MUCHAS VIDAS,
MUCHOS MAESTROS
BRIAN WEISS 151
Aproveché ese momento para interpretar parte del sueño.
—Sí, es un viejo patrón de conducta en él, y tú haces cosas que corresponderían
a tu padre, como ir en busca de la caja. Espero que él sepa aprender de ti. Tengo
la sensación de que ese incendio representa el tiempo que se acaba; tú
comprendes el peligro, pero él no. Mientras él holgazanea y te envía a ti en busca
de objetos materiales, tú sabes mucho más... y tienes mucho que enseñarle, pero
tu padre no parece dispuesto a aprender.
—No —asintió ella —, en efecto.
—Así entiendo yo el sueño. Pero tú no puedes obligarlo. Sólo él puede
comprender eso.
—Sí —asintió otra vez. Su voz se hizo grave y ronca—. No importa que nuestro
cuerpo arda en el fuego si no lo necesitamos...Un Espíritu Maestro acababa de presentar un enfoque del sueño completamente
distinto. Me sorprendió esa entrada brusca; no pude hacer otra cosa que repetir el
pensamiento como un loro:
—¿No necesitamos el cuerpo?
—No. Mientras estamos aquí pasamos por muchas etapas. Nos deshacemos de
un cuerpo de bebé para adoptar el de un niño; descartamos el de niño para ser
adultos, y el de adultos por el de ancianos. ¿Por qué no dar un paso más y
descartar el cuerpo adulto para ir a un plano espiritual? Eso es lo que hacemos.
No dejamos de crecer: continuamos creciendo. Cuando llegamos al plano
espiritual, continuamos creciendo también allí. Pasamos por diferentes etapas de
desarrollo. Cuando llegamos, estamos consumidos. Es preciso pasar por una
etapa de renovación, una etapa de aprendizaje y una etapa de decisión. Nosotros
decidimos cuándo queremos regresar, adonde y por qué motivos. Algunos
prefieren no volver. Prefieren pasar a otra etapa de desarrollo. Y mantienen la
forma espiritual... algunos por más tiempo que otros, antes de volver. Todo es
crecimiento y aprendizaje... crecimiento continuo., Nuestro cuerpo es sólo un
vehículo para que utilicemos mientras estamos aquí. Son nuestra alma y nuestro
espíritu los que perduran por siempre.
—La vida y la muerte me
están desgastando MO YAN 151
Había regresado de la capital provincial con un cuadro agudo de
insomnio y muchas veces, en mitad de la noche, me despertaba de un
profundo sueño y lo encontraba sentado completamente vestido en el borde
del kang, apoyado contra la pared y fumando su pipa. Para mí, el espeso humo
del tabaco resultaba ligeramente nauseabundo.
—¿Por qué no estás durmiendo, papá? —le preguntaba.
—Lo haré —dijo—, dentro de un rato. Vuelve a dormir. Voy a dar al
buey un poco más de heno.
Me solía levantar a orinar, aunque ya deberías saber todo lo que guarda
relación con mojar la cama. Cuando eras un burro y salías a pastar, estoy
seguro de que advertías que la ropa de mi cama se estaba secando al sol. Cada
vez que Wu Qiuxiang veía a mi madre saliendo a hacer la colada, llamaba a
gritos a sus hijas:
—Eh, Huzhu, Hezuo, salid aquí y mirad el mapa del mundo que ha
pintado Jiefang en sus sábanas.
GAO XINGJIAN
LA MONTAÑA DEL ALMA 151
—Se expone a coger frío quedándose así fuera —dice adelantándose—. Le ayudaré a volver a
entrar en casa.
El anciano, con la moquita en la nariz, no le presta atención, sigue cantando, con los ojos
cerrados y una ronca voz que le tiembla en la garganta, ininteligible.
Las puertas de las otras casas se abren unas tras otras. Ancianas, ancianos seguidos de sus hijos,
por fin el pueblo entero se reúne en la orilla. Algunos regresan a sus casas en busca de un cuenco de
albóndigas de arroz glutinoso, otros traen un pato, otros también un cuenco de vino, así como un
poco de carne de búfalo. Por último, depositan delante de él media cabeza de cerdo.
—Es un crimen olvidar a los antepasados —farfulla sin cesar el anciano.
Emocionada, una muchacha corre a su casa para coger la manta que guardaba para su boda.
Recubre con ella al anciano y le seca la nariz con un pañuelo bordado.
—Entre en casa, padre —le recomienda ella.
—¡Pobre hombre! —exclaman los jóvenes.
-—¡La madre del arce, el padre del roble, si habéis olvidado a vuestros antepasados, algún día tendréis que pagarlo!
Sus palabras remolinean en su garganta. Llora.
—Se va a quedar pronto afónico, padre.
—Entre en casa.
Los jóvenes quieren sostenerlo.
—Moriré aquí...
El viejo forcejea. Termina por gritar como un niño caprichoso.
—Dejad que cante —dice una anciana—. Es su último invierno.
JAMES JOYCE
ULISES 151
El aire fresco ayuda a la memoria. O una cancioncilla.
Abeecee deefeeegee kaelemene opeecu
ereeeteuve dobleevee. ¿Varones? Sí, Inishturk,
Inishark, Inishboffin. En su juergafía. La mía
Monte Bloom.
El Vellocino De Oro
Robert Graves 151
-El viento nos empuja cada vez más lejos -dijo-. Vamos, Jasón, danos la orden antes de que sea
demasiado tarde.
Idas se burló con su voz estridente:
-Admeto, Admeto, llevas tu gorra de piel de cordero torcida y la nariz sucia de alquitrán. ¡Siéntate,
hombre, siéntate!
Calais le dijo con más suavidad:
-Admeto, olvídate de Hércules. Algún dios debió meterle en la cabeza a Tifis que nos despertara a
todos de aquel modo, y hasta ahora nos ha mantenido ciegos ante la pérdida de Hércules.
-Y como su dedo invisible aún sella los labios de Jasón, nuestro capitán -añadió Zetes-, sigamos
navegando, olvidémonos del loco de Tirinto, y pensemos únicamente en el vellocino
Edgar Allan Poe
Obras en español 151
La circunstancia de que el Autómata juegue con la mano izquierda no puede tener
conexión con las operaciones de la máquina, considerada meramente como tal. Cualquier
dispositivo mecánico que hiciera que la figura se moviese, de cualquier forma que fuera, la
mano derecha podría causar el mismo movimiento que la izquierda. Pero estos principios no
pueden extenderse a la organización humana, dado que hay una marcada y radical diferencia en la constitución y, en todo caso, en las capacidades de los brazos derecho e
izquierdo. Reflexionando sobre este último hecho, relacionamos naturalmente esta
incongruencia que se advierte en el Jugador de Ajedrez a esta peculiaridad en la
constitución humana. Si ello es así, debemos imaginarnos alguna reversión, porque el
Jugador de Ajedrez juega precisamente como un hombre no lo haría. Estas ideas, cuando
se las considera, bastan por sí mismas para sugerir la noción de un hombre en el interior.
Unos pocos pasos más, imperceptibles en sí mismos, nos conducen, finalmente, al resultado.
El Autómata juega con su mano izquierda porque en ninguna otra circunstancia, el hombre
que está adentro podría jugar con el derecho, un desideratum, por supuesto.
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