viernes, agosto 10, 2012

BURBUJA

      

 

 

JORGE LUIS BORGES
OBRAS COMPLETAS  517

Borró algún símbolo demasiado
evidente: las repetidas campanadas, la música. Ninguna circunstancia lo importunaba. Omitió, abrevió, amplificó; en algún caso,
optó por la versión primitiva. Llegó a querer el patio, el cuartel;
uno de los rostros que lo enfrentaban modificó su concepción del
carácter de Roemerstadt. Descubrió que las arduas cacofonías
que alarmaron tanto a Flaubert son meras supersticiones visuales:
debilidades y molestias de la palabra escrita, no de la palabra
sonora... Dio término a su drama: no le faltaba ya resolver
sino un solo epíteto. Lo encontró; la gota de agua resbaló en su
mejilla. Inició un grito enloquecido, movió la cara, la cuádruple
descarga lo derribó.

 

Sura 21. Al-Anbiya’ (Los Profetas)  517

(12) Y tan pronto como empezaron a sentir Nuestra furia, he aquí que trataron de huir de
ella—(13) [al tiempo que les parecía oír una voz sarcástica]: “¡No huyáis! ¡Volved a lo que [antes] os
producía placer y corrompía vuestro ser,15 y [volved] a vuestras casas, para que seáis interrogados
[acerca de lo que hacíais]!”16

16 El Qur’án no dice de quién son estas palabras, pero el tenor de este pasaje indica, a mi juicio, que se
trata de la voz sarcástica y acusadora de la propia conciencia del pecador: de ahí mi interpolación, entre
corchetes, al comienzo de este versículo.

 

 

James Joyce
Ulises       517

Dios Santo, el vestido de esa pobre niña está andrajoso. Desnutrida parece también. Patatas con margarina,
marganna con patatas. Es después cuando se resienten. Cuando le ven las orejas al lobo. Arruina la salud.
Apenas había puesto el pie en el puente de O'Connell cuando un bejín de humo empenachó el parapeto.
Gabarra de la cervecera con cerveza negra de exportación. Inglaterra. El aire del mar la marea, he oído. Sería
interesante algún día conseguir un pase a través de Hancock para ver la cervecera. Un mundo en miniatura.
Barricas de cerveza negra maravilloso. Las ratas se meten también. Beben hasta que se les hincha la
barriga tanto como un collie flotando. Borrachas como cubas con la cerveza negra. Beben hasta que la vomitan
otra vez como machos. ¡Imagínate bebiendo eso! Barrigas: barricas. Bueno, claro que si supiéramos
todas las cosas.
Al mirar hacia abajo vio aleteando con fuerza, revoloteando alrededor de los desolados muros del muelle,
unas gaviotas. Tiempo borrascoso fuera. ¿Y si me tirara? El hilo de Reuben J. tuvo que tragar una buena
panzada de esas aguas residuales. Un chelín y ocho peniques de más. Ummm. Es la manera tan graciosa
con la que cuenta las cosas. Sabe contar una historia además.
Revolotearon más bajo. Buscan manduca. Esperad.
Les tiró una bola de papel arrugado. Elías tremtaidós pies por segun vuel. En absoluto. La bola ondeó ignorada
en la estela del oleaje, flotó por debajo entre los pilares del puente. No son tan rematadamente tontas.
También el día que tiré aquel pastel rancio desde el Erin's King lo recogieron en la estela a cincuenta
yardas por la popa. Viven de su ingenio. Revolotearon, aleteando.


La hambrienta y famelica gaviota
aletea sobre aguas de arlota.

Así es como escriben los poetas, los sonidos similares. Y sin embargo Shakespeare no tiene rimas: verso
blanco. El fluir del lenguaje es lo que es. Los pensamientos. Solemnes.

Hamlet, soy el alma de tu padre
condenado por un tiempo a vagar a través de la tierra.

SALMAN
RUSHDIE
LOS VERSOS
SATÁNICOS                   517

«¿Conoces el caso del esquizofrénico paranoico que, convencido de que era Napoleón
Bonaparte, se avino a someterse a la prueba del detector de mentiras? —Alicja Cohen, que
comía con buen apetito una ración de pescado relleno, blandió el tenedor de Blom's debajo de
la nariz de su hija—. Lo primero que le preguntaron: ¿Es usted Napoleón? Y la respuesta que él
dio, seguramente con una sonrisa de malicia: No. Y ellos miran la máquina que, con toda la
agudeza de la ciencia moderna, dice que el loco miente.» Otra vez a vueltas con Blake, Allie
pensaba: Entonces yo pregunté: ¿la firme convicción de que una cosa es así, la hace así? El —
es decir, Isaías— respondió. Todos los poetas lo creen así. Y, en los tiempos con imaginación,
esta firme convicción movía montañas; pero muchos no son capaces de tener una firme
convicción de nada. «¿Me escuchas, niña? Te hablo en serio. Lo que necesita ese caballero que
tienes en tu cama, y perdona la franqueza pero es indispensable, no es tu atención nocturna,
sino una celda con las paredes acolchadas.»
«Tú lo encerrarías, ¿verdad? —replicó Allie—. Y tirarías la llave. Incluso le aplicarías
la electricidad. Para quemarle los demonios del cerebro. Es curioso, pero los prejuicios no
cambian nunca.»
«Hum —meditó Alicja adoptando su expresión de máximo despiste e inocencia, a fin de
enfurecer a su hija—. ¿Qué daño puede hacerle? Un poco de electricidad y alguna inyección...»
«Lo que él necesita es lo que ahora tiene, mamá. Vigilancia médica, mucho descanso y
algo que quizá ya se te haya olvidado. —Se interrumpió bruscamente, con un nudo en la
lengua, y con voz muy diferente, mirando su ensalada intacta, pronunció la última palabra—:
Amor.»
«Ah, la fuerza del amor. —Alicja palmeó la mano de su hija (que fue retirada
inmediatamente)—. No es lo que yo he olvidado, Alleluia. Es lo que tú, por primera vez en tu
hermosa vida, has empezado a conocer. ¿Y a quién escoges? —Volvió a la carga—. ¡A un
pirado! ¡A un tocado de la azotea! ¡A un cabeza a pájaros! Y es que, ángeles, hijita, habráse
visto... Los hombres siempre andan en busca de privilegios, pero lo de éste pasa de la raya.»

«Mamá...», empezó Allie, pero Alicja volvió a cambiar de tono y, cuando habló, Allie,
más que escuchar las palabras, oyó el dolor que revelaban y ocultaban a la vez, el dolor de una
mujer que había tenido que experimentar la historia con brutalidad, que ya había perdido al
marido y visto cómo una hija la precedía a lo que ella misma, un día, con inolvidable humor
negro, llamó (debió de abrir el periódico por las páginas de deportes para tropezar con la
expresión) el baño definitivo. «Allie, tesoro —dijo Alicja Cohen—, vamos a tener que cuidarte
mucho.»
La razón por la cual Allie pudo identificar el pánico y la angustia en la cara de su madre
era que recientemente había visto la misma combinación en las facciones de Gibreel Farishta.
Cuando Sisodia lo devolvió a su cuidado, se hizo evidente que Gibreel había sido conmovido
hasta la médula, y tenía una expresión de acoso, una mirada protuberante y asustada que
traspasaba el corazón. Él afrontó el hecho de su enfermedad mental con entereza, negándose a
restarle importancia y a utilizar eufemismos, pero, comprensiblemente, al reconocer el mal se
sentía intimidado. Había dejado de ser (por lo menos, momentáneamente) el tipo exuberante y
basto que le había inspirado su «gran pasión» y, en esta nueva y vulnerable encarnación, le
aparecía más enternecedor que nunca. Ella estaba firmemente decidida a ayudarle a recuperar la
razón, a resistir a su lado; a capear el temporal y conquistar la cumbre. Y él era, por el
momento, el más sensato y dócil de los pacientes, un poco alelado por los medicamentos de
gran calibre que le administraban los especialistas del Maudsley Hospital; dormía muchas horas
y, despierto, acataba todas sus peticiones sin la más leve protesta. En sus ratos de vigilia, él le
contó los primeros síntomas de la enfermedad: los extraños sueños seriados y, antes, aquella

depresión casi fatal que sufriera en la India. «Ya no temo al sueño —le dijo—. Porque es
mucho peor lo que me ha sucedido estando despierto.» Su mayor temor le recordaba el miedo
que sentía Carlos II, después de la restauración, a ser enviado otra vez «de viaje»: «Daría
cualquier cosa para tener la seguridad de que no volverá a ocurrir», le dijo, manso como un
cordero.

OBRAS COMPLETAS – FRANZ KAFKA  517

Quiso volver de inmediato a su cuarto, pero oyó, desde el comedor, la risa de la señorita Montag, y pensó que podría prepararles una sorpresa a ambos, tanto a ella como al capitán. Miró alrededor y escuchó por si acaso podía ser descubierto por alguien de las habitaciones vecinas. Reinaba el silencio, sólo se oía la conversación en el comedor y, en el pasillo que conducía a la cocina, la voz de la señora Grubach. La oportunidad parecía favorable. K se acercó a la puerta de la habitación de la señorita Bürstner y tocó sin hacer apenas ruido. Como no se oyó nada, volvió a llamar, pero tampoco obtuvo respuesta. ¿Dormía o realmente se encontraba mal? ¿O tal vez no quería

abrir porque sospechaba que esa forma de llamar sólo podía proceder de K? K supuso que no quería abrir, así que golpeó la puerta con más fuerza. Como tampoco tuvo éxito, abrió la puerta con precaución, aunque no sin el sentimiento de hacer algo incorrecto, y además inútil. En la habitación no había nadie. Apenas recordaba a la habitación que K había visto. En la pared había dos camas contiguas, habían situado tres sillas cerca de la puerta y estaban repletas de ropa; un armario permanecía abierto.

CUENTOS
Traducción de Julio Cortázar   517
Edgar Allan Poe
   El entierro prematuro                                

Lentamente, con gradación de tortuga, se acercaba el alba gris, pálida, del
día psíquico. Un desasosiego aletargado. Una sensación apática de dolor sordo. Ninguna
preocupación, ninguna esperanza, ningún esfuerzo. Después de un largo intervalo, un
retintín en los oídos; luego, tras un lapso aún más largo, una sensación de hormigueo o
comezón en las extremidades; luego, un período aparentemente eterno de placentera
quietud, durante el cual las sensaciones que despiertan luchan por convertirse en
pensamientos; luego, otra breve zambullida en la nada; luego, un súbito
restablecimiento. Al fin, el ligero estremecerse de un párpado, e inmediatamente
después, un choque eléctrico de terror, mortal e indefinido, que envía la sangre a
torrentes de las sienes al corazón. Y entonces el primer esfuerzo positivo por pensar. Y
entonces el primer intento de recordar. Y entonces un éxito parcial y evanescente. Y
entonces la memoria ha recobrado tanto su dominio, que en cierta medida tengo
conciencia de mi estado. Siento que no estoy despertando de un sueño ordinario.
Recuerdo que he padecido de catalepsia. Y entonces, por fin, como si fuera la embestida
de un océano, abruma mi alma estremecida el único peligro horrendo, la única idea

espectral, siempre dominante.
Durante unos minutos, ya poseído por esta fantasía, permanecí inmóvil. ¿Y por
qué? No podía reunir valor para moverme. No me atrevía a hacer el esfuerzo que había
de tranquilizarme sobre mi destino, y, sin embargo, algo en el corazón me susurraba que
era seguro. La desesperación —tal como ninguna otra desdicha produce—, sólo la
desesperación me apremió, después de una larga duda, a levantar los pesados párpados.
Los levanté. Estaba oscuro, todo oscuro. Supe que el ataque había terminado. Supe que
la crisis de mi trastorno había pasado ya. Supe que había recobrado el uso de mis
facultades visuales, y, sin embargo, estaba oscuro, todo oscuro, con la intensa y total
capacidad de la Noche que dura para siempre.

Miguel de Cervantes
DON QUIJOTE DE LA MANCHA  517

Encogió Sancho los hombros, obedeció y sentose, y todas las doncellas y
dueñas de la duquesa la rodearon atentas, con grandísimo silencio, a escuchar
lo que diría; pero la duquesa fue la que habló primero, diciendo:
—Ahora que estamos solos, y que aquí no nos oye nadie, querría yo que
el señor gobernador me asolviese ciertas dudas que tengo, nacidas de la historia
que del gran don Quijote anda ya impresa, una de las cuales dudas es que,
pues el buen Sancho nunca vio a Dulcinea, digo a la señora Dulcinea del
Toboso, ni le llevó la carta del señor don Quijote porque se quedó en el libro
de memoria en Sierra Morena, cómo se atrevió a fingir la respuesta y aquello
de que la halló ahechando trigo, siendo todo burla y mentira, y tan en daño de
la buena opinión de la sin par Dulcinea, y todas que no vienen bien con la calidad
y fidelidad de los buenos escuderos.
A estas razones, sin responder con alguna, se levantó Sancho de la silla, y
con pasos quedos, el cuerpo agobiado y el dedo puesto sobre los labios, anduvo
por toda la sala levantando los doseles, y luego, esto hecho, se volvió a sentar
y dijo:
—Ahora, señora mía, que he visto que no nos escucha nadie de solapa,
fuera de los circunstantes, sin temor ni sobresalto, responderé a lo que se me
ha preguntado y a todo aquello que se me preguntare; y lo primero que digo
es que yo tengo a mi señor don Quijote por loco rematado, puesto que algunas
veces dice cosas que, a mi parecer y aun de todos aquellos que le escuchan,
son tan discretas y por tan buen carril encaminadas, que el mesmo Satanás no
las podría decir mejores; pero, con todo esto, verdaderamente y sin escrúpulo,
a mí se me ha asentado que es un mentecato

Pues como yo tengo esto en el
magín, me atrevo a hacerle creer lo que no lleva pies ni cabeza, como fue aquello
de la respuesta de la carta, y lo de habrá seis o ocho días, que aún no está
en historia, conviene a saber: lo del encanto de mi señora doña Dulcinea, que
le he dado a entender que está encantada, no siendo más verdad que por los
cerros de Úbeda.
Rogole la duquesa que le contase aquel encantamento o burla, y Sancho
se lo contó todo del mesmo modo que había pasado, de que no poco gusto
recibieron los oyentes; y, prosiguiendo en su plática, dijo la duquesa:
—De lo que el buen Sancho me ha contado me anda brincando un escrúpulo
en el alma, y un cierto susurro llega a mis oídos, que me dice: pues don
Quijote de la Mancha es loco, menguado y mentecato, y Sancho Panza su escudero
lo conoce, y, con todo eso, le sirve y le sigue y va atenido a las vanas promesas
suyas, sin duda alguna debe de ser él más loco y tonto que su amo; y,
siendo esto así, como lo es, mal contado te será, señora duquesa, si al tal
Sancho Panza le das ínsula que gobierne, porque el que no sabe gobernarse a
sí, ¿cómo sabrá gobernar a otros?

                                      

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