domingo, febrero 12, 2012

LOS ESPEJOS EN LA RUEDA

 

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VLADIMIR NABOKOV-644

Los habitantes de planetas extranjeros, humanoides o con
formas míticas diversas, tienen un extraordinario rasgo en común: nunca se
representa su estructura íntima. En una concesión suprema al decoro bípedo, los
centauros no sólo llevan taparrabos sino que los llevan cubriendo sus patas
delanteras.

Esto parece completar la eliminación —aunque ¿hay alguien que desee discutir la
cuestión del tiempo? En este punto, y en orden a centrar la personalidad del joven
Emery L. Boke, aquel descendiente mío más o menos remoto que va a ser miembro
de la primera expedición interplanetaria (la cual, después de todo, es el único y
humilde postulado de mi relato), me voy a permitir alegremente una licencia, a
saber, que las capaces zarpas de los Tarzanes Galácticos cómicos y atómicos
reemplacen el honrado «1» de nuestra fecha «1900» por un «2» o un «3».
Pongamos pues que se trate del año 2145 o del que sea, eso carece de importancia

 

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BORGES-644

El protagonista de Wells viaja al porvenir en un inconcebible vehículo,
que progresa o retrocede en el tiempo como los otros
vehículos en el espacio; el de James regresa al pasado, al siglo
XVIII, a fuerza de compenetrarse con esa época. (Los dos procedimientos
son imposibles, pero es menos arbitrario el de James.)
En The Sense of the Past, el nexo entre lo real y lo imaginativo
(entre la actualidad y el pasado) no es una flor, como en las
anteriores ficciones; es un retrato que data del siglo XVIII y que
misteriosamente representa al protagonista. Éste, fascinado por
esa tela, consigue trasladarse a la fecha en que la ejecutaron.
Entre las personas que encuentra, figura, necesariamente, el pintor;
éste lo pinta con temor y con aversión, pues intuye algo
desacostumbrado y anómalo en esas facciones futuras. . . James,
crea, así, un incomparable regressus in infinitum, ya que su
héroe, Ralph Pendrel, se traslada al siglo XVIII. La causa es posterior
al efecto, el motivo del viaje es una de las consecuencias
del viaje.
Wells, verosímilmente, desconocía el texto de Coleridge; Henry James conocía y admiraba el texto de Wells. Claro está que si
es válida la doctrina de que todos los autores son un autor,
tales hechos son insignificantes. En rigor, no es indispensable
ir tan lejos; el panteísta que declara que la pluralidad de los
tutores es ilusoria, encuentra inesperado apoyo en el clasicista,
ligan el cual esa pluralidad importa muy poco. Para las mentes
clásicas, la literatura es lo esencial, no los individuos. George
Moore y James Joyce han incorporado en sus obras, páginas y
Sentencias ajenas; Osear Wilde solía regalar argumentos para que
Otros los ejecutaran; ambas conductas, aunque superficialmente
contrarias, pueden evidenciar un mismo sentido del arte. Un
Sentido ecuménico, impersonal... Otro testigo de la unidad profunda
del Verbo, otro negador de los límites del sujeto, fue el
Insigne Ben Jonson, que empeñado en la tarea de formular su
testamento literario y los dictámenes propicios o adversos que
IUS contemporáneos le merecían, se redujo a ensamblar fragmentos
de Séneca, de Quintiliano, de Justo Lipsio, de Vives, de Erasmo,
de Maquiavelo, de Bacon y de los dos Escalígeros

     

MURAKAMI-IQ84-    644

Aomame se sentó en lo alto del tobogán con la misma postura que había
adoptado Tengo y miró al cielo, hacia el sudoeste. Allí se alineaban las dos lunas, la
grande y la pequeña. Luego miró hacia el balcón en la tercera planta del edificio. La
luz del piso estaba encendida. Hasta hacía un rato, había estado observando a Tengo
desde aquel balcón. Parecía que su profunda incertidumbre todavía permanecía allí.

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