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James Joyce
Ulises
Cruzó por la esquina de Nassau Street y se paró delante del escaparate de Yeates e Hijo, calculando el
precio de los prismáticos. ¿O me dejo caer por donde el viejo Harris y charlo con el joven Sinclair? Tipo
educado. Seguramente almorzando. Tengo que llevar mis viejos prismáticos a arreglar. Lentes Goerz seis
guineas. Los alemanes abriéndose camino por todas partes. Venden con facilidades para atrapar el mercado.
Malvendiendo. Podría con suerte encontrar un par en la oficina de objetos perdidos de los ferrocarriles.
Asombroso las cosas que la gente se olvida en los trenes y en consigna. ¿En qué estarán pensando? Las
mujeres también. Increíble. El año pasado en el viaje a Ennis tuve que recoger el bolso de la hija de aquel
granjero y dárselo en el empalme de Limenck. Dinero sin reclamar también. Hay un pequeño reloj allá arriba
en el tejado del banco para probar esos prismáticos.
Los párpados bajaron hasta los bordes inferiores de los iris. No lo veo. Si imaginas que está allí casi lo
ves. No lo veo. Dio media vuelta y, de pie bajo los toldos, alargó la mano derecha con todo el brazo extendido
hacia el sol. He querido probar eso a menudo. Sí: completamente. La punta del dedo meñique tapó el
disco solar. Debe de ser el foco donde se cruzan los rayos. Si tuviera unos cristales negros. Interesante. Se
hablaba mucho de esas manchas solares cuando estábamos en Lombard Street West. Mirando al cielo en el
jardín de atrás. Son explosiones tremendas. Habrá un eclipse total este año: algún día del otoño.
Ahora que lo pienso esa bola cae a la hora de Greenwich. Es porque el reloj funciona por un cable eléctrico
desde Dunsink. Tengo que ir allí algún primer sábado de mes. Si pudiera conseguir una carta de presentación
para el profesor Joly o averiguar algo sobre su familia. Eso sería suficiente para: uno siempre se
siente cumplimentado. Lisonja donde menos se lo espera uno. Noble orgulloso de descender de la amante de un rey. Su antepasada. Halaga a base de bien. Sumisión y acatamiento valen por ciento. No ir y descolgarse
con lo que sabes que no debieras: ¿qué es paralaje? Acompañe a este caballero a la puerta
DON QUIJOTE DE LA MANCHA CERVANTES
—No dices mal, Sancho —respondió don Quijote—; mas antes que se llegue
a ese término es menester andar por el mundo como en aprobación, buscando
las aventuras, para que, acabando algunas, se cobre nombre y fama tal,
que, cuando se fuere a la corte de algún gran monarca, ya sea el caballero
conocido por sus obras, y que, apenas le hayan visto entrar los muchachos por
la puerta de la ciudad, cuando todos le sigan y rodeen, dando voces diciendo:
«Este es el caballero del Sol», o de la Sierpe, o de otra insignia alguna, debajo
de la cual hubiere acabado grandes hazañas. «Este es», dirán, «el que venció
en singular batalla al gigantazo Brocabruno de la Gran Fuerza; el que desencantó
al gran Mameluco de Persia del largo encantamento en que había estado casi novecientos años»
Las baladas del ajo Mo Yan
Su perfecto acento pekinés era toda
una afirmación de sus credenciales
y Jinju, como si le
estuvieran permitiendo ver las
puertas del
Paraíso, suspiró con admiración
tanto por el magnífico aspecto físico
como por la encantadora forma de
hablar de aquella mujer.
Los guardias respondieron
amablemente:
—A las ocho y media.
Al contrario que la mujer de rojo de
acento culto, los guardias
producían en Jinju un fuerte
desagrado. Comenzaron a barrer el
suelo, de
un extremo a otro de la sala. Jinju
tuvo la sensación de que todos los
hombres y la mitad de las mujeres
estaban fumando cigarrillos y pipas,
cuyo humo llenaba lentamente la sala
y daba paso a una ronda de toses y
escupitajos.
Gao Ma regresó con una abultada
bolsa de celofán.
—¿Todo va bien? —preguntó cuando
vio la mirada que tenía Jinju.
Ella dijo que todo estaba en orden,
así que se sentó, buscó en el
interior de la bolsa y sacó una pera.
-—Los restaurantes locales estaban
todos cerrados, así que te he
comprado un poco de fruta —dijo
ofreciéndole una pera.
—Te dije que no gastaras mucho
dinero —protestó ella.
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Gao Ma frotó la pera contra su
chaqueta y le dio un sonoro
mordisco.
—Toma —dijo, entregándosela a
Jinju—, tengo más.
Un mendigo se paseaba de arriba
abajo por las hileras de bancos
pidiendo a todo el que estuviera
despierto. Se detuvo delante de un
joven
oficial militar, que le miraba con el
rabillo del ojo, adoptó una pose
lastimera y dijo:
—Oficial, coronel, ¿puede darme un
poco de cambio?
—¡No tengo dinero! —lanzó el
oficial con cara de luna a modo de
respuesta, y puso los ojos en blanco para mostrar su desagrado.
—Cualquier cosa valdrá —rogó el
joven mendigo—. ¿Acaso no se
compadece de mí?
—Ya eres mayorcito para trabajar.
¿Por qué no te buscas un empleo?
—El trabajo me produce mareos.
Roberto Bolaño
2666
A mitad de la mañana llegaron a un castillo. En el castillo
sólo encontraron a tres rumanos y a un oficial de las SS que hacía
las veces de mayordomo y que los puso a trabajar enseguida,
después de darles a desayunar un vaso de leche fría y un
mendrugo de pan que algunos soldados dejaron de lado con
gestos de asco. Las armas, salvo cuatro de ellos que montaron
guardia, uno de los cuales fue Reiter, a quien el oficial de las SS
juzgó poco apto para las labores de adecentamiento del castillo,
las dejaron en la cocina y se pusieron a barrer, a fregar, a quitar el polvo de las lámparas, a poner sábanas limpias en las habitaciones.
A eso de las tres de la tarde llegaron los invitados. Uno de
ellos era el general Von Berenberg, el jefe de la división. Junto a
él venía el escritor del Reich Herman Hoensch y dos oficiales
del estado mayor de la 79. En el otro coche venía el general rumano
Eugenio Entrescu, que entonces tenía treintaicinco años
y era la estrella ascendente del ejército de su país, acompañado
del joven erudito Pablo Popescu, de veintitrés años, y de la baronesa
Von Zumpe, a quien los rumanos acababan de conocer
la noche anterior en una recepción en la embajada alemana y
que en principio debía haber viajado en el coche del general
Von Berenberg, pero que ante las galanterías de Entrescu y el
carácter divertido y jocoso de Popescu finalmente había terminado
por claudicar ante el ofrecimiento de éstos, que se basaba
razonablemente en el mayor espacio de que dispondría la baronesa
en el coche rumano, con menos pasajeros que el coche
alemán.
JORGE LUIS BORGES
OBRAS COMPLETAS
Mirar el río hecho de tiempo y agua
Y recordar que el tiempo es otro río,
Saber que nos perdemos como el río
Y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
Que sueña no soñar y que la muerte
Que teme nuestra carne es esa muerte
De cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
De los días del hombre y de sus años,
Convertir el ultraje de los años
En una música, un rumor y un símbolo,
Ver en la muerte el sueño, en el ocaso
Un triste oro, tal es la poesía
Que és inmortal y pobre. La poesía
Vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tardes una cara
Nos mira desde el fondo de un espejo;
El arte debe ser como ese espejo
Que nos revela nuestra propia cara.Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
Lloró de amor al divisar su Itaca
Verde y humilde. El arte es esa Itaca
De verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable
Que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
Y es otro, como el río interminable.
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