Sábado Ian McEwan 117
— ¿Te está tratando alguien?
— ¿De qué va esto, Baxter?
Baxter deposita el espejo retrovisor roto en las manos de Nark.
—Esperadme en el coche.
—Estás de coña.
—Hablo en serio. Esperadme en el puto coche.
Es de una evidencia lastimera, el desespero con que Baxter quiere separar a sus
amigos del hombre que conoce su secreto. Los dos jóvenes intercambian una mirada
y se encogen de hombros. Luego, sin mirar a Perowne, se alejan calle abajo. Cuesta
pensar que no creen que Baxter tiene algún problema. Pero son las fases tempranas
de la enfermedad, y su progreso es lento. Quizás no conozcan a Baxter desde hace
mucho. Y el andar espasmódico, un temblor interesante, el ocasional arranque altivo
de cólera o el cambio de humor podrían ser en su ambiente el sello de un hombre de
carácter. Cuando llegan al BMW, Nark abre la puerta trasera y arroja dentro el
retrovisor. Uno junto al otro, se recuestan en el capó del automóvil para observar a
Baxter y a Perowne, con los brazos cruzados como matones de película. Perowne
porfía, con suavidad:
— ¿Cuándo murió tu padre?
—Ya vale.
Baxter no le está mirando. Se mueve inquieto, con el hombro escorado, como un
niño enfurruñado que aguarda a que le camelen, incapaz de dar el primer paso. He
ahí la rúbrica de tantas enfermedades neurodegenerativas: la veloz transición de un
talante a otro, sin percatarse ni recordar ni comprender cómo lo ven los demás.
— ¿Tu madre vive todavía?
La vida y la muerte me
están desgastando MO YAN 117
—Lan Lian, ¿estás haciendo una demostración para la Comuna del Pueblo?
—No me atrevería —replicó mi amo—. La Comuna del Pueblo y yo somos como agua del
pozo y agua del río. Jamás se mezclan.
—Sí, pero estás caminando por la calle de la Comuna del Pueblo —dijo Hong señalando
primero a la calle y luego al cielo que se extendía sobre nuestras cabezas—. Y estás respirando el
aire que envuelve la Comuna del Pueblo y te estás empapando de los rayos de sol que caen sobre
la Comuna del Pueblo.
—Esta calle ya estaba aquí antes de que se creara la Comuna del Pueblo, lo mismo que el
aire y el sol. Todo ello le fue entregado a todo el pueblo y a los animales por los poderes del
Cielo, y tú y tu Comuna del Pueblo no tenéis ningún derecho a monopolizarlos.
Inspiró con fuerza, golpeó con el pie en el suelo y levantó el rostro hacia el sol.
—¡Maravilloso aire y extraordinaria luz del sol!
A continuación me dio un golpecito en el hombro y dijo:
—Negrito, respira profundamente, patea el suelo y deja que los rayos de sol te calienten.
JAMES JOYCE
ULISES 117
Introducción de Germán García
La literatura moderna ha buscado en el
sueño, en la vida inconsciente y nocturna,
nuevos recursos que ha querido hacer fecundos.
Pero se ha encontrado frente a una alternativa:
o bien esta investigación del dominio de lo
inconsciente se hace desde el punto de vista de
la vigilia, descubriendo en las profundidades de
la vida psicológica elementos de conocimiento y
no extrayendo sino aquello que puede aclarar la
vida del individuo, los móviles ocultos de sus
actos, en suma, lo que puede utilizar. No de otra
manera procede la ciencia de los sueños en
Freud y sus discípulos: no se ve en la noche y en
el sueño sino un plano posterior más confuso,
más vasto, incontrolado, de la vida consciente y de la vigilia. O bien se busca en el sueño una
liberación frente a la lógica, a la razón, una
justificación del capricho, una nueva inspiración
más libre para el arte, un dominio todavía no
explotado que permite cualquier arbitrariedad y
cualquier facilidad.Rimbaud se
ha mofado de nosotros como de sí mismo: no ha
trazado un camino para que lo sigan; en
resumen, él tampoco ha regresado. Con Joyce es
otra cuestión: la potente y lógica construcción
del universo del sueño, una elaboración paciente
y racional del mundo nocturno donde toda
realidad conocida encuentra su lugar, donde
toda vida sufre su metamorfosis, donde todo
objeto, todo pensamiento, toda figura gana su
verdadero simbolismo, donde nuestra vida
entera se descubre. Es con otros ojos, con otros sentidos y otros pensamientos con los que
necesitamos sin duda rehacerlo; las leyes del
universo visible no rigen ese nuevo mundo. Pero
quedan intactas, sin embargo, las leyes
fundamentales, aquellas que el artista restaura
y de las que hace el designio general de su obra.
El Vellocino De Oro
Robert Graves 117
he de imponerte una condición: habrá dos islas, una en el mar del Occidente y otra en el mar de Oriente, que yo conservaré para mi culto
antiguo. Allí ni tú, ni ninguna otra deidad en la que puedas dividirte tendrá jurisdicción alguna;
solamente yo y mi serpiente Muerte, cuando se me antoje mandarla venir. La del Occidente será la
isla de la inocencia, y la de Oriente será la de la iluminación; en ninguna de ellas se llevará cuenta
del tiempo sino que cada día será como mil años, y viceversa.
Inmediatamente hizo surgir de las aguas la isla occidental, como un
jardín, a un día de navegación de España; y también cubrió con una nube el órgano seccionado de
Cronos, que los Dáctilos se llevaron cuidadosamente a la isla oriental, que ya existía, donde se
convirtió en su compañero, el alegre dios de cabeza de pez, Priapo.
Entonces Zeus dijo:
-Esposa, acepto tus condiciones si tú consientes que tu otro yo Anfitrite ceda el dominio de los
mares a mi oscuro hermano Poseidón.
Rea contestó:
-Consiento, esposo, pero reservando para mi propio uso las aguas que se extienden a cinco millas
alrededor de mis dos islas; también puedes gobernar el cielo en lugar de Eurínome, y poseer todas
las estrellas y planetas y el propio sol; pero yo me reservo la luna para mí.
Miguel de Cervantes
DON QUIJOTE DE LA MANCHA 117
¿qué podían ser sino fantasmas y gente del otro mundo? Y confirmo
esto por haber visto que, cuando estaba por las bardas del corral mirando
los actos de tu triste tragedia, no me fue posible subir por ellas, ni menos pude
apearme de Rocinante, porque me debían de tener encantado; que te juro por
la fe de quien soy que, si pudiera subir o apearme, que yo te hiciera vengado
de manera que aquellos follones y malandrines se acordaran de la burla para
siempre, aunque en ello supiera contravenir a las leyes de la caballería, que,
como ya muchas veces te he dicho, no consienten que caballero ponga mano
contra quien no lo sea, si no fuere en defensa de su propia vida y persona, en
caso de urgente y gran necesidad.