EL QUIJOTE-M. de CERVANTES 458
—Si quisieses, cruel Quiteria, darme en este último y forzoso trance la
mano de esposa, aún pensaría que mi temeridad tendría desculpa, pues en ella
alcancé el bien de ser tuyo.
El cura, oyendo lo cual, le dijo que atendiese a la salud del alma antes que
a los gustos del cuerpo, y que pidiese muy de veras a Dios perdón de sus pecados
y de su desesperada determinación.
A lo cual replicó Basilio que en ninguna manera se confesaría si primero
Quiteria no le daba la mano de ser su esposa; que aquel contento le adobaría
la voluntad y le daría aliento para confesarse.
En oyendo don Quijote la petición del herido, en altas voces dijo que Basilio
pedía una cosa muy justa y puesta en razón y, además, muy hacedera, y que el
señor Camacho quedaría tan honrado recibiendo a la señora Quiteria viuda del
valeroso Basilio como si la recibiera del lado de su padre:
—Aquí no ha de haber más de un sí, que no tenga otro efecto que el pronunciarle,
pues el tálamo de estas bodas ha de ser la sepultura.
Todo lo oía Camacho y todo le tenía suspenso y confuso, sin saber qué
hacer ni qué decir; pero las voces de los amigos de Basilio fueron tantas, pidiéndole
que consintiese que Quiteria le diese la mano de esposa porque su alma
no se perdiese partiendo desesperado desta vida, que le movieron, y aun forzaron,
a decir que, si Quiteria quería dársela, que él se contentaba, pues todo
era dilatar por un momento el cumplimiento de sus deseos.
Luego acudieron todos a Quiteria, y unos con ruegos y otros con lágrimas
y otros con eficaces razones la persuadían que diese la mano al pobre Basilio,
y ella, más dura que un mármol y más sesga que una estatua, mostraba que
ni sabía ni podía ni quería responder palabra; ni la respondiera, si el cura no
la dijera que se determinase presto en lo que había de hacer, porque tenía
Basilio ya el alma en los dientes, y no daba lugar a esperar inresolutas determinaciones.
Entonces la hermosa Quiteria, sin responder palabra alguna, turbada, al
parecer, triste y pesarosa, llegó donde Basilio estaba, ya los ojos vueltos, el
aliento corto y apresurado, murmurando entre los dientes el nombre de
Quiteria, dando muestras de morir como gentil y no como cristiano. Llegó, en
fin, Quiteria y, puesta de rodillas, le pidió la mano por señas y no por palabras.
Desencajó los ojos Basilio y, mirándola atentamente, le dijo:
—¡Oh Quiteria, que has venido a ser piadosa a tiempo, cuando tu piedad
ha de servir de cuchillo que me acabe de quitar la vida, pues ya no tengo fuerzas
para llevar la gloria que me das en escogerme por tuyo ni para suspender
el dolor que tan apriesa me va cubriendo los ojos con la espantosa sombra de
la muerte! Lo que te suplico es, ¡oh fatal estrella mía!, que la mano que me
pides y quieres darme no sea por cumplimiento ni para engañarme de nuevo,
sino que confieses y digas que sin hacer fuerza a tu voluntad me la entregas y
me la das como a tu legítimo esposo, pues no es razón que en un trance como
este me engañes ni uses de fingimientos con quien tantas verdades ha tratado
contigo.
Entre estas razones se desmayaba; de modo que todos los presentes pensaban
que cada desmayo se había de llevar el alma consigo.
Quiteria, toda honesta y toda vergonzosa, asiendo con su derecha mano la
de Basilio, le dijo:
—Ninguna fuerza fuera bastante a torcer mi voluntad y, así, con la más
libre que tengo te doy la mano de legítima esposa, y recibo la tuya, si es que
me la das de tu libre albedrío, sin que la turbe ni contraste la calamidad en que
tu discurso acelerado te ha puesto.
Michel Houellebecq
Las partículas elementales 183*3=549-458=-91
Es perfectamente consciente de que el progreso de la ciencia y del materialismo ha minado las bases de todas las religiones tradicionales; también es consciente de que ninguna sociedad puede sobrevivir sin religión. Durante más de cien páginas intenta fundar las bases de una religión compatible con el estado de las ciencias. No se puede decir que el resultado sea muy convincente; tampoco puede decirse que la evolución de nuestras sociedades haya ido tanto en ese sentido. En realidad, ya que la evidencia de la muerte material acaba con cualquier esperanza de fusión, es imposible que la vanidad y la crueldad dejen de extenderse. La única compensación —concluyó de forma extraña— es que lo mismo ocurre con el amor.
11
Tras la visita de Bruno, Michel se quedó en la cama dos semanas enteras. De hecho, ¿cómo iba a sobrevivir una sociedad sin religión?, se preguntaba. Ya era difícil para un solo individuo. Durante muchos días contempló el radiador que estaba a la izquierda de la cama. En invierno las tuberías se llenaban de agua caliente, era un mecanismo útil e ingenioso; pero ¿cuánto tiempo podría resistir la sociedad occidental sin alguna religión? De niño, le gustaba regar las plantas del huerto.
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