jueves, julio 12, 2012

EL LIMON Y EL CARDO

 

 

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VLADIMIR NABOKOV
Cuentos completos  422

Las ventanas se iluminan y tienden sus paños luminosos sobre los meandros de la
oscura nieve, dejando un cierto espacio para acomodar un abanico de luz que se
refleja justo encima de la puerta entre las dos ventanas. Los pilares que la enmarcan
llevan una cenefa de nieve aborregada, que más bien estropea las líneas de lo que
hubiera podido ser un ex libris perfecto para el libro de nuestras dos vidas. No
consigo recordar por qué todos habíamos abandonado el ruidoso vestíbulo para
adentrarnos en la silenciosa oscuridad, poblada solamente por abetos, henchidos de
nieve hasta alcanzar el doble de su tamaño; ¿acaso el guarda nos invitó a
contemplar un taciturno resplandor rojo, el portento de un posible fuego
provocado? Probablemente.

 

                   

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Leonie Swann
LAS OVEJAS DE
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Pero ahora... Difícilmente podía detener a un rebaño de ovejas.
Para ser sincero, no podía ni ver a esos animales. Y teniendo en
cuenta que se celebraba aquel maldito concurso, era evidente que
se encontraba en el lugar equivocado.
En medio del salón de fiestas del Mad Boar habían levantado
una plataforma de madera a la que no se subía por ninguna escalera,
sino por unas rampas. Todo para aquellos animaluchos.
Detrás se encontraban los pastores con sus campeonas. Era difícil
decir quién de ellos despedía un hedor más penetrante debido a la
agitación. Tal vez los culpables fueran los turistas: algunos
habían ido en bicicleta con la calorina estival, y eso se olía, claro
está. A decir verdad, ¿qué se le había perdido a él allí? ¿Esperaba
acaso que el asesino se presentara voluntario en plena borrachera?
¿Que las ovejas le proporcionaran la pista decisiva? Aunque lo
cierto es que no quería volver al despacho a archivar casos sin
resolver: no había más secreto que ése. Mejor investigar un poco
más

 

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DON QUIJOTE DE LA MANCHA-Miguel de Cervantes 422

En esto, volvió en sí el de los Espejos, lo cual visto por don Quijote, le puso
la punta desnuda de su espada encima del rostro, y le dijo:
—Muerto sois, caballero, si no confesáis que la sin par Dulcinea del Toboso
se aventaja en belleza a vuestra Casildea de Vandalia; y demás de esto habéis
de prometer, si de esta contienda y caída quedárades con vida, de ir a la ciudad
del Toboso, y presentaros en su presencia de mi parte, para que haga de
vos lo que más en voluntad le viniere; y si os dejare en la vuestra, así mismo
habéis de volver a buscarme, que el rastro de mis hazañas os servirá de guía
que os traiga donde yo estuviere, y a decirme lo que con ella hubiéredes pasado;
condiciones que, conforme a las que pusimos antes de nuestra batalla, no
salen de los términos de la andante caballería.
—Confieso —dijo el caído caballero— que vale más el zapato descosido y
sucio de la señora Dulcinea del Toboso, que las barbas mal peinadas, aunque
limpias, de Casildea, y prometo de ir y volver de su presencia a la vuestra y
daros entera y particular cuenta de lo que me pedís.

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