VLADIMIR NABOKOV-173
La mirada de Erwin se fijó en la cara de la niña, que caminaba mesuradamente junto al viejo poeta; había algo extraño en
aquel rostro, era extraña la mirada subrepticia de sus ojos excesivamente brillantes,
y de no ser por el hecho de que era todavía una niña, la nieta del viejo, sin duda, se
hubiera podido incluso sospechar que sus labios tenían un toque de carmín.
Caminaba balanceando sus caderas ligera, muy ligeramente, mantenía las piernas
muy juntas al andar, le preguntaba algo a su acompañante, algo con esa su voz
melodiosa, y aunque Erwin no dio ninguna orden, supo que su veloz deseo secreto
había sido cumplido.
—Desde luego, desde luego —contestó el viejo zalamero, inclinándose hacia la
niña.
Cuando pasaron a su lado, Erwin percibió un olor a perfume. Se volvió y luego
prosiguió su camino.
JAMES JOYCE
ULISES 173
P. D. Dime qué clase de perfume usa tu
esposa. Quiero saberlo.
Separó con cuidado la flor del pinche, olió
su casi no olor y la colocó en el bolsillo sobre su
corazón. Lenguaje de las flores. Les gusta
porque nadie puede oírlo. O un ramo venenoso
para fulminarlo. Luego, avanzando lentamente,
leyó la carta de nuevo, murmurando aquí y allá
una palabra. Enojada tulipanes contigo querido
hombreflor castigar tus cactos si no te por favor
pobre nomeolvides cómo deseo violetas querido
rosas cuando nosotros pronto anémona
encontrarnos todo pícaro pedúnculo esposa
perfume de Marta
EL FIGÓN DE LA REINA PATOJA
de
Anatole France 173
Es una lección para las
mujeres honradas que se obstinan con excesiva soberbia en su altanera
virtud. Existe algún sensualismo, si se piensa bien en ello, en conceder un
precio exagerado a la carne, y en defender, con no menos exagerado celo, lo
que debe despreciarse. Se ven, con frecuencia, matronas que creen tener en
sí mismas un tesoro que guardar, y que exageran visiblemente el interés
que conceden a su persona Dios y los ángeles. Se creen una especie de
Santo Sacramento natural. Santa María Egipcíaca juzgaba mejor. Aunque
hermosa y bien formada, estimó excesiva soberbia detenerse en su santa
peregrinación, por una cosa indiferente por sí, que sólo es un punto de
mortificación, y no un objeto precioso. Lo mortificó, señora, entrando con
su admirable humildad en el camino de la penitencia, donde realizó
esfuerzos maravillosos.
—Señor abate —dijo mi madre—, no os entiendo. Sois demasiado sabio
para mí.
—Esta gran santa —dijo el hermano Ángel— hállase pintada al natural
en la capilla de mi convento, y todo su cuerpo está cubierto, por la gracia
de Dios, de un vello largo y espeso. Se han sacado copias de ese cuadro, de
las cuales os traeré una bendecida, mi buena señora.
Mi madre, conmovida, le pasó la sopera por detrás del maestro. Y el
buen hermano, al amor de la lumbre, metió el hocico en el aromático
caldo
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