martes, agosto 07, 2012

CLARA DE HUEVO

    

 

JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

EL DR. JEKYLL Y EDWARD HYDE,
TRANSFORMADOS                                 280

La estructura del film es  más rudimental que su teología.
En el libro, la identidad de Jekyll y de Hyde es una sorpresa:
el autor la reserva para el final del noveno capítulo. El relato
alegórico finge ser un cuento policial; no hay lector que adivine
que Hyde y Jekyll son la misma persona; el propio título nos
hace postular que son dos. Nada tan fácil como trasladar al cinematógrafo
ese procedimiento. Imaginemos cualquier problema
policial: dos actores que el público reconoce figuran en la trama
(George Raft y Spencer Tracy, digamos); pueden usar palabras
análogas, pueden mencionar hechos que presuponen un pasado
común; cuando el problema es indescifrable, uno de ellos absorbe
la droga mágica y se cambia en el otro. (Por supuesto, la buena

ejecución de este plan comportaría dos o tres reajustes fonéticos:
la modificación de los nombres de los protagonistas.

 

La edad de oro de los faraones

JAMES JOYCE
ULISES                       280

En alguna parte en el este: mañana temprano;
partir al alba, viajar en redondo frente al sol,
ganarle de mano por un día. Seguir así, para
siempre nunca envejecer un día más
técnicamente.

 

VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos               280

Bajó las escaleras corriendo, atravesó sigiloso y rápido la hilera de habitaciones
(bibliotecas, cuernos de venado, triciclo, mesa de juego azul, piano) y se encontró al
llegar a la puerta abierta, que llevaba a la terraza, con una estampa coloreada del

sol y con el viejo perro que volvía del jardín. Peter se encaramó hasta la ventana y
eligió una de cristal sin emplomar. En el banco blanco aguardaba la varita verde.
Elenski permanecía invisible, se había marchado, sin duda, en su búsqueda incauta,
más allá de los tilos que bordeaban la avenida.
Riéndose excitado por la oportunidad que tenía ante sí, Peter saltó los escalones y
corrió hasta el banco. No había dejado todavía de correr cuando sintió una extraña
insensibilidad a su alrededor. Sin embargo, sin aminorar el paso llegó hasta el banco
y lo golpeó tres veces con el palo. Un gesto vano. No apareció nadie. Manchas de
sol pulsaban en la arena. Una mariquita caminaba por el brazo del banco, las puntas
transparentes de sus alas dobladas descuidadamente se veían desordenadas bajo su
pequeña cúpula a motas.

 

 

Ian  McEwan
Solar                                             227     280-227=53

De la cocina, detrás de Pickett y al otro lado de una
pared de roble barnizado, llegaba el olor de carne y ajos friéndose, y
el choque de cucharas contra ollas y los gritos autoritarios del chef
internacional metiendo prisa a un subordinado. Difícil era no pensar
en la cocina cuando eran ya las ocho y veinte y llevaban horas sin
probar bocado. No poder comer cuando le apetecía era una de las
libertades que Beard había abandonado en el estúpido sur.

Durante todo el día, el sol se mantuvo a poco más de cinco
grados sobre el horizonte, y se había puesto a las dos y media, como
dando por finalizado un mal trabajo. Beard presenció el momento por
un ojo de buey junto a la litera donde estaba sufriendo. Vio cómo la
vasta llanura nevada del fiordo se tornaba azul y después negra.

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