeno segregan su propio sudor. La chapa bosteza, y las aceradas vísceras se salen por las heridas de los coches, que un día fueron más amados que las mujeres, que los pagaron trabajando el doble. Una cosa más: No se deje guiar por su gusto, porque antes de que pueda darse cuenta habrá un nuevo modelo en el mercado, ¡que le está esperando sólo a usted, a usted y a nadie más! entonces ya tendría uno, que antaño, hace mucho tiempo, le engatusó con palabras y cuentas de ahorro. ¡Y ahora basta, a casa!
ELFRIEDE, JELINEK LA PIANISTA Y OTRAS HISTORIAS pag.329
«Vuela —ordenaba a Gibreel aquella fuerza—. Canta.» Chamcha permaneció abrazado
a Gibreel mientras éste, al principio lentamente, y después con rapidez y fuerza crecientes,
batía los brazos. Más y más vigorosamente braceaba y, al bracear, brotó de él un canto que,
como el canto del espectro de Rekha Merchant, se cantaba en una lengua desconocida para él,
con una música nunca oída. Gibreel en ningún momento negó el milagro; a diferencia de
Chamcha, que trataba de descartarlo por medio de la lógica, él nunca dejó de afirmar que el
gazal era celestial y que, sin el canto, de nada le hubiera servido mover los brazos a modo de
alas y, sin el aleteo, era seguro que habrían golpeado las olas como pedruscos o cosa así,
estallando en mil pedazos al tomar contacto con el tenso tambor del mar. Mientras que ellos,
por el contrario, empezaron a frenar. Cuanto más briosamente aleteaba y cantaba, cantaba y
aleteaba Gibreel, más se acentuaba la desaceleración, hasta que, al fin, planeaban sobre el canal
como papelillos mecidos por la brisa.
Fueron los únicos supervivientes de la catástrofe, los únicos pasajeros caídos del Bostan
que conservaron la vida. Fueron depositados por la marea en una playa. Cuando los
encontraron, el más expansivo de los dos, el de la camisa púrpura, deliraba frenéticamente,
jurando que habían caminado sobre el agua, que las olas los habían acompañado suavemente
hasta la orilla; mientras que el otro, que llevaba un empapado bombín pegado a la cabeza como
por arte de magia, lo negaba. «Por Dios que tuvimos suerte —decía—. Toda la suerte del
SALMAN RUSHDIE LOS VERSOS SATANICOS 319 pag,329-319=10
Cuando llegamos a un terreno cubierto de ladrillos ennegrecidos por el fuego, diseminados, el comandante dijo:
—Esta era la ciudad de Vaishali.
La destrucción había sido total. Perros, gatos y animales de presa; serpientes, lagartos y escorpiones, ocupaban las ruinas de la que había sido, apenas diez años antes, la próspera ciudad en que me habían mostrado el recinto del congreso y el altar de Mahavira.
—Naturalmente, el rey proyecta reconstruir la ciudad —dijo el comandante, pateando una pila de huesos.
—Cuando lo haga, sin duda rivalizará con Rajagriha —respondí. Aunque en todo momento tuve cuidado de mostrarme como el leal yerno de un rey al que los indios consideraban el más grande que nunca había existido, de tanto en tanto la curiosidad se
apoderaba de mí—. ¿Hubo aquí gran resistencia? ¿Fue realmente necesario arrasar la ciudad entera?
—¡Oh, sí, señor príncipe! Yo estuve aquí. Tomé parte en la batalla, que duró ocho días. El mayor combate fue allí. —Señaló, hacia el oeste, las palmeras alineadas junto al río seco—. Los obligamos a retroceder desde la orilla. Cuando intentaron refugiarse en la ciudad, los detuvimos ante la muralla. El rey en persona encabezó la carga en la puerta principal. El rey en persona incendió el primer edificio. El rey en persona degolló al general republicano. El rey en persona volvió rojas las aguas del Ganges. —El capitán daba la impresión de estar cantando, antes que hablando. Las victorias de Ajatashatru se convertían ya en poemas para que las futuras generaciones pudieran cantar su gloria y su carácter sanguinario.
Doce mil soldados republicanos habían sido empalados a los lados del camino, desde Vaishali hasta Shravasti. Como la batalla final se había dado en la estación seca, los cuerpos se habían momificado bajo el sol. Como consecuencia de ello, los soldados muertos parecían todavía vivos; tenían las bocas abiertas, como si gritaran o intentaran aspirar el aire. La muerte debía de haber llegado lentamente en lo alto de las estacas de madera. Me sorprendió un poco descubrir que todos los hombres habían sido cuidadosamente castrados. Los indios abominan de esta práctica. Posteriormente, vi vender en Shravasti numerosos escrotos exquisitamente curtidos. Durante esa estación, al menos, estuvieron de moda como bolsas para el dinero. Las mujeres los llevaban atados a sus cinturones, en señal de patriotismo
GORE VIDAL CREACION pag.329
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