ANATOLE FRANCE-EL CRIMEN DE UN ACADEMICO pág.120
El rey de Thulé conservaba una copa de oro que su madre le había regalado. Próximo a morir, y seguro de que bebía en ella por última vez, arrojó la copa al mar. Conservo este cuaderno de recuerdos como el viejo príncipe de los brumosos mares conservó su copa cincelada, y del mismo modo que él arrojó su joya de amor, quemaré a tiempo este libro de reflexiones. No será una avaricia altiva ni un orgullo egoísta lo que me obligue a destruir este monumento de una vida humilde, sino el temor de que las cosas que fueron para mí queridas y sagradas resulten, por falta de arte, vulgares y ridículas.
ANDRE MALRAUX-LA CONDICION HUMANA pág.120
No hay que considerar el asesinato, en fin, como la vía principal de la verdad política.
–Propondré, en la primera reunión del Comité Central, el reparto inmediato de tierras –dijo Kyo, tendiendo la mano a Vologuin–, la destrucción de los créditos.
Transmitido por tierra, el estremecimiento de las máquinas de imprenta, regulado, dominado, como el del motor de un navío, los penetraba, de los pies a la cabeza; en la ciudad adormecida, la delegación velaba, con todas sus ventanas iluminadas por las que atravesaban unos bustos negros. Caminaron, con sus dos sombras semejantes delante de ellos: el mismo tamaño y el mismo efecto del cuello de la tricota.
Se acordó de los musulmanes chinos, a quienes había visto, en noches semejantes, prosternados en las estepas de espliego quemado, aullar esos cantos que desgarran desde hace miles de años al hombre que sufre y sabe que morirá.
¿Sueñas mucho? –continuó.
–No. O, por lo menos, no me acuerdo de los sueños.
–Yo sueño casi todas las noches. Hay también distracción, hay el ensueño. Cuando me dejo llevar de él, veo, a veces, la sombra de un gato, en el suelo: más terrible que cualquier cosa verdadera. Pero no hay nada peor que los sueños.
En la soledad de la calle, el estruendo ahogado de un auto lejano se perdió con el viento, cuya recaída abandonó entre los olores alcanforados de la noche el perfume de los vegetales.
Si no hubiese más que eso... No. Es peor. Bestias.
Chen repitió:
–Bestias. Pulpos, sobre todo. Y me acuerdo siempre.
–¿Hace mucho tiempo que dura eso?
Lo único que me da miedo –miedo– es dormirme. Y me duermo todos los días.
–¿El matar cambia tus sueños?No lo sé.
Pero era aquélla la primera vez que encontraba la fascinación de la muerte, en aquel amigo apenas visible que hablaba con voz distraída –como si sus palabras hubiesen sido suscitadas por la misma fuerza de la noche que su propia angustia, por la intimidad todopoderosa de la ansiedad, del silencio y del cansancio... Sin embargo, su voz acababa de cambiar.
–¿Piensas en ello... con inquietud?
Vaciló.
–Busco una palabra que sea más fuerte que gozo. No la hay. Una especie de... ¿cómo diríamos?... de... no sé. No hay más que una cosa que sea aún más profunda. Más lejos del hombre y más cerca de... ¿Conoces el opio?
–Apenas.
–Entonces, mal puedo explicártelo. Más cerca de lo que vosotros llamáis... éxtasis. Sí, un éxtasis, pero espeso. Profundo. No ligero. Un éxtasis hacia... hacia abajo.
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